Entrevistas

Chema Blanco: «Mira que yo hablo de desacralizar el flamenco, pero la Bienal de Sevilla debería ser sagrada»

Chema Blanco, director de la Bienal de Sevilla. Reportaje fotográfico: Marcos Padilla.

Chema Blanco (Madrid, 1965) dice que los palos recibidos desde que fuera presentado como nuevo director de la Bienal de Sevilla, en mayo de 2021, le han cogido con la piel ya muy curtida. A lo largo de más de dos decenios ha sido productor de flamenco y amigo del riesgo, destacando su trabajo para grandes artistas como Israel Galván, Inés Bacán, Rocío Molina o Fernando Terremoto, entre otros. En esa encrucijada entre lo vanguardista y lo jondo de este arte se ha labrado una reputación internacional como gestor cultural que desembocó en su nombramiento como asesor artístico del Festival de Nimes en 2019. Parece mentira que, dentro de nuestras fronteras y a estas alturas, deba justificar continuamente que el flamenco esté pegado a su tiempo, como cualquier otro estilo, pero esa manera de entenderlo como arte vivo, abierto y contaminable no parece que guste a todos (ni él, desde luego, lo pretende).

De ahí, y de la cerrazón tradicionalista de ciertos representantes de las peñas y la crítica periodística local, vienen las mayores polémicas en esta etapa como máximo responsable del mayor festival flamenco del mundo, cuya XXII edición se celebrará en Sevilla del 8 de septiembre al 1 de octubre. Con él hemos querido hablar de lo que menos se ha hablado: de su programación y del conocimiento de este arte que demuestra, pero sobre todo de esa sensibilidad que le lleva a admirar, elogiar y proteger a sus creadores —y creadoras— e intérpretes, a emocionarse hasta las lágrimas con un brillante presente del flamenco que es decantación, contundente e inapelable, de herencia y proyección.

Han pasado un año y tres meses desde tu presentación como director de la Bienal de Sevilla y uno tiene la impresión de que hace un mundo, pero supongo que tu percepción es otra. ¿Te ha faltado tiempo o en general piensas que el festival llega cuando tenía que llegar?

Desde que me llamaron como candidato, siempre albergué la esperanza de ser yo el elegido. Así que ya tenía en la cabeza las líneas maestras, un plan que se plasmó en el proyecto que entregué. Pero una vez que llegas y aterrizas, te das cuenta de que un festival como este necesita más tiempo. También puede tener que ver con este carácter mío de insatisfacción continua, y es algo que creo que nos pasa a todos los que nos dedicamos a esto. Siempre echas de menos tiempo, presupuesto o equipo. Y en la Bienal hace falta un poquito más de las tres cosas.

¿Por eso has dicho que la Bienal es «un caramelo envenenado»?

Sí, porque uno llega con toda la ilusión y se encuentra con todas las carencias. Te das cuenta de que no solo tienes que hacer una dirección artística, sino poner esto en pie. El verano pasado me puse a currar como un bestia, quería sacar la Bienal en tres meses. Yo la tenía, tenía claro lo que quería hacer, por eso al principio es inevitable decepcionarte y empezar a pensar que has pecado de ingenuo o de ego excesivo al asumir el cargo. Después, el tiempo va pasando, te metes en la inercia del trabajo y sí, es muy duro, pero piensas que no te vas a quejar, que ha sido decisión tuya. Creo que a partir de ahora empezarán las satisfacciones y, cuando empiece a ver espectáculos, seguramente se me olvidará todo.

Resides en Sevilla desde hace 30 años, y en ese tiempo habrás vivido la Bienal como espectador y como ciudadano. ¿Qué sensaciones te llegaban de esta cita?

Llegué a Sevilla en 1992, venía de Madrid y la Bienal para mí era la hostia, el lugar donde ver las creaciones de flamenco más potentes. Ese espíritu lo he tenido durante mucho tiempo porque, cuando llegaba la Bienal, el mes entero de septiembre te lo pasabas yendo a espectáculos, y después te ibas de fiesta a El Mantoncillo y ese tipo de bares. La última Bienal fue en pandemia, se sacó con mucho esfuerzo, pero al margen de esa edición he echado en falta que fuese un espacio libre de creación. En esta ciudad tenemos que desacralizar un poco el flamenco y tratarlo como lo que es: la herramienta más importante para relacionarnos con el resto del mundo en el ámbito cultural. Si Sevilla quiere decir algo en Europa, seguramente será a través del flamenco. También es verdad, y no responsabilizo de esto a los directores anteriores porque sé cómo son las condiciones de trabajo, que en un festival como la Bienal deberían pasar muchas cosas, para eso hay que estrenar muchos espectáculos, y para eso se necesita tiempo y dotar de residencias a los artistas para que puedan estrenar aquí, porque si no llegará otro teatro y se las dará. Pero lograr eso no es un proyecto a un año.

¿Qué temporalidad entonces has tenido en mente a la hora de trabajar?

Al alcalde le dije en su día que mi proyecto se hacía en tres bienales, porque programar no es poner a artistas sobre el escenario sin más; tienes un relato que contar. Aquí estoy trabajando con la idea de que el valor del pasado es la transmisión y que el presente lo tenemos para hablar del futuro. Cuando presentamos esta edición, el director de escena Fran Pérez Román me dijo que tiene algo épico porque es como la última Bienal. No sabes si vas a seguir o no, hay unas elecciones por medio… así que no nos hemos guardado nada. Y me habría gustado que hubiese más estrenos, pero creo que la programación responde a esa libertad de la que hablaba antes. Es que en Sevilla el flamenco está muy constreñido, cuando en realidad es el mayor laboratorio de este arte que existe. Aquí están los grandes, los buenos y los medianos, y quizá el reflejo de esa ebullición ha faltado en otras ediciones.

Conociendo bien la ciudad, no te habrán sorprendido el carácter crítico hacia las grandes citas, pero no sé si aun así el ambiente te ha parecido demasiado hostil.

Es que… Sevilla es Sevilla, para lo bueno y para lo malo, con todas sus contradicciones. Creo que el flamenco aquí sigue sin estar bien entendido. Sí lo entendió la generación de Eva Yerbabuena o de Andrés Marín, que ahora tienen sobre los 50 años; dijeron «aquí, señores, vamos a hacer también un poco lo que nos dé la gana». Y así ha sido desde entonces. En Sevilla sigue primando el purismo, pero es que esto es otra cosa, el flamenco es arte y tiene que evolucionar. Si no lo hubiera hecho, no existiría. Si no se hubiesen hecho todas las barbaridades que dicen los que conciben esto como se concebía a principios del siglo XX, el flamenco estaría muerto, pero este es un arte vivo y se tiene que contaminar. No vamos a hablar de los orígenes porque cada uno pensará una cosa, pero esto ya nació así, contaminado. A mí las reacciones no me han sorprendido, he estado muchos años al lado de Israel Galván, que ha sido el más vilipendiado de todos los artistas, inmerecidamente, porque ha abierto muchísimas puertas, y de Pedro G. Romero, otro artista sevillano al que la ciudad no valora como sí se le respeta en el mundo entero.

Con este programa parece que la intención es abrir puertas y ventanas del flamenco a otros públicos, sin despreciar a los de siempre. Me parece que es justo lo contrario del «esnobismo» que algunos han querido ver.

Creo que en el primer cuarto del siglo XXI, esto es lo que hay, y un festival debe mostrarlo. Como decía antes, en la Bienal tienen que pasar cosas, y pasarán con la gente que asuma riesgos; si no, no va a pasar nada. Está en mi naturaleza apoyar los proyectos que intentan buscar un lenguaje y un discurso propios. Un director artístico, y eso lo he aprendido de los franceses, debe ser quien llame, y no aquel al que llamen, aunque escuches a mucha gente para construir el relato del festival. El mío está conectado con el presente y con la idea de un festival de músicas vernáculas como otros, ya sean de electrónica o blues, que presentan lo último que se está haciendo en ese género. No me habría reconocido en otra programación, porque vengo de donde vengo.

El cartel ya parecía una declaración de intenciones: protagonizado por cuatro mujeres que le dan la vuelta a la foto tradicional del flamenco.

A mí la foto aquella de Colita me tenía obsesionado, porque ahí hay tela que cortar, con esa presencia de Antonio Mairena casi de faraón. Con el cartel quería empezar a fijar la línea editorial de esta Bienal, y sabía que tenía que ser esa foto, aunque quería una puesta al día. Me fui a ver a Colita y ella me dijo que ya había cerrado el quiosco, así que sobre la marcha se me ocurrió proponerle que amadrinara el cartel y eligiese a la fotógrafa que hiciese una nueva versión con mujeres bailaoras. El cartel clásico representaba la hegemonía del cante, con Pepe Pinto, Mairena, Chocolate y Torres. Ahora tenía que ser el baile, y el baile tenía que ser la mujer, porque son las que están arrriesgando con más naturalidad.

La foto de Antonia Moreno que protagoniza el cartel de la XXII Bienal de Flamenco.

Pues empezando por las bailaoras, me gustaría repasar brevemente algunos nombres propios de la programación. Eva Yerbabuena recibe el primer Giraldillo Internacional de Flamenco Ciudad de Sevilla.

Cuando hablé con Eva, le dije: quiero que dejes de esconderte, que tú eres muy grande y tienes mucho que dar. Ella necesitaba a alguien que trabajase a su lado y salió el nombre de Juan Kruz Díaz de Garaio Esnaola, que a mí me pareció una elección muy valiente por su parte, tan alemán él en su concepción de la escena. El espectáculo que hizo con Rafael Estévez y Valeriano Paños, Romance, hace ya unas cuantas bienales, ha sido uno de los más bonitos que he visto nunca. Eva está a otro nivel y ha perdido el miedo. Saldrá lo que tenga que salir, porque una vez que te instalas en el riesgo, si sale bien o mal es lo de menos; hay detrás un trabajo creativo impresionante. Un estreno es jugártela y seguramente desde ahí se corregirán cosas, pero hay una gran artista que ha salido de su zona de confort y eso es digno de valorarse.

Rocío Molina viene como primera premiada flamenca en la Bienal de Venecia. ¿Te sorprendió la noticia?

Pues mira, me pilló en Nimes, donde Rocío Molina iba a actuar. Estábamos en los camerinos y, en un momento de pausa, lo veo en la prensa y le digo: «¡No me has dicho que te han dado el León de Plata!». Y ella: «Yo qué sé, tío, es que ya lo de los premios…». Nos echamos unas risas a costa de eso y brindamos allí mismo. A mí no me sorprendió, porque es que a Rocío la ves bailar y… Con todo el lío que tenía aquí no pude estar en el estreno de Carnación en Venecia, pero ya el año pasado nos invitó a asistir en su espacio de creación, La Aceitera, a una improvisación junto al Niño de Elche y un deejay, que era el germen del espectáculo y tenía una pinta espectacular. Después de ver aquello le dije que no le tenía ningún respeto a su cuerpo, porque ya es casi como si estuviera fuera de sus límites.

Dedicó su galardón a la fragilidad.

Me pareció muy bonita la dedicatoria. Para una artista la fragilidad es su campo de trabajo, y también lo que define sus límites. He visto procesos creativos de artistas en momentos casi traumáticos, que es cuando más salen las cosas; para lo bueno y para lo malo, porque conllevan mucho desgaste. El flamenco siempre ha tenido esa cosa pegada a la tierra, la fuerza de artistas como Manuela Carrasco, Farruco, etc., pero ese acto de inmersión en el proceso creativo de gente como Rocío es de una fragilidad extrema. Y luego viene el momento en que están expuestos encima del escenario, aunque es verdad que el aplauso cura todas las marcas que les haya podido dejar el trance.

También tengo que preguntarte por Patricia Guerrero, último Premio Nacional de Danza. Me parece increíble lo que hacía, por ejemplo, en Distopía.

Patricia Guerrero está libérrima, entregada a la búsqueda; buscándose, buscando su propio sitio y su propio lenguaje. Cuando nos sentamos a hablar, ella tenía clarísimo lo que quería hacer, así que no te queda más remedio que acompañarla. Es muy joven, y llegará y encontrará, y seguramente no dejará de buscar porque es muy inquieta, muy entusiasta, y tiene muchas ganas. Con Patricia me pasó algo curiosísimo cuando estaba buscando un director de escena para este espectáculo. Yo había pensado en Pablo Messiez, y cuando coincidí con él en la presentación de la programación del Teatro Central el año pasado, le empecé a decir que me encantaría que conociese a una bailaora y tal… Me dijo que ella ya lo había llamado, aunque él no tenía fechas disponibles para hacerlo, así que ha seguido trabajando con Juan Dolores Caballero El Chino. Pero esa elección demuestra que Patricia no se quiere perder nada, es ambiciosa en el mejor sentido.

Y luego tenemos a otras que vienen rompiendo, como Ana Morales.

Ana Morales es una pantera, una artista que dice «dejadme en la selva, que yo puedo con ella». De la pieza que presenta en la Bienal vi un work in progress en Nimes, porque es una coproducción con aquel festival, y tiene muchas cosas para ser un gran espectáculo: el baile de Ana y el cante de Tomás de Perrate con la música electrónica de Miguel Marín, es una mezcla loca, de romperte los esquemas. Y con Ana no hay quien pueda, tiene mucho carácter y su baile es ella al cien por cien. A este tipo de bailaoras las empiezas a reconocer desde el primer momento, y en ella me fijé cuando estaba haciendo un espectáculo con David Coria e, incluso formando parte de una compañía, ya tenía una presencia arrebatadora. Aquí se ha rodeado además de muy buenos artistas, con Cube Bz iluminando, Refree componiendo para una videodanza… una atmósfera que ya anticipa muchas alegrías.

Yéndonos al cante y siguiendo en territorio de mujeres, me fijo en Rocío Márquez, otra debilidad personal. ¿Qué te ha parecido su Tercer cielo con Bronquio?

Pues Rocío Márquez no ha querido estar con Tercer cielo en Bienal. Ahí no nos hemos puesto de acuerdo…

Pero no tendrá que ver con el miedo a las reacciones de la crítica más feroz. ¿O sí?

… O sí. El caso es que no quería tener ese espectáculo en Bienal. A mí ya Bronquio me parece sublime, ese muchacho tan joven. Y con Rocío, cada vez que la veo en directo lloro. No sé qué me pasa con ella, pero desde la primera vez que la escuché es que se me saltan las lágrimas. Para mí son dos grandes, y el disco es un discazo, un paso adelante para Rocío y un primer acercamiento a la música electrónica, porque creo que ella tiene mucho donde investigar ahí.

En el programa también destaca la presencia de Rosario La Tremendita. ¿Hasta qué punto crees que ha sido importante su irrupción en el panorama flamenco?

La suya seguramente sea la generación que más ha estudiado la tradición, aunque luego los pongan verdes porque hacen con ella lo que quieren. Simplemente la interpretan, la reinterpretan, y en su transmisión también aportan. Rosario La Tremendita es una experta en eso. Su presencia en el escenario también tiene que ver con el hecho de ser mujer, de haberse declarado públicamente lesbiana, de todo eso que también suma al arte, porque es valentía y no puedes separar una cosa de la otra cuando es auténtico. Una artista tan joven, mandando, que se atreve a encerrarse en el Maestranza con cinco guitarristas de primer orden como Rafael Riqueni, Dani de Morón o Joselito Acedo, y que cuando nos contó su proyecto, decía: «Sin miedo, ¿no?». Cómo conoce el canto, cómo lo manipula en el buen sentido, cómo toca su bajo eléctrico y cómo construye su imagen, su ser y su estar, son importantes. Un artista es la configuración de muchos elementos y su fuerza es también la representación de sí mismo. El escenario es ficción, pero ese creador-personaje tiene un background que se añade a lo que el público está viendo.

Has defendido mucho la apuesta por un ciclo de guitarra en el Espacio Turina. No sé si ha sido un guiño al Festival de la Guitarra de tu ciudad natal, pero ciertamente es una disciplina que suele hacerse menos visible.

No, lo del festival de Córdoba lo he pensado después [ríe]. El ciclo de Guitarra desnuda en la Bienal ha costado sacarlo adelante y hemos necesitado la complicidad del maestro Gerardo Núñez para que lo coordinase e hiciese el trabajo de comisariado, pero yo es uno de los elementos de programación que más claro tenía. Me gusta mucho la guitarra flamenca y me jodía que se esté perdiendo un poco su protagonismo en los espectáculos de los propios guitarristas, donde hay veinte mil roles, otros instrumentos, el cante, el baile… Entiendo que es un ciclo arriesgado, pero también te digo que para mí es lo más importante que hay en la Bienal de esta edición. Si me pides que te recomiende algo de la programación, te recomiendo todo, porque todo lo que está es porque creo que debe estar. Pero poder disfrutar de la guitarra sola, tener ese sonido único en la Bienal me parece importantísimo, y ahí nos diferenciamos de otros festivales. Al principio me costaba explicarles la idea a los guitarristas, pero te das cuenta de que hay muchos que están en eso y les ha encantado que se lo ofrezcamos. Cuando me reuní con Bolita, me empezó a contar proyectos y luego me dice «bueno, tengo otro pero para Bienal no te va a encajar, es un concierto yo solo». Le dije que le comprábamos ese y no los otros. Y él: «Hostia, voy a estar sin dormir hasta septiembre». Estoy orgullosísimo del ciclo, y no sé si seguiré o no, pero creo que debería tener continuación en futuras bienales.

También hay mucho cante clásico en esta Bienal, y llama sobre todo la atención el ciclo Gratia Plena en la Iglesia de San Luis de los Franceses. ¿Cómo surge la idea y qué esperas de esta cita en tres domingos?

A mí Jerez me encanta, lo descubrí y lo viví muy a fondo con Fernando Terremoto. Para esta Bienal quería hacer algo que fuese Jerez, pero tampoco un pastiche tipo Jerez canta a Sevilla, sino algo desnudo y potente, y en la línea que tenemos de reconocer el arte de la mujer en el flamenco. Durante una época de mi vida, oír a La Macanita, a Dolores Agujetas y a Tía Juana la del Pipa fue una obsesión, así que enseguida se me vinieron a la cabeza estas tres señoras que cuando cantan me ponen el alma del revés. Me acordé de la Bienal en que Inés Bacán, que también me emociona siempre y que no ha podido estar en esta edición, cantó en San Luis. Y en una ciudad donde la mayoría de iglesias tocan al ángelus, que esa hora del día coincidiese con las voces de estas tres mujeres, no angelicales sino desgarradoras y abriéndose como la madre tierra, me parecía algo casi telúrico. Por eso quería que viniesen con la instrumentación mínima. Escucharlas allí, con aquella bóveda, un domingo a las doce de la mañana, tiene que ser la hostia; eso te llena de energía y te quita de golpe el síndrome dominical.

Una crítica habitual a la Bienal es su alejamiento del flamenco más cercano a las peñas. Tú has dicho que la Bienal, desde el punto de vista administrativo, debería estar separada de ellas, no sé si porque en el pasado ha sido un problema.

Es que yo creo que las peñas son una cosa y la Bienal debe ser otra. La Bienal debería ser un ente administrativo independiente con un presupuesto no integrado en el del ICAS [Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla]. Mira que yo hablo de la desacralización del flamenco, pero la Bienal debería ser sagrada, algo muy protegido y no una cosa más. Todas mis discusiones con la directora del ICAS y con el alcalde han tenido que ver con eso: en Sevilla no hay nada en cultura tan importante como la Bienal. A los gobernantes se les tiene que meter en la cabeza. Yo no quiero acabar con las peñas, como se ha dicho, pero creo que deben estar fuera de Bienal. Las peñas dicen ser el flamenco de base, y ese ya nos lo hemos saltado, no es nuestra misión ocuparnos de él. Por otro lado, la naturaleza de las peñas necesita una revisión, no sé sabe bien qué son, si negocios privados o qué. Pero para zanjar la polémica: no tengo ninguna intención de cargarme las peñas.

Desde el punto de vista artístico, sí está presente esa vertiente más tradicional en actividades paralelas como la recuperación del Festival Flamenco de Bellavista o el estreno del documental sobre el Potaje Gitano de Utrera.

Yo reivindico los festivales de flamenco, y la Bienal no deja de ser uno de ellos, el más grande. Cuando llegué a Sevilla, me recorrí todos los que había: la Caracolá Lebrijana, el Potaje de Utrera, el de Cante Jondo de Mairena del Alcor… todos. De ahí venimos, y debemos tenerlos como referencia. El Festival de Bellavista, que a mí me encantaba personalmente y que era casi patrimonial en un barrio como aquel, se perdió por determinadas circunstancias y vamos a intentar recuperarlo. Por eso lo propuse, con una programación que tuviese el espíritu de antes, que a mí por supuesto también me emociona y lo disfruto. A Pedro el Granaíno le ofrecimos gloria para que actuase en la Bienal, consagrarlo en el Teatro de la Maestranza, pero es verdad que no encontramos un proyecto que nos interesara a ambos y se quedó ahí; va a estar en el Festival de Bellavista. Y nos emocionaremos y lo disfrutaremos.

Además también se rinde homenaje al Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922 con la celebración de unas jornadas. ¿Qué puedes contarnos sobre ellas?

Con el 22 tampoco quería hacer un pastiche en forma de espectáculo conmemorativo. Hablando con Pedro G. Romero cuando trabajámos en otro proyecto, de pronto me empieza a explicar una investigación suya sobre cómo en esa década de 1920 hay otros concursos que significaron lo mismo para otras músicas vernáculas: de ser exclusivamente populares, no contempladas por la alta cultura, pasan a ser promovidas por intelectuales en esos encuentros. Ocurre con el tango en Argentina, con el son en Cuba, con la música hindú en Madrás… Me pareció interesante tratar esa conexión porque el flamenco no nace de la nada, sino que desde el principio se relaciona con otras músicas y comparte sus formas. Pedro G. se ha encargado de coordinar estas jornadas, con colaboración de la Universidad Internacional de Andalucía y la Universidad de Sevilla, a las que vendrán especialistas e investigadores de otros países en cada género y que se ilustrarán con música en directo. Así que va a ser una experiencia y un foco internacional para resaltar esos legados comunes.

No pretendía preguntarte por las ausencias (una obsesión en otras entrevistas), pero no puedo evitar hacerlo por una en concreto, porque has contado que para la clausura habías pensado en Rosalía. ¿Despechá debería haber sido la canción del verano de la Bienal?

Pues mira, Rosalía fue la primera artista con la que hablé. Estuvimos cerca de un mes en conversaciones y tenía un proyecto precioso para cerrar la Bienal; no lo voy a contar por si en un futuro sigo aquí y se puede hacer. Pero luego cambiaron sus fechas de la gira de presentación del disco y finalmente no ha podido ser.

Creo que tuviste ocasión de verla en directo en la gira de Motomami, que recibió duras críticas por su concepto de espectáculo, ¿cuál es tu opinión?

A mí Rosalía me parece una artistaza que se entrega al cien por cien. La polémica esa de que no hay músicos… ¿y qué tiene que ver? En música electrónica vas a ver a Chemical Brothers, son dos tíos pinchando y nadie dice nada. O los Pet Shop Boys, yo qué sé. Así que no lo entiendo, porque el directo de Motomami tiene momentos sublimes. Esto es lo que aproxima de verdad a los jóvenes al flamenco. A Rosalía la vi también en el Primavera Sound y flipé, porque a mi lado había japoneses, noruegos, todo lleno de guiris, cantando por tangos. Y dirán que eso no es flamenco. ¿Perdona? Pues sí, claro que sí.

Para la clausura hay previsto un espectáculo diseñado por Monkey Week con colaboraciones muy particulares. Mola tener a gente como Pony Bravo, Pájaro o Space Surimi en la Bienal de Sevilla, ¿no?

No quería hacer un solo espectáculo de inauguración y otro de cierre. Así que el primer día empezamos en Factoría Cultural con un programa de apadrinamiento, seguimos en el Maestranza con la actuación de Eva Yerbabuena y acabamos en el Teatro Alameda con el estreno de Álvaro Romero con el músico portugués Pedro Dalinha. Para cerrar el círculo, el último día también hemos configurado un recorrido que comienza con Luz Arcas, una bailarina de contemporáneo que está traduciendo el flamenco desde esa escena, luego el maestro Riqueni solo en el escenario del Lope de Vega, que no puede ser más sevillanía, y por último esos Cantes de ida y vuelta en el puerto, donde habrá que darlo todo y en el que siguiendo con eso que hablábamos antes, intentamos atraer a públicos jóvenes en una noche concebida junto a Tali Carreto de Monkey Week. Al igual que el concierto de rap y flamenco ideado con David Linde de Nocturama, donde actuarán Juan José Amador, Juaninacka y Alejandro Rojas Marcos, que es otra de las cosas que más me apetece ver de esta Bienal.

Ya que hablamos de colaboraciones con otros festivales, uno de tus propósitos cuando empezaste como director era lograr sinergias a través de coproducciones que llevasen el nombre de la Bienal por el mundo y que diesen más recorrido a los espectáculos.

Imagínate, que Rocío Molina estrene en la Bienal de Venecia y que su socio sea la Bienal de Flamenco de Sevilla… Ana Morales ha estrenado en Grande Halle de la Villette de París, y estamos colaborando con el Grec y Conde Duque. Eso nos sitúa en otros circuitos y creo que así debe ser. La Bienal tiene que estar junto a festivales que no sean de flamenco, porque este género puede relacionarse y asociarse con cualquier disciplina.

Te rodeaste de periodistas y profesores de antropología con la voluntad de ampliar la conversación y la investigación en torno al flamenco. No he visto repercusión pública de su labor, pero quería preguntarte si sería una herramienta para combatir el anquilosamiento de la crítica.

El grupo de trabajo que hicimos no ha podido funcionar porque no hemos tenido presupuesto, así de claro. Había un proyecto desde octubre que consistía en unos encuentros diseñados por ellos y ellas, bajo mis directrices, para trabajar en cada trimestre, pero hemos tenido que dejarlo en reserva. En cuanto a la crítica, hay gente joven con mucho conocimiento que la hace muy bien y que aporta muchísimo, en redes sociales y publicaciones digitales. Igual que hay gente en periódicos de tirada nacional que hacen una crítica y un ejercicio periodístico maravillosos. Yo entiendo que hay espectáculos que no salen, pero lo que aquí se está trabajando es el insulto. Es que he leído cada cosa… Hace años a una bailaora le decía uno de estos señores críticos que cómo se atrevía a salir al escenario siendo tan fea. Tras ver Tabula rasa de Israel Galván, Manuel Martín Martín dijo que era el mejor bailaor de todos los tiempos, y a los cuatro meses, del desarrollo de ese mismo espectáculo, que se estrenó en Bienal como La curva, dijo que era «una mierda»; pero así. Hombre, por favor. Parece que en Bienal hay que dar hostias. Pero aquí podemos hablar todos, y yo me estoy explayando con los críticos de la caverna porque creo que alguien tiene que decirlo. Es que ya está bien.

En otra entrevista decías: «Quizá a muchos no les gusta el presente del flamenco, pero es este». Supongo que tienes ganas de que llegue el 8 de septiembre y hablar solo de presente.

Yo tengo muchas ganas de Bienal, de verdad que lo pienso y ya me emociono. Creo que es una buena Bienal, más allá de que sea la mía. Me hubiera gustado encargar otro tipo de cosas, no sé, llamar a Romeo Castellucci y que dirigiese un espectáculo. Creo que en todo caso le falta ese punto más internacional. Pero estoy deseando que llegue, y además yo disfruto mucho. Conozco a muchos artistas y la mayoría son amigos, sé el esfuerzo que están haciendo. Soy muy llorón y sé que en la mayoría de espectáculos voy a llorar, porque me emociona mucho ese trabajo que lleva a ponerse sobre el escenario. No sabemos lo que hay detrás, pero ahí se quedan vacíos, y más en una Bienal, con toda la tensión y la presión que tienen. Solo espero que el público también se emocione conmigo.

De lo que pasará a partir del 2 de octubre, ¿mejor ni hablamos?

Bueno, el 2 de octubre voy a tener una resaca importante, me voy a quedar en la cama seguramente [ríe].

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