«Pero no era un sueño. O sea, sí era un sueño. Pero era como… el sueño de ella, no el mío».
Que todo está inventado, de uno u otro modo, no deja de ser un tópico más o menos cierto en el caso del cine, al menos en cuanto arte narrativo. No resulta fácil ser original, y si algunas películas lo intentan, esa autoconciencia de estar donando algo novedoso, sorprendente o distinto se hace demasiado patente en la pantalla. Los tres creadores —directores y guionistas— de la película argentina Los inventados (2021), que desde hace apenas un mes podemos ver en España gracias a Filmin, se conocieron cursando la carrera de Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires. Leonardo Basilico, Nicolás Longinotti y Pablo Rodríguez Pandolfi rodaron juntos su proyecto audiovisual de tesis en 2015, y de esa colaboración a tres bandas surgiría esta ópera prima oficial, más profesional, que ha contado con el apoyo de la UBA y de la universidad de Tandil, ciudad donde se filmó. Por eso entre sus agradecimientos destacan a la universidad pública, «que nos juntó y nos convenció de que todo esto era posible».
Algunos dirán que Los inventados daba solo para un cortometraje, pero más bien a uno se le hace corta; aunque es perfecta en su duración. La sencillez, se demuestra en esta obra, no está reñida con la complejidad, ni tampoco con el entretenimiento bien entendido. Tiene, a nuestro juicio, lo que cualquier película debería tener, empezando por una excelente premisa que se define pronto: cinco personas que no se conocen entre sí se reúnen, en lo que se describe como un «retiro barra seminario barra workshop de actuación», para representar a un personaje de su propia invención durante cinco días. El único requisito de esta atípica formación interpretativa, propia de un programa de telerrealidad, es que nunca nadie les dirá corten en esa larga escena; como si no estuvieran siquiera haciendo un papel («No son ustedes, ¿está claro?»). En el centro de la trama, a priori, se nos presenta a Lucas, encarnado por un estupendo Juan Grandinetti, tipo que aparece como un loser rarete de comicidad involuntaria, tirando a hierática —aunque muy expresiva—. «Sonría, lo estamos filmando», se lee en los cubículos del gris call center donde trabaja, en unos compases iniciales cuya simetría evoca el cine de Wes Anderson.
No obstante, en cuanto empieza a plantearse el argumento nos viene a la mente el reciente cómic Clase de actuación, de Nick Drnaso, brillante relato de enajenación psicológica en un similar contexto de improvisación teatral. Se abre con un matrimonio en crisis que, para avivarlo, simulan una primera cita: «Me he olvidado de lo que se dice en estos casos». Como en aquella obra gráfica de 2022 o en la estupenda serie Barry, de Alec Berg y Bill Hader, en Los inventados también tenemos a un excéntrico y poco ortodoxo gurú teatral como —ausente— maestro de ceremonias. «Desde Stanislavski hasta hoy, Meiningen, Artaud, Grotowsky… siempre hubo en el teatro una búsqueda de la verdad que es inmanente a la vida misma, a nuestra condición humana», les suelta el profesor al que da vida Iván Moschner, quien se refiere a sus alumnos como «cuerpos adoctrinados, más o menos emancipados, pero siempre dependientes de la mirada de los demás». La cuestión de la máscara social, de la verdad de cada uno y lo que transmiten, es uno de los temas de las obras citadas, junto con el entorno lunático, tan divertido, de los castings pseudoamateurs.
No obstante, la historia cuasi circular —o espiral— de confusiones realidad/ficción, desdobles, estados alterados de conciencia, paranoia, mundos paralelos, existencias alternativas o como se quiera leer Los inventados, podría también recordar a las obras de Charlie Kaufman o Michel Gondry en su juego de espejos deformantes. O a otra encantadora (tragi)comedia romántica y antiépica de tintes fantásticos como Palm Springs, de Max Barbakow, donde al igual que en su probable inspiración Atrapado en el tiempo, el final del día supone para sus protagonistas la amenaza de un fundido a negro literal (casualidad o no, la productora de los tres cineastas argentinos se llama La Marmota Contenidos). En el espectro nacional, nos ha traído a la mente el humor esquinado de Nacho Vigalondo o Juan Cavestany y, más allá de las paradojas temporales, la idea de partida de Familia, de Fernando León de Aranoa. Hay algo decididamente fascinante en el hecho de observar a personajes que representan una representación: pronto nos descubrimos haciendo un esfuerzo por captar si fingen bien o mal, como en un juego de rol(es).
En realidad, y como han señalado sus tres codirectores, Los inventados es una historia sobre contar una historia, donde por eso mismo cualquier conversación o gesto banal es interpretable y se hace revelador. Por supuesto, en esta supuesta farsa —como en la vida— hay papeles más complicados que otros, más comprometidos que otros. Lucas empieza a transgredir su rol autoimpuesto, aun sin darse cuenta, a medida que va trabando relación con otra de las aspirantes a intérprete, Vero, una maravillosa Verónica Gerez. «Te puedo ser sincero? / Obvio. / Tengo un poco de miedo. / ¿A qué? / A mañana», dialogan ambos personajes en lo que podría ser reflejo del temor al futuro en una relación, o quizá la crónica de una relación con fecha de caducidad. «¿Te vas a quedar mañana?», pregunta él, quien expresa su necesidad de saber qué está pasando, como cuando una relación comienza, y luego «¿Podemos ser nosotros mismos?», interrogante que señala las relaciones también como una cuestión de identidad; ese miedo a desdibujarse en el otro, o en el personaje que uno adopta en las representaciones de la pareja. De algún modo toda la película podría entenderse, en definitiva, como una reflexión, o mejor, una (re)invención del hecho amoroso, de las tensiones entre su trasfondo y su irrealidad.
En ese sentido, Los inventados se nutre de la curiosa química entre dos actores bastante infrecuentes, sin duda carismáticos, que aquí brillan con su gestualidad sutil de rostros torcidos, picores, cejas alzadas y roces de piel que no llegan a serlo por poco, de miradas escondidas o francas. Al parecer, de Vero Gerez habían descubierto los directores esa presencia enigmática en su debut bajo dirección de Fernando Salem, mientras que a Juan Grandinetti (como habrán adivinado, hijo del gran Darío) llegaron a través de la directora de teatro María Marull, pero lo notable es que ambos ya habían trabajado juntos. Además de una sólida dirección de actores, la película de Basilico, Longinotti y Rodríguez Pandolfi se beneficia de su buen oído para los diálogos, apoyados sobre todo por esos planos sostenidos —a veces planos secuencia, pero libres de cualquier alarde de virtuosismo— que confieren a las escenas una naturalidad alejada de los clichés del cine indie, dando el aire necesario a las interpretaciones y realzando tanto la réplica como la escucha. El resto lo logran la acertada fotografía de Jonatan Plat y la banda sonora de Leo Fucci, versátil y juguetona a la manera de un Jon Brion.
Decíamos al principio de esta reseña que Los inventados parte de una buena premisa, pero el desarrollo está a la misma altura: no pretendiendo tampoco ir a demasiados sitios, cala profundo donde hunde la pala. Pese a su falta de pretensiones o justo por eso, este debut cinematográfico, que sus tres autores dicen haber construido armados de «inocencia y desfachatez», no es solo refrescante sino duradero, y en parte reside ahí su singularidad y el estupor —positivo— que provoca. Suponemos que algo de eso habrá en los referentes citados en la película, y admitimos habernos quedado con ganas de leer El banquete de Severo Arcángelo (1965), del autor argentino Leopoldo Marechal, que a lo que parece contiene resonancias que van de Homero a Cervantes o de Dante a Cortázar, y de ver Nazareno Cruz y el lobo, las palomas y los gritos (1975), de Leonardo Favio, película de corte fantástico inspirada por la mitología guaraní que, según constatamos, no solo es considerada obra maestra sino que se trata de una de las películas más populares del cine argentino. Sí conocemos el Fausto de Murnau, previo a la gloriosa Amanecer, que entre otras cuestiones retrata a dos amantes consumiéndose en el fuego.
No desvelaremos más (bastante ya lo hemos hecho) sobre Los inventados, salvo que culmina en uno de los mejores finales posibles: desafiante, valiente, subversivo y abiertamente conclusivo, con un bellísimo desplazamiento de foco y una mirada a cámara tan cómplice como arrebatadora. Al final de la película, lo que nos queda claro es que todos los personajes son, como corresponde a una verdadera ficción, inventados; la pregunta es si no lo somos todos y, más importante aún, quién inventa a quién.