Tempus fugit

Del cáncer de mama

Tempus fugit: XLII septimana

19 de octubre — Lo femenino

Santa Águeda en el Museo del Retablo, Iglesia de San Esteban de Burgos. / Foto: Laura Mínguez.

A principios del siglo XX, un grupo de arqueólogos encontró en Willendorf (Austria) una especie de muñequita de once centímetros de altura que representa a una mujer sin cara, pero con grandes pechos y caderas. Otros descubrimientos similares llevaron a los científicos a establecer que hace unos 30.000 años, en el llamado Paleolítico Superior, se tallaban figuritas en piedra, hueso o madera, fácilmente transportables, que debían de ser amuletos o representar diosas-madre —protectoras—, en las que se destacaba, por encima de todo, lo que entendemos por lo femenino.

Los pueblos de Mesopotamia (actual Irak) veneraban en la antigüedad a la diosa Aya, que personificaba el sol naciente, el amor sexual y la juventud, y que era representada con tres pechos, símbolo de la generosidad que se atribuye a la naturaleza desde tiempos inmemoriales, a lo femenino. Su culto fue tan importante que, con un nombre u otro, pasó a otras tradiciones de la zona, incluida la judía.

El rodaballo que protagoniza la novela de Günter Grass del mismo nombre, cuenta que todo cambió cuando la naturaleza dejó de ser «mujerilmente padecida» y pasó a ser «virilmente doblegada»… cuando los hombres se alzaron en armas, cuando dejaron de mamar.

Los cristianos que fueron perseguidos por los romanos en los cuatro primeros siglos después de Cristo aplicaban a los mártires masculinos los más escabrosos castigos a los que solían sobrevivir como si fueran replicantes, pero si las martirizadas eran mujeres —generalmente muy jóvenes— añadían al escarnio el ensañamiento sobre los pechos: cortados, arrancados, quemados o hurgados, así acabaron los de Águeda (Ágata), Bárbara, Engracia, Helicónide o Cirila de Cirene, por nombrar a unas pocas.

Los pechos, ¿lo femenino? Una mamografía, un arpón quirúrgico, una mastectomía, una quimio o la radio son las formas actuales de tortura sobre lo que tradicionalmente ha representado lo nutritivo de la naturaleza o el atractivo sexual, pero ¿deja una mujer de ser nutricia o sensual después de atravesar ese infierno, cuando el espejo devuelve la imagen mutilada de un cuerpo sin atributos?

Lo femenino, como lo masculino, reside en el cerebro, ya lo sabemos, aunque a veces se necesita oírlo y no solo desde las palabras: la mirada espantada de los que no ven más allá de la piel o la glosa excesiva de los escotes neumáticos que pasean algunas petulantes generan inquietud, ira o rechazo entre las mujeres que han sufrido un cáncer de mama, no pasan inadvertidos. El feminismo ha elaborado un discurso de normalización que, en ocasiones, queda en lo teórico y en la literatura, pero no baja a la calle. Todavía hay partes de la humanidad que sienten pena, repugnancia o desprecio ante una mujer mastectomizada; menos mal que hay otra parte, cada vez más numerosa y empática, que construye abrigos de dulce cariño en torno a ellas.

Las mujeres que han atravesado esa tortura y han salido victoriosas solo merecen admiración y afecto. Merecen la mirada generosa, sin pena ni compasión, de quienes en su día se alimentaron de unos pechos, es decir, de todos nosotros.

19 de octubre — Día mundial del cáncer de mama

«La Fornarina según Rafael» (2008), de Fernando Botero. Colección particular.

Una mama con cáncer no duele ni produce fiebre, porque no es una enfermedad en sí; es una tumoración que se forma en el cuerpo —como se forman en los troncos de las moreras viejas— y que perturba el funcionamiento del organismo en mayor o menor grado.

Existen dos modelos propiamente dichos: el cáncer ductal, que aparece en los conductos que llevan la leche y que es el de mayor incidencia entre las mujeres, y el cáncer lobulillar, que aparece en las glándulas que la producen y que tiene mucha menor incidencia. El segundo suele ser más fácil de detectar en una exploración, porque se palpa un bulto como si hubiera un canto rodado debajo de la piel; es de una dureza peculiar, inconfundible, no se parece en nada a un grano o a un absceso. El ductal es difícil de detectar si no es por diagnóstico médico.

Y aparece porque sí, porque somos seres vivos, no hay otra razón; como aparece el ELA, la diabetes o la poliquistosis renal. El cuerpo produce sustancias, se modifica, funciona bien, regular o mal, y envejece. Los genes dominan: la vida que llevamos puede conducir a que aparezcan tumoraciones, pero no debe de ser tan determinante como nuestra configuración física, porque todos conocemos a personas que se alimentan mal, beben, fuman o toman sustancias tóxicas, y están ahí; junto a otras con vidas sanas y alimentación regular, que un día son diagnosticadas.

El cáncer no duele, lo que duele es la afectación que puede hacer a los órganos y, desde luego, los tratamientos. La quimio y la radio salvan la vida porque destruyen las células descontroladas, aunque se llevan por delante los folículos que forman el pelo, el calcio de los huesos, el cartílago de las articulaciones, los pelillos de los intestinos, los dientes, el gusto y el olfato, la capacidad de caminar o ponerse de pie y, sobre todo, la independencia. Y sus secuelas tienen larga vida, pero vida, al fin y al cabo.

El cáncer nos saca de la lista de los inmortales y nos pone en la realidad; es una enfermedad de morir que ayuda a reordenar la mente y el entorno: la mente porque, siendo el cuerpo tan sabio, ofrece otros puntos de vista sobre lo que es esto de vivir, y el entorno porque es la manera más práctica de comprobar quiénes de los que están alrededor están de verdad y quiénes se alejan por su propio pie o por su propia actitud, algo que no es criticable si consideramos que cada uno es libre de elegir sus afectos.

También es una enfermedad de vivir porque se supera como se superan otras, y la vida continúa. Tiene la ventaja de colocar al que lo padece en el aquí y ahora, como las técnicas de meditación; confiere la capacidad de oler con más intensidad, de agudizar la vista, de hacer relativas las cosas que parecían importantes y de amar mejor a los que sí queremos amar o no hacerlo a los que no queremos. Conduce más rápidamente que los años hacia la «edad de la insolencia», en expresión de Rosa Regàs.

Y tenemos suerte porque, a pesar de todo, vivimos en el país con la mejor sanidad que existe: no nos faltan los tratamientos, no tenemos que pagar por ellos o dejarnos morir si no tenemos dinero para sufragarlos, y los sanitarios de oncología se vuelcan por sistema con los enfermos, más allá de lo estrictamente profesional; eso es matemático.

Las enfermedades también son oportunidades.

19 de octubre — No es un milagro

«El martirio de Santa Águeda» (c. 1578), de Gaspar de Palencia. Museo de Bellas Artes de Bilbao.

El lunes 10 de octubre se produjo el regreso de la periodista Ana Rosa Quintana a su programa matutino después de casi un año —lo que prevén habitualmente los oncólogos— de tratamiento contra su cáncer de mama. Su alegato primigenio terminó con una frase que molestó a unos científicos: ella dijo «que yo esté aquí es un milagro» y ellos le contestaron que de milagro nada, monada.

Lo mismo dijo hace 18 años cuando quedó embarazada y dio a luz a sus mellizos con 49, que era un milagro, que su cuerpo todavía funcionaba, que podía seguir trayendo hijos al mundo si quería y bla, bla, bla. Lo que no contó en ese tiempo es que el milagro se producía gracias a los avances en las técnicas de reproducción humana que le permitieron ser madre a una edad casi imposible (aunque casos de maternidad natural tardía haylos). El cóctel de hormonas que volvían frescas las paredes del útero —que fueron responsables, en aquellos momentos, de los partos múltiples que se dieron— se revisó exhaustivamente en los laboratorios cuando se comprobó que los estrógenos y progesteronas utilizados también estimulaban el crecimiento de las células cancerosas. Otro tanto ocurría con las primeras medicaciones sustitutivas y los parches hormonales que se administraban para paliar las alteraciones y calores de la menopausia.

Cuando uno siente que ya está curado y que ha superado lo peor, tiende a utilizar la expresión milagro por puro entusiasmo, así es que el speech de la presentadora no es tan extraño en su circunstancia, como no lo es la respuesta de los investigadores. Hay que entender los dos puntos de vista.

Atravesar el túnel del dolor, sentirse agonizar en un cansancio extremo, notar que la vida se escapa y resurgir de ese estado a los pocos días en lo que los enfermeros llaman la semana fantástica, iniciar un nuevo ciclo para volver a los análisis, las perfusiones, la agonía, etcétera, y dejarlo todo atrás, se vive como un prodigio o un fenómeno increíble.

¿Hay más cánceres en la actualidad, o se diagnostican con más antelación? Parece que ambas afirmaciones son correctas: que vivamos más años tiene esta cara B porque las células no se renuevan de la misma manera cuando ya no tenemos la vitalidad de la juventud y, por otro lado, las campañas de prevención y concienciación son capaces de detectar con antelación cualquier tumoración maligna. Además, nos queda Chernóbil, porque no es descartable que las radiaciones de las que nunca supimos su magnitud hayan influido, junto a unos hábitos de vida escondidamente insalubres, en una mayor incidencia de esta enfermedad: sedentarismo, azúcares, glutamatos, saborizantes, contaminación y sustancias a las que los cuerpos no han adaptado todavía el metabolismo pueden estar volviendo loco al sistema inmune, y al de regeneración celular, al punto de fagocitarnos.

Hasta hace poco tiempo se mataban moscas a cañonazos, pero la investigación avanza cada día, las quimios se dirigen al modelo concreto de células y no producen tantas molestias, y para las sesiones de radio se tatúa un punto inconfundible hacia el que se dirige el rayo con total precisión. Los llamados secundarios, es decir, tumores cerebrales, pequeños reductos localizados en el coxis o el hígado, se controlan con inmunoterapia que cronifica y aísla el tejido afectado, que no va a más ni a menos por una temporada; no garantizan que no se reproduzca, pero, al fin y al cabo, el destino final es para todos el mismo. Quizás habría que releer a los clásicos para volver a considerar la muerte como parte del proceso de la vida.

Científicos como Pablo Barrecheguren, Patricia González Rodríguez o Conchi Lillo han expresado en las redes sociales su extrañeza por lo que parece una frivolidad por parte de la periodista, que tanta incidencia puede tener en el público que sigue su programa. El CNIO, que es el organismo español que lidera las investigaciones sobre el cáncer, no ha bajado al ruedo para mojarse, tampoco se han escuchado voces institucionales sobre un tema que toca a una de cada ocho mujeres en España, de momento, aunque las previsiones pueden aumentar si se amplía el foco a los silenciosos cánceres de útero, que resultan más mortales que los de mama precisamente por la tardanza en el diagnóstico.

Hábitos saludables, prevención e investigación son las claves de esta carrera de obstáculos para convertir el cáncer en una enfermedad más corriente. La financiación ha dado un giro y puede ser privada y sin ánimo de lucro; existe la posibilidad de donar o dejar en herencia una parte del patrimonio a las entidades que buscan incesantemente mejorar las técnicas de combate contra la enfermedad.

La ciencia continúa ganándole el terreno a las creencias. Al final todo se dirime entre mito y logos, y menda, también para este tema, elige logos.

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