Entrevistas

Valeria Mata: «Vivimos en una sociedad que condena la vida errante y fomenta el terror a vivir sin un patrimonio»

La escritora y antropóloga mexicana Valeria Mata. / Foto: Gus Rohmer

La escritura de Valeria Mata (Puebla, 1992) es un cruce de caminos. Antropóloga social además de literata, se ha formado en Ciudad de México, en Madrid y en Londres, y ha completado residencias de investigación en Shanghái y en el Amazonas peruano. Ha publicado Plagie, copie, manipule, robe, reescriba este libro (Impronta Casa Editora, 2018), Comer relaciona (y confronta) mundos(Centro Cultural de España en México, 2021) y Todo lo que se mueve, que en España ha editado de forma reciente y primorosa el sello Comisura: un diálogo fragmentario y vivo entre textos e imágenes que ha concebido en ese estado natural de desplazamiento y que reflexionan sobre la vida nómada, la noción de viaje, a través de escenas que se yuxtaponen como en una sala de montaje, recorridas no solo desde la teoría sino desde los afectos.

Antropología, historia del arte, política, biología, filosofía, música o geopoética son algunos de los campos que atraviesa este collage o ensayo-poema-artefacto híbrido y metaliterario, donde confluyen las escrituras para llevar de, entre otras y otros, Braidotti, Sontag, Barthes, Caillois, Chatwin, hooks, Di Giorgio, Gerber Bicecci, Piglia, Bourgeois, Lispector, Solnit, Cixous, Eliade o Valeria Luiselli, quien asegura que «todas las historias son en el fondo una historia de traslado». Pese a esto, y aunque más de 12 millones de personas cogen un avión cada día, se sigue condenando socialmente la errancia en tanto que carencia de posesiones. Un castigo frente al que se rebela el libro ambulante y mudable de Valeria Mata, quien en su último mensaje me saluda «desde una carretera que atraviesa la Sierra de Puebla».

Por tu formación y experiencia, ¿dirías que tu escritura es una forma de investigación antropológica y social?

Veo la investigación como un espacio de juego. En ese espacio pueden convivir muchos saberes, hallazgos, sorpresas, conversaciones. También defiendo mucho la investigación desacademizada como una labor cotidiana al alcance de cualquiera y como sinónimo de exploración y curiosidad.

¿Cuándo empezaste a explorar la función creativa de lo escrito más allá de lo académico?

Mi perspectiva nunca ha sido puramente académica, he tenido como referencias los diarios de viaje y etnografías de exploradoras(es), antropólogas(os) o científicas(os) que escriben con un lenguaje narrativo e incluso poético. El lenguaje es una caja de herramientas y permite mezclas. Para esto, la antropología puede usarse como una herramienta más, como un enfoque que nos haga dudar de lo familiar o «inquietar lo universal», como dice Vinciane Despret.

Tu propia biografía es un ir y venir continuo, cursando estudios y realizando investigaciones en países muy diversos y lejanos entre sí. No sé si partió de ahí la idea de hacer este libro.

Bueno, sí. De esos viajes surgieron casi todos los materiales que componen el libro. Creo que ese «ir y venir» descoloca, en el sentido de que nos obliga a darnos cuenta de que nuestras formas de estar en el mundo no son las más normales, y esa perplejidad puede ser una provocación para la escritura: la observación del desplazamiento como materia prima para escribir. Por otro lado, la cuestión de lo móvil me ronda la cabeza desde hace mucho, la idea de lo inestable, lo que evade la categorización. Hay también una inquietud que viene de la historia familiar, mi infancia está atravesada por mudanzas y viajes en carretera.

Fotos: Comisura

En 2015 pusiste en marcha una biblioteca itinerante o plataforma móvil de publicaciones independientes. ¿Cuál era la motivación y hasta qué punto aquella experiencia ha influido en la concepción de este libro?

Me motivaba ese mismo interés por lo itinerante, que me toca con mucha fuerza. La biblioteca era un carrito de madera con ruedas que se estacionaba en lugares raros y buscaba proponer otros canales de circulación para libros de pequeñas editoriales latinoamericanas. Con ese proyecto ambulante aprendí mucho. Mucho antes de eso, cuando tenía 15 años, había hecho entrevistas a personas que trabajaban en circos porque me llamaba mucho la atención la vida errante que llevaban, y continué con esa obsesión hasta ahora. Las peregrinaciones y expediciones, la historia de la comunidad romaní, la venta ambulante, la cuestión migratoria, lo fronterizo… Este libro fue una manera de canalizar esa obstinación con estos temas.

Todo lo que se mueve es un libro de textos que surgen como fruto del desplazamiento. ¿Qué ventajas y dificultades has hallado en esa forma de concebir?

Me gusta pensar que el espacio de la escritura puede ser portátil, que para escribir no es necesaria la disciplina del cuerpo sentado y serio. Rosi Braidotti dice que los textos pueden ser como campamentos, que van dejando rastros de los lugares por los que hemos transitado, en paisajes que no dejan de cambiar. Entonces lo que suelo hacer es documentar los tránsitos.

¿Te ha costado mucho ponerle un punto final a este libro en movimiento?

Mi opinión es que el libro está inacabado, está todavía modificándose. Pienso que tomar la decisión de publicar algo significa interrumpir un flujo de transformaciones que no va a dejar de correr aun después de imprimir el texto, porque no está congelado sino en movimiento, y existe siempre en relación con otros mundos.

Llenaste más de veinte cuadernos de palabras e imágenes para este proyecto. ¿Cómo le diste estructura a tu relato?

En realidad las notas en esos cuadernos no tenían la intención de convertirse en un libro. Eran escrituras contingentes de cosas que para mí necesitaban ser anotadas en su momento. Después me di cuenta de que había temas en los que insistía desde hace años y que formaban una especie de trazo, que unía los puntos y dibujaba algo. Fue como si apareciera una columna para estructurar todas las vértebras que estaban dispersas. En ese sentido, pienso que la escritura es un montaje. Es como ensamblar pedazos, tomar piezas sueltas y ponerlas juntas, combinar una serie de elementos, encontrar amistades entre fragmentos, relaciones entre imágenes.

La primera edición en México, en 2020, incluía un diseño que ampliaba el título («Todo lo que se mueve / se resiste al encierro»), ¿era una alusión al confinamiento propio de la pandemia? La imposibilidad de movimiento y su coerción institucional son temas presentes en esta obra.

En el libro no escribí nada sobre la pandemia porque, cuando se publicó por primera vez, todavía estábamos en la etapa del estremecimiento y no había distancia para reflexionar sobre ese evento que nos impactó tanto. Pensaba más bien en cómo, por lo general, los cuerpos en movimiento se han representado como figuras con atributos negativos, poco confiables o degeneradas desde el punto de vista ideológico y ético, amenazas móviles que necesitan enderezarse y disciplinarse. Las mujeres, por ejemplo, han sido castigadas o intimidadas por intentar llevar a cabo uno de los derechos más simples: salir a caminar. Vivimos en una sociedad que condena la vida errante y construye un ideal de asentamiento estable, además de fomentar el terror a vivir sin un patrimonio. Tenemos la idea de que la falta de pertenencia y de pertenencias es algo monstruoso.

A España el libro nos llegó en 2022 gracias a Comisura, una editorial que se distingue por el diálogo entre literatura y artes visuales. ¿Cómo se originó vuestra relación?

Laura [C. Vela], Carlota [Visier], y Jesús [Cano Reyes], de Comisura, compraron la primera edición de Todo lo que se mueve en una librería de Madrid que se especializa en literatura latinoamericana. No nos conocíamos, pero cuando lo leyeron me escribieron contándome sus ganas de publicarlo en España. Como dices, el libro encajaba muy bien en su catálogo por los discursos híbridos que suelen publicar.

Se añadieron textos a la edición original, y no sé si también imágenes, pero en cualquier caso ¿hubo un trabajo específico en torno a las fotografías?

Me gusta que las ediciones posteriores de un libro tengan diferencias entre sí (porque hay necesariamente modificaciones, participación y diálogos con otras personas, y es bonito que eso se haga evidente), entonces quitamos algunas fotografías y añadimos otras. También incluimos tres textos nuevos, porque sentía que en la primera versión no había hablado sobre desplazamientos no humanos —rocas, plantas, pájaros— y quería tocar un poco ese tema.

Pese al cliché de esta palabra, hay cierta voluntad de autodescubrimiento en tu iniciativa, en el sentido de tomar distancia del yo, tan presente en la literatura actual. Aquí se refleja tu experiencia, pero el centro no eres tú.

Me interesa la escritura como proceso de despersonalización, como puesta en duda del yo. Cuando hacemos turismo, por ejemplo, hablamos de viajar para «tener más experiencias», para que nuestro yo tenga más peso. Pero también puede buscarse lo contrario, más sugestivo, creo: que el viaje desestabilice al yo por ahondar en la extrañeza, que suponga un tipo de duelo por la pérdida de los supuestos con los que nos movíamos con seguridad, un derrumbe de nuestros códigos. Creo que los viajes más trascendentes son aquellos donde el yo se desterritorializa, se confunde y se desorienta. Y entonces algo raro ocurre y, como escribe Chantal Maillard en un poema, «quien habla es lo de menos».

Al final del libro se incluye una nota («Es mejor que un libro viaje a que se quede encerrado en una caja») que parece un eco de tu anterior Plagie, copie, manipule, robe, reescriba este libro. ¿Crees que la autoría está sobredimensionada?

Creo que la autoría es una ilusión. Es decir, ninguna obra puede reducirse a la individualidad de una persona. Los libros no surgen de manera aislada y espontánea, sino en el marco de relaciones sociales, en un proceso largo de intercambios y conexiones. Entonces siempre hay colectividad y acompañamientos al escribir y publicar, pero a veces olvidamos el carácter social del trabajo que hay ahí, y no reconocemos que los textos están llenos de citas y ecos plurales.

En Todo lo que se mueve hay muchas citas y referencias a escritores que se mueven en terrenos híbridos, y de hecho estas páginas tienen algo de ensayo, sobre variadas áreas de conocimiento fundidas, y también de artefacto metaliterario, ¿no es así?

Sí. Me siento muy atraída por las prácticas o los artefactos del cruce, en los que conviven teoría, crítica, narración, especulación, relatos, humor, ficción… Prácticas que, como dice Sara Uribe, buscan «ensanchar los márgenes de los géneros con la intención de reescribir sus perímetros».

Hay una idea de subversión, resistencia y libertad de pensamiento (y cuerpo) frente a las convenciones o ataduras de la vida moderna que planea sobre todo el libro. ¿Te has llegado a plantear el nomadismo como estilo de vida, o sería impracticable en el mundo de hoy?

Sería practicable si pensamos el nomadismo no solo como el acto de viajar geográficamente (porque eso lo volvería una opción elitista, poco ecológica, o accesible a muy poca gente), sino como la posibilidad de salir de ciertos límites o descolocar algunas nociones. Si vinculamos la errancia con la posibilidad de pensar fuera de, o de replantearnos las ideas consolidadas, entonces lo nómada se convierte en una herramienta para el pensamiento crítico y en eso radica su potencial de ruptura e interrogación.

Ahora que hay tanto debate sobre la cuestión identitaria, sorprende tu defensa de la identidad nómada, que es justamente su carencia o volatilidad. ¿Por qué cuesta tanto aceptar que las posiciones son mutables en una sociedad que sí fomenta la promiscuidad en el consumo?

No creo que haya algo así como una identidad estable. Todo es tan transitorio y volátil y tembloroso… Pero sí, la indeterminación nos inquieta porque hace difícil la categorización y eso puede ser peligroso, sobre todo porque lo indefinido es más fluido y escapa del control. Para el budismo, la identidad esta formada por un grupo inestable de elementos cambiantes y contradictorios. O sea, que somos un grupo, no un individuo.

Las «vacaciones falsas» son el epítome del turismo como decorado y relato de ficción, algo que conecta con las vidas exhibidas en redes sociales, pero ¿te interesa el espacio de internet para el viaje virtual de la creación y los textos?

No solo me interesa sino que me apasiona. Google Maps es la aplicación que más uso en el teléfono y tengo marcadores en lugares que seguramente nunca llegaré a conocer, más allá de la virtualidad. Es emocionante eso de navegar entre páginas e ir encontrando islas en el trayecto, que una búsqueda te lleve a otra para después formar un archipiélago de pestañas abiertas: una deriva rizomática. Pero internet no lo veo tanto como un espacio para la «creación», sino para la recombinación.

Por último, de forma reciente también colaboraste con Comisura en el libro colectivo Querida Theresa, ¿cómo fue la experiencia de conocer (e imaginar) la figura de Theresa Parker Babb?

Disfruté mucho ese ejercicio especulativo. Fue muy lindo imaginar la cotidianidad de un grupo de amigas del siglo XIX jugando y comiendo en el campo, siendo fotografiadas por una de ellas.

¿Crees que la memoria, real o inventada, es otra forma de viajar?

Claro, se puede viajar sin mover el cuerpo de lugar. La memoria es la puerta más accesible que tenemos para hacerlo. Los relatos y los sueños, también.

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