De los grandes problemas culturales con nuestra —equívoca— visión fragmentada del mundo.
En palabras de su autor, El tigre de Tarzán. Fetiches, pastiches e hiperrelatos, es «un ejemplar pequeño que solo pretende divulgar ideas muy generales y básicas». Pero cualquiera que se precipite a leer alguna de sus páginas, seguramente cambiará de parecer y descubrirá la necesidad de cada una de sus cuestiones.
Carlo Frabetti (Bolonia, 1945) es matemático y escritor, llevando por bandera la firme sentencia de que el planteamiento binario es muy frustrante en todos los aspectos de nuestra cultura. En principio catalogados como literatura infantil y juvenil —fórmulas con las que no está de acuerdo—, los libros de Frabetti se postulan a ser la voz de alarma de una sociedad joven que pide a gritos otro modelo de conducta. Ojo, ningún adulto debería perderse esta celebración del ensanchamiento de la mente. Es urgente que todos aprendamos a comer de otra manera, amar de otra manera y a no dejarnos arrastrar por nuestros temores irracionales.
Más que un libro, un manual. Una invitación a la introspección, al pensamiento consciente y reflexivo, y al cambio. Un tomo que, según cuenta Frabetti, sueña con envejecer rápido, pues esa sería la muestra de que habremos superado muchas de las incoherencias que hoy, por desgracia, nos mueven.
Cito textualmente: «Todo gran libro plantea, de manera más o menos explícita, una reflexión sobre sus propios límites, sobre los nuevos territorios que nos invitan a explorar». ¿Cuáles son esos territorios en El Tigre de Tarzán: Fetiches, pastiches e hiperrelatos?
Son los grandes libros los que plantean esas reflexiones fronterizas, los que se asoman más allá del horizonte cultural del momento. El mío es un libro pequeño, que solo pretende divulgar algunas ideas muy generales y muy básicas. Más que a explorar nuevos territorios, invito a revisar los viejos con una mente más abierta y una mirada más crítica.
Cuando vi el título por primera vez me sonó a que podía tratar de todo, cosa que he comprobado al leerlo. Das un buen (y cañero) repaso a cada uno de los aspectos que conforman nuestra cultura como hoy la conocemos. ¿Te has dejado algo fuera?
Muchas cosas. Los grandes problemas culturales —o al menos los que yo considero como tales— creo que están todos, pero solo esbozados, y a veces poco más que mencionados. Cada una de las cinco partes de El Tigre de Tarzán podría —debería— ser un libro. Y bastante gordo.
Corrígeme si me equivoco: has escrito más de 40 novelas para niños y jóvenes. ¿En manos de quién te gustaría que acabara este libro? Defíneme un pequeño perfil tipo.
Me gustaría que fuera un libro para todos los públicos; pero, como se desprende de mi dedicación prioritaria a la mal llamada literatura infantil, siento una especial predilección por las lectoras y los lectores más jóvenes. El libro es, o intenta ser, una llamada de atención, una invitación al cambio, y el cambio está, sobre todo, en manos de las nuevas generaciones.
Para mí, haber leído el título ha sido un ejercicio de autocuestionamiento, introspección y dureza. ¿Cómo te gustaría que envejeciera en la mente de los lectores?
Me gustaría que envejeciera muy deprisa, que dentro de poco fuera superfluo decir que torturar y devorar a los animales no humanos es una aberración, o que valorar los objetos artísticos en sí mismos es puro fetichismo (además de un enorme negocio para una élite de embaucadores). Ya no es necesario rechazar el canibalismo en sentido estricto, pues nadie lo defiende, y espero que, dentro de unos años, no muchos, sea igualmente innecesario impugnar el canibalismo en sentido amplio, es decir, el carnivorismo humano.
Cuentas en estas páginas que, dentro de no mucho, un programa informático será capaz de escribir sonetos a partir de las obras de otros autores, como si de ellos mismos se tratara. ¿También se va a deshumanizar la poesía?
Creo que lo que va a cambiar —está cambiando ya— es el concepto mismo de humanidad y, consiguientemente, también el concepto de creatividad. Quienes venimos de la época preinformática somos muy conscientes del cambio cualitativo que ha supuesto la aparición de internet y los ordenadores personales: ahora creamos y nos relacionamos de otra manera, y la simbiosis con las máquinas será cada vez mayor y más íntima, para bien o para mal. Para bien y para mal.
¿Crees que con la inteligencia artificial la figura del escritor es caduca?
El escritor tradicional —como casi todo lo tradicional— está en decadencia; pero esa decadencia puede ser el preámbulo de una transformación enriquecedora o el comienzo de un estancamiento estéril. Creo que depende de cómo cada escritor(a) o artista afronte la situación.
«La simbiosis con las máquinas será cada vez mayor y más íntima, para bien o para mal. Para bien y para mal»
Pude conocer y tener una conversación con Manel de Aguas, un artista transespecie (cíborg) que escucha el tiempo. Su filosofía se basa en unirse a la tecnología para, así, poder acercarse más a la naturaleza. ¿Crees que no estamos entendiendo del todo el concepto, y nos parece más morboso pensar en una maquinización del humano?
Como sabes, en mi libro dedico una especial atención al fetichismo en general y al fetichismo del cuerpo humano en particular. Nos hemos creído —en parte por culpa de la religión, pero no solo por eso— lo de que somos los reyes de la creación y la cumbre de la evolución, y modificar nuestro cuerpo nos parece poco menos que un sacrilegio. Pero estoy convencido de que, dentro de poco, todos seremos, en mayor o menor medida, cíborgs. Es una posibilidad fascinante; aunque, por supuesto, se presta a usos indeseables, como todos los grandes avances tecnológicos.
Citas a Chesterton varias veces a lo largo del libro con su frase acerca de que los cuentos maravillosos nos dicen dos cosas: que hay ogros y que podemos vencerlos. Permíteme comparar el libro a un cuento —maravilloso, por supuesto— en el que has dejado evidencia de los ogros contemporáneos. Ahora bien, ¿cómo podemos vencerlos?
Eso lo contaré en el próximo libro… Bromas aparte, no creo que haya fórmulas sencillas y universales, como pretendieron ciertos metarrelatos del siglo pasado. Algunas grandes líneas de actuación están claras: hay que acabar con la pobreza (lo que significa, como nos recuerda la Teología de la Liberación, acabar con la riqueza), hay que detener el cambio climático, hay que preservar la biodiversidad, hemos de cambiar radicalmente nuestros hábitos alimentarios y de consumo… Pero la forma de conseguir estos objetivos no es tan evidente como los objetivos mismos. En versión ampliada, necesitaría un libro entero para decir lo que pienso al respecto; en versión reducida, tal vez baste el título de un artículo que he publicado en Mercurio: «Veganismo o muerte». Suena radical y amenazador; pero no es un grito de guerra, sino una voz de alarma.
«Hay que acabar con la pobreza (lo que significa acabar con la riqueza), hay que detener el cambio climático, hay que preservar la biodiversidad, hemos de cambiar radicalmente nuestros hábitos alimentarios y de consumo»
Planteas como una de las grandes taras de nuestra sociedad, la elección —precoz y nada acertada— de los estudiantes entre ciencias o letras. Pensamiento binario extendido a lo largo y ancho de nuestra realidad, extendiéndose a otros muchos aspectos como el género. Como matemático, guionista y escritor, ¿qué provoca liberarse del planteamiento binario?
Entenderé «provoca» en ambos sentidos del término: qué lleva a liberarse y qué consecuencias tiene la liberación. El planteamiento binario es muy frustrante, muy limitador, y creo que en algún momento todos intentamos librarnos de él: no hay más que ver la versatilidad, tanto mental como conductual, de las niñas y los niños de corta edad. Y las consecuencias de la liberación son todas positivas (salvo, eventualmente, un cierto rechazo social, que a la larga también es positivo en la medida en que estimula el sentido crítico). No asumir los roles de género impuestos por nuestra sociedad patriarcal y no renunciar ni a las ciencias ni a las letras ensancha la mente y enriquece la vida de una manera inimaginable para quienes se empeñan en llevar y poner etiquetas.
¿Por qué crees que existe ese empeño por separar todo en dos posturas extremas?
Hay dos posturas extremas básicas de las que, en alguna medida, derivan las demás: ricos y pobres (esto lo dijo Platón mucho antes que Marx), o lo que es lo mismo, explotadores y explotados. La dicotomía entre hombres y mujeres —o, mejor dicho, entre roles masculinos y femeninos— parece no tener nada que ver, pero está íntimamente relacionada con la anterior. Como dijo Engels, la primera explotación y la base de todas las demás es la explotación de la mujer por el hombre. Y la dicotomía entre ciencias y letras también favorece la explotación, de dos maneras complementarias: por una parte, fragmenta la visión del mundo y, por ende, merma el sentido crítico; y, por otra, convierte a la mayoría de las personas en especialistas con escasa autonomía —tanto material como mental— y muy dependientes del lugar que ocupan en la maquinaria productiva.
En gran parte, el libro es una recopilación de artículos alojados en Jot Down. ¿Qué te hizo convertirlos a palabras mayores?
En realidad, el proceso fue más bien el inverso: yo tenía desde hace mucho tiempo un libro en proyecto, incluso el título, a partir de una discusión que mantuve hace más de cuarenta años con mi querido amigo Juan Marsé; pero no me animaba a escribirlo, en parte por pereza y en parte por inseguridad. Al ir convirtiendo algunas de las ideas básicas del libro potencial en artículos para Jot Down, y sobre todo al ver la respuesta de lectoras y lectores (benditas y benditos sean tres veces), me animé a desarrollar el proyecto y a convertirlo en palabras, no mayores, pero al menos más estructuradas.
¿Hasta qué punto te han ayudado los lectores de esos artículos a dar el paso? ¿Qué hay de ellos en el libro?
La colaboración de lectoras y lectores ha sido decisiva, amén de decisoria, como apunto en la respuesta anterior. No solo me ha animado ver el interés que suscitaban ciertos temas, sino que el contenido de los numerosos comentarios —no todos favorables, pero casi siempre estimulantes— me ha obligado a revisar, matizar y pulir mis ideas. Los defectos del libro son todos míos, pero sus aciertos son en buena medida mérito de un público excepcional.
La superación de la misoginia, el racismo, la explotación y la xenofobia cuenta con el consenso de la mayoría de la población. No ocurre lo mismo con el especismo y, sin embargo, Burger King ha abierto su primer restaurante sin carne en Alemania. ¿Qué piensas de esta estrategia? La publicidad es poesía…
Algunos carnívoros recalcitrantes dicen despectivamente que el veganismo es una moda; pero se equivocan de verbo: el veganismo está de moda, que no es lo mismo que serlo, y la oportunista reacción de Burger King es una prueba más de ello. El veganismo está de moda porque en los últimos años se ha difundido con fuerza y rapidez, sobre todo entre la juventud (y antes entre las feministas). La publicidad es poesía mala, sí, en ambos sentidos del adjetivo; pero, en alguna medida, refleja los cambios sociales al intentar sacarles provecho.
«El veganismo está de moda, que no es lo mismo que serlo, y la oportunista reacción de Burger King es una prueba más de ello»
¿Por qué crees que somos reacios a dejar de comer carne? Podemos decir que ser carnívoros nos ha conducido a esta pandemia mundial.
El carnivorismo humano es la causa evidente de esta pandemia y de las demás catástrofes sanitarias recientes: la gripe aviar, el mal llamado «mal de las vacas locas» (los locos son los humanos que se comen a las vacas), la peste porcina… Pero los hábitos alimentarios están tan profundamente arraigados que tendemos a considerarlos naturales y cuesta mucho, no solo cambiarlos, sino tan siquiera analizarlos con objetividad. Un argumento que he oído cientos de veces a lo largo de mis sesenta años de militancia antiespecista ha sido: «Todo el mundo come carne, siempre se ha hecho y siempre se hará». Lo cual, además de inválido como argumento (serviría igualmente para justificar la guerra o el sexismo), es falso en todos sus términos: hay —y siempre lo ha habido— un sector de la población, aún minoritario pero significativo y en rápido aumento, que no come carne, y habrá que dejar de comerla se quiera o no, pues el carnivorismo humano no es sostenible.
¿Aprenderemos algo de esto?
Seguro que sí. La pregunta es si seremos consecuentes con lo aprendido.
Dices que en el imaginario colectivo la Covid-19 es un ser vivo, pues todos hablamos de la necesidad de matarlo. ¿Cómo cambia la percepción del virus en tanto en cuanto le damos esa categoría?
Entra a formar parte de lo que podríamos denominar genéricamente el mito del enemigo, tan útil para los poderes establecidos, sobre todo para los políticos de oficio y beneficio. El enemigo no es el virus, que ni siquiera es un ser vivo, sino los explotadores que han hecho posible su proliferación y transmisión. Explotadores de los animales humanos y no humanos, de los bosques y los mares, de los recursos naturales…
También nos hemos creído a pies juntillas que el amor es monógamo e insustituible. Planteas en el libro que esta es la mayor mentira piadosa con la que engañamos a nuestra soledad. ¿Por qué la educación carece tanto de valores?
En nuestro mundo-mercado, el objetivo prioritario de la educación no es formar personas conscientes y reflexivas, sino dóciles piezas de un sistema de relaciones de intercambio aberrante: la mal llamada «sociedad de consumo» (todas las sociedades se articulan alrededor de la producción y el consumo: la nuestra es la sociedad del despilfarro). Por eso hay una contradicción flagrante entre los valores teóricamente propugnados y el fomento de la competitividad a todos los niveles. Y el mito del amor se alimenta de esa contradicción, a la vez que la refuerza.
El imaginario Disney se basa en el arquetipo de la heroína buena y hermosa (y sumisa), cuya antítesis es la bruja fea y mala. Y de su relación con el príncipe ya ni hablamos… ¿Cómo sería la princesa Disney que tú crearías?
Para empezar, no sería princesa. Creo que es fundamental proponer a la juventud otros modelos de conducta y otro concepto de éxito, incluso de aventura. En mis libros infantiles (como ya he dicho, no estoy de acuerdo con la fórmula «literatura infantil») lo intento sistemáticamente, aunque no es fácil. Y creo que es especialmente importante cuestionar los roles de género. En uno de mis libros más valorados por cierta crítica y más denostados por otra, Calvina, no se sabe si la/el protagonista es niña o niño, y ella/él se niega a aclararlo cuando le preguntan. Creo que ese es un camino narrativo a explorar, y por eso lo he intentado seguir en algunos de mis libros.
«En uno de mis libros más valorados por cierta crítica y más denostados por otra, Calvina, no se sabe si la/el protagonista es niña o niño, y ella/él se niega a aclararlo cuando le preguntan»
Como haces en el libro, ¿necesitaríamos referentes más mainstream que nos mostraran otras realidades a los adultos?
Sin duda. Referentes marginales hay muchos y muy interesantes; pero la corriente principal de la cultura sigue anclada a una visión del mundo patriarcal y especista. Tú misma lo señalas en un artículo reciente en el que denuncias la interpretación machista de la maternidad en el arte.
¿Cómo podríamos empezar a cambiar nuestras relaciones con la naturaleza y los demás para tener una buena gestión de nuestras pulsiones básicas?
Creo que el primer paso es el autoanálisis, la crítica metódica de todo lo que damos por supuesto y consideramos natural. Es fundamental darse cuenta de que el éxito no consiste en tener sino en ser, y no en ser más que los demás, sino con los demás, que es la única manera de crecer. Incluyendo en «los demás» a todos los seres que sienten y padecen. El hambre, la libido y el miedo son las pulsiones básicas de todos los animales, incluidos los humanos, y no estamos gestionándolas bien. Tenemos que comer de otra manera, amar de otra manera y no dejarnos arrastrar por nuestros temores irracionales, sistemáticamente —sistémicamente— alimentados por los poderes establecidos.
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