Entrevistas

Isabel Muñoz: «Cuando estás fotografiando debajo del agua, no sabes si lo que estás viendo es el firmamento»

Isabel Muñoz. / Foto: Ximena y Sergio

Isabel Muñoz (Barcelona, 1951) es una de nuestras fotógrafas más reconocidas en todo el mundo y lleva media vida impactando con sus exposiciones, desde su debut en 1986 con Toques, en el Instituto Francés de Madrid. Su trabajo ha sido reconocido con el Premio Nacional de Fotografía, en 2016, la Medalla al Mérito de las Bellas Artes y dos de los prestigiosos premios World Press Photo, en 1999 y 2004. Se ha jugado el tipo en innumerables ocasiones sumergiéndose con su cámara en temas tan espinosos como las maras salvadoreñas, la yakuza japonesa o el célebre tren de la muerte mexicano. También ha explorado las tradiciones y los rituales en culturas tan diversas como las de Irán, Siria, Papúa Nueva Guinea o Bolivia. De la mano de oenegés y de reputados activistas internacionales, ha retratado a las minorías más desfavorecidas, como los pigmeos en Camerún, las mujeres y niñas de la República Democrática del Congo o la población transexual en Brasil. Es una especialista en la danza y las artes escénicas, con una obsesión en toda su obra hacia lo corpóreo y lo carnal.

Estos días, la Colección Roberto Polo. Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha (CORPO) acoge su exposición De dónde y a dónde, con dos videocreaciones ligadas a los temas en los que está volcando la mayor parte de sus últimos esfuerzos: la cultura japonesa, especialmente la ligada al butō, danza artística que surgió en aquel país tras el desastre nuclear de mediados del siglo pasado; y el agua, como elemento estético pero sobre todo como escenario de la emergencia climática que atravesamos y que nos sitúa frente a abismos existenciales. A sus 70 años, es difícil encontrar a Muñoz cruzada de brazos y, cuando me atiende, viene de trabajar en un intenso proyecto marino —como no podía ser de otra forma—, exultante y atropellada mientras cuenta su trabajo. Conserva e incluso aumenta su pasión por el arte fotográfico (y ahora también el vídeo) porque, según dice, no puede vivir de otra forma.

Muchas gracias por atendernos, porque me consta que está hasta arriba de trabajo.

Nada, nada, gracias a vosotros, es que acabo de llegar justo del Oceanogràfic de Valencia, donde he terminado un proyecto muy exigente físicamente. Pero estoy feliz, ¿sabes? Vamos, que no puede ser mejor momento, porque eres la segunda persona a la que se lo cuento.

Lo celebro y luego querré entrar en eso, pero en principio le quería preguntar por el proyecto para la exposición de la Colección Roberto Polo. ¿Cómo surgió la oportunidad de realizarlo y qué le atrajo de la propuesta?

Pues la verdad es que fue mágico. Yo había estado en la inauguración de CORPO y conocía algo el espacio. Pero de pronto cuando me llamó Rafael Sierra, su director artístico, y entramos en aquella sala… lo pienso ahora y se me pone la carne de gallina, porque en Toledo puedes ver lo que hemos vivido en distintos estratos, que es donde nos vamos reflejando y nos reflejaremos el día de mañana. Y realmente, a través de la arqueología, en Toledo te encuentras con toda la Historia de España. Pensar que ahí abajo se encuentra el lugar donde nació Alfonso X El Sabio es alucinante. Coincidió mi visita, además, con que se estaba montando una pieza sobre la ciudad como necrópolis dentro del propio espacio, de manera que queda a la vista, y me produjo tal impresión que, en aquel momento, decidí dejarlo todo y ponerme a trabajar en este proyecto. Fue un auténtico descubrimiento, y creo que a veces no nos damos cuenta de lo que tenemos, porque en este museo hay un tipo de arte contemporáneo que, si ha existido antes en España, se habrá visto poquísimo.

Claro, supongo que un espacio con tantísimo pasado como ese antiguo convento de Santa Fe le ha debido de inspirar enormemente.

Desde luego. Después de esa primera impresión fuimos al punto justo en que está situada la cripta, donde están enterrados todos los calatravos, y aquello ya fue… Me resultó fascinante porque la cripta tiene que ver estéticamente con aquella España sobria. Fue ahí cuando decidí conectarlo con el universo de Japón, en el que ahora estoy metida y cuya Historia me emociona mucho también, por distintos motivos. Desde muy pequeña, siendo niña, ya soñaba con la cultura japonesa. A principios de la década de 1990, hice una exposición allí e intenté fotografiar ese Japón secreto, que existe y que no es el de Lost In Translation o el de otras miradas a las que nos hemos acostumbrado. Y de pronto, gracias a una exposición comisariada por François Cheval para el festival internacional Kyotographie, se me abre esa puerta. He tenido que esperar 25 años para que se me abriese, porque era mujer y joven, por lo que me impidieron el acceso a ese mundo que tanto me había interesado en un principio, que era contar Japón a través de la danza butō.

Fotograma de una de las piezas de Isabel Muñoz para «De dónde y a dónde». / Imagen: CORPO

Nada menos que un cuarto de siglo llevaba esa idea en su cabeza, y ahora tenemos ocasión de ver parte de los resultados de aquella investigación en Toledo.

Te diré algo: yo nunca acepto un no por respuesta en los proyectos que me apasionan, siempre sigo luchando porque pienso que las cosas pueden cambiar, ya sea por el destino o por lo que quiera que sea. Sabía que algún día llegaría esta oportunidad y que poquito a poco me iban a ir abriendo esos jardines secretos, como yo los llamo; y me alegro de haber esperado porque mi visión de hace 25 años no era la que tengo ahora, por todo lo que la vida me ha enseñado. Así que lo que me planteo hoy es cómo quiero contar Japón, por eso para esta exposición decidí empezar por el principio de todo, la Creación, y trabajarla a través de su mitología, desde el agua (porque somos agua) y con bailarines de butō. Bueno, empecé pensando que eran bailarines, hasta que me di cuenta de que el butō había utilizado el baile pero en realidad era un movimiento sociopolítico que iniciaron figuras como Kazuo Ōno, Tatsumi Hijikata y Yukio Mishima, artistas e intelectuales de mitad del siglo XX.

¿Cómo ha sido el descubrimiento de ese universo tan particular y en principio ajeno, que forma parte indispensable de la cultura japonesa contemporánea?

Claro, a mí me pasaba como a ti, que lo veía como algo ajeno. La idea que nos hicimos, al menos en mi generación, en torno a ese momento histórico era una visión desde nuestro lado. Pero pensando lo que ellos tuvieron que vivir tras la II Guerra Mundial, fue un cambio muy drástico para un país que, hasta entonces, nunca había sido vencido. Tuvieron que aceptar que su emperador, que era un dios (porque allí son muy místicos), fuera suprimido. Y sobre todo, tuvieron que aceptar el dolor, durante muchos años, de ser testigos de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Es en ese momento cuando deciden empezar a bailar y romper todas las reglas. Bailaban desnudos, imagínate tú lo que suponía en un país tan tradicional, y con los cuerpos cubiertos de ceniza. Rompieron con todos los movimientos tradicionales del , que era una corriente escénica de estilo muy formal. En el butō se mostraba por primera vez la homosexualidad en un escenario. Incluso se atrevían a ponerle músicas occidentales a esas danzas, autores como Händel. Empezaron a canalizar todo el dolor de su pueblo bailando, con ideas muy presentes como la muerte y la vuelta al seno materno. Tuve la oportunidad de trabajar con el hijo de Kazuo Ōno [Yoshito Ōno] y realmente me he dado cuenta de que lo que estamos captando ahora, aunque es de una belleza tremenda, representa los últimos coletazos de este movimiento. Japón ahora ya no está viviendo esa realidad, y claro que se pueden volver a reinterpretar ciertas cosas, pero para mí eso ya es danza contemporánea.

Videoinstalación de Isabel Muñoz sobre el mito de la Creación. / Imagen: CORPO

Además de la danza, que ha abordado a menudo en países y estilos de lo más diversos, otro de los grandes intereses en su obra es el componente ritual, también muy presente en la cultura japonesa.

Es que si lo analizas, todos los que necesitamos expresar algo, me da igual el medio que se utilice, lo que contamos a lo largo de los años son nuestras obsesiones. Puedes cambiar la forma de contarlo, pero creo que la esencia de esos temas siempre está ahí. El aspecto ritual está muy presente en Japón, sin duda, pero también en la cultura española. De hecho, a medida que empecé a fotografiar esta temática, fui consciente de la fascinación que tiene el pueblo japonés por el pueblo español y viceversa. Según iba trabajando con los diferentes bailarines japoneses, de repente me vi metida en nuestra pintura, en el Siglo de Oro y en artistas como José de Ribera. Y es que, pensándolo bien, tenemos la misma forma de amar, solo que la demostramos de una forma distinta, por nuestras diferencias culturales. Ellos no pueden demostrar muchas de las cosas que nosotros tenemos la libertad de mostrar abiertamente.

En sus últimos proyectos Ai Futaki, una de las mayores buceadoras mundiales a pulmón, se ha convertido en su musa submarina y es una de las dos protagonistas de la primera videoinstalación en CORPO.

Yo iba buscando a Amaterasu, que es la diosa de la luz, pero la quería debajo del agua, y así hace cinco años conocí a esta especialista en apnea, Ai Futaki, que es uno de los regalos que me dio Japón. Ella, que tiene dos récords Guinness en esa modalidad de buceo libre, tiene una relación con el mundo marino que es alucinante. En cuanto se mete en el agua vienen los peces, los grandes mamíferos, a ella. Y luego en esta pieza también está Yun, otro bailarín de butō maravilloso. La música la hizo Jorge Santiago y se basa en una especie de letanías grabadas por monjes sintoístas en sánscrito, que tienen como fin traer la luz. La idea que hay detrás de todo esto es que cuando estás debajo del agua, tienes una gran sensación de ingravidez, y muchas veces no sabes si estás volando o si lo que estás viendo es el firmamento. ¿Qué somos? No somos nada. Es un paisaje muy ambiguo y muy etéreo que me interesa, y de ahí viene esa pieza que, de alguna forma, parece emerger de nuestra Historia, que está reflejada en la parte de abajo de este museo, como te decía. Empecé queriendo hablar de la luz para terminar con cierta oscuridad.

En la otra pieza de la exposición, tenemos el mito de Adán y Eva, o Eva y Adán, para el que ha querido prescindir de sus connotaciones de género.

Sí, esa pieza, que consta de tres pantallas e irá cambiando conforme a las cuatro estaciones del año, va muy conectada también a lo que estoy haciendo en mis últimos trabajos. Como la anterior, quería que durara siete minutos, por la idea mitológica de que el mundo se creó en siete días En los primeros meses se muestra el origen del mundo con Adán y Eva, pero vistos desde el momento que estamos viviendo hoy, ¿por qué tiene que ser Eva la única en dejarse tentar por la serpiente y comer el fruto prohibido? También para esta pieza contamos con dos bailarines, Megumi Hoshino y Daisuke San, y me ha gustado elegir cuerpos ambiguos para jugar también con una visión distinta a la del mito tradicional. En el último trimestre veremos qué pasa cuando esos cuerpos se juntan.

¿Tuvo claro desde el principio que sería una instalación de vídeo y no un proyecto fotográfico?

Cuando comienzo un proyecto, voy con una idea, y este era fotográfico en principio. Pero desde hace una serie de años, pienso también en ir elaborando piezas de vídeo, es como si ya no tuviera suficiente con la imagen fija. Cuando en 2019 me ofrecieron participar en un estand del diario El Mundo en ARCO, monté una instalación audiovisual específica para aquel espacio, titulada Cosmos, y con esto de CORPO el proceso fue el mismo. Hice mis fotos, quería hacer mis autómatas y quería hacer también piezas en vídeo. Así que, con la intención de plasmar esa idea de infinito, no ya de agujero negro sino de esa pregunta existencial sobre qué somos, las montamos tal y como se muestran ahora en Toledo. Ten en cuenta que son proyectos que produces tú, de alguna manera, algo que en realidad me gusta, porque no necesitas de un equipo como se puede necesitar para otro tipo de grabaciones. En esencia, he trabajado el vídeo como trabajo la fotografía, que es lo que conozco. Vas con tus ideas, tienes tus stories y obtienes ese material. Y en este caso, he ido montando la historia a través de lo que ese espacio expositivo me transmitía y lo que quería contar allí.

La guinda de esta muestra es lo que usted misma considera su Autorretrato, una fotografía inédita de una serie titulada Japón.

«Autorretrato» de Isabel Muñoz, de la serie «Japón». / Imagen: CORPO

Es una pieza grande de cristal, como se hacía al principio la fotografía, sobre pan de oro. Respeto a los compañeros que hacen autorretratos, yo solo he hecho dos y porque me los han pedido amigos. Pero he llegado a un punto de mi vida en que me apetece poder dejar algo como testimonio de que la vida te hace cambiar; algo más mío, de alguna manera, porque yo siempre he sido algo misteriosa y he preferido mostrar menos ese lado personal. En 2013 sufrí una caída mientras esquiaba, y en el momento del golpe tuve una visión en la que aparecía la médula partida por ese lado. Estaba en el suelo y recuerdo que decía «no me toquéis, no me toquéis», en medio de un dolor horrible, y realmente fue eso lo que pasó: me partí la columna en ese punto, afectó la médula y tuve la suerte de que me operó un médico maravilloso y pude andar. Cuando aquello pasó, quise hacer un autorretrato sobre un cuerpo bastante ambiguo, y le pedí a un bailarín de butō si no le importaba que yo pintara esa médula quebrada sobre su espalda. Vas a pensar que estoy loca, pero noté el rechazo de ese hombre mientras se la pintaba.

Supongo que sintió la violencia de lo que aquello representaba. Hablando de visiones, usted ha hablado de que ha alcanzado el «éxtasis» con este proyecto, que tiene ciertas alusiones espirituales. ¿Se considera una persona creyente?

Yo sí creo que hay algo, aunque sea un cierto tipo de energías. Para mí las que componen esta exposición son dos piezas importantes, que muestran ese universo en el que estoy inmersa y la preocupación, que viene de siempre, no solo sobre de dónde venimos y a dónde caminamos, sino qué le vamos a dejar a los jóvenes; a mi hijo y a mis nietos. A través del arte, creo en el poder del cambio y creo, también, que es una forma de dar voz a un mensaje tan crucial como el de que estamos a tiempo. Siempre estoy buscando nuevas formas de expresión y tener la oportunidad de hacer un proyecto como este, que existe gracias a la gente de CORPO y a todo mi equipo incluyendo a Esther Sánchez y Verónica Espiricueta (que ha montado el vídeo), ha sido maravilloso.

Ha mencionado el legado que vamos a dejar y en su carrera reciente hay un interés constante por el medioambiente. ¿En qué momento fijó la mirada en este asunto?

Cuando Yolanda García Villaluenga estaba rodando para Televisión Española el documental Angalia Mzungu [2016, sobre uno de los viajes de Muñoz al Congo], me empezó a comentar lo que estaba pasando con el plástico en el medioambiente. A partir de entonces comencé a trabajar sobre el cambio climático bajo el agua y a idear piezas como estas que hemos montado ahora, utilizando imágenes tomadas debajo del agua, donde los plásticos parecen casi medusas. Volviendo al tema que te comentaba de los estratos, el momento histórico que estamos viviendo desgraciadamente se conocerá, dentro de millones de años, como el siglo del plástico, un quinto elemento que no se degrada. Así que se puede decir que he encontrado el mar como un medio de expresión para hablar de todo lo que tiene que ver con mi preocupación por el futuro y el cambio climático.

De hecho, tiene en marcha varios proyectos presentes y futuros en torno al agua, no solo como elemento estético, sino sobre todo de concienciación medioambiental.

Exacto, por un lado hemos estado trabajando estos días en un proyecto para el Museo Lázaro Galdiano, que me encanta, que se va a mostrar ahora en PhotoEspaña y que ha encargado Acciona. Y luego también estamos preparando una exposición para el Día de los Océanos, el 8 de junio, en la Casa Mediterráneo de Alicante. Con esa idea hemos conseguido que viniera Ai Futaki desde Japón, que la verdad ha sido un milagro en la situación actual, gracias a Héctor Salvador, el director de este centro. Y hemos logrado también que el Oceanogràfic de Valencia se prestara a cedernos sus instalaciones para hacer un trabajo sobre el cambio climático en el que he querido involucrar, además de a Futaki, al equipo que allí trabaja y que tiene un amor muy especial por el mundo marino. Yo iba buscando las belugas, que tienen tres, y aunque finalmente no hemos podido hacer mamíferos, sí hemos aprendido de ellos para fotografiarlos cuando tengamos ocasión en mar abierto. El Oceanogràfic nos ha descubierto todo un mundo submarino que desconocemos por completo, acercándonos ese universo a través de los peces que lo habitan.

Cuerpos ambiguos y plástico son una constante en la obra reciente de Isabel Muñoz. / Imagen: CORPO

¿Qué nos puede contar del proyecto para el Museo Lázaro Galdiano?

Lo que vamos a hacer allí, que se llamará Somos agua, es una pieza inmersiva y generativa que constará de tres pantallas gigantes. La pantalla central plasmará la relación entre el ser humano, los peces y el mar, sobre todo para dar una visión de cómo era este último antes de que lo machacáramos. Había no una tortuga o un solo tiburón por cada tantos kilómetros cúbicos, sino muchos. Era una maravilla, y eso es lo que pretendemos reflejar. Vamos a usar los acetatos que se emplean en las platinotipias sobre las esquinas y paredes de la sala, para que ahí se vayan reflejando las partículas del agua y los peces sin seres humanos, dando esa sensación de paz y reforzada por la música de Valdelamor. A los lados se proyectarán imágenes que van a ir cambiando, y habrá una serie de cámaras que recogerán la concentración de público en esa sala para representar de forma visual los efectos de la presencia humana. La idea es que a medida que vamos siendo más, la huella en el medioambiente es mayor. De hecho, hemos consumido más plástico en lo que va de siglo XXI que en todo el siglo XX.

No debe de resultar fácil plasmar en imágenes una idea hasta cierto punto tan abstracta como la del cambio climático, pero usted suele recurrir a la presencia o, en este caso, ausencia del ser humano.

Fíjate que yo he llegado a la naturaleza, no tarde, pero digamos que cuando tenía que llegar. La empecé a explorar, hace unos años, a través de la relación entre hombres y simios, con los que guardamos muchas similitudes; y ahora he descubierto, me digan lo que me digan los científicos, que los peces te reconocen y son curiosos. Igual están imitando el movimiento, me da igual, pero ¿por qué tres de ellos se acercan hacia la zona donde estás con actitud de interactuar y jugar? Después de haber estado en Hokkaidō documentando el tema de los icebergs y el deshielo de los polos, Ai Futaki y yo teníamos el sueño de fotografiar belugas y mamíferos, pero claro, irte a Canadá, Groenlandia o el Mar Blanco requiere que alguien crea en ese proyecto y lo financie. Así que fuimos al Oceanogràfic buscando las belugas, pero lo que más me ha sorprendido es la tremenda labor de investigación que llevan a cabo los profesionales que allí trabajan. Nos han explicado cómo recuperan las especies que están en peligro de extinción, que son muchas, para criarlas desde que son pequeñas y devolverlas luego al mar. Además, hemos podido hablar con ellos sobre la necesidad de preservar el mar y el agua, las dos cosas. Al final, para mí es muy importante la parte humana.

¿Y qué hay del proyecto para Casa Mediterráneo?

Pues resulta curioso porque se ubica en una de las primeras estaciones de ferrocarril que se hicieron en España, la de Benalúa de Alicante, que tiene una cubierta de Eiffel a la que han puesto unas celosías de color azul, por lo que al entrar en ese espacio ya te da la sensación de estar bajo agua. Pero además a mí me gusta acudir al origen de los sitios en los que trabajo. No lo sabía hasta hace poco, pero la provincia de Alicante ha tenido una gran reputación como centro productor de textil. Así que en la parte que da a las vías, por donde entra mucho aire, vamos a situar unas telas, fabricadas con un algodón muy fino, que colgarán para dar un efecto similar al de esas grandes algas laminarias que van moviéndose dentro del agua. Y en la otra zona habrá una serie de imágenes de 2×3 metros, expuestas en las paredes.

La fotógrafa Isabel Muñoz (Barcelona, 1951). / foto: David López Espada

Tengo entendido que también tiene en mente un proyecto en torno al Mar Mediterráneo y las migraciones forzadas, otra de las grandes tragedias de nuestro tiempo.

Sí, tengo un proyecto sobre ese tema. En cuanto lo permita el covid, quiero hablar del mar Mediterráneo como cementerio de inocentes. Aunque ya he tratado el tema migratorio cuando trabajé en torno al tren de la muerte en México [también conocido como La Bestia], en el año 2006 y cuando aún era un tema tan desconocido, te das cuenta de que a fin de cuentas se trata del mismo problema, solo que intercambiando países. Todo ese sufrimiento sigue existiendo. Y en este asunto del Mediterráneo nos han mostrado lo que pasa desde arriba, pero lo que pasa abajo es tremendo. Tengo en mente también conectar ese proyecto con una historia muy bonita que nace en Siria y que es la de esos nadadores que llegan hasta Turquía a brazadas.

En los primeros meses de pandemia le ofrecieron colaborar en un reportaje para la revista Vogue sobre los héroes anónimos de esta crisis sanitaria: investigadores, médicos y enfermeros, bomberos…, y no sé si usted incluiría a los fotógrafos. De hecho, para muchos esta situación ha sido inspiradora en cierto modo, ¿no cree?

Yo creo que todos hemos aprendido mucho de ella. A mí me pilló precisamente trabajando en Japón y tuve el acierto de volver a España, porque me angustiaba mucho el no poder estar cerca de los míos. Luego, claro, llegas a tu casa y estás sola, ves todo lo que está pasando y el primer sentimiento es de impotencia. No trabajo para ningún periódico y no podía contar con ningún salvoconducto para trabajar. Así que, en pleno confinamiento y mientras otra gente se ponía a hacer mascarillas, yo empecé a publicar algunas de mis fotos, ya fuesen con un matiz esperanzador o sensual, en Instagram, fíjate. Era un gesto, al menos, pues me sentía mal por no poder hacer mucho más en aquella situación. Entonces tuve la suerte de que Vogue me hiciera ese encargo, fue en la primera quincena de abril, y la verdad es que no lo dudé. Claro que pasé miedo, porque en ese momento aún no sabíamos nada y, por mi edad, era un riesgo, pero el poder contar aquello y rendirles homenaje fue muy importante para mí. Valoré muchísimo la valentía de personas como el equipo de la UVI del Severo Ochoa, pero también de toda la gente que, de alguna manera, se jugó la vida para hacer posible aquel reportaje en un momento tan crítico. En aquellos días vi muchas cosas, había historias preciosas como las de los profesionales que daban sus móviles a los familiares para ayudarles a despedirse de sus seres queridos. Algunos contaban que se encontraban con esos pacientes con el móvil en la mano y que ya no…

En este mundo donde el ojo está tan insensibilizado, parece que de alguna forma volvimos a valorar el papel de la fotografía, como demuestra la imagen ganadora del World Press Photo 2021.

Esto nos ha demostrado que los seres humanos, y lo digo en general porque creo que fue un sentimiento universal, necesitamos amar al otro. Vivimos en sociedades muy individualistas, pero esta experiencia nos enseña, primero, a darnos cuenta de que no somos nada y, segundo, que necesitamos a los demás para sobrevivir. Saber que en una catástrofe como esta somos capaces de ser solidarios, creo que es algo que no debemos olvidar. También fui consciente de que a lo mejor es el momento de sacrificar un poco el mercado por el bien público y la sanidad. Sé que tenemos científicos estupendos que han tenido que irse fuera o se han visto obligados a dejar de investigar porque no había fondos suficientes. Creo que, al menos a nivel europeo, se ha de empezar a valorar más esa labor y permitir que seamos autosuficientes, que podamos tener nuestros recursos y nuestras vacunas. Una de las cosas que más me impresionó en aquel reportaje fue cuando fuimos al Severo Ochoa porque acababan de hacer la primera extubación de un paciente, y cuando felicitaba a una de las integrantes del equipo médico por la buena noticia, me dijo: «Mira, pues quiero que sepas que ya se están olvidando de todo esto». Yo creo en la memoria, y espero de verdad que esto nos sirva para que lo hagamos un poco mejor a partir de ahora.

No creo, en cualquier caso, que haya sido la ocasión en que usted haya corrido más riesgos o haya pasado más miedo. Ya me contaba antes lo de su accidente de esquí, pero además en su carrera ha tenido (al menos que yo sepa) otros dos accidentes graves.

Es que una vez recuperada de aquel accidente que te contaba antes, me fui a trabajar a Tailandia en octubre de 2016, porque llevaba varios años queriendo hacer el Festival Vegetariano de Phuket, y en una de aquellas procesiones me caí y volvió a rompérseme la columna por la vértebra de arriba. Reconocí el dolor de inmediato. Tuve que esperar diez días, con la suerte de que finalmente me pudieron trasladar en avión de vuelta. Fue justo antes de que se presentara el documental que te decía, el de Yolanda García Villaluenga, porque me acuerdo de que estaba tumbada en una camilla para hacer la presentación y luego volver, ¿sabes?

Vaya, pues me alegro de que se haya recuperado bien y que siga con tantos proyectos e ideas en ebullición.

Bueno, la verdad es que estos días he estado aguantando ¡ocho horas! bajo el agua, ¿eh?, que te lo digo yo. Estoy contenta porque han sido 15 días intensos, después de un mes y medio de enfermedad, y poderme ver allí y comprobar que el cuerpo responde, ha sido como un regalo. Yo es que no puedo vivir de otra forma.

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