Crónicas en órbita

Introducción flamenca: la Bienal y Triana

¿Las flamencas más universales se han convertido en motomamis? ¿O es el flamenco tan múltiple y famoso que ya no puede reducirse a sus formas más clásicas? Según Chema Blanco, director de la Bienal de Flamenco que este año ha vuelto a Sevilla, Rosalía es puro flamenco, sin discusión. El resto, aquellos más fieles a las raíces de estilo, al cante, también. Todos tienen su cuna en el mismo lugar: el barrio sevillano de Triana. Esta parte de la ciudad esconde tesoros incluso para aquellos a los que nunca ha atraído el flamenco, o la idea clásica de él, y es la referencia para quienes se sienten atraídos por Sevilla. Y no es imposible que, seducidos por el paseo diurno en sus calles, acaben probando a experimentar un tablao cuando llega la noche.

XXII Bienal de Flamenco

Desde el 8 de septiembre hasta su clausura el 1 de octubre, la Bienal está desarrollando una amplia programación, para disfrutar de todas las facetas del flamenco y de Triana. Es el mayor festival de flamenco del mundo, y quienes vienen a disfrutarlo no pueden dejar de conocer también uno de los barrios que lo vio nacer.

Dicen los expertos, y aquí los hay, pues Sevilla tiene la primera diplomatura de especialización en baile flamenco, que este estilo surge a raíz de los gitanos llegados a Andalucía en el siglo XV. Pero también en ese momento llegaron a otros lugares de Europa y de España, y no por ello el flamenco surgió allí. Necesitó la capacidad de fusión, la música sefardí, la morisca y el resto de tradiciones atesoradas por una ciudad que es fruto de la unión de razas, orígenes y civilizaciones. Eso mismo es Triana, un espacio que permite disfrutar lo más moderno y lo más clásico sin salir de su barrio. Este recorrido propone un paseo por lo más conocido y lo muy desconocido del mismo, comenzando por el puente que lleva su nombre, y siguiendo el recorrido por algunos de sus principales hitos.

La ciudad del otro lado

Sevilla son las dos orillas del Guadalquivir, y su frontera hacia Triana es un puente, una maravilla de la ingeniería del XIX equiparable a la Torre Eiffel. No solo porque fuera construido por ingenieros franceses e imitara el desparecido Puente del Carrousel en París, sino porque es el más antiguo conservado en nuestro país, de los muchos que se construyeron en hierro. En su inauguración muchas autoridades y asistentes iban en barca, y hoy las barcas protagonizan la Velá, la gran fiesta que se celebra en julio, con el río como protagonista. Pero también son parte de los deportes acuáticos que pueden practicarse en una ciudad moderna, verde, y orientada a la práctica deportiva de runners, ciclistas y amantes del remo.

Los amantes de la historia pueden imaginar esta parte de la ciudad sin él, sustituido por barcas, y si viajan con la imaginación a 1812, ver a John Downie, el inglés futuro alcaide de los Reales Alcázares, avanzar contra los franceses enarbolando la espada de Pizarro. La derrota que infligieron aquí a las tropas napoleónicas fue el preludio del desastre que les esperaba en toda Europa, y el primer final del emperador en la Isla de Elba. Nunca se recuperaron las obras de Alonso Cano, Zurbarán o Francisco Pacheco que hoy tiene el Louvre, pero hay que recordar un secreto: sus custodios convencieron a los expoliadores de que se llevaban las mejores, mientras que las obras maestras quedaron, y están hoy exhibidas, en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Y si uno quiere emular un autorretrato en arte pop, llamémoslo selfi, la calle Betis, que arranca en el puente, es la más fotografiada de la ciudad, por el inconfundible estilo sevillano de las fachadas y la luz especial que las aguas del río y el sol hacen incidir sobre ellas. Hay además en el arranque de esta calle una pequeña escultura que representa la boca de un león. No es un mero adorno, sino un indicador de inundaciones. Cuando el agua llegaba a la boca de la escultura era un anuncio de que el Guadalquivir iba a desbordarse, permitiendo a los vecinos del barrio anticiparse y tomar medidas para ponerse a salvo.

La Capillita del Carmen, una introducción a la Plaza de España

Parte de la belleza que luce hoy Sevilla tiene mucho que ver con esta capilla. Su arquitecto, Aníbal González, es el gran referente de la arquitectura regionalista sevillana, director de la Exposición Iberoamericana de 1929, de la que se conservan muchos edificios referentes por su belleza, y diseñador de la Plaza de España. Gran historicista, empeñado en recuperar los estilos del pasado, puso en práctica sus ideas un año antes en este templo, convirtiéndolo en una cumbre del neomudéjar que se fusiona con el otro estilo que admiraba profundamente, el Renacimiento italiano, y añadiendo, naturalmente, como en la Plaza, cerámicas de Triana.

Manos que abrazaron el barro de sus orillas

Los ojos que ven por primera vez Sevilla se van a dos elementos de la ciudad a los que, por comunes, los locales no dan importancia. El color albero y el rojo en los revoques de las fachadas, y los azulejos formando coloridos nombres de calles, murales y detalles antiguos y modernos, como la placa de «aquí vive un fisio». El legado andalusí y los artesanos trianeros que lo heredaron y refinaron siguen presentes en el Museo de la Cerámica, antigua fábrica que recrea los oficios implicados y expone su proceso y resultados. Conviene acercarse hasta él desde el cruce de Antillano Campos con Alfarería, para apreciar los azulejos que forman los carteles de tiendas y fachadas, y esa arquitectura única, por color y forma, de los edificios sevillanos. Por algo le llaman también barrio alfarero.

En el lado oscuro

El Castillo de San Jorge es un lugar desconocido, y a menudo ignorado por los visitantes, quizá porque cuesta atribuirle a Triana un pasado tan lúgubre. Sede de la Inquisición, hoy permite conocer las prisiones en que encerraban a los acusados, los métodos de tortura a los que se les sometió y los restos de la cripta. Para una inmersión completa, conviene entrar en el Callejón de la Inquisición, sin pérdida porque tal nombre figura en su entrada con placas cerámicas. Treinta y cinco metros para pensar en quienes pasaban por aquí, los ya condenados que eran llevados a la hoguera, o los que venían a ser juzgados.

Espérame en San Jacinto

La calle San Jacinto es el recorrido neurálgico del ocio trianero. El barrio es gastronómico por excelencia, y haría falta mucho más que una crónica para explicar sus delicias. Pero una buena introducción es dejarse llevar por los pies, o la bici, a lo largo de esta calle, y preguntar. Las sorpresas trianeras no se reducen al tapeo ni a las recetas andaluzas y sevillanas. Tortillitas de camarones y pajaritos fritos —codornices—, desde luego. Pero también se pueden encontrar locales que ofrecen más de cien variedades de quesos, y alta repostería francesa con unos croissants que aprobaría el mismo francés que los inventó.

Ojos de azahar en María Luisa

No es exactamente parte de Triana, pero su visita resulta imprescindible como parte del recorrido por la cuna del flamenco por dos motivos, uno paisajístico y otro, alfarero, el Parque de María Luisa, cuya arquitectura también la hizo Aníbal González junto al ingeniero francés Jean-Claude Nicolas Forestier, conservador del Bosque de Boulogne de París. Asimétrico, romántico, ejemplo de las maravillas verdes de la ciudad y su flora solo posible en este clima, podría tenernos un día entero disfrutándolo. Pero como descanso antes de la noche, y para una visita rápida que complemente Triana, hay que dirigirse a la Fuente de las Ranas, decorada con azulejería trianera e inspiradora de todas las fuentes que los sevillanos, a imitación de ella, comenzaron a poner en sus patios. El autor de estas cerámicas, Manuel García-Montalván, tuvo su fábrica en la calle Alfarería.

Cantantes y bailaores a un palmo, y a capela

Ocurre en el Museo Flamenco, uno de los más visitados de la ciudad, bajo una bóveda de cañón muy particular que tiene sillares romanos y otros anteriores, de los iberos. Bajo ella, y con un aforo reducidísimo, sentado en las sillas de anea y madera, puedes disfrutar de un espectáculo excepcional, el de un baile y un cante que se te acerca física y emocionalmente; experimentando ese concepto difícil de explicar si no se siente, el duende, a unos palmos de ti.

Pero no es lo único que alberga este museo. Comprender, y sobre todo apreciar, este Patrimonio Inmaterial de la Humanidad que es el flamenco se hace más asequible recorriendo sus cinco salas y claustro, donde su historia ha sido recreada de forma audiovisual. Y sin demérito para sus otras cunas de origen, esa es sin duda una historia de Triana.

 

Un comentario

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