María José Poblete (Montreal, 1976) es una escritora y abogada chilena. Ha escrito narrativa, poesía y teatro, y ha publicado la novela El desvelo (2011, Suma de Letras) y el libro Somos diversidad (2020, La Bonita Ediciones), junto a Magdalena Guerrero. Tras una infancia itinerante que la llevó por Canadá, Estados Unidos y Francia, hoy vive en Santiago de Chile con sus hijos.
Jot Down Books acaba de recuperar su segunda novela, Desde el confín, en la que tomando como base una investigación que le llevó más de una década, hace una crónica de la conquista de Chile desde un enfoque único y muy personal: una búsqueda de la propia identidad que, según escribía Lucía Selas en Mercurio, se halla «alejada del relato lleno de estereotipos a partir del que nos han contado este episodio de la historia». No en vano, la propia autora dice en esta entrevista que se debe huir de ellos como de la peste.
Desde el confín es una singular crónica de la conquista de Chile. ¿Qué representó este evento histórico para ti y cómo influyó en la construcción de la trama de tu novela?
Nací entendiendo la Conquista como un período de la historia de Chile que estudiábamos en el colegio, del que a mi alrededor se hablaba sin cuestionamiento, sin tener al respecto una mirada crítica ni política. Ahí estaba, como una canción de cuna que uno conoce perfectamente, aunque nunca hayas pensado en el significado de su letra. Sin embargo, al crecer e ir tomando conciencia de quién era (y quién no era) yo frente a los demás, especialmente siendo extranjera en Estados Unidos y Francia, me fui dando cuenta de la importancia de la Conquista en nuestra construcción de identidad, en nuestros juicios sobre la belleza, la inteligencia, la llamada civilización, el poder, lo bueno y lo malo, la vergüenza y el orgullo. La mirada del Conquistador se había instalado en el discurso oficial e institucional; y en mi propia manera de juzgar. Éramos conquistados hasta en cómo nos enfrentamos a los acentos extranjeros, en nuestra disposición a entender a quien habla mal nuestra lengua, en cómo juzgábamos nuestros rasgos físicos, en cómo se valoraba a los recién nacidos cuando nacen «blanquitos». Se trataba de una cuestión de poder (como lo son la mayoría de las cosas) y, como suele pasar, ya había sido estudiada por expertos académicos que iban muy profundo en la reflexión. Entonces aparecieron las interrogantes. No calzaba la mirada lineal que había siempre escuchado de la historia, las fronteras éticas se fueron difuminando, me empezó a parecer que la letra de la canción era más bien un relato político y simplificado, cuando yo quería entenderlo desde lo íntimo: ¿Qué había pasado en las personas que vivieron esta historia brutal, épica, desoladora? ¿Quién era yo? ¿Qué voces habitaban en mí y constituían esta identidad mestiza que llevo por dentro y por fuera? No podía responderlo de buenas a primeras, tenía que ponerme a escribir.
La novela ofrece una perspectiva coral del encuentro entre españoles, yanaconas y mapuches. ¿Cómo lograste intercalar estas distintas voces y qué desafíos enfrentaste al representar cada grupo cultural de manera auténtica?
En el proceso de estudio de la Conquista, intentando conocer a quienes fueron sus protagonistas fueron apareciendo los personajes y se fue tejiendo la historia de la novela. Pero para conocerlos y darles una voz a cada uno, tenía que responder preguntas que abrían nuevas líneas de investigación. Una de ellas, por ejemplo, fue estudiar sus lenguas, entender cómo hablaba cada uno, porque los idiomas marcan nuestros pensamientos; la manera en que se elaboran las palabras, los conceptos, el orden de las frases, los pronombres personales que utilizamos, dan pistas sobre cómo pensamos y, por lo mismo, sobre cómo somos. También tuve que intentar comprender la cosmovisión de los incas, los mapuches y los españoles del siglo XVI. Para saber cuáles eran sus motivaciones, sus miedos, qué sueños tenían, con qué traumas andaban a cuestas, tenía que entender su pasado, el de sus familias y el de sus territorios. Es decir, para escribir los relatos íntimos había que ir y venir desde las personas hacia la Historia, porque las personas somos fruto de nuestro tiempo. Otra particularidad fue que, en estos diez años, desde la academia aparecieron hechos nuevos que redefinían la historia que habíamos aprendido; por ejemplo, un artículo concluyente respecto a que Santiago no fue fundado con la llegada de los españoles, sino que existía como asentamiento inca y probablemente como asentamiento mapuche también. La antigüedad de los sucesos históricos ocurridos en el valle del Mapocho, la falta de documentación producto de la oralidad de las culturas prehispánicas y el incendio de las actas del Cabildo de Santiago pusieron dificultad a la investigación, pero, a la vez, me dieron libertad respecto de los personajes y de la historia. Entre datos inexistentes o a veces contradictorios, yo escogía el que me parecía más verosímil, amparada también en que no se trataba de un proceso académico y científico sino literario y personal.
Al dar voz a mujeres, indígenas y soldados, otorgas protagonismo a personajes históricamente anónimos. ¿Cómo fue el proceso de darles vida y profundidad en la narrativa?
Fue un proceso sorprendente, una inmersión en un tiempo, culturas y realidades que sólo conocía en la superficie. Ir descubriendo personajes tan distantes de mí, a fuerza de pensar en ellos e investigar su mundo, fue un ejercicio de empatía que partía de la base de que todas las personas somos lo mismo, los temas de la humanidad son un puñado y, aunque el escenario pueda cambiar radicalmente, miramos, pensamos y sentimos de manera similar. Esa idea existía teóricamente, pero escribir sobre ellos fue una forma de darle realidad, de llevarla a cabo y también de complejizarla.
La narrativa de Desde el confín aborda directamente la brutalidad de la conquista. ¿Cómo crees que tu novela contribuye o desafía a la perspectiva de la Leyenda Negra sobre la conquista española en América?
Recién me entero de la existencia de esta Leyenda Negra respecto de España y me sorprende ver cómo necesitamos crear relatos en los que podamos descansar. En este caso, una teoría del complot que justificaría en la envidia internacional las críticas al actuar violento de una España poderosa, hegemónica y transatlántica. Creo que la crítica del actuar de España es válida y necesaria, leer el relato de Bartolomé de las Casas en la Brevísima relación de la destrucción de las Indias es desgarrador, y también lo son muchos pasajes de las diversas crónicas existentes y el propio Requerimiento que leían los Conquistadores a los pueblos conquistados. No podemos obviar la violencia, el genocidio y la situación en que quedó un continente entero, no podemos ser indiferentes a los pueblos asolados ni a la pobreza y violencia endémica en que vivimos en América Latina. Pero esta violencia no es exclusividad de los españoles en la Conquista. Barbarie ha habido y sigue habiendo, se renueva a pesar de los esfuerzos por superarla con instrumentos jurídicos nacionales e internacionales. La novela pretende mostrar la Historia desde la perspectiva íntima de las personas, cada una desde su vereda, y mostrar también que se trataba de pueblos haciendo política, elaborando estrategias y alianzas, yendo a la guerra, tanto españoles como mapuches e incas. No buscaba una historia moralizadora, solo proponer una mirada auténtica del otro, ese que no soy yo, dándole el rango que su humanidad le otorga, sin infantilizarlo, sin demonizarlo ni caricaturizarlo.
¿Cómo compararías el impacto de la conquista inca sobre otras culturas nativas con el impacto de los conquistadores españoles sobre los incas?
El imperio inca fue corto y, a pesar de haberse extendido en un enorme territorio, no alcanzó la solidez de sus instituciones, como las reglas de sucesión que, al no estar claramente establecidas, provocaban una gran inestabilidad (esta era la situación a la llegada de los españoles). Ejercieron violencia para dominar a los pueblos (en el desierto chileno se encontraron ruinas incas con calaveras de los rebeldes en las paredes como escarnio), tomaron como esclavos a los insurgentes (los llamados yanaconas), lo contaban todo con los hilos de sus quipus, cobraban impuestos y lo contabilizaban, recolectaban su parte en las producciones locales y lo contabilizaban, separaban a las familias y enviaban lejos a los hombres a realizar trabajos forzados (llamados mita) en minas y otras faenas, otros hombres locales se alistaban en el ejército inca. Y ahí mismo, donde después fue la frontera del imperio español que nunca logró vencer, se encontraba la frontera del imperio inca: en territorio mapuche. Las familias mapuches se habían dividido, muchos partieron a defender más allá de la frontera, otros se quedaron, y, cuando finalmente las tropas incas abandonaron lo que hoy es Chile, el pueblo estaba dividido y se inició una guerra de jefes para dominar el territorio (la guerra de los lonkos). Cuando llegaron los españoles en 1541, la población local estaba cansada, habían abandonado las aldeas y construido fuertes de espino donde se instalaban los guerreros que luchaban por sus señores, los que habían formado dos alianzas y buscaban aprovechar las oportunidades a su favor, como la llegada de un primer contingente español, con Diego de Almagro, que se devolvió diezmado y sin fortuna al Perú. Es decir, si bien no soy capaz de calcular y comparar el impacto de ambas conquistas, creo que ambas fueron decisoras en el devenir de los pueblos locales y en el resultado de la conquista de Chile por los españoles, pero esta última alcanzó niveles de violencia nunca vistos por la clara diferencia tecnológica, la llegada de las enfermedades, el uso del caballo y el de los perros en la batalla, y la determinación de los soldados, decididos a no dar vuelta atrás por el océano.
¿Cómo decidiste centrarte en la voz de un traductor involuntario, llamado «La Lengua», y qué esperas que aporte este enfoque a la comprensión del lector sobre aquel período histórico?
Creo que este personaje reúne todo lo que ya he mencionado en la entrevista: el uso del lenguaje como herramienta de identidad y también de dominación; la mirada y el juicio de los otros sin verla como una mujer sino como el objeto que confirmaba sus prejuicios; y mi propia búsqueda de identidad que motivó la escritura de la novela. Rápidamente Kusirimay se transformó en el personaje principal, el centro por el que pasaban todas las hebras. Su situación indefinida, inclasificable por las otras voces, el ser objeto de violencia, la tenacidad en la sobrevivencia, la maternidad en la adversidad, la exuberancia, sigue siendo la realidad de nuestro continente y se transformó en el vehículo de mi búsqueda.
La voz narrativa describe los eventos con una mezcla de resistencia y resignación, ¿cómo lograste equilibrar estos sentimientos en la construcción del personaje?
Efectivamente, creo que la resistencia y la resignación son elementos en tensión en la novela. El momento en que transcurre la historia era crítico y, aunque la resistencia fue tenaz en un principio, la resignación comenzó a tomar fuerza. La guerra de los lonkos llevaba más de dos décadas, la llegada de los conquistadores fue de la violencia que conocemos y, aunque pronto incendiaron la ciudad y la sitiaron con los conquistadores adentro, en el ataque murieron dieciséis caciques. En estas circunstancias, sumado a que la población en tiempos de guerra dejaba sus aldeas y se repartía entre mujeres y labradores, por un lado, y conas o guerreros, por otro, padeciendo con ello hambre y cansancio, la resistencia fue dejando paso a la resignación, lo que se tradujo en la decisión de abandonar los valles centrales y llegar al sur, más allá de la frontera. Hay estudios que indican que la población local de la zona central del actual Chile, donde se encuentra Santiago, decayó tan dramáticamente por los infanticidios, los suicidios y la huida al sur. Es decir, porque se instaló la resignación.
La lengua es un tema central en la novela, tanto literal como simbólicamente. ¿Cómo representa el papel del personaje como traductor los conflictos y fusiones culturales de la época?
El personaje de Kusirimay representa el choque de culturas, el conflicto determinó su identidad, así como la de sus antepasados y la de su decendencia, y es en función del conflicto que construirá el futuro. La Lengua intenta traducir, pero, consciente de la inutilidad del gesto cuando no se traduce al idioma del oyente, trata de hacerlo con los ojos y los gestos; intenta hablar con Saikín, pero sólo consigue usar su lengua en el sexo. Esa falta de un lenguaje común no permite que los conflictos sean traducidos, pero tampoco impide que por ello dejen de existir; al contrario, lo que impide es más bien su resolución.
Hay una dualidad presentada en el personaje de Kurisimay: es víctima, pero también cómplice. ¿Cómo desarrollaste este conflicto interno y qué representa en el contexto más amplio de la novela?
En un mundo violento como el de la novela, del que somos todos hijos en América Latina, creo que es difícil marcar posiciones bien claras y definidas, exigir que las personas sobrevivan manteniendo una línea irreprochable de conducta. Y tampoco tengo claro qué sería lo irreprochable en estos casos. Kusirimay claramente es una víctima, pero ¿de quién? ¿Sólo de los españoles? ¿Entendemos que por el hecho de no ser española debe aliarse y empatizar con todos los que no lo son? ¿No es ella también una víctima de quienes viajaban desde el Perú y la juzgaban por ser mujer de un blanco, aunque fuera una esclava? ¿No fue su familia convertida en esclava de inca? ¿No es víctima de los mapuche que mataban yanaconas? ¿O es porque empezó a desarrollar un tipo de sentimiento por Antón que la consideramos cómplice? De esas construcciones algo binarias quería salir al escribir la novela, ahí quería poner la atención y abrir los oídos, a las diferencias sutiles que nos conforman.
La novela indaga en la humanidad compartida a través de los siglos. ¿Qué momentos de conexión humana son los más significativos en tu narrativa?
Creo en la conexión a través de los sentimientos, de las emociones, de nuestros miedos y rabias, ambiciones, esperanzas, a través de la risa, el sexo y las penas. Cuando compartimos eso, vamos encontrándonos. El tipo de relación que desarrollemos y cómo la valoremos o la juzguemos dependerá de la época y la cultura y muchas otras cosas, pero en la base están las personas encontrándose en torno a los temas de siempre: el amor, la familia, el trabajo, el poder, el dinero, el placer, el saber, el arte, la tecnología, la política. Y esos pocos temas podemos agruparlos: el amor, el placer, el poder, el arte, el saber. ¿Corazón, cuerpo y mente? El poeta chileno Nicanor Parra se definía como «un embutido de ángel y bestia» y creo que eso somos, no tan distintos y tan distintos a la vez, desesperados por encontrarnos. También por dominarnos y a ratos aniquilarnos, pero me preguntaron por la conexión…
Otra de las protagonistas es «El Oído», encarnado por la joven Saikín, ¿cómo vence la obediencia debida a su pueblo?
No estoy segura de que la haya vencido y tampoco de que el mandato de la obediencia fuera tan preciso. El pueblo mapuche estaba abatido, cada vez más desarticulado en la zona central por una larga guerra que mutó y se recrudeció con la Conquista. Vivir en una época en que el mundo se desmoronaba sin lograrse reconstruir debe de haber provocado una desazón profunda y generalizada, en condiciones en que, además, se combatía en una guerra de guerrillas, con enormes diferencias tecnológicas y tácticas entre mapuches y españoles, y una significación muy distinta de la guerra entre ambos pueblos. Creo que fue en este contexto en el que Saikín construyó su propio camino desde la tragedia, fue retomando el sentido, volvió de la tristeza solitaria a la acción grupal, pasando por el encuentro con Kurisimay, y resignificó su lugar en su comunidad.
En la relación entre Kurismay, Saikín y «La Mano», el conquistador español, se protegen unos a otros a pesar de la relación de poder que hay entre ellos. ¿El pragmatismo está por encima de la identidad?
Creo que más que el pragmatismo fue la supervivencia la que estuvo por encima de muchas cosas. Estos personajes tenían razones de sobra para renunciar y, sin embargo, decidieron no morir. El cuidarse, escucharse, verse, pensarse, fueron los salvavidas. Creo que intentar llegar a otro es un acto de vida. También lo es sentir placer y preocuparse por el devenir de alguien. Estos personajes pudieron construir en la adversidad, se conectaron con la vida, aunque fuera una vida paupérrima, y, en ese proceso, creo que la identidad termina siendo un resultado. Si hubiesen estado aferrados a una identidad impoluta, no hubiesen encontrado el motivo para no morir. Eso le pasó a El Ojo cuando terminó la tarea de llevar a su pueblo más al sur de la frontera: en ese mundo, él ya no podía ser.
«El Ojo» parece ser un testigo crítico de los eventos, una figura que ve y relata la historia. ¿Qué representa este personaje dentro del tejido de la narrativa y cómo se relaciona su perspectiva con la visión general de la conquista y la resistencia en tu novela?
En las culturas orales, el personaje que relata es fundamental, es quien sostiene la identidad del pueblo. Pero ¿cuál era la identidad del pueblo mapuche del valle central del actual Chile, sometido a los incas durante 120 años; que vivió luego 25 años sin poder imperial, pero soportando una guerra por el poder sobre el territorio entre los señores que quedaron en la zona, recibiendo a los que volvieron del sur y decían ser sus hermanos; y que, luego, volvió a padecer una invasión, esta vez, española? Un personaje como El Ojo estaba ahí para hacerse esas preguntas (sin necesariamente encontrar las respuestas), para dar el contexto, para reflexionar desde la sabiduría que da el haber vivido, sin aspirar a la felicidad ni a nada que se le parezca. El Ojo sabe que todo ya ha ocurrido y seguirá ocurriendo; busca un sentido; se lo ofrece a los demás y renuncia.
«El Ojo» narra una mezcla de violencia y ritual con un tono casi lírico. ¿Cómo concibes la función de El Ojo en la transmisión de la memoria cultural y la historia oral de los pueblos originarios?
Esta respuesta está quizás contenida en la anterior, pero puedo agregar una pregunta: ¿Hay un tono que no sea el lírico para relatar con palabras orales, livianas, efímeras por esencia, el pasado y el devenir de un pueblo? Desde ahí pensé, vislumbré y construí este personaje. Si la palabra oral es la única palabra, debía tener belleza y ritmo, debía ser hipnótica, porque de ella dependía un pueblo entero. Y esta conciencia del relato debía ser aplastante para el que tuviera que contarlo.
Hay un tono de nostalgia por un pasado y una cultura que están siendo arrasados. ¿Cómo trabajaste en transmitir esta pérdida a través del lenguaje y las imágenes en tu narrativa?
Al escribir no tuve conciencia de lo que hacía, no había una intencionalidad, sino una búsqueda, quería saber desde dónde estaba hablando cada personaje para acercarme a sus particularidades. No sentí nostalgia como escritora respecto de la novela y el mundo que se desmorona en el transcurrir de la historia, pero sí sentí la nostalgia de El Ojo. Especialmente la suya. Los demás tenían un impulso vital que los sacaba de la nostalgia y los ponía más en el futuro (de lucha, de negación, de sueños, pero futuro). En este proceso, el lenguaje y las imágenes fueron elementos fundamentales, porque son mi manera de expresarme, mi vehículo. No trabajé en transmitir la pérdida, al menos no conscientemente, pero ella me habitaba y tomaba posesión del lenguaje y las imágenes cada vez que yo me vestía de El Ojo.
Tu obra es descrita como un ejercicio de memoria que es tanto poético como violento. ¿Puedes hablar sobre cómo balanceaste estos dos elementos opuestos en tu escritura?
No tengo conciencia de cómo balanceé ambos elementos, porque se dio sin darme tanta cuenta, como explicaba recién. Hay algo muy lindo para mí en la escritura y es ese dejarse ir, ese galope que simplemente me ocurre. Y si no ocurre, me frustro, me enojo, me cuestiono mis capacidades, mis ganas, mi devenir, porque no hay escritura sin galope. Por eso me cuesta ver el balance del que hablas, quizás porque simplemente aparece en el resultado.
Desde el confín es una exploración del origen histórico y cultural del pueblo chileno. ¿Qué hallazgos sobre la identidad chilena esperas que los lectores descubran en tu novela?
¿Cuál es la identidad chilena? Toca a los no-chilenos contarme qué ven en nosotros, cómo nos diferencian de los demás. Es como hablar de los hijos o de los padres, no hay distancia ni objetividad y tampoco se espera que la haya. No busco nada en los lectores, al contrario, yo estoy ahí sólo para agradecer que hayan leído y esperar que hayan habitado algún espacio de intimidad entre las páginas y sus ojos mientras duró la lectura.
¿Tienes raíces mapuches? ¿Has convivido con el pueblo mapuche para preparar la novela?
Estoy segura de que tengo, pero no las conozco. Ese es el drama de mi país y creo que el de muchos en América Latina. Las raíces no fueron motivo de orgullo en la construcción de la identidad chilena. Hasta hace no mucho, no era común reconocer ni menos valorar las raíces, por lo que somos muchos quienes no las conocemos, pero basta con mirarse al espejo, reconocer cómo nos relacionamos, cómo entendemos lo sobrenatural o enfrentamos el riesgo, o pensar en qué nos causa risa, para darnos cuenta de que compartimos probablemente las raíces. Por lo mismo, durante el proceso de escritura tuve que leer, oír y ver, pero a veces también viajar y compartir con otras comunidades para poder acercarme a lo que quería contar.
¿Qué importancia tiene para ti la reinvención o reinterpretación de la historia en la literatura contemporánea?
Nunca he pensado en un fin o en un objetivo de mi escritura o de la literatura en general, creo que lo que vale la pena es la experiencia que provoca la aproximación a la escritura y a los personajes. Espero que esta novela sirva para reconocer a la persona que se encuentra detrás de cada personaje, porque sí estoy convencida de que debiésemos huir de los estereotipos como de la peste, porque se instalan en la historia, la política, la vida cotidiana, la prensa y apenas nos damos cuenta.
¿Cuál es tu próximo proyecto literario?
Qué difícil responder cuando el proyecto se me pone escurridizo y yo trato de darle una forma en medio de las dificultades de lo cotidiano… El proyecto es sobre cómo la vida se repite en su espiral y nos da la idea de que estamos siempre donde mismo, cuando es en realidad un camino nuevo en cada vuelta. Se trata de los patrones que heredamos y que, sin embargo, podemos hacer trizas. De cómo viajamos en el tiempo, de generación en generación, aunque siempre estemos en el mismo calendario. Es nuevamente un proyecto que va tirando de una cuerda y, en el camino, caemos de agujero en agujero, pero volvemos al inicio, jalando. En eso estoy en narrativa, pero también tengo un poemario que me gustaría ver en forma de libro para que se separe de mí y me libere.
«Basta con mirarse al espejo, reconocer cómo nos relacionamos, cómo entendemos lo sobrenatural o enfrentamos el riesgo, o pensar en qué nos causa risa, para darnos cuenta de que compartimos probablemente las raíces» como frase de una comedia está bien, para una entrevista un poco seria es un insulto a la inteligencia.
Excelente entrevista, llena de preguntas profundas que demuestran una lectura muy atenta que le permite a la autora explayarse sobre su maravillosa novela. María José es una gran escritora, espero con ansias su siguiente obra.