«No me digas que no has leído la última novela de Javier Cercas», dice uno de los personajes de Independencia (Tusquets, 2021), la última novela de Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962). Se trata de la continuación del ciclo literario que inició con Terra Alta, Premio Planeta 2019, donde presentaba al personaje del mosso d’esquadra Melchor Marín en aquella comarca de Cataluña — comunidad de adopción del autor extremeño desde los 4 años—. Ahora vuelve en un nuevo relato que lo sitúa en medio de una espinosa investigación: la alcaldesa de Barcelona es chantajeada con un vídeo sexual. Un caso de sextorsión a través del que Cercas dibuja unos círculos de poder corruptos, cínicos y sin ningún escrúpulo, alimentados por la alta burguesía catalana.
Pese a representar una segunda parte de lo que probablemente se complete como una tetralogía, Independencia tiene autonomía narrativa. Sobre todo a través de la diégesis del citado policía, que debido al asesinato no resuelto de su madre, se muestra particularmente inflexible hacia la violencia de género y lleva su exaltado sentido de la justicia hasta las últimas, más sombrías, consecuencias. Con este libro el autor de Soldados de Salamina regresa, justo cuando se cumplen 20 años de aquel exitoso título, a su sello editorial de entonces para seguir indagando en las brechas entre ficción y realidad desde una perspectiva más lúdica, hasta cierto punto, pero donde el contexto político sigue siendo clave. El pasado siempre vuelve, bien lo sabe Melchor Marín.
Pregunta.- La literatura policiaca no es del gusto de Melchor, pues se parece demasiado a su vida. ¿Y tú, te consideras aficionado al género o influenciado en este ciclo de novelas?
Javier Cercas.- Borges decía que toda novela es un policiaco. Yo lo que digo es que todas mis novelas y todas las que me gustan, de algún modo, contienen un enigma y alguien que quiere descifrarlo. Y claro, esa es la esencia del género policiaco. En Terra Alta es más evidente porque aquí hay un policía que ha de investigar un caso, pero a mí me da igual. Para mí solo hay dos tipos de novelas, las buenas y las malas. Y no existen géneros mayores o menores, existen formas mayores o menores de usar los géneros. La comedia tiene a Shakespeare y a Molière, pero también tiene a un montón de escritores mediocres. En el policiaco podemos incluir desde Poe a Sciascia pasando por el propio Borges y tantos otros, pero también a un montón de mediocres. Una cosa sí me gusta de este género, y es su humildad, frente a tanta literatura pretenciosa. Creo en la humildad, en la vida y en la literatura. Pero la literatura pomposa es detestable y, que yo sepa, siempre mala.
P.- En este ciclo has abandonado el uso de la primera persona pero vuelves al juego metaliterario, en este caso con la referencia a la propia Terra Alta y al personaje de Javier Cercas. ¿Debemos concluir que eres «un liante de cojones», como se te califica en Independencia?
JC.- Para empezar es una forma de reírme de mí mismo. Porque si no eres capaz de reírte de ti mismo, no tienes derecho a reírte de nada. Hombre, si yo fuera un liante no diría que soy un liante. Por otro lado en el año 2025, que representa el presente de esta novela, Terra Alta ya existe y hay personajes que han leído esa novela. Me parecía inevitable, y también una forma de jugar con el lector. Me encanta la idea de que haya un personaje en una novela cuya historia ficticia leen otros personajes de esa novela. Me parece muy bonito, una forma de cuestionar nuestra propia existencia. Esto no es una saga al estilo Sherlock Holmes o Hércules Poirot, no van a ser las aventuras ni los casos de Melchor Marín. Es una novela en varias partes. A no ser que pase algo, pero no creo, será básicamente la historia de este personaje.
P.- En el centro de la trama tenemos a un policía que se debate entre la realidad de su trabajo y la ficción de las novelas. En tu caso ambas cuestiones son, en cierto modo, inseparables. ¿Empiezas a leer la prensa como material para tu ficción, de trasfondo tan contemporáneo, aunque sea de forma no consciente?
JC.- Es que la ficción pura no existe. Y si existiera, no solo no tendría el menor interés, sino que sería ininteligible. Hay quienes que me han preguntado si esto de mezclar ficción y realidad es legítimo; como si yo me lo hubiese inventado. La literatura siempre ha consistido en eso: en Homero, no sabemos lo que hay de ficción y de realidad. Es verdad que mis novelas anteriores a Terra Alta están mucho más pegadas a la realidad, desde Soldados de salamina hasta El monarca de las sombras [2017]. Ahora he empezado otro ciclo literario donde prescindo más abiertamente de la autobiografía y la mezcla de géneros, y vuelvo a una ficción más alejada de mi experiencia personal. En apariencia, el protagonista no tiene nada que ver conmigo aunque, como Flaubert, podría decir que «Melchor Marín soy yo». Porque en este personaje también hay cosas profundamente mías.
«La Barcelona que pinto en el libro es una degeneración de la actual, pero las cosas tardan mucho tiempo en mejorar y muy poco en empeorar»
P.- En cualquier caso, el arranque de este ciclo coincide con un hecho noticioso, los atentados de Cambrils, y no sé si eso te hace estar más permeable a la hora de introducir elementos de la actualidad en el relato.
JC.- No creas, no más que antes. A veces la actualidad se mete en lo que escribo, pero no estoy pendiente de ella. Los atentados de Cambrils no fueron el detonante de Terra Alta en absoluto. En un momento dado de la escritura, comprendí que Melchor Marín era el héroe desconocido que había abatido a los cuatro terroristas. Como no sabíamos quién es, y seguimos sin saberlo, era ideal. La oscuridad es ideal para un novelista. La oscuridad y la basura, con eso trabajamos. Pero no uso la actualidad como material. Por ejemplo, la Barcelona que aparece en Independencia es inventada, aunque parta de una realidad, igual que la alcaldesa o los tipos que controlan la vida política catalana en la novela, pese a que puedan tener rasgos reconocibles.
P.- En los agradecimiento finales vemos que has vuelto a recurrir a los Mossos y a diferentes cargos de los cuerpos y fuerzas del Estado.
JC.- Para que una mentira sea verosímil, tienes que informarte muy bien. Si no me informo bien de cómo actúa la policía en el caso de una extorsión, no voy a hacerle creer al lector esa historia. Si no me informo acerca de las criptomonedas, no voy a conseguir que el lector se crea una historia en la que juegan un cierto papel. Como te decía, mi intención no era escribir una novela policiaca, pero como dice el Francés [otro de los personajes que vuelve a aparecer en Independencia], la mitad de un libro la pone el autor y la otra mitad la pone el lector. Resultó que en un determinado momento me di cuenta de que el protagonista era un policía, y creo que a eso llegué porque los temas centrales de este ciclo de novelas son la justicia, la ley, la venganza. Un policía lidia a diario con estas cuestiones.
P.- Y la justicia aquí también tiene mucho que ver con los poderes reales del mundo actual; no solo el político, sino el financiero y lo que eso conlleva.
JC.- Sí, me gusta que se defina Independencia como un alegato contra la tiranía de los dueños del dinero, porque es verdad. Trato de describir cómo funcionan las élites enquistadas en el poder y cómo usan a la gente de papel higiénico. Esto ocurre en Barcelona desde luego, pero la novela podría ambientarse en cualquier otro sitio. Y sí, hay un retrato demoledor de esas élites y de su irresponsabilidad, su cinismo. Claro, la Barcelona que pinto en el libro es… bueno, no es tan distinta económicamente a la actual, pero políticamente sí, es peor que la de ahora. En cierto modo es una degeneración de la Barcelona actual, pero las cosas tardan mucho tiempo en mejorar y muy poco en empeorar. Hablo del Ayuntamiento, en concreto.
P.- No sé si entonces podemos considerar como una proyección el escenario que planteas en la novela, pero en cualquier caso para ti sí sería posible.
JC.- Sí, muy posible, y desde luego no es una novela política, pero tiene una lectura política, esto está clarísimo. Si me obligan a resumir el argumento, diría que es la historia de un hombre que busca de manera equivocada la independencia personal, es decir, económica; que probablemente es la única independencia más o menos posible. «Arrímate a los buenos», le dice su padre, que por cierto es lo que le dice la madre de Lázaro de Tormes cuando se va de casa. Y lo que en mi novela entiende el personaje de Ricky Ramírez es «arrímate a los ricos». Que a lo mejor era también lo que le estaba diciendo su padre, ¿eh? Y se arrima a las élites, que lo usan como les da la gana y luego lo tiran a la papelera. Eso es lo que ha ocurrido en Cataluña en los últimos años de manera inequívoca. Unas élites económicas muy poderosas, llegada la crisis de 2008, usaron a la gente como carne de cañón. La sacaron a la calle con la promesa del paraíso terrenal y luego se asustaron cuando vieron que la cosa se iba de madre, así que los abandonaron. Pero ahora es muy difícil tirar para atrás. Por lo demás, en la novela hay una camarilla que se ha hecho con el poder a través de un discurso xenófobo, pero ese discurso ya lo estamos viendo ahora mismo, y va a ir a más. La cuestión es quién lo va a difundir y cómo, porque ese discurso tiene un poder extraordinario desde que el mundo es mundo.
«En la novela hay una camarilla que se ha hecho con el poder a través de un discurso xenófobo, pero eso ya lo estamos viendo ahora mismo, y va a ir a más»
P.- En Terra Alta algunos lectores quisieron ver que lanzabas una propuesta de reconciliación a la sociedad catalana. En el caso de Independencia, ¿hasta qué punto has pensado en cómo iba a recibirse, si iba a escocer lo que escribías?
JC.- No, no me preocupa cómo va a ser recibido. Me gustaría que la novela gustase, por supuesto, pero desde el punto de vista político me da igual. Como decía antes, no son novelas esencialmente políticas, aunque esa lectura que comentas era completamente legítima. El título Independencia juega un poco a la provocación, a la ironía. Le he puesto ese título para que me pregunten por qué se lo he puesto. Por otro lado, me encantan los títulos polisémicos, ambiguos, equívocos. «Independencia» es una palabra con muchos sentidos: moral, económico, físico… pero aquí en los últimos años nos hemos acostumbrado a entenderla solo en sentido político. Todas las palabras bonitas se las han quedado los secesionistas: democracia, libertad, independencia. Todas. Y cuando conquistas el lenguaje, ya has conquistado la realidad. Creo que hay que reconquistar el lenguaje para reconquistar la realidad. Además, lo que ellos quieren es la separación, que no tiene nada que ver con la independencia. También te diré que si era legítimo leer Terra Alta como una propuesta de reconciliación, aquí no lo es. Esta es una novela mucho más violenta y más furiosa.
P.- De hecho, iba a preguntarte cómo sienta ponerse del lado afectivo de Melchor Marín, en cierto modo. Aunque luche contra realidades tan execrables como la violencia de género, tu protagonista es en esencia un justiciero.
JC.- Lo que yo quiero como escritor, a cambio del placer que intento proporcionarle al lector, es colocarle en una situación moralmente incómoda, desasosegante. Quisiera que se pregunte a sí mismo acerca de la legitimidad de la venganza. La ficción es capaz de colocarnos en lugares sospechosísimos, de hacer que nos compadezcamos de un asesino como Michael Corleone cuando muere su hija. Pese a todo estamos con él, empatizamos con él completamente. Lo hacemos con otros asesinos como Ricardo III o Raskólnikov. «La ficción es el lugar del mal», decía Georges Bataille, el lugar donde tiene cabida todo aquello que en la vida nos destruiría. Todos llevamos dentro furia, dolor, ansias de venganza. «Apetencia de muerte», como escribe Lorca en un verso maravilloso. Ese es el carburante de la literatura, y por eso estoy seguro de que la literatura es útil, siempre y cuando no se proponga serlo. En el momento en que pretende ser útil, se convierte en propaganda o pedagogía; deja de ser útil y deja de ser literatura.
P.- A mí la historia de Melchor Marín me recuerda, supongo que por el trasfondo político cercano y esa negrura, a los antihéroes de Urbizu que ha encarnado en alguna ocasión José Coronado en sus thrillers. ¿Reconoces cierta influencia del cine en algunos pasajes del libro?
JC.- Soy un cinéfilo empedernido, y además ahora veo series también, pero nunca pienso en películas cuando escribo. ¿Que han influido sobre mí? Puede ser. Es obvio que el western lo ha hecho. Yo me eduqué de chaval viendo películas del oeste. Si ahora me preguntas por mi director favorito, es John Ford. Y si me preguntas por mis diez películas preferidas, a lo mejor cinco son westerns. Borges decía que la novela del siglo XX proscribió la épica, la apartó, y la épica se refugió en Hollywood. Ahí hay mucha verdad. Me crié leyendo novelas de aventuras, como las que el protagonista lee a su hija —Miguel Strogoff, Los hijos del capitán Grant…—, y viendo westerns. Eso ha dejado en mí una huella, seguro. En realidad, mi máxima aspiración es escribir novelas de aventuras, y el thriller tiene algo de novela de aventuras, en el fondo.
P.- Otro de los asuntos de actualidad que figuran en tu novela tiene que ver con la violencia sexual, con pasajes bastante explícitos que recuerdan a casos recientes; creo que les vendrán a la cabeza a todos los lectores. ¿Cómo ha sido enfrentarte a la narración de ese tipo de escenas?
JC.- Discúlpame, pero es que eso no es algo que nos hayamos inventado ahora. Este tipo de manadas ha existido siempre. Lo que pasa es que ahora se les denuncia, y antes no. Es otro de los temas, la violencia contra las mujeres, que es una constante en Terra Alta, y quisiera decir algo al respecto: Melchor Marín no es un ideólogo. No hace lo que hace porque esté de acuerdo con el movimiento Me Too ni nada parecido. Tampoco yo introduzco el tema de forma consciente. Esto surge, como tantas cosas en la elaboración de una novela, de manera irracional. Pero, de nuevo, es lo bueno de la ficción, eso que sale de «la parte maldita», que lo llamaba Bataille, de esa zona oscura que no controlas. En el caso de Melchor, la reacción nace de su propia experiencia vital, así de fácil. La violencia contra las mujeres es algo salvaje. Siempre ha sido así, para incredulidad de muchos. La mitad de la humanidad ha estado machacando a la otra mitad, y esa brutalidad está en la novela, porque la realidad es brutal. ¿Me ha costado escribir esos pasajes? Bueno, no sé qué decirte. Quizá no más que otras cosas.
«Si Terra Alta podía leerse como una propuesta de reconciliación, Independencia es una novela mucho más violenta y más furiosa»
P.- Aparece también en Independencia la cultura del pelotazo, que hoy día parece asociarse a ciertos emprendedores en negocios como la paquetería, las apuestas online o las bitcoins. En este caso el fracaso repetido, y no solo el éxito, genera obsesión por el dinero.
JC.- Sobre todo el fracaso, diría yo. Quien dice que el dinero no es importante, es porque le sobra. Y quien se obsesiona por el dinero, acaba siendo un enfermo, como aquí sucede con el personaje de Ricky Ramírez. Esa idea venenosa de la codicia genera muchas víctimas. La cultura del pelotazo no es algo de los 80, forma parte del capitalismo, de nuestra sociedad. La gente que se quiere enriquecer de manera inescrupulosa y desaprensiva… eso es lo que somos. El ser humano es una bestia salvaje, y la civilización consiste en poder dominarla. Y uno de los instrumentos para hacerlo es la literatura, porque tiene donde colocar a la bestia; en los libros, no en la vida. No hace falta ir por ahí quemando contenedores; eso son rabietas. La revolución está en la literatura.
P.- En esta novela, un político opina que «no hay nada peor que un periodista».
JC.- Sí, y luego añade: «salvo un político». En mi opinión, no hay nada peor, más tóxico, que un mal periodista ni nada mejor, más necesario, que un buen periodista. Sobre todo hoy en día. También dice ese personaje que «dar una entrevista es como abrirte de patas: el periodista hace contigo lo que quiere», ¡y eso es verdad! He dado muchas entrevistas y sé que cuando el periodista es inteligente yo salgo inteligente y cuando el periodista es tonto, salgo tonto [ríe]. Cualquiera que las haya dado sabe que es así, forma parte del género.
P.- Espero que en esta salga bien.
JC.- Saldré fantásticamente bien.
P.- ¿Has seguido con interés el juicio sobre los atentados de Barcelona y Cambrils?
JC.- Lo he seguido distraídamente.
P.- ¿Y las elecciones catalanas?
JC.- Sí, claro, las he seguido. ¿Y qué opino? Pues que estamos más o menos donde estábamos, no ha variado mucho el escenario. Romper una sociedad es muy fácil, volverla a unir es muy complicado.
«No hace falta ir por ahí quemando contenedores; eso son rabietas. La revolución está en la literatura»
P.- Has comparado el 1-O con el asalto al Capitolio.
JC.- Sí, tienen que ver, el asalto al Capitolio es un atentado a la democracia en nombre de la democracia. Porque los que iban allí, y esto la gente no lo entiende en España, creían que estaban salvando la democracia. Estaban convencidos de que se la estaban robando y de que había que preservarla. El Procès, en este sentido, y sobre todo algunos episodios concretos como el referéndum fraudulento de 2017, es algo muy parecido. La gente que se enfrentó a la policía creía que estaban defendiendo la democracia, pero en realidad la estaban agrediendo. El Procès se parece más al asalto del Capitolio que al asalto del 23-F. Aquellos golpistas iban contra la democracia explícitamente, mientras que Trump y el Procès iban supuestamente a favor de la democracia. Así son los golpes posmodernos en las democracias occidentales: ya no hay tanques en la calle y militares, ahora son organizados desde el poder.
P.- También se ha comparado lo del Capitolio con el 15-M.
JC.- No veo qué tiene que ver con el 15-M, la verdad. Si me lo explican… No veo ninguna relación, porque el 15-M no estuvo dirigido desde el poder ni apoyaba al Gobierno. El asalto al Capitolio sí.
P.- Vamos concluyendo y no puedo evitar preguntártelo, porque además el protagonista de Independencia es jurado en un premio literario. ¿El Planeta te ha cambiado la vida, aunque sea un poco?
JC.- No, en absoluto. Yo ya tenía lectores antes, y el Planeta… A mí lo que me ha cambiado la vida es escribir Terra Alta, eso sí. Ahí he empezado una especie de nueva vida literaria, que tiene mucho que ver con la anterior, pero que es otra. He empezado citando a Borges y voy a acabar citándolo. Él dice que va como huyendo de sí mismo, que su vida es una fuga hacia adelante. Pues la mía también, literariamente. No quiero conformarme con lo que soy ni con lo que escribo. Quiero decir cosas nuevas, encontrar zonas de mí mismo que no conocía, descubrir otras versiones de mí que ignoraba. El Premio Planeta lo agradezco mucho, por supuesto, y permite llegar a lectores a los que de otro modo no llegaría, lo cual es maravilloso. Lo mejor que le puede pasar a la literatura es que sea popular, que le diga cosas relevantes a la gente. Nuestro estúpido tiempo nos ha acostumbrado a pensar que la buena literatura es solo la minoritaria, la de catacumbas. Es una falsedad total. Hay una novela, el Quijote, que no está nada mal y fue un bestseller en su época ,y Shakespeare era un escritor popularísimo. El Planeta tiene eso, que es formidable por ser un premio realmente popular.
Pingback: ¿Por qué tan serios? - Jot Down Cultural Magazine
Pingback: Jesús Carrasco, ganador del XVII Premio Dulce Chacón de Narrativa - Revista Mercurio
Pingback: Ferlosiana: perfil literario e intelectual de Rafael Sánchez Ferlosio (1) - Jot Down Cultural Magazine
Pingback: Ferlosiana: perfil literario e intelectual de Rafael Sánchez Ferlosio (1) – Jot Down Cultural Magazine – Conavegación | Blogosfera