Hoy es probable que parezca una sofisticada forma de sadismo, pero entonces no nos permitíamos esta clase de juicios: décadas atrás, en segundo o tercer curso de la carrera de Filología, la asignatura de Historia del Pensamiento incluía como lectura obligatoria Doctor Faustus (1947), de Thomas Mann. En primero habíamos leído —solo algunos, naturalmente, pues parte del supuesto encanto de una carrera como Filología ha sido siempre no leer nada o solo los apuntes mendigados a estudiantes aplicadas y con buena letra, como quien esto escribe— La muerte en Venecia, una novela breve de 1912, muy fácil de interpretar hasta para la mente más obtusa, tanto en su clave simbólica —los indicios precursores de la muerte inminente encarnados en la belleza sobrenatural de un efebo— como en su clave moral: la homosexualidad latente del protagonista, Gustav von Aschenbach, un reconocido escritor maduro que pasa unos días de descanso en el lujoso hotel Des Bains, próximo a la playa en la isla del Lido de Venecia, se manifiesta en la atracción irreprimible que despierta la presencia de un bello muchacho, de unos catorce años, Tadzio, miembro de una aristocrática familia polaca alojada en el mismo hotel. La belleza inalcanzable se sublima en la obra de arte, el goce será secreto, pero el desmoronamiento de la fachada de respetabilidad alerta de la muerte social que castigaría la revelación de su verdadera inclinación sexual. La peste que asola Venecia es también una alegoría de la peste parda (fascismo y nacionalismos histéricos) que empieza a propagarse por Europa. Como novela, Doctor Faustus son palabras mayores. A su lado, La trágica historia del doctor Fausto, de Christopher Marlowe (siglo XVI), y el Fausto (1829) de J. W. Goethe, parecen lecturas juveniles; por eso es fanfarronería afirmar que un lector español de poco más de veinte años, sin conocimientos musicales avanzados y sin una introducción al texto, puede entenderla cabalmente. Cuánto habría convenido entonces contar con un libro como este de Colm Tóibín (Enniscorthy, Irlanda, 1955), El Mago, una biografía de Thomas Mann que recorre la vida y la obra del escritor alemán desde 1891 en Lübeck, cuando cuenta dieciséis años, hasta su muerte en Zúrich, en 1955.
Tóibín se centra en la personalidad y conflictos del escritor desde su adolescencia, cuando cree haber convencido a su padre de que seguirá sus pasos en el boyante negocio familiar mientras la pasión por la literatura y las artes va conformando su carácter, hasta el último lugar de exilio, en Zúrich, tras abandonar Estados Unidos, donde parte de la familia Mann halló refugio tras la persecución nazi, cuando ya era el célebre escritor galardonado con el Nobel de Literatura en 1929. El Mago, el apelativo que le daban en familia por sus trucos para entretener a las seis criaturas que tuvo con su esposa Katia Pringsheim, se presta a la interpretación en clave, tanto por lo que hace a la magia de la creación literaria como a las máscaras que pudo revestir para ocultar su homosexualidad, aspecto al que Tóibín presta atención pues, a diferencia de los tempranos biógrafos del autor alemán, ha tenido acceso a los diarios íntimos, publicados con permiso de Mann dos décadas después de su fallecimiento. Las revelaciones que contienen esos diarios, que parecieron incómodas en su momento y a las que también la crítica española reciente dedicó algunas páginas de una cautela algo cómica, ayudan a Tóibín a construir una personalidad llena de matices en una narración que explica cómo sus inclinaciones homosexuales y la reelaboración en forma artística de sus reflexiones filosóficas favorecen la creación de una obra que desdeña tanto la facilidad del argumento como los personajes de una pieza, es decir, el tipo de obra que podría reclamar tanto la extracción burguesa del autor como los tiempos históricos y el contexto político de la Alemania de finales del XIX y primera mitad del siglo XX.
El Mago es una obra de personajes más que de reflexión literaria, con retratos interesantes de las mujeres que vivieron en la órbita de Mann —cuesta acostumbrarse a ese «Thomas»—, empezando por su madre, la brasileña Júlia da Silva Bruhns, que incomodaba con sus sonrisas y carácter abierto a los burgueses de Lübeck, continuando con Katia, la riquísima esposa de orígenes judíos y de efervescente personalidad, siguiendo con su hermana Carla y con Erika Mann, su contestataria hija mayor, antinazi desde la primera hora, izquierdista radical y abiertamente lesbiana que se casa con el poeta homosexual W. H. Auden para obtener el pasaporte británico, tan útil durante y después de la guerra. Más interesantes aún son los perfiles de los varones, cuyos temperamentos se presentan casi siempre mediante un juego de contrastes: la oposición entre Thomas y Heinrich Mann, el hermano mayor que antes manifiesta su vocación literaria y al que su temprana adhesión a las corrientes de izquierda colocará en una posición peligrosa, tanto en Alemania como en el exilio en Estados Unidos; Klaus Mann, su hijo mayor, y el otro Klaus, el hermano gemelo de Katia, ambos homosexuales declarados y beligerantes. De estas parejas de dobles saca partido Tóibín al narrar destinos contrarios, marcados por un signo fatal, fruto de unos excesos que a menudo son la respuesta a un contexto sociopolítico reaccionario o —como en el caso de las mujeres de la familia que se suicidan o se dejan morir— su rendición a una nostalgia irresoluble. También recurrió al juego de dobles y de oposiciones el propio Mann para caracterizar simbólicamente lo que llamaba la naturaleza alemana, así como para expresar plásticamente sus deseos reprimidos, que no iban a contentarse con un intercambio sexual, ya que necesitaban trascenderse en una expresión que conjugara la idea de belleza con la filosofía inspirada por Schopenhauer y Nietzsche —influencia a la que el profesor Rafael Argullol ha dedicado en su obra y en sus clases más atención que Tóibín, dicho sea de paso—.
La imagen que se forma el lector del Mann hombre y cabeza de familia es menos heroica que la del escritor célebre y figura de referencia entre sus compatriotas exiliados. De nuevo sobre este asunto de la figura pública y la persona privada el perfil se define en fuerte contraste con las penalidades que acosan a su hermano mayor, Heinrich, desde la persecución nazi que afecta a su primera mujer y a su hija; más tarde por un izquierdismo que algunos tachan de rígido y otros de coherente, pero que en todo caso se saldó con unas penurias que nos ilustran sobre el uso que, a ambos lados del telón de acero, las instituciones hacían de sus intelectuales.
Las líneas de interés que son la evolución de Thomas Mann como escritor y su dificultad para erigirse en portavoz de una corriente alemana desafiante al nazismo están desarrolladas de manera más conseguida que los entresijos de su inclinación sexual. Me ha interesado especialmente la descripción de los ambientes sociales de la alta burguesía de Lübeck, tanto de la familia Mann como de los judíos Pringsheim, la familia de Katia, el impacto del castigo que el senador Mann inflige a sus hijos en su testamento y cómo la pérdida de estatus determina la reconstrucción de la personalidad de todos ellos, y en definitiva cómo esas vivencias se destilan para escribir Los Buddenbrock, novela con buenas dosis de autoficción que procura a Thomas Mann una fama inmediata (y como suele ocurrir con las novelas de autoficción, irrita a unos y halaga a otros, viéndose reflejados en determinados personajes).
Por más cercano en el tiempo, creo que resulta de gran interés el relato de la instrumentalización que desde el primer minuto el gobierno de Estados Unidos hizo de la presencia de Mann y su familia en el país, primero en Princeton y luego en California. Una instrumentalización modulada mediante la adulación, la información confidencial para que adaptara sus intervenciones ante la comunidad alemana y, más tarde, las exigencias no siempre sutiles que le transmitía a través de ese tipo de personajes —tantas veces judíos poderosísimos— que actúan de mediadores y de correa de transmisión de las estrategias y condiciones del gobierno estadounidense. Thomas Mann se niega a ese pacto fáustico que le plantean en medio ya de una política de guerra fría y se despide con su mujer y Erika, reconvertida en su eficaz secretaria, de la soleada California, así como de la lujosa casa de estilo modernista diseñada en Pacific Palisades por el arquitecto alemán —también exiliado— J. R. Davidson, rumbo a Zúrich. Morirá sin llegar a ver el apogeo de la caza de brujas, cuyos preliminares sufrieron él y su familia con los interrogatorios del FBI.
El bagaje como crítico literario de Colm Tóibín se pone de manifiesto en el relato de las circunstancias que inspiraron las novelas y ensayos de Mann, explicadas con sencillez y pertinencia, sin ahondar en teorizaciones literarias. Sus comentarios y datos sobre la gestación de La montaña mágica y Doctor Faustus, y las lecturas en clave alegórica que permiten de la enfermedad y la música dodecafónica de Schoenberg como emblemas de momentos trascendentales de la historia de Alemania, ofrecen esa introducción a la obra de Mann que echábamos de menos en la universidad.
EL MAGO. LA HISTORIA DE THOMAS MANN Colm Tóibín Traducción de Antonia Martín Martín LUMEN (Barcelona, 2022) 568 páginas 22,90€ |
Pingback: «El Mago» de Colm Tóibín | Plein Soleil…
Pingback: Colm Tóibín, orgullo y prejuicios - Jot Down Cultural Magazine