Ficción

Corazón de atún

Relato inspirado en la canción «La muy puta», de Christina Rosenvinge

Imagen-collage: Yannis Fortta

Sin dejar de ser el mismo, era otro. Me refiero al silencio sepulcral que los recibió aquella madrugada. El gesto impersonal que intercambiaron al encontrarse fue el acostumbrado —súbita sinergia de ademán de cejas y espasmo del intrincado nodo de músculos que les servía de cuello—, pero una nueva expectativa los embriagaba: saciar su apetito.

Machos —viejos de mejillas curtidas y surcos profundos en la frente y jóvenes de espaldas anchas e iniciales de tinta bajo la piel— inauguraban la expedición uniformados con los mismos petos y botas de caucho. Portaban consigo gestas de los de verso, nanas para los de pecho, bestiarios de los de libro y rezos de los de paz. Así: «Anatomía aerodinámica y lomos macizos, avanza a contracorriente y baila sobre las olas; más que un ángel, criatura abisal que se les aparece a los de buen fondo y se disuelve tras un pestañeo; engendro diabólico, vástago de Cthulhu y el Anisakis». Que sus nombres ingresaran en aquella polifonía, que reconocían como cuna y sudario, dependía de tecnología naval y una maniobra —otrora, una danza con el monstruo— filtrada en sus tuétanos tras estratos de tiempo y violencia ultramarina.

La voz de plomo y aguardiente del capitán —¡Que le toca ya!— conjuró el inicio de la función. La orquesta tensó todas y cada una de sus cuerdas nerviosas al unísono para sobreponerse a la pieza que se les resistía. Las lágrimas, el sudor y las olas conformaban el relente salino que los envolvía. No sé qué aconteció antes: si la certeza de saberse triunfantes, las plegarias o la euforia; pero sí que cuando el arrastre de las redes revelaron el éxito de su actuación, pensaron en sus esposas, que nunca más despertarían sobresaltadas ante el temor nocturnal de que la muy puta les hubiera arrebatado a sus maridos; sino con el abrazo vespertino de aquel a quien aman sobre el colchón.

Violadas por sus sueños, se rindió al día aciago de su propio funeral.

A través del viento las salves marineras guiaban a la tripulación de vuelta a casa. Los niños comprobaron que con fe en la Patrona de los pescadores lo imposible se volvía pescable, y a Ella se encomendaban lanzándose en picado desde el muelle para emerger de las aguas siendo hombres y centellas. Los ancianos se jactaban del reportero local, embriagado de frustración profesional por ejercer el oficio de contar historias en un pueblo donde, hasta ese mismo día, nunca pasó nada. Entre la muchedumbre expectante, hembras —las unas, de largo, con sus mantillas de feria; las otras, de informal, con estampados florales—:

—¡Estás tonta! ¿Qué popstar, chiquilla? ¡Poeta maldita!

—Además de verdad, hija…

Mis ex, tus ex, abordaron la embarcación para empuñar el exabrupto y coronar la fiesta de mi ejecución final. Bastó un tajo: «En la hora escrita, el cielo se abrirá».

A través de las nubes, los primeros rayos de sol que acariciaron su cuerpo revelaron un fulgor tornasolado que confirmó su condición. La estampa de efectos aterciopelados recordaba a la paleta cromática de un Rompimiento de Gloria. El párroco, engalanado con estola tachonada de estrellas y con orden judicial, evaluó la naturaleza del estigma: desde la compañía les exigen santidad. La comunidad anclada al Estrecho fue poseída por el delirio tropical. El despiece era parte del plan para hacerse con las reliquias: ventresca, parpatana, morrillo, barriga, raspa y huevas. Los críticos: «¡Un día en el calendario! ¡Un museo a su legado! ¡Una cazuela y en escabeche, tomate y encebollao!». La conservera local, el epicentro de un tsunami de histeria por el sushi que asolaría la faz de la tierra desde el horno de gas del Chef del Mar hasta la orilla del Zipango y el más allá. Entre ceceo y ceceo se fraguaba la versión marinera del cuento de la lechera.

En este aterido mundo de presencia fantasmal el duelo demanda un cuerpo y la zurrapa de este cuerpo pendía de la sogaNo me afecta el tiempo ni la gravedad—. Con la última gota de salsita, mariposas que no puedo desvelar escaparon de mi hueco pectoral. A expensas de un fetiche, la lonja municipal luce el corazón en salmuera: —¡Qué bien se conserva!murmuran al pasar las vecinas que se acercan a comprar acedías, coquinas y boquerones.

Cada verbena de San Juan, cuando el día y la noche se funden negro mar, el arrullo de las caracolas se alza sobre el crepitar de las ascuas:

Nacido del llanto atlántico,
otras aguas lo vieron atracar.
En pecera de cristal
entona su triste cántico.
Bautismo de sal,
don oceánico.
En cielo, tierra o carnaval:
pánico.
¡Tanto amor que dar!
¡Tanto amor que dar!
¡Tanto amor que dar!

* NOTAS DEL AUTOR

1. Como punto de partida para este relato he escogido la canción «La muy puta», incluida en el álbum Lo Nuestro (2015) de Christina Rosenvinge, por el original tratamiento que la cantautora dedica al tema de su propia muerte como artista. La letra derrocha un elegante humor negro: pese a la divertida frivolidad que la impregna, la autora resuelve que el amor le permitirá burlar las artimañas y emisarios mediante los cuales la Muerte, personificada en el título mismo de la canción, trata de atentar contra su vida. Señaladas en cursiva podrán advertirse varias citas extraídas de la letra de la canción de Rosenvinge.

2. El tema de la canción entra en diálogo con mis propias coordenadas biográficas: un pueblo marinero en la zona mas meridional de la península. La idiosincrasia del enclave aparece reflejada mediante múltiples recursos que se hacen eco de su cultura, historia y folclore: pescadores, la industria conservera, la técnica milenaria de la pesca del atún con almadraba, el ronqueo, las fiestas de San Juan, el culto a la Virgen del Carmen, etc. En el relato, la Muerte, valiéndose de recursos y agentes autóctonos, da caza al poeta en el mismo lugar que lo vio nacer.

3. La imagen collage de apertura sirve de puente transmedial entre la canción de Rosenvinge y el relato. Algunos elementos son trasvasados al nuevo medio: el negro mar, el cielo abierto, la soga, el pecho del narrador como contenedor de mariposas, etc. Como ejemplo más significativo encontramos la lata de atún, aludida por Rosenvinge al inicio de su canción, que responde a una de las especialidades culinarias locales y materia prima de su tejido industrial. Hasta tal punto es así que el atún luce como motivo en el escudo de Barbate.

 


Con la colaboración del Máster Universitario en Escritura Creativa de la Universidad de Sevilla, que se imparte en la Facultad de Comunicación desde el curso 2010-2011 y que actualmente coordinan Mª Jesús Orozco Vera y Carlos Peinado Elliot. Más información aquí.

Este relato musical surgió de una actividad de la asignatura «Modelos narrativos», impartida por la profesora Clara Marías. A partir de la letra de una canción, los estudiantes tenían que escribir un relato en torno al personaje que —tan bien— retrata, manejar la intertextualidad (citando algún verso de la canción) e incluir algún elemento autoficcional.

Yannis Fortta compagina la creación literaria y gráfica con su puesto de mentor de adolescentes en educación privada (Buckswood School, Hastings, Reino Unido). En latitudes peninsulares fue recientemente galardonado con el Premio José López Rubio por la composición del guion para el cortometraje La Isla por la misma institución donde, a remo junto a otros once, conquistó Circo Circo, Una Novela Colectiva (Editorial Universidad de Granada, 2022). Se zambulló en la artesanía de la confección de dispositivos de ficción (Carlinga Ediciones, Sevilla, 2022). Líquido Amor es el título de su primera exposición pictórica individual (Villa Infundiosa, Zahora, Cádiz). En sendos templos del libro (Librerías Picasso, Almería, 2019, y Agapea Libros, Granada, 2018) cultivó un anhelo por lo Clásico engendrado allá cuando se dedicó a trazar las efigies acrílicas de héroes —en pañales— sobre los muros de una ludoteca (Joyce ‘n’ Fun, Skiathos, Grecia, 2014). Nadó a contracorriente en un taller de expresión plástica para adultos con TEA (Asociación Autismo Granada, 2016-2017). Con un modesto flotador medió entre infantes arrojados a las turbulentas promesas de la enseñanza bilingüe y la lengua del bardo (Granada, 2014 – 2017). Las primeras mareas le hicieron varar en un hostal para mochileros donde se curtió como personal de mantenimiento (Avalon House, Dublín, Irlanda, 2009). A cambio de veinticinco pesetas difundía fotocopias de sus dibujos a rotri de personajes de Dragon Ball entre otros hijos de los noventa, durante los recreos (CEIP Francisco Giner de los Ríos, Barbate, Cádiz, 1999). El resto es agua pasada.

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