Horas críticas

El despertar a la imaginación con los tebeos de aventuras

Athenaica edita un ensayo del filósofo José Antonio Antón Pacheco en torno los mitos y los iconos de las historietas en las décadas posteriores a la posguerra española. Un vehículo de escape para toda una generación de niños, pero también un oportuno incentivo para interpretar el mundo a través de símbolos, heredados de la tradición literaria caballeresca

José Antonio Antón Pacheco (Larache, Marruecos, 1952) pertenece a aquella generación que, en tiempos de posguerra y pocas alegrías, entretuvo sus días, tardes y noches con la lectura ávida de los tebeos de aventuras. Y no solo se muestra orgulloso de pertenecer a ese grupo sino que los reivindica en Las imágenes de la aventura (Athenaica, 2020) como obras inscritas de pleno derecho en la cultura española destacada del siglo pasado, llegando a ser de ella «los vehículos más auténticos y profundos», señala, gracias a su carácter espontáneo.

Enseñante de historia de la filosofía en la Universidad de Sevilla, a priori parecería que deja a un lado aquí su habitual atención a cuestiones de la hermenéutica espiritual, pero no del todo, como veremos. Desde los presupuestos de la historia del pensamiento y la interpretación del universo, su ensayo aborda los símbolos y temas arquetípicos de aquellas historietas, que se prodigaron hasta los primeros años 70, pero también sus ambivalencias y ambigüedades.

Las peripecias de El Capitán Látigo, El Jabato, El Cosaco Verde, El Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, El Corsario de Hierro y El Capitán Trueno, siguen hallando eco o «resonancias» —como leemos en la cita preambular de uno de sus autores predilectos, el filósofo francés Henry Corbin— en la mente de quienes fueron críos por aquella época. Antón Pacheco menciona también a Julio Verne, y es fácil acordarse de aquellas maravillosas novelas ilustradas que adaptaban los relatos del francés o de otros autores como el italiano Emilio Salgari.

Centrándose en la revista gráfica, el investigador sevillano pretende descifrar su papel de «activador de la función simbólica y de la misma capacidad de imaginar», de ahí que no sorprenda tanto el éxito continuado que alcanzaron estas publicaciones en unas décadas de dictadura donde el fantaseo se hacía esencial. El ambiente, en efecto, podía ser propicio a ese tipo de evasiones, pero al mismo tiempo los tebeos de aventuras fueron objeto habitual de censura —en este caso, más social que política— y de unos prejuicios que llegan hasta nuestros días, cuando el cómic ha alcanzado un cierto estatus de prestigio.

Una de las imágenes (en este caso, de «El Capitán Trueno») incluidas en el libro editado por Athenaica.

Descendientes de la literatura épica y de caballería, según establece el presente estudio, al fin y al cabo situaban a sus jóvenes lectores ante peligros y dilemas similares a los de aquellos relatos de la más noble tradición oral y escrita. Desde ese enfoque, el autor desglosa los diversos temas que propone esa literatura, pero no solo en cuanto a contenidos, sino también en cuanto a la iconología de los tebeos: «Después de todo, las vidas de los héroes son mitos y lo esencial del mito es justamente la imagen», aclara.

En este sentido, la otra, interesante vía de análisis que abre este ensayo es la de emparentar el arte gráfico y sus líneas estéticas con la plástica artística contemporánea. Así, no es difícil adivinar la influencia en sus motivos visuales de movimientos como el expresionismo o el surrealismo, y también la del cine, tan presente en la fascinación que evocan los lectores de la quinta de Antón Pacheco. Hay un hálito poético en esta revisión, no tan nostálgica como reconocedor del estímulo que supusieron aquellos libros para la construcción de universos propios, en un mundo sin tanto sobreestímulo y precocidad como el presente.

Hay un hálito poético en esta revisión, no tan nostálgica como reconocedora del estímulo que supusieron aquellos tebeos para la construcción de universos propios

«Porque entonces habitábamos en las imágenes. Las cosas no eran todavía número, medida, concepto, abstracción. Nuestro ámbito era una región de figuras, de seres con nombre propio. Los mapas tenían casas, montañas, caballos. Los rincones guardaban siempre un contorno. Vivíamos un cosmos de iconos visibles, tangibles». El filósofo ve incluso ecos de la literatura religiosa en el simbolismo iniciático de aquellos tebeos de aventuras. En aquella época aún se podía creer en héroes, damas, monstruos y geografías ignotas. Aquellas eran páginas sagradas para una infancia en la que ser niños (y comportarse como tales) no estaba mal visto.

 


Las imágenes de la aventura
José Antonio Antón Pacheco
Athenaica Ediciones
2020
132 páginas
12 euros

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