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José Montalbán Saiz: el cine que ni pintado

La muerte de uno de los maestros del cartelismo cinematográfico en nuestro país nos lleva a repasar su obra, arte sublime al servicio de los géneros más minoritarios. Coincide en el tiempo el reciente homenaje del Festival de Sitges al italiano Renato Casaro, pincel legendario y ejemplar frente a los actuales «frikis del Photoshop»

En algún momento de la historia del cine, los carteles eran los que mayormente podían atraer público a las salas. Hablamos de cuando la gente se planteaba ir al cine, claro. Pero incluso hoy y más allá de esos tráileres que todo lo destripan, las carátulas de los títulos exhibidos, también en las plataformas digitales, pueden llegar a decidirnos por uno u otro. Hay pósteres preciosos, pero poco o nada sabemos acerca de sus autores. Lo que hemos sabido esta semana es que nos ha dejado uno de los más importantes y prolíficos en España, el manchego José Montalbán Saiz, cuando estaba a punto de cumplir los 95 años.

Pintor y dibujante autodidacta, su trayectoria en el cartelismo cinematográfico se inició en los años 50 en el taller creativo de otro de los maestros de este género en nuestro país, Francisco Fernández Zarza Jano (1922-1992). Junto a él y al también legendario Macario Gómez Mac (1926-2018), Montalbán formó durante décadas el triunvirato del cartelismo de cine español. Sobre todo en aquellos años de posguerra, antes de que la fotografía, y más tarde el diseño digital, se impusieran sobre las técnicas pictóricas. En la obra de estos artistas, de los que posteriormente han sido herederos otros reputados cartelistas como los cineastas Iván Zulueta o Carlos Vermut, todo era cuestión de perspectiva, composición, color y rotulación. Nada más.

Con Jano y Mac, Montalbán formó durante décadas el triunvirato del cartel de cine, antes de que la fotografía y el diseño se impusieran sobre las técnicas pictóricas

De ahí el encanto de algunas de sus obras más emblemáticas, como las realizadas para las películas españolas ¿Dónde vas Alfonso XII? (1959), la obra cumbre del cine negro El expreso de Andalucía (1956) y la singularísima Mi querida señorita (1972) de Jaime de Arminán, entre los cientos que se recuerdan y de los que Filmoteca Española conserva más de 240 muestras. O, en el caso de las internacionales, clásicos como El hombre tranquilo (1952) de John Ford y Dulce pájaro de juventud (1962) de Richard Brooks. Pero es en el cine de género donde encontramos algunos de sus trabajos más impactantes, desde la mexicana Santo contra los jinetes del terror (1970) a las españolas El gran amor del conde Drácula (1972) —con Paul Naschy— y Las garras de Lorelei (1974), pasando por el que dicen que era su favorito, dedicado a El cepo (1982).

Los responsables del Festival de Sitges han añadido a estos títulos los carteles consagrados a las películas españolas Pánico en el Transiberiano (1972), una cinta muy loca protagonizada nada menos que por Christopher Lee y Peter Cushing, y El buque maldito (1974), tercera entrega de una tetralogía de terror-serie B dirigida por Amando de Ossorio —uno de los padres del fantaterror nacional—, destacando a Montalbán como «el último de una extraordinaria, e inigualable, generación de artistas del pincel y las acuarelas en el séptimo arte, junto a Mac y Jano».

L’ultimo uomo que dipinse il cinema («el último pintor de películas») es precisamente el título de un documental proyectado en la pasada edición de Sitges, con el que se rendía homenaje a toda una leyenda viva del cartelismo cinematográfico, el italiano Renato Casaro. El largometraje, dirigido por Walter Bencini, habla de su temprana afición por los pósteres de cine, su búsqueda de un estilo propio con referentes tan sólidos como Norman Rockwell y su salto internacional de la mano del megaproductor Dino de Laurentiis: Flash Gordon (1980), Conan el bárbaro (1982), Dune (1984), Las aventuras del barón Münchausen (1988) o El ejército de las tinieblas (1992) se cuentan entre sus obras magnas del fantástico, donde demostró su innovadora mano con el pincel.

Renato Casaro ante un mural pintado por él mismo, en «L’ultimo uomo che dipinse il cinema» (2020).

El film también pone el foco en sus carteles para películas de James Bond como Octopussy (1983) o Nunca digas nunca jamás (1983), así como para algunos títulos míticos del spaghetti western, del crepuscular y maravilloso Hasta que llegó su hora (1968) a Le llamaban Trinidad (1970) o Mi nombre es Ninguno (1973), que llamaron la atención del Rey Midas del frikismo Quentin Tarantino, quien le encargó imágenes para Érase una vez en Hollywood. Aunque ojo porque los responsables del documental lo tenían muy claro cuando decidieron rodar esta historia: «Hemos hecho la película para enseñar a esos frikis del Photoshop cómo se trabajaba antes«, han declarado. Advertidos quedan los de la generación Adobe.

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