Crónicas en órbita

El Parque

«Brecha II» (1979-1980), de José Guerrero. / © Colección Banco de España

En Granada hay un parque donde los niños juegan, los jóvenes leen y los mayores se besan.

En la entrada del parque hay un jefe de pista circense que da la bienvenida estrechando la mano a los hombres, besándosela a las mujeres o agachándose para saludar a los niños, que se fijan en el petirrojo de su hombrera que canta Rock and Ríos. Hay una fuente donde sacian la sed los pájaros que saben entonar canciones, donde un zunzún cubano de pelo rizado canta habaneras por Cádiz. Y un singular, único, incomparable mirlo blanco busca una estrella que le guiara ayudado por el láser verde de un astrofísico. Hay un Conde quejoso de que el jilguero que dibujaba para el cartel de la Platería se escapó cantando coplas archidonesas. Una paloma bravía, una lavandera y un estornino tejen un sombrero de tres picos. Un quetzal le canta a una tierra soñada por él, y una inquieta curruca capirotada canturrea, no sin gran dificultad, un selecto repertorio de Val del Omar.

Hay un alto pedestal verde de roca serpentina. No lo afea ninguna estatua, porque allí se espera que esté quien o lo qué tú quieras. Solo convoca gente cuando se encarama en él una bailaora, se sienta en el borde y se deja caer como una serpiente cubista. Los espectadores se arremolinan con la boca abierta, le hacen un pasillo que ella recorre garbosa, y entonces, mirando hacia atrás desafiante, levanta los brazos bruscamente y se va.

Hay un laberinto de canales enladrillados por donde discurre el agua y juegan los niños con figuritas de plomo del caballo del ayuntamiento.

Cuando calienta la mañana, Angustica la Mona enseña a las niñas gitanas lo telúrico del baile flamenco. Las niñas llevan zapatillas toreras, pero ella baila descalza en la arena, levantando un polvo que convierte la escena en una ilusión que se esfuma.

Una muchacha tumbada en el césped lee Fiesta para una mujer sola.

Hay un guarda que se empeña en fiscalizar lo que se lee en el parque. Va vestido con traje de pana amarillo ocre y una banda roja que le da cierto aire de autoridad. Es un viejo poeta alorcado que pretende intimidar blandiendo un periódico nacional enrollado en la mano.

Una joven lee a Ángeles Mora con lágrimas en los ojos junto a una bicicleta herida.

Hay una colegiala de doce años de innata inteligencia que se sienta en un poyete alto con las piernas colgando, zapatos de charol apagado y calcetines rojos a juego con su cabello. Mira y sonríe. Cuando alguien pasa junto a ella le mira y, dependiendo de lo que ve en él o en ella, le regala, o no, un nombre de artista: Popova, Blanchard, Mallo, Nothomb. Al guarda no le gustan esos artistas y la amenaza con el periódico en alto, pero ella lo mira imperturbable y el viejo poeta alorcado bufa y se retira derrotado.

Una muchacha sentada en un banco lee la tercera propuesta para el próximo milenio de Italo Calvino a un joven que reposa la cabeza en sus piernas.

Hay un fornido Guerrero que abre una brecha roja en un gran bloque cúbico de cemento que una acróbata francesa salta, una y otra vez, dibujando púrpuras geometrías.

Laura se sienta siempre en el mismo banco y siempre en el extremo izquierdo del banco. Viste mantilla negra y mira fijamente la tumba que tiene a sus pies, que desaparece cuando ella se levanta.

Cuando asoma la noche se prepara una proyección cinemística con un Prevost P55, cedido por el Madrigal, sobre una sábana blanquísima que cuelga de una nube. La proyección cobra a veces una realidad inaudita porque he visto a la mismísima Agustina Dupont sustituirse en la pantalla; y a Audrey Hepburn escaparse de su columna del Tocateja cuando la Heredia usó la sabana blanca donde se proyectaba Granada 1922 para bailar, en vivo y en gitano, el cante con sabor a sangre del Parrón.

Junto al cine hay un ambigú en el que se ofrecen historias naturales, zumos de colores, palitos de azúcar cristalizada y sabrosos tequeños. Al lado, bajo una frondosa acacia, se sienta el Chavarino en una silla de plástico junto a una mesa de plástico con vasos de duralex y botellas de tinto honesto.

Hay un arriate blanco donde una bióloga africana, enmarcada por buganvillas y dondiegos, amamanta flores de plantas encendidas y les canta nanas fotosintéticas.

Alejandro V, impecablemente vestido de comandante del vuelo del Concorde Granada-Granada, da clases magistrales de teatro y periodismo sentado ante una mesa plegable.

Paso junto a la niña: Georgia O’Keeffe, me dice; sigo caminando y esta vez siento su mirada en mi espalda. Me vuelvo y la veo sentada con un cráneo entre las manos, como un san Jerónimo, en la torre del arcángel Uriel.

Un agrósofo lee a Hegel en voz alta en una huerta de quince olivos; levita, asciende, abre los brazos y se convierte en la viva imagen del cristo de la expiración; pero entonces, mira hacia la tierra y dice «follad y no multiplicaos».

Andrea de Entrelibros lee en el centro de un coso taurino el Romance Sonámbulo y dieciséis voces lo hacen tras ella en dieciséis idiomas distintos. Las voces no se apagan, sino que recorren la ciudad como las sirenas de Ulises. Prásino, pos se agapáo prásino, se oye la voz infinita de Rula por la Plaza de la Trinidad. Si afinas el oído puedes escuchar —y a veces incluso ver— la dulce voz de NaimaJadrá’ uhibbuki jadrá’— descolgándose por las ventanas y balcones de los palacios nazaríes.

Con su planta torera, Andrea alza repentinamente los brazos, y la plaza, con más de media entrada, corea al unísono:

Verde viento, verdes ramas
el barco sobre la mar
y el caballo en la montaña

El poema vuela vigoroso desde la cuesta de Alhacaba hasta la Plaza Larga, se asoma a San Nicolás, revolotea por la Platería buscando aires de media granaína, baja por San Juan de los Reyes y se enciende cuando envuelve a una pareja que se besa desaforadamente en la calle del Santísimo. Y satisfecho, se deja morir en las aguas del Darro.

Yaqarta-li yaroq, yaqarta, juega la voz de Caballero revoloteando entre las páginas de los sesenta y dos incunables de la biblioteca del Hospital Real.

Hay un templete en el que Al-Cordubí orquesta la academia Cogitare Ultra con una batuta de cristal de roca dopado donde se guardan los secretos del color. Haciendo con seriedad el gesto que ordena el comienzo del cuarto movimiento de la Novena de Beethoven, comienza la actuación, y un físico se baja de su péndulo de Foucault y taconea sobre una placa empolvada para crear figuras de Chladni. Otro físico teórico aplasta cartones de hueveras para mostrar la simetría del universo. Un paleontólogo acude cabalgando un microrraptor enjaezado con atacrines de ammonites y blandiendo una bandera pirata con huesos y cráneos de los que se descubrirán en Orce. Una geofísica, rubia melena al viento, surca en el barco de Carlota los hielos antárticos. Hay tres chimpancés esperando pacientemente la valoración de la Academia de sus modificaciones a la óptica de Newton. En el techo del templete hay un mural que cobra Vida y del que se bajan López-Neyra, para repartir lecciones de ciencia a modernos biólogos moleculares, y Herrera para convencer a Herrera de la posibilidad de una máquina de inteligencia artificial que no consume energía. Un lorquino teclea como si fuera un piano una gran pantalla táctil, creando un mundo de geometrías naturales que se liberan del plano y vuelan en un espacio de cuatro dimensiones ante la sonrisa cómplice de Hilma af Klint y de Maurice Escher. Una geoquímica busca el limite KT en los subterráneos del metro donde otro colega investiga el futuro del clima en arcaicos arrecifes de coral. Del Centro de Instrumentación Científica surgen mariposas microscopistas que invaden el templete con una lluvia de pompas que contienen bellísimas imágenes nanoscópicas.

Green I wish you green, se columpia la voz fotográfica de Simon en las palmeras de la plaza de la Romanilla.

Un cura de sotana brillante montado a la grupa del guarda persigue a notables laicos esgrimiendo —»a por ellos»— un periódico local enrollado. El cura tiene la cara empolvada, los ojos y los labios pintados, y va tocado con un birrete. Pasan al galope junto a la niña, que dice «Borges, Voltaire«, provocándoles tal ira que el guarda-caballo relincha, brinca y lanza por los aires al cura que —blasfemando— se va de bruces contra el suelo.

Vert, je t’aime vert, susurran los amantes entre vapores y aceites en el hammam de Santa Ana.

Hay una avioneta de cartón en la que se fotografía un matemático australiano, tocado —cómo no— con gorro y gafas de aviador. Junto a la avioneta hay un gran zoótropo que repite incansable la imagen de un niño que corre hacia ti sonriendo con los brazos abiertos para darte un abrazo que no es, pero será. Está firmado por Producciones AGS.

En el único muro que bordea el parque hay un Basquiat del Niño de las Pinturas del que salen y entran subsaharianos para descansar y asearse. Y una Juana la Loca que se come el corazón de su amado. En la esquina hay un carrito de helados italianos que vende cassatas y regala vasos de agua fresquita. En el muro, unas lagartijas buscan el punto omega sonando por heavy metal, flamenco y punki. Uno en todos los Arias intenta escalar, armado con un bajo Gibson a la espalda, la parte más alta del muro con la única intención de explorar lo que hay al otro lado.

Hay un tugurio libertario al que se accede por dos calles donde un lutier sueña guitarras en vasos de vino tinto; en la barra, una mujer se recoge coqueta la melena para ofrecer el cuello desvestido al amante.

La voz de Mika, Midori-yo watashi-no aisuru Midori-yo, se duerme en el Botánico sobre la alfombra de hojas amarillas que regala el gingko biloba.

Hay un diván de escayola policromada en el que un gitano rubio, tumbado como una sultana, cuenta, con compás de tres por cuatro, mil y un cuentos que vienen a escuchar varios chochines, tres estorninos y un verdecillo.

Groen, so elskar ya dei, groen, resuena, académica, la voz de Carmen desde la Placeta del Hospicio Viejo hasta el Generalife.

En el interior de una edición gigante del Cossío, un diestro torea una corrida memorable. Le para el toro el Nene de Santa Fe y él dibuja unas verónicas que el mismo Paula jalea desde el tendido 6. Con la muleta, en los medios, da un pase ayudado por alto y después —impertérrito— tres estatuarios que hielan la sangre. Ya suena la música —interpretada por Elisa la del Horno— cuando ejecuta la primera tanda de naturales rematadas por escultóricos pases de pecho que el público aplaude a rabiar. Hay un espectador atónito que le grita a la grada: «¡Pero si no hay toro!». Unos molinetes que le sacan un ¡ole! al mismo Belmonte, y unas impecables manoletinas que firma con un pase del desprecio. El público enloquece y el espectador —invitado a callar por sus vecinos— insiste: «Que no hay toro, ¿pero dónde está el toro?».

Hay una alta azotea a la que suben por una escalera salomónica espectadores de crepúsculos y primaveras de nieve. Ciertas noches se atenúan las escasas luces del parque y se decreta la desaparición del centro comercial nevada. Y entonces, los padres enseñan a sus hijos la vía láctea, los amantes se ocultan de la luna y los hombres lobo ululan en los claros del parque.

En Granada, en el parque donde los niños juegan, los jóvenes leen y los mayores se besan, hay una joven recostada en el tronco de una sabina rastrera. Está leyendo un poema en el que una mujer de pelo cano promete que en este parque —amor mío— te besaré hasta el último regusto a gloria de tu boca.

 


Algunas obras citadas:

Ángel Vázquez. Fiesta para una mujer sola. Editorial Rey Lear. 2009.
Ángeles Mora, Soñar con bicicletas. Editorial Tusquets. 2022.
Italo Calvino. Seis propuestas para el próximo milenio. Editorial Siruela. 2018.
Manuel González García y Emilio J. García Gómez-Caro (directores). El enigma Agustina. Laniakea S.L. 2018.
José Sánchez Montes (director). Cante Jondo: Granada 1922. Siesta Producciones. 2022.
José Sánchez Montes y Gervasio Ortega (directores). Omega. Telecinco Cinema. 2016.
Enrique Morente y Lagartija Nick. Omega. El Europeo Música. 1996.
Federico García Lorca. Romancero gitano. 1928. Edición original: Editorial Juan Régulo Pérez. Accesible en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Federico García Lorca. Poeta en Nueva York. 1940. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

10 Comentarios

  1. Rula (Theodora)

    ¡que ritmo narrativo más envolvente! Cada giro viene aún más magnífico y sorprendente.
    Gracias Juanma.

  2. Ángeles Mora

    Deliciosamente envolvente, divertido, ese parque granadino habitado por tu ingenio desbordante. Qué decirte. Me has llevado de sorpresa en sorpresa, sin parar de sonreír. Y eso es un gran regalo siempre. (¡gracias por la cita!)

    • juanma Garcia-Ruiz

      Muchas gracias, Ángeles, por tu elogio. Ojalá divierta tanto como yo me divertí escribiéndolo. Y gracias por tu poesía, por ese estallido de azules.

  3. Oswaldo García- Hernán G.

    Gracias Juanma. Desde la distancia del Foro en la estepa, me has acompañado por nuestra, de todos y tambien tuya, la incomparable Granada. Que se acerca y que aleja en el tiempo como la bella amante, mas deseada por esquiva.

    Y me has provocado el impulso imposible de runirme con ella, aún sabiendo que solo puedo ser uno mas para nuestra estrella.

    Y en el compromiso irrenunciable de un encuentro a tres que seran dos en la Riba de Santiuste, un fuerte abrazo de tu amigo Oswaldo.

    • Juanma Garcia-Ruiz

      Si, ese encuentro en Riba de Santiuste habra de ser con la memoria puesta en el tercero de nosotros. Un fuerte abrazo y ojalá telo pueda dar tambien en Granada.

  4. Andrea Villarrubia

    Enhorabuena, querido Juanma, por ese parque imaginario que coincide casualmente con los sueños de tanta gente, entre ellos nosotros mismos. La verdad es que de cuando en cuando logramos entreverlo. Por ejemplo, ante Lorca en Babel y otras muchas situaciones. Y eso es lo que debería animarnos: hacer lo imposible para construir ese parque soñado. Un abrazo y felicitaciones por tan hermoso texto.

    • Juanma Garcia Ruiz

      Muchas gracias Andrea. Como bien dices, hay que construir el futuro, no solo soñarlo. Y o lo contruimos nosotros, o nos lo construyen. Así que, manos a la obra.

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