Horas críticas

(Des)memoria

Reseña de «Las tempestálidas», de Gueorgui Gospodínov

Cuántas veces no habremos caído en la trampa de nuestra memoria al adjudicar al pasado una mayor grandeza de la que realmente tuvo. Cuántas veces no habremos pecado de nostálgicos, engañados por ese síndrome de la edad de oro que nos dice que todo tiempo pasado fue mejor. Nuestros cerebros reconstruyen continuamente aquello que fue para presentarlo más bien como aquello que podía haber sido, y por el camino se difuminan los matices entre lo posible y lo fáctico enseñándonos, en una lección postrera, que nuestra imaginación no dista tanto de la memoria, y que esa cercanía entre procesos mentales es, de alguna manera, lo que nos define como especie.

Gueorgui Gospodínov sabe mucho de esta confluencia entre pasado, presente y futuro. O más bien de la fragilidad de una línea temporal que no es continua, porque nuestra realidad, o como mínimo, la forma en que la interpretamos, está compuesta por una fragmentariedad que todo lo mezcla. Así nos lo contó en su aclamada Física de la tristeza, donde los discursos, voces, épocas y personajes se pasaban el testigo sin orden de continuidad, pero siempre dentro de un relato a veces personal (la infancia del propio Gospodínov) y a veces colectivo (el recuerdo de Bulgaria a lo largo del siglo XX). Y así lo justificó en su Novela natural, donde reflexionaba sobre los límites entre el relato individual y las grandes historias; leyendas y mitos que, sin embargo, y por muy grandilocuentes que sean, siempre remiten a lo cotidiano. A lo fantástico dentro de lo común o, como reza el título del disco de Ladilla Rusa, al costumbrismo mágico.

Con Las tempestálidas, el autor búlgaro continúa indagando en la omnipotencia y omnipresencia de la nostalgia y lo hace mediante la historia de Gaustín, un enigmático personaje que parece habitar un espacio metaléptico situado entre el mundo posible de la narración y la propia mente del narrador. Interesado por nuevas fórmulas con que paliar el mal que aqueja a los enfermos de alzhéimer, este esquivo psiquiatra instaura una clínica en Zurich que sigue la estética de tiempos pretéritos para permitir a sus pacientes viajar al pasado y, de esa forma, reducir sus síntomas o, como mínimo, permitirse una última alegría antes de disolverse en la desmemoria.

Lo interesante de la propuesta viene con el éxito de estas clínicas, que poco a poco se acaban extendiendo por toda Europa y, a su vez, se abren a todo visitante con independencia de su historial clínico o psicológico. Los cronorrefugios, como así los llaman, se vuelven más un bálsamo ante la insatisfacción con el presente que un remedio ante una enfermedad de nuestra psique. Y, con ello, llegan sus siguientes metamorfosis: las clínicas se convierten en barrios; los barrios, en ciudades; y las ciudades, en países. Toda nación quiere volver a su época dorada y es así como Europa se convierte en un espacio plural no solo en culturas, sino también en presentes.

El escritor búlgaro Gueorgui Gospodínov. / Foto: Dobrinka Stoilova — Fulgencio Pimentel

La maestría de Gospodínov en Las tempestálidas radica en enseñarnos que pasar de lo clínico a lo político es solo un asunto de escala. Que la locura, los trastornos y la enfermedad mental no son una cuestión individual sino colectiva, y que la realidad se sostiene más en el interior de nuestras cabezas que en el universo físico que habitamos. El autor plasma en las páginas de esta obra, de forma ejemplar, el relato de un narrador que vuelve a experimentar los males del pasado de su país, y lo hace mediante una crónica a la inversa en que nadie parece recordar lo que se empeña en recordar. Un delirio comunitario que amenaza con anclarnos a la repetición continua de nuestro pasado y que resuena con lo que, en realidad, no deja de pasar hoy en día en nuestro continente. Estamos empeñados en convertir el origen en destino, mirando continuamente por un retrovisor que nos devuelve una imagen velada de lo que refleja.

Finiquito la última página del libro sintiendo esa pena por dar por cerrada una lectura que me había mantenido completamente absorto y admirado. La literatura de Gospodínov (en general) y Las tempestálidas (en particular) nos devuelven a ese tipo de narrativa ilusionista capaz de atraparte entre las páginas de un universo en el que lo onírico, lo fantástico y lo real se dan de la mano sin conflicto alguno entre las partes. Formas, todas ellas, de explicarnos la manera en que sus autores experimentan con su realidad circundante para acercarse desde el relato más íntimo a las grandes historias de la literatura, o de la Historia.

Me resulta imposible dejar de mencionar, a modo de cierre, las resonancias que mi imaginario traza entre la trayectoria y producción literaria del búlgaro y las de otras grandes plumas de la Europa Oriental, como Mircea Cărtărescu y Olga Tokarczuk. En todos ellos se perciben esos ecos entre la historia personal y la de sus países y culturas como temas fundamentales en su escritura. Textos con los que poco a poco, y gracias a la labor de editoriales como Fulgencio Pimentel o Impedimenta, y traductoras como Marian Ochoa de Eribe o María Vútova, vamos logrando cartografiar las geografías físicas y sentimentales de esa otra Europa que, como en la última novela de Gospodínov, exponen presentes que, vistos desde nuestra perspectiva, casi parecen venidos de otra época.

 


 LAS TEMPESTÁLIDAS 
Georgui Gospodínov
Traducción de César Sánchez y María Vútova
FULGENCIO PIMENTEL
(Logroño, 2023)
408 páginas
25€

2 Comentarios

  1. Petia Rumenova Yordanova

    Jose Valenzuela, me ha encantado tu reseña. Confirmo cada una de tus palabras. Este libro me ha dejado un sabor agridulce por todo lo que cuenta y por todo lo que he vivido en Bulgaria en los últimos treinta años. La maestría de Georgui Gospodinov es indiscutible. Se tiene que tener mucha sensibilidad y aun mayor capacidad para plasmar de esa forma la delicada situación de desmemoria que se puede sufrir de manera involuntaria, pero también elegida. Y la traducción, magistral. Enhorabuena a Fulgencio Pimentel por esa edición. Me ha encantado.

  2. Petia Rumenova Yordanova

    PD:los últimos treinta años del siglo XX***

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