El periodismo ha cambiado mucho, quizá definitivamente, desde que Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 7 de agosto de 1897 – Londres, 4 de mayo de 1944) lo ejerciera, primero como redactor y más tarde como director de diversas publicaciones. Tal vez por eso se mira con fascinación aquella época en que la prensa, de la que había mucha y muy buena, lograba hacerse leer. Unas décadas en las que no solo se adoptaba estilo en la escritura, sino que las palabras podían ejercer una influencia y hasta un efecto real sobre las vidas de las personas.
Esa fe es la que muchos han encontrado en las páginas de Chaves Nogales, cuyos textos han sido tan reivindicados en las últimas décadas y han ganado tantos adeptos a su causa. La más reciente y ejemplar prueba es la edición de su Obra completa (1915-1944) que lanza este lunes 16 de noviembre Libros del Asteroide, comandada por Ignacio F. Garmendia, quien no obstante insiste mucho en lo que de colectivo tiene este último rescate de la figura y la obra del escritor sevillano. En cualquier caso, la que aquí ha dirigido es una misión colosal y encomiable cuyos frutos se han materializado en estos cinco volúmenes, que recopilan todos los textos por él firmados de los que se tiene noticia hasta la fecha, incluyendo una considerable colección de inéditos.
Un argumento más para alimentar el chavesnogalismo y también para profundizar en lo que Garmendia considera una edad de oro del periodismo en España, dado que todos sus escritos fueron publicados en prensa y, lo que es más relevante, concebidos con ese fin. “Es una etapa dorada no solo porque escritores como Unamuno, Ortega, Azorín y Baroja publicaban en diarios con asiduidad, sino también porque los propios periodistas, y no solo los famosos, eran grandes firmas. Es un auténtico placer recorrer los periódicos de la época y descubrir a esos autores de menos relumbrón, pero que merecerían también una recuperación de su obra. Figuras como las de Julio Camba o Josep Pla nunca han dejado de estar muy bien consideradas, pero se echan en falta ediciones de la obra de los Gaziel, Álvarez del Vayo, González Ruano, Paulino Masip y otros cronistas de primerísima calidad”. El editor, también periodista cultural, dice acogerse a la autoridad de Xavier Pericay, que ha estudiado el tema con el detenimiento que merece: “No podemos pensar que el talento de Chaves brilló en un páramo, sino que le debe mucho a ese momento”.
Hasta ahora, la recopilación más exhaustiva de sus escritos, emprendida por su gran valedora María Isabel Cintas, aislaba la producción periodística de la narrativa. Eran ediciones agotadas desde hacía bastante tiempo, por lo que su obra estaba necesitada de una nueva compilación y, sobre todo, de una ordenación diferente. “La de Cintas distorsionaba bastante la fecha de composición de los textos”, explica Garmendia. Aquí se ha optado por una división cronológica, acogida a las distintas etapas del autor, que además pueden delimitarse por su colaboración en publicaciones diversas: la de El Liberal y El Noticiero de Sevilla, “muy puramente local”, la del Heraldo de Madrid, la del diario Ahora y la revista Estampa; y los dos exilios, primero en Francia y luego en Inglaterra.
“Creo que así se ve muchísimo mejor la evolución del autor, pero además es que la diferenciación entre narrativa y periodismo me parece problemática en muchos aspectos. Y más en autores claramente híbridos y fronterizos como Chaves; él siempre hizo literatura, incluso cuando se dedicó a la información. Medio en broma digo que deslindar todo eso que se llama faction o no ficción me parece un ejercicio de profesores universitarios al que yo, desde luego, no soy aficionado. Entiendo que los lectores se acercan a Chaves por el encanto de su escritura y por su lucidez crítica en todos los órdenes, no para saber si una cosa es un reportaje o una crónica”, concluye el editor. En cualquier caso, es la primera vez que se reúne su obra completa en una sola edición, una labor que “ha supuesto un esfuerzo absolutamente brutal” pero que, al cotejar con los originales y no las transcripciones de Cintas, ha hallado un inesperado premio extra.
Ignacio F. Garmendia, editor: «No podemos pensar que el talento de Chaves brilló en un páramo, sino que le debe mucho a esa edad de oro del periodismo»
No era la idea inicial, pero en el curso de la edición y gracias a la ayuda de Rocío López-Palanco, Garmendia pudo localizar un total de 68 inéditos, que la han completado. Entre ellos destacan algunos cuentos y artículos de juventud, sus textos para la revista La Ciudad Lineal —donde Chaves Nogales vivió un tiempo— o las nuevas crónicas en torno a los años 29-30 en que ejercía la corresponsalía parisina, y a la que volvería más tarde como exiliado. “Hay algunas verdaderamente espléndidas, como la titulada El ansia de paz”, resalta el editor. Pero la gran joya son las 36 crónicas de la drôle de guerre, que documentan un periodo muy poco explorado de su carrera, el que medió entre su salida de España y los inicios de la II Guerra Mundial. “Estos textos preceden a la publicación del que para mí es el gran libro de Chaves (si es que se puede elegir, porque desde el tercero todos me parecen obras maestras), La agonía de Francia. No soy el único que lo piensa, es un libro excepcional por su denuncia tan clara y contundente en unos momentos en que la democracia estaba muy desprestigiada”.
La grandeza del historiador
El posicionamiento de Chaves Nogales, más allá de las ideologías que todo lo cubrían en su época, quedó también expresado en el ya célebre prólogo de A sangre y fuego, donde escribe que no le interesa la Guerra Civil porque, gane quien gane, conducirá sin remedio a una dictadura comunista o fascista. El también escritor Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, 1953), que firma otro prólogo, uno de los dos que incluye la edición de Libros del Asteroide, fue uno de los pioneros en la reivindicación de su obra: “Su visión de los hechos me conmocionó. Estábamos acostumbrados a montañas de papeles y libros sobre la guerra grumosos y, a menudo, patéticos”, comenta en conversación con Mercurio quien, hace un cuarto de siglo, sacudió a la platea cultural con el tomo Las armas y las letras, todo un tratado ya de culto que ponía en solfa el relato clásico sobre la Guerra Civil, y de relieve a aquellos autores españoles que nunca estuvieron cómodos en los extremos donde se pretendía ubicar todo. En este sentido, cuenta Trapiello, sí estuvo solo Chaves Nogales. “Mientras la mayoría de sus colegas se pusieron durante la guerra al servicio de la propaganda y después al de la mentira, negando lo evidente o afirmando lo falso, Chaves se mantuvo a la intemperie y sin aliados. Lo primero que hicieron desde uno y otro bando fue suprimirle de la historia: él era el testimonio clamorosoro de que se podía ser ecuánime y valiente, denunciar los crímenes de una y otra facción”.
Esa excepcionalidad ha provocado que el escritor leonés sea parte activa en la restitución de su figura, como demostró hace un año acudiendo al homenaje que le rindieron sus descendientes a Chaves Nogales en Londres, ante una tumbra sin nombre. “Hannah Arendt habla de «la grandeza del historiador», de quien destaca la ecuanimidad, la sencillez y la humildad. Esa grandeza, nos dice Arendt, solo se alcanza después de la muerte. En cierto modo un periodista es un historiador en tiempo real, y esa forma de narrar los hechos nos confunde a casi todos, nos nubla el juicio y nos hace errar por precipitación, interés, vanidad o incluso por alguna noble causa. Lo excepcional de Chaves es verle mantener su ánimo y su juicio sin contaminaciones”. Esa clarividencia que señala Trapiello se muestra con especial nitidez en esas primeras páginas de A sangre y fuego que le cambiaron la vida, al menos de escritor; un discurso que admira “sobre todo por no dejarse engañar por ninguna de las circunstancias que engañaron a tantos de sus colegas y contemporáneros, que obraron conforme a su ideología, su miedo, su estupidez. Reconocer los hechos es parte de la ecuanimidad, aceptarlos solo es posible si se es humilde, y la sencillez de exposición es consecuencia de las otras dos virtudes”. Ahí también emerge la fuerza de un estilo nada artificioso, pero que cala: “Suele ser retórico el que no sabe de lo que habla, el necio o el que miente. Eso es lo que llama la atención de Chaves, no solo en sus escritos de guerra, sino hasta en el menor de ellos. Digamos que si los muros maestros son esos, tú puedes poner luego los tabiques donde te dé la gana: en la biografía de un torero, en una revuelta campesina o en la entrevista a un jerarca nazi”.
Andrés Trapiello: «Mientras la mayoría de sus colegas se ponían al servicio de la propaganda y después la mentira, Chaves se mantuvo a la intemperie y sin aliados»
La figura del Chaves Nogales periodista nunca excede los hechos que cuenta, pero ese conflicto —por así nombrarlo— entre lo informativo y lo creativo sí se presenta en libros como El maestro Juan Martínez, Los secretos de la defensa de Madrid y el citado A sangre y fuego. ¿Cómo diablos lo hizo el escritor sevillano para mantener la honestidad narrativa en todo lo que publicaba? “En esos libros, en el de Belmonte o en sus reportajes aéreos, más importante que la verdad de los hechos es la verdad literaria”, sentencia Trapiello. “El lector admite que aquello que se le cuente podrá no ser literal, pero sí verdadero, y eso le vale. Por otro lado Chaves es de la estirpe de Stendhal, que decía «cuando invento, me aburro». No le hace falta mentir ni ficcionar para hacer literatura. Comprende que la realidad es lo bastante compleja como para que admita muchas interpretaciones del lector, sin que él, el autor, falte a la verdad. Eso, 75 años después de su muerte, es lo que encuentran sumamente atractivo los lectores actuales, a los que los escritores de hoy mienten de mil maneras a cuenta de etiquetas como la de «novelas de no ficción». ¿Alguien ha visto torear a Belmonte? Lo único que quedará del torero será ese libro como puntal de su leyenda”.
El autor consabido
Un segundo prólogo a esta Obra completa (1915-1944) lo firma otro de sus acérrimos defensores, el también escritor y periodista Antonio Muñoz Molina, quien sí ubica su estilo en los terrenos de la no ficción; pero la clásica, de autores como George Orwell, Vasily Grossman, Albert Camus o Joseph Roth. El autor jienense, que alguna vez ha declarado aquello de “todos somos militantes de Chaves Nogales”, destaca en este preludio a la edición de Libros del Asteroide sus valores basados en el laicismo, la escuela y la cultura popular, pero también provenientes de un “provincianismo ignorante”. Por este motivo, Muñoz Molina valora aún más la universalidad y el humanismo cosmopolita de Chaves, incluso cuando andaba huyendo, a la carrera y en los tiempos del sálvese quien pueda. “Chaves Nogales intuyó muy pronto que muchos de los asuntos cruciales que estaban debatiéndose en Europa tenían resonancias dentro de nuestro país, y podían ofrecer explicaciones y también remedios”, escribe, y ese carácter visionario lo deduce también de su capacidad, tan moderna, de contar la historia a través del retrato individual de las vidas anónimas. Se adelantó a su tiempo también al poner el foco sobre los apátridas, los expulsados, los refugiados. El mundo de hoy está contenido en sus textos.
Por eso cuesta creer que uno de los periodistas más populares y prestigiosos de su época cayera luego en el más absoluto de los olvidos, pero el motivo esencial ya se ha apuntado: ese doble juicio —desde ambos frentes— a su posición política también supuso su cancelación (por decirlo en términos actuales) durante décadas. De ahí que la nota a esta necesaria edición de Ignacio F. Garmendia para Libros del Asteroide comience calificando el de Manuel Chaves Nogales como “el rescate más espectacular de la reciente historia de la literatura española, una verdadera resurrección cuyo mejor exponente es el hecho de que comienzan a oírse voces que dan su obra por consabida”. Para el editor, este hecho es prueba fehaciente de “cuándo un autor es de verdad aceptado en el canon de la crítica, por un lado, y en las predilecciones de los lectores, por otro; cuando se sabe y se ha hablado tanto sobre sus argumentos que no parece necesario leerlo, como nos pasa con clásicos de la altura de El Quijote”.
Antonio Muñoz Molina «Chaves Nogales intuyó pronto que muchos de los asuntos cruciales que se debatían en Europa tenían resonancias en nuestro país»
Pero el segundo relato de este rescate no es menos interesante, y se centra en el propio proceso de recuperación de su obra y en quienes han intervenido en él, “una de las tareas colectivas que han salido de una forma más exitosa, implicando el redescubrimiento completo de un autor que prácticamente no existía hasta la consideración actual de la que disfruta”, comenta. En ese proceso, Garmendia reconoce a una amplísima nómina de investigadores y colaboradores que le han servido de ayuda e inspiración, pero hace mención especial a una figura que por lo común ha quedado en segundo plano: la escritora y periodista Josefina Carabias fue la primera persona que llamó la atención sobre el olvido de Chaves Nogales en el epílogo del Belmonte, titulado Lo que fue de aquellos dos hombres, que data de 1968 nada menos. “Me parece que ese epílogo, precioso por otra parte, daba todas las pistas que hacían falta para proceder a su rescate, que hasta cierto punto se ha demorado incluso demasiado”. Pero ya ha llegado, y aunque Chaves Nogales es un autor muy citado hoy en día, siempre podrá ser más leído. Ya lo dejó dicho la propia Josefina Carabias, en un aforismo que todos los que nos dedicamos, mal que bien, a algo de esto podríamos ostentar como leitmotiv: “Escribir es una cosa muy fácil, lo difícil es hacerse leer”.
Obra completa Manuel Chaves Nogales Edición de Ignacio F. Garmendia Prólogos de Antonio Muñoz Molina y Andrés Trapiello Libros del Asteroide (en coedición con Diputación de Sevilla) 3.664 páginas (estuche con cinco volúmenes) 99,95 euros |
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Aunque el artículo es de 2020, acabo de leerlo. En lo referente a mi trabajo no puede ser más tendencioso, desleal y contrario a la verdad. Y lo mismo diría para la atención desmedida al trabajo de otros. Es penoso y lamentable que esto ocurra. Y que lo hagan los que deberían ser defensores de la verdad es muy desconsolador. Sería interesante, quizá imprescindible, acudir a la bibliografía de unos y otros para cotejar datos.
En lo referente a mi trabajo encuentro que el artículo adolece de una información algo más profunda acerca de él. Encuentro interesante acudir a la bibliografía sobre Chaves Nogales.
He caído aquí cuando buscaba la noticia que daba cuenta de un homenaje a Chaves por el éxito de su Juan Belmonte: Julio Camba estaba allí.
El «entorno Chaves» me resulta muy peculiar, muy opaco, lo repito.
De Andrés Trapiello, que acumula méritos que no dudo le puedan corresponder, William Chislett escribió en «Manuel Chaves Nogales: un filón inagotable», una columna suya de El Imparcial de finales de mayo de 2013, que… «Además, no es cierto que Andrés Trapiello, prologuista de la nueva edición de A sangre y fuego, fue como se dice en la contraportada “el primero en señalar la verdadera importancia de esta obra” en su libro, Las armas y las letras publicado en 1994, un año después de la primera edición de la Obra Narrativa de Chaves Nogales publicada por la Diputación de Sevilla a cargo de Cintas…». Y aporta todos los detalles que sostienen su aserto.
Que yo sepa, la atribucción del mérito a Trapiello prosigue, pero Andrés debería dejar esa cuestión perfectamente nítida y despejar toda suerte de dudas acerca de méritos de mala ley.
En cuanto al fallo del 1er premio periodístico Chaves Nogales, concedido en diciembre pasado, el desatino es mayúsculo, y a las pruebas que aporto, me remito (entradas 143-1; 2; 3; y 4 de https://convozqueda.blogspot.com/)
Finalmente, del episodio de la evacuación de Chaves Nogales al UK, he desvelado datos inéditos que muestran su transcurso (entradas 139-1; 2; y 3 del mismo blog).
El «entorno Chaves» tiene noticia sobrada de todo ello; lo puedo acreditar.
¿Han tenido difusión alguna esas aportaciones? O, sensu contario, ¿alguno de Uds. tiene noticia de ello?
Chaves Nogales esta lejos de merecer un velo de opacidad en torno de lo que acontece en su derredor: la opacidad no es la mejor evidencia de limpieza de espíritu y honestidad intelectual, pero es lo que hoy por hoy, hay, en mi opinión.
Fernando Caro.
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