Horas críticas

Un libro sobre libros que palpita (y crepita) en la oscuridad

Reseña de «Visiones de fuego», de María Pandiello

María Pandiello, autora de «Visiones de fuego». / Foto: Jacco Gardner

Permítannos comenzar esta reseña con una advertencia: este libro no es para todo el mundo. No pretendemos sonar elitistas, ni menos aún disuadir a potenciales lectores. Digamos que el aprovechamiento y el disfrute de su lectura dependerán de su sensibilidad y su flexibilidad mental. Aunque en principio les bastará cierta curiosidad para dejarse atrapar por sus páginas. Visiones de fuego. Historia ilustrada de la alquimia (La Felguera, 2022) supone una investigación sobre esta controvertida disciplina y práctica que se sitúa en algún lugar indefinido entre la ciencia, el arte y la filosofía, por más que la primera acepción del DLE la presente como «conjunto de especulaciones y experiencias», haciendo patente su desprecio. Ya les decíamos que no es para todo el mundo. Al fin y al cabo, lo que de verdad la define, atendiendo solo a este libro —como haremos a partir de ahora—, es su voluntad de «domesticar lo indomesticable: el tiempo y el fuego». Una idea que no es fácil de asimilar en este mundo cuyas únicas creencias inquebrantables son de índole material.

De todos modos su autora, María Pandiello (Donostia, 1981), filóloga románica y doctora en historia del arte, además de una consumada investigadora en textos escritos entre el medievo y los albores de la Edad Moderna, no considera que este sea —solo— un libro sobre alquimia: «Para mí, es un libro sobre una alianza o, si se me permite lanzar un término alquímico, sobre una coniuctio; una cópula, para que nos entendamos, entre la imagen y la alquimia», anuncia en la introducción. A un asunto tan intangible, que explora en las corrientes subterráneas —aunque influyentes— de la historia y el pensamiento, opone la dimensión material del volumen, con cuya cuidada y sublime edición se busca lograr ese contacto íntimo, orgánico y visual con las esencias alquímicas. En realidad, este es «un libro sobre libros», que los recrea y contextualiza fielmente.

Un libro que, en primer lugar, funciona como un tributo a esos textos casi olvidados, cuyo desenterramiento ha ocupado la mayor parte de su trayectoria académica: «Un manuscrito es un espacio repleto de presencias y, en muchas ocasiones, un lugar estremecedor», escribe Pandiello en uno de los capítulos. «Al contrario que los libros impresos, el lector de manuscritos puede presenciar el gesto fosilizado de todas las manos fantasmas que crearon y pasaron por el códice. […] Un manuscrito es un objeto que palpita», concluye. Describe la amplísima y detallada bibliografía que le sirvió de base a Visiones de fuego como un auténtico «campo de minas» por la cantidad de autores anónimos y volúmenes apócrifos hallados en el camino, una selección de textos que abarca del siglo XV a principios del XIX. De hecho, fue justamente su bibliofilia —o bibliotecafilia— lo que la llevó a descubrir el tratado alquímico Aurora Consurgens, en el que puede leerse: «En un cuerpo grosero, el espíritu de esta Sabiduría rehusará entrar». No es para todos.

En concreto, fue una imagen de aquel libro la que prendió la llama de este en su autora. Por eso en buena parte ocupa sus páginas la representación de la imaginería asociada a la alquimia en sus obras clave, tan importante para entender su naturaleza y que evoca la hoy relegada corporeidad de la imagen, aún presente en publicaciones físicas. Imágenes que, como las ilustraciones de este volumen, resultan más impactantes y apasionantes al poderse palpar su poderío visual, su explicitud gráfica, sus extrañas cualidades narrativas que nos recuerdan ese lenguaje sintético y bizarro de cierto arte románico. Parece increíble en el contexto actual que el historiador del arte, como cuenta Pandiello, se vea obligado a justificar la presencia de imágenes en sus investigaciones. Quizá por ello no se detiene tanto en las posibilidades de una vasta y compleja interpretación simbólica, lo que conllevaría «el peligro de las generalizaciones» acerca de su contenido y acaso la reducción del misterio; como (sobre)explicar un cuadro de Blake o un poema de Rimbaud.

Otro de los aciertos de la autora es incluir el propio yo, el plano emocional, en este ensayo, alejándolo de lo académico desde el mismo estilo de su escritura, liberada de formalidades y plúmbeas parrafadas. Por el contrario, Pandiello muestra en estas páginas una verdadera vocación narrativa y capacidad de evocación: las escenas que escoge para condensar la evolución de la alquimia funcionan muy bien por lo que cuentan, tan insólito, pero también por el modo en que nombran lo esencial, fijan la atención en el detalle, alumbran el contexto y nos sumen en una atmósfera fascinante. Todo ello partiendo de una prosa inspirada pero desprovista de afectación. La importancia que concede al lenguaje es también parte de su estudio, de ahí que resulte tan interesante ese capítulo donde analiza las palabras que expresaron la verdad alquímica. «Voy a ocultarme en el lenguaje», cita a Alejandra Pizarnik y alude a esa estrategia de protección que adoptó aquel secreto saber a través de nomenclaturas falsas, figuras herméticas, textos fracturados. Un lenguaje, reconoce la autora, más atractivo que coherente, «como si tan solo ocultase el vacío y se regocijase en su propia belleza». Con todo, y como ocurre con el de la mística, nos sentimos cautivados por esas otras imágenes, en este caso literarias.

Rigor y especulación

No debe de haber sido fácil aplicar rigor a un tema que se presta tanto a la especulación y a la fácil polémica, como demuestra su historia. María Pandiello ha empleado exclusivamente material académico para apoyar su investigación, y se nota. Aunque, en realidad, podría decirse que todo es parte de la H(h)istoria: lo que fue la alquimia y aquello que se dijo que era. O sea, la literatura en torno a ella. Lo que sin duda resulta revelador en Visiones de fuego es certificar que su asociación a lo mágico, lo esotérico o lo oculto (las secciones que se le reservan hoy en librerías, como señala la autora) es bastante reciente; y no digamos ya su relación con lo psicológico, fijada sobre todo a partir del interés de Jung. La cuestión es que su naturaleza intrínsecamente híbrida y mutante la hace inclasificable, transversal, pero sus crónicas hablan de observación en laboratorio más que de creencias, aunque a menudo recurran a la parábola y se adapten al imaginario cristiano, con resultados muy perturbadores.

La alquimia se convertirá en una forma de combatir al diablo, y el endiosamiento de sus creadores producirá monstruos (esa «fabricación de seres y homúnculos» a que se hace referencia aquí). Además de una tendencia estética —«simples extravagancias de ricos»—, esa consideración esotérica y vinculada a lo satánico hará que paulatinamente devenga una práctica condenada, perseguida, prohibida, castigada sin clemencia. En parte por el (contra)poder que las autoridades vislumbraban en ella y el miedo a lo que aquella revolución podía suponer socialmente, sus productores serán tratados de arteros vendedores de crecepelo por mantener hasta la tumba el secreto de su fórmula, para desesperación de quienes optaban más bien por su vertiente práctica de química orgánica para fabricar cosméticos, perfumes o medicinas. En esa línea la autora sitúa a una serie de mujeres de las que epata su clarividencia casi ajena al conocimiento científico de la época.

Páginas interiores del libro. / © La Felguera

Pandiello, habituada a estudiar el rol de la mujer en el contexto medieval, analiza la relación especial de ellas con la alquimia, desde la pionera María la Judía a Anna Zieglerin, Isabella Cortese, Camilla Erculiani, Caterina Sforza y, finalmente, Mary Anne Atwood. La historia y la literatura de esta disciplina, como vemos a lo largo de estas páginas, está llena de referencias al útero, la maternidad, la gestación o incluso la sangre menstrual. Ahí está la propia figura del Mercurio, con la que tanto nos identificamos en esta redacción, y que junto con el azufre se funde en la alquimia como si fueran la luna y el sol, como dos amantes más allá del tiempo. Por cierto que, hablando de asociaciones con la mujer, no olvidamos las palabras de Ireneo Filaleteo, leídas en algún otro lugar, cuando aseguraba que el mercurio alquímico es «espiritual, femenino, vivo y vivificante»; lo mismo querríamos decir de esta revista.

Lo que no quiere decir que se obvie en este libro el papel de ellos; la mayoría, eso sí, fueron sobre todo buenos hombres de negocio. Alquimistas como Michael Maier, de los pocos bien posicionados en las esferas de poder de su época y que contribuyó al conocimiento de otra figura fundamental —aunque legendaria—, la de Hermes Trismegisto; Paracelso, el diablo en persona para la Inquisición Española, aunque él mismo practicaba el arte de la hoguera… con los libros, al que la autora describe como «anárquico, verborreico, incendiario y genial, que dictaba la mayor parte de sus escritos borracho»; Federico Gualdi, misteriosísimo y libertino individuo en esta galería de personajes secretos, a quien se atribuye la Philosophia Hermetica («Sin nuestro fuego secreto no podremos perseguir aquello que la naturaleza y el arte quieren»), o Nicolas Flamel, objeto de veneración para los surrealistas por haber buscado «el mismo temblor que ellos perseguían» y que se cifraría en el poder convulsionador y conversivo de las imágenes.

Visiones de fuego concluye con el ocaso del saber alquímico, que sería orillado definitivamente por el racionalismo del XVIII —en virtud de la química— e iría adquiriendo tintes sombríos como refugio por el rechazo académico. Aunque algo hiperbólico y adornado, el retrato romántico sobre aquellos últimos irreductibles encierra algo de verdad, pues su adscripción a la magia oscura respondía a un movimiento desesperado por la supervivencia: «Eran discípulos del Diablo, con él compartían una voracidad insaciable, sin embargo, en su condición de mortales insignificantes estaban condenados a sucumbir a la melancolía y la muerte, a ella entregaban sus almas intoxicadas como si fueran ofrendas en un macabro ritual», escribe Pandiello para recrear aquel momento en la imaginación del lector. La última obra reseñada en este libro es El mago (1801), de Francis Barrett, que mantenía la necesidad de guardar silencio sobre el misterio alquímico: «Habla tan solo con aquellos merecedores de tu información, no des perlas a los cerdos». No es para todo el mundo, aunque se lo recomendamos a cualquiera.

© La Felguera

 


 VISIONES DE FUEGO. HISTORIA ILUSTRADA DE LA ALQUIMIA
María Pandiello
LA FELGUERA
(Madrid, 2022)
289 páginas
24,90 €

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