Crónicas en órbita

Bienal de Sevilla 2022: el flamenco está vivo (y es inflamable)

Ana Morales, durante el estreno de «Peculiar» en la Bienal. / Foto: Claudia Ruiz

A la Bienal de Sevilla se la conoce como «la Vietnam de Sevilla» porque es la guerra: se vive con tanta intensidad, parece haber tanto en juego, que es muy difícil salir indemne de ella. Una efusión de pasiones, una múltiple colisión de egos, una concentración de viejas pendencias y, sobre todo, un monumental desafío organizativo, todo se conjura para que durante casi un mes la gran fiesta de lo jondo, el mayor festival flamenco del mundo, sea inseparable de la polémica. Pero la Bienal —la Vietnam— es también la prueba de que el género está vivo, y tanto los artistas como los aficionados, los técnicos, los medios y hasta los políticos son conscientes de la intensidad que irradia. Tanta, que debería llevar una advertencia: Flamenco, material inflamable.

Relevo generacional

En la Bienal 2022, que estrenaba a Chema Blanco como nuevo director, se ha certificado definitivamente el relevo generacional. Aunque asomaban algunos contados pero valiosos exponentes de la vieja guardia —Manuela Carrasco, Juana la del Pipa—, el grueso de la programación la componían artistas de la generación posterior a los Camarón, Paco de Lucía o Morente. Entre unos y otros se encuentran referentes fundamentales, como Rafael Riqueni, Vicente Amigo o Mayte Martín, pero no cabe duda de que los jóvenes que venían cobrando protagonismo en los últimos años, como Dani de Morón a la guitarra, Israel Fernández, Antonio Reyes o María Terremoto al cante, Patricia Guerrero, María Moreno o Andrés Marín al baile, son hoy las nuevas estrellas.

María Terremoto, durante el estreno de «Rúbrica» en la Bienal. / Foto: Claudia Ruiz

La epifanía de Colita

La fotógrafa Colita llegó al flamenco por casualidad: participó en el rodaje de Los Tarantos (1963), el filme de Rovira i Beleta, y vivió una epifanía viendo bailar a Carmen Amaya. Desde entonces, ha seguido frecuentando a bailaores, cantaores y guitarristas, esperando experimentar de nuevo aquella sensación, que no se ha vuelto a repetir. Una muestra retrospectiva —aún visitable— en el programa paralelo de la Bienal exhibe algunos de sus maravillosos retratos en la sala Atín Aya. Antonio Gades, Antonio Mairena, Chocolate, Cristina Hoyos, El Chozas, Fernanda y Bernarda de Utrera, entre otros muchos, han sido inmortalizados por el objetivo de la barcelonesa, que a sus 82 años ya no hace fotos, pero sigue esperando sentir una vez más aquello que le indujo el baile de su genial paisana.

Colita, durante la inauguración de su exposición en la Bienal. / Foto: Claudia Ruiz

Más guitarra

Venían sonando con fuerza desde algún tiempo las voces que reclamaban una mayor presencia de la guitarra de concierto en los festivales. La respuesta de la Bienal, y quizá uno de los grandes aciertos de este año, ha sido programar a nada menos que 14 creadores bajo el título Guitarra desnuda, esto es, sin aliño instrumental. Cada uno de su padre y de su madre, los invitados han puesto de manifiesto, en una sala menor como el Espacio Turina, no solo la enorme altura técnica que se ha venido alcanzando, sino la extraordinaria variedad y riqueza que despliegan, desde Gerardo Núñez, nombre veterano y coordinador del ciclo, a Rycardo Moreno, Bolita, Canito, Antonio Rey, Alfredo Lagos, Jesús Guerrero o Yerai Cortés, por citar solo algunos. Como único lunar, cabe señalar que no había ninguna mujer en el programa. Pero haberlas, haylas.

Riqueni, en un momento de su actuación en la Bienal. / Foto: Claudia Ruiz

Vanguardia sí, pero…

Si la Bienal levanta tantas polvaredas se debe, entre otras cosas, a que es el escenario donde libran su pulso lo nuevo y lo viejo, la vanguardia y la ortodoxia. Los creadores y las creadoras, dotados ya de un conocimiento y unas capacidades que van mucho más allá del flamenco convencional en el que han crecido, sienten la necesidad de empaparse de otros lenguajes y de romper los corsés de sus disciplinas, algo en lo que ayuda, y mucho, el apoyo económico de Europa en forma de coproducciones y residencias. Junto a los universalmente conocidos Rocío Molina e Israel Galván, han ido mostrando su atrevimiento figuras como Eva Yerbabuena, Patricia Guerrero, Alfonso Losa o Ana Morales, entre los bailaores, incapaces de disimular que habitan el siglo XXI. Lo mismo puede decirse de propuestas de cante como las de La Tremendita o David Lagos. Sin embargo, el público ha preferido premiar con su entusiasmo a quienes menos despegaron los pies de la tradición, como Lucía La Piñona o Mercedes de Córdoba. Pero casi nadie olvida que el flamenco es lo que es, también, gracias a sus herejes.

La Tremendita, durante el estreno de «Principio y origen» en la Bienal. / Foto: Claudia Ruiz

Guardianes de las esencias

Más de un aficionado, después de ver algún espectáculo especialmente contemporáneo, se fue a la peña Torres Macarena para reconciliarse con las esencias. También hubo quien se desplazó hasta el Hotel Triana, sede tradicional del flamenco con denominación de origen y menos maleado por la industria. Este público defiende que una pataíta de El Rubio con Joselito Acedo a la guitarra vale más que una hora y media de moderneces. Sin entrar a rebatir estos pareceres, lo cierto es que uno de los grandes retos del arte jondo actual es seguir dando pasos hacia delante sin que la emoción quede olvidada por el camino. Una abusiva intelectualización de la creación conduce, de manera fatal, a un menoscabo de esa capacidad única para tocar la fibra que ha hecho del flamenco un fenómeno universal.

Dolores Agujetas, en el ciclo «Gratia Plena» de la Bienal. / Foto: Claudia Ruiz

En el ojo de la crítica

Todo esto ha ido cristalizando en el ejercicio de la crítica profesional, que en la Bienal adquiere un tono más encendido y vehemente que nunca. En esta edición, desde antes incluso de arrancar, la dirección del certamen manifestó su malestar por el excesivo celo fiscalizador de estas plumas, que no tardaron en responder apelando a la sacrosanta libertad de expresión y de prensa. Una crítica atenta, preparada y honesta cumple una función insustituible en la difusión del flamenco y en la formación del público, siempre que no se olvide que es un género de opinión; y aunque las críticas negativas escuezan a quienes las reciben, poco a poco los flamencos han aprendido a encajarlas con deportividad. Como nota curiosa, este año la Bienal ha acogido su primer encuentro de críticos, organizado junto a la Asociación de Periodistas Culturales José María Bernáldez y dedicado a las mujeres que desempeñan ejemplarmente esta función.

Participantes en las jornadas «lA críticA flamencA» de la Bienal. / Foto: Claudia Ruiz

¿Dónde están los japoneses?

Tras la accidentada Bienal de 2020, en plena explosión de la pandemia de la Covid-19, la de este año ha sido la de la plena vuelta a la normalidad. O casi: a la vista del público asistente, tememos que los espectadores extranjeros todavía van a tardar un poco en regresar. Se ha echado especialmente de menos a los japoneses, disuadidos por la crisis del yen y por las estrictas normas sanitarias de su país, pero también a los rusos, cuyo interés por el flamenco había venido creciendo considerablemente, los chinos, los alemanes y los brasileños. Han sido muchos los que han pedido la emisión de algunos espectáculos en streaming, pero esa fórmula, que hace apenas un par de años parecía haber «llegado para quedarse», ha brillado por su ausencia. La del 2022 ha sido, por increíble que parezca, una Bienal analógica y para españoles.

Alumnas de danza en un encuentro con Pastora Galvan y María Marín en el marco de la Bienal. / Foto: Claudia Ruiz.

Recordaremos el 22

También se celebró en el marco de la Bienal el centenario del Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922, aquel hito en el que Manuel de Falla y Federico García Lorca cosieron sus nombres para la posteridad a los de El Tenazas y al niño Manolo Caracol. Una perspectiva que nos sirve para recordar que el flamenco, ese enfermo crónico, lleva más de un siglo muriéndose, pero, contra viento y marea, a pesar de las contaminaciones, de las perversiones, de las banalizaciones, ahí sigue. Cada día más joven, dicen.

Inauguración de las jornadas «El 22: la cristalización del flamenco como género», en la Bienal. / Foto: Claudia Ruiz

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