Entrevistas

Marco Rossari: «Es más fácil bromear con los escritores muertos: no los encuentras debajo de tu casa queriendo pegarte»

Bajo el título de Piccolo dizionario delle malattie letterarie, traducido (y completado, como el conjunto del volumen) por Libros del Kultrum como Breve diccionario de enfermedades (y necedades) literarias, se nos presentan dolencias y achaques ficticios —pero muy ciertos— de la literatura, en forma de manual «levemente docto, pero jocoso». Pues lo que el escritor, traductor y bibliófilo Marco Rossari (Milán, 1973) consigue con notable mordacidad e iconoclasia es mofarse, a través de una serie de entradas desopilantes, de los universales intocables: de Melville a Baricco, Céline, Joyce, Pynchon o Goethe; de la antinovela a los book tours promocionales. Como todo el que reseña este volumen breve pero intenso, no me resisto a citar alguna definición favorita, como las de autopublicación («lavativa de charlatanes») o faja del libro («megalomanía falaz y pendenciera dictada por la desesperación»). Aunque, ojo, también hay anomalías positivas, como el pie de Chéjov, e incluso reales, como la grafomanía.

«La literatura es la enfermedad del mundo: el cuerpo de los hombres y la realidad la excretan como el sudor que ayuda a paliar la fiebre», sostiene Rossari en su Prospecto final (o casi final, porque la edición española añade una Apendicitis hispánica para incluir a nuestro «santoral» de las letras: los Azúa, Goytisolo, Cruz, Marías…). Y ciertamente en esta entrevista para Mercurio revela que esta propuesta terapéutica acarrea con cada afección su posible tratamiento, que no es otro que seguir amontonando lecturas en nuestra mesilla de noche. Todos, como el autor milanés, podemos sentirnos infectados por este virus que, pese a la mala leche que puede despertar hacia todo lo que tiene que ver con este mundillo literario, finalmente nos hace ser conscientes de hasta qué punto amamos aquello que contienen estas páginas. En ese punto entre lo bufo y lo romántico se sitúa nuestro médico especialista, en cuya consulta nos plantamos con una mezcla de respeto y curiosidad. Sus recetas, impagables.

¿Qué tenía en la cabeza cuando ideó este diccionario que fue publicado hace un lustro en Italia? ¿Cree que merecería una actualización tarde o temprano?

Quería divertirme. Traducía mucho, así que durante la pausa del almuerzo me ponía a escribir las entradas del diccionario en el teléfono. Sí, a veces pienso en una actualización. Veremos, no la descarto. Alguna nueva entrada ya existe.

A menudo ciertos ensayos ofrecen una visión bastante romántica o mágica, por así decirlo, acerca de la historia del libro y de las palabras. Usted, sin embargo, para revisar la historia o el canon literario, opta por el humor de regusto ácido. ¿Le empalagan los retratos idealizados de la literatura y sus artífices?

No, en realidad me encantan las visiones románticas. Lo burlesco y lo sentimental son dos sentimientos que no se excluyen mutuamente, a lo sumo se equilibran. Mi libro favorito es Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, y en el fondo del alcohol se encuentran ambas pulsiones: la de tomárselo a broma pero también la de llorar, conmoverse pero también reírse de todo.

Según la enfermedad que Usted define como «La confusión de Ahab», la buena novela debe tener muchas páginas. ¿Suelen sus libros pesar tan poco como este? Incluso ha dejado varias letras sin rellenar… ¿le dio pereza?

Yo he escrito de todo. He publicado una novela de quinientas páginas y poemas de dos líneas, he escrito rimas infantiles [filastrocche, las llama Rossari en italiano] y misceláneas de pensamiento [zibaldoni, como los de Leopardi], colecciones de cuentos y un diccionario. Me gusta probar nuevas rutas. Faltan letras porque no me venía a la cabeza una definición para ellas, creo. Pero sí, también soy un vago crónico, sobre todo en la elección del bar: siempre voy al que está debajo de casa.

El prólogo resulta exquisito y delirante. ¿Por qué eligió a Edoardo Camurri para escribirlo? ¿Valió la pena el acoso indirecto de cuatro meses?

En realidad es un gran embuste. Nunca he andado detrás de Camurri, ni una sola vez. En cambio, mi editor sí lo buscó. Pero Camurri está loco, y esa es su belleza.

El único buen escritor es aquel que ya ha muerto es el título de uno de sus libros, el anterior a este. ¿Es por eso que entre todos los aquí seleccionados hay pocos que estén vivos?

Sí, es más fácil bromear con los muertos: no los encuentras debajo de tu casa queriendo pegarte.

Da la impresión de que no es Usted muy amigo de las tendencias literarias disruptivas, como la antinovela o la autoficción. ¿Es posible innovar hoy día en este arte sin caer en la caricatura?

Adoro las cosas disruptivas, pero también es agradable burlarse de ellas. Hace poco leí Cambiar de idea, de Aixa de la Cruz, y me gustó muchísimo. Mi próximo libro será de autoficción, lo que pasa es que ni siquiera sabía que se convertiría en una. Escribir es una aventura, una exploración de uno mismo y del mundo, un desmoronamiento de todas las reglas. Y luego, a veces, te detienes y piensas: ¡qué ridículos somos! En uno de esos momentos escribí este Breve Diccionario.

¿Se considera usted un autor mediático? En caso afirmativo: ¿se avergüenza de ello? En caso negativo: ¿alguna vez ha fantaseado con la posibilidad de que lo reconozcan por la calle y alaben su prosa?

Una vez, estando en el tren, una mujer me preguntó: «¿Usted es el famoso escritor?».
Y yo: «No».
Y ella: «Eso me había parecido, en realidad».

Usted se graduó con una tesis sobre Charles Bukowski y el título de su primera novela se puede traducir como Perdido el amor (no queda otra que beber), ¿ha sido siempre tan devoto del alcohol? Es decir: ¿ha sufrido usted de bukowskosis?

Por supuesto, he contraído varias formas de bukowskosis. Pero el alcohol es un buen amigo, me ha dado mucho y trato de devolverle algo en los libros.

¿Cómo es su relación o su experiencia con el mundillo literario y, en concreto, con los festivales o eventos relacionados con el sector editorial?

El mundo literario es igual que todos los otros: están aquellos con los te apetece beber y luego están los gilipollas. Los festivales pueden ser divertidos, depende. A veces te va bien, otras veces te va mal. Lo mismo ocurre con los eventos: te encuentras frente a un centenar de personas o te encuentras frente a un librero que por suerte ha invitado a su prima. Depende de su pericia.

«El mundo literario es igual que todos los otros: están aquellos con los te apetece beber y luego están los gilipollas»

¿Alguna vez se ha confinado voluntariamente para leer? No sé si en Italia, como en España, se habrá leído más con la cuarentena motivada por el coronavirus.

Yo siempre leo mucho, así que no sabría decir. Sí, a veces para leer un libro más complejo hay que encontrar una situación de paz, pero he leído novelas experimentales en la playa, donde me concentro muy bien. Leer es un misterio. ¿Qué nos sucede con un libro del que devoramos cien páginas de golpe, y qué nos hace dejar otro en la página 2? A veces abro uno que no me importa nada y quedo hipnotizado. El confinamiento es una situación insólita. Al principio no era capaz de leer nada (el máximo del infortunio: estaba traduciendo 1984 de Orwell); luego, el gran y recurrente Simenon logró desbloquearme. Pero el aislamiento acompañado de miedo no es que ayude precisamente.

¿Se le atraganta tanto David Foster Wallace como parece? Confieso que siempre me ha atraído su escritura.

Venero a David Foster Wallace. Lo he leído todo de él, me ha encantado (casi) todo (el libro suyo que más me gusta es Entrevistas breves con hombres repulsivos), me quedé devastado por su muerte. Era una mente formidable. Pero a menudo ocurre, de hecho, que se hacen bromas sobre las personas a las que quieres. Tus amigos, tu novia, e incluso DFW.

He optado por entrevistarle porque las reseñas que he visto sobre este libro tienden a copiar y reproducir sus definiciones. ¿Qué opinión tiene del periodismo cultural y, de forma específica, la crítica literaria?

Sí, los periodistas me deben un montón de dinero. La crítica está cada vez más fatigada: nadie compra periódicos, hoy un vídeo en Instagram obtiene más atención. No tengo una solución. A mí me sigue gustando la profundidad, la dificultad, pero también me gusta darle por saco a un amigo durante horas hasta que se decida a leer un libro que me encantó. Me gusta la pasión por los libros, todavía, mucho. El resto va como a cada cual le parece, no puedo evitarlo; no se puede convencer a la gente para que lea más y mejor (y luego: ¿qué es «mejor»?), y por otro lado, a veces el artículo de un crítico es de un aburrimiento extremo.

Pienso que podría haber escrito este libro en forma de tuits y seguramente habría tenido más alcance (con la misma, nula retribución). ¿Qué opinión le merece la literatura generada en las redes sociales o los literatos que cimentan ahí su carrera?

En realidad alguna de las entradas era originalmente un tuit. Las dos cosas no son mutuamente excluyentes. Por lo demás, encuentro ingeniosos aforismos de personas anónimas en Twitter que son dignos de Oscar Wilde. Con las redes sociales, a veces puedes hacerte notar escribiendo excelentes reseñas. Es un escaparate democrático. Pero escribir un libro es otra cosa.

¿Nos explicaría, en exclusiva, por qué la llamada disfunción de Kafka se define en su libro como la «dulzura del miedo»?

Porque Kafka me parecía contener siempre estas dos pulsiones tan profundamente humanas, la dulzura y el miedo al prójimo, a nuestros semejantes que debemos tener como compañeros de vida y que también nos proporcionan tanto dolor. Siento esa vibración en él.

Respecto a los libreros y las bibliotecas, ¿teme más su extinción o sus continuos lloros por esa amenaza?

El llanto no sirve para nada. Lo que se necesita es crear librerías y bibliotecas hermosas, abiertas, inteligentes, divertidas. Quejarse es tedioso, el mundo editorial lloriquea como un niño. En lugar de eso, hace falta estimularlo, reflotarlo.

«Quejarse es tedioso, el mundo editorial lloriquea como un niño»

Algunas de las entradas que más me gustan de su diccionario hacen referencia a ciertos aspectos físicos de los libros actuales, a las modas del marketing editorial. ¿Alguna vez ha visto alguna de sus obras arruinada por esta tendencia?

No, más bien al contrario. Mi novela más dolorosa (la que más amo) se titula Nel cuore della notte [En el corazón de la noche]. El departamento de marketing quiso poner a una mujer desnuda en la portada. Les di las gracias.

Otra de sus obsesiones parecen ser los dialectos, que en España llamamos lenguas cooficiales. De hecho, aquí su libro podría ser muy conflictivo hacia los territorios ofendidos (las notas de traducción incluyen algún comentario al respecto). ¿Ha sufrido críticas en Italia por esta cuestión?

No, eso también es una burla afable. Pero no me gustan los localismos, las tradiciones intocables. Se puede bromear sobre cualquier cosa, siempre que haga reír.

¿Está de acuerdo con Burroughs en que el lenguaje es un virus? ¿Con qué lecturas contrajo usted la enfermedad de la literatura?

De acuerdísimo. El primer escritor que realmente me contagió fue Edgar Allan Poe.

¿Qué diagnóstico haría, así a vuelapluma, del estado actual de las letras italianas? ¿Quién sería su ídolo literario italiano vivo?

Bueno, es un diagnóstico difícil. Lo que es seguro es que se publican muchos libros bellísimos. No hay ninguna enfermedad. Pero mi ídolo literario no existe, solo tengo un ídolo: Bob Dylan. Y con él me basta y me sobra.

¿Hay algún autor español contemporáneo sobre el que pueda opinar? (aunque sea de forma positiva, quiero decir)

Siento algo como fraternal en Enrique Vila-Matas.

 



Breve diccionario de enfermedades (y necedades) literarias

Marco Rossari
LIBROS DEL KULTRUM
(Barcelona, 2021)
168 páginas
16,90 €

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