Entrevistas

Marta Sanz: «Mi estilo es paleto y pedante como el de Almodóvar»

La escritora Marta Sanz, durante la pasada Feria del Libro de Madrid. Foto: Ara Luján.

Entrevisto a Marta Sanz —doctora en Filología, escritora, crítica literaria— con motivo de su nuevo libro Enciclopedia secreta. Lecturas en el espejo feminista (Contraseña Editorial, 2022). Está de paso por Madrid, que es donde ella tiene su casa, sus libros y todo eso que conforma un hogar, ese lugar adonde siempre podemos volver los que tenemos la suerte de contar con uno. Me cuenta que la semana anterior la pasó en la FIL de Buenos Aires, luego en Barbastro, donde preside el Premio Literario al que además ahora se suma el recién creado Festival de Literatura Barbitania, y justo llegaba de Alins, un municipio de menos de cien habitantes del Pirineo catalán donde hay una muy interesante librería, Natura Llibres.

¿No te cansa tanto trasiego?

Es agotador y el cuerpo se resiente, pero es un privilegio poder hablar con los lectores y las lectoras, una oportunidad única que nunca sabes cuánto tiempo va a durar. Soy tremendamente escéptica sobre la persistencia y perdurabilidad en la literatura. Creo que estamos muy sometidos, mucho más de lo que pensamos, a las modas y a la necesidad de reciclaje permanente de los productos en el mercado. Me resisto a ser mercancía, pero disfruto de las ventajas en las que a veces me coloca mi campo cultural.

¿Eres de pulir mucho lo que escribes?

Depende mucho de los textos. Soy más impulsiva cuando escribo poesía, no tengo sensación del error. Normalmente escribo rápido y movida por un impulso. Escribo torrencialmente, pero previo a ese momento torrencial hay mucha reflexión. Planifico muchísimo los libros que escribo, y luego corrijo mucho. A pesar de todos los libros que he publicado soy una persona completamente insegura, y sigo teniendo mucho respeto por el espacio de recepción. Sé que no todo vale, porque al otro lado hay alguien que merece respeto. Y cuando escribo un texto sobre una obra de otra persona soy especialmente cuidadosa, porque intento leer ese texto como a mí me gustaría ser leída. Cuando María Ángeles Naval propuso recuperar los fragmentos que hay en esta Enciclopedia secreta me di cuenta de que el reseñismo y la crítica cultural es también, para mí, un modo de autobiografía, porque me voy construyendo a medida que leo los textos que tengo reseñar y, al mismo tiempo, esos textos se quedan dentro de mí, y pueden reflejarse en otras obras mías de ficción, o de imaginación; es decir, acaban formando parte del metabolismo, de ese muro transparente que vamos construyendo con nuestras lecturas. Entonces, hay una interacción entre la lectura crítica y la poética en formación, en el caso de una mujer que se dedica al oficio de escribir como yo. Y en todo ese entramado hay otro aspecto autobiográfico, y es que intento leer los libros que me interesan, los que creo que deben ser visibilizados porque han sido víctimas del ostracismo, o del silencio.

¿Es un intento de reformulación del canon?

Sí, y tiene mucho que ver con la posición ideológica. Creo que le pasa a casi todo el mundo que se dedica al reseñismo. Pero también hay una parte muy íntima en la que mi propio trabajo como escritora me hace intentar mirar de un modo generoso, desde todos los ángulos posibles, intentar no perderme nada, intentar colocarme en los códigos y en las claves desde los que está hablando esa autora o ese autor.

¿Cuál es la función de la crítica?

Creo que la crítica lo que tiene que valorar es si el escritor o escritora ha encontrado las mejores palabras para que a través del estilo cristalice la vocación comunicativa y el ansia de conocimiento, y no partir de antemano de si un estilo es bueno y otro está mal. Creo que esa mirada crítica perezosa, y a menudo sectaria, es muy reconocible en nuestro campo cultural y yo no me quiero colocar ahí. Si leo una novela de Almudena Grandes, ya sé desde qué claves escribía y tendré que valorar si acertó o no en su proyecto. Intento leer desde la perspectiva de que cada libro ha de encontrar su propio lenguaje; eso debe tenerlo muy en cuenta quien se dedica a la reseña. Cada libro que se escribe está inserto en su contemporaneidad e impregnado en los discursos de su contemporaneidad. Valoro mucho los libros que son capaces de aportar posiciones intrépidas que se salen un poco de las inercias, de las rutinas que se le suponen a un libro dentro de los cánones de su tiempo. Creo que esto es fundamental a la hora de que un libro me guste y lo considere valioso. Esa valentía e intrepidez, ese salirse del carrilito y romper las expectativas lo aprecio mucho cuando hago reseñas.

¿Por qué el título de Biblioteca secreta? Lo de secreta tiene algo de prohibido que me remite a Barba Azul.

«Enciclopedia secreta» es un ensayo integrado por textos de crítica literaria y crítica cultural, publicados entre 2006 y 2019 en Mercurio, La Tormenta en un Vaso, Quimera, El Imparcial, El Confidencial y Babelia (El País).

Biblioteca porque siempre he reivindicado el conocimiento enciclopédico. Intento siempre hacer el elogio de los empollones y las empollonas en un mundo donde la cultura está completamente banalizada y precarizada. A mí me interesa la gente que estudia, que lee, que ve cine y establece relaciones precisamente a través de la retentiva. Me interesa el desarrollo de la memoria; creo que sin la capacidad de retención se pierde la capacidad de relación y se deja de desarrollar el sentido crítico. Todo lo que tiene que ver con el conocimiento previo, con lo enciclopédico, con las catalogaciones, las taxonomías, los índices onomásticos, me interesa. Secreta porque el canon ha orillado sistemáticamente ciertas maneras de mirar el mundo: la mirada de las mujeres, de los pobres, de las personas analfabetas, que también tienen sus formas de expresión. Además, sí, la palabra secreta conecta con esa habitación de Barba Azul de misterio, de lo siniestro. También llevando ese plano siniestro a lo político. Qué es lo que está escondido, por qué se esconden determinadas cosas, qué es lo que hace que la realidad y lo más familiar se vuelva extraño. Esa condena al secreto y al silencio implica una gran violencia por parte del heteropatriarcado. Esa es un poco la línea de la Enciclopedia secreta, donde, por una parte, hay reseñas específicas de obras, y además otros textos ensayísticos a través de los cuales se trazan panorámicas, se establecen redes y conexiones, algo que para mí es fundamental en la cultura si se quiere entender.

¿Crees que algún día este conjunto de ensayos dejará de percibirse como un enfoque feminista porque se haya logrado diluir lo hegemónico?

En Barbastro hablábamos de que hay propuestas literariamente violentas y sanamente violentas, y sintaxis violentas y lenguas de las demonias, como yo las llamo, que se construyen desde la convicción de que dentro de tu cuerpo están las enseñanzas de miradas masculinas, pero al mismo tiempo hay una rebeldía. Esa violencia que se puede ejercer a través de las palabras es una violencia sana porque es una violencia crítica que pretende demoler las bases de un sistema asentado en el que no se valora la fragilidad en las desigualdades. Si cambia el estado de las cosas, probablemente esa violencia empieza a formar parte de la música ambiente del discurso de lo aceptado. Ojalá sea así y no haya necesidad de tener que estar todo el día subrayando una mirada feminista que lo que hace es buscar la igualdad. Pero no creo que caiga esa breva. Yo creo que últimamente más bien hay una especie de retroceso. Se están cuestionando derechos que eran incuestionables. Además, se producen fracturas dentro de los mismos discursos del feminismo, lo cual no está haciendo ningún bien. Desde el punto de vista literario, y esto encaja con lo que decía antes de la crítica como género autobiográfico, intento armonizar mi experiencia personal, mis referencias ideológicas y mis visiones culturales con las de otros textos. Armonizar todo esto para no caer en lecturas sectarias, ni favorecer la cultura de la cancelación y que los libros sean edificantes o un espejo de virtudes. Como escribí en Monstruas y centauras (Anagrama, 2018), lo que deben hacer las sociedades democráticas que estén buscando verdaderamente la igualdad es enseñar, y esto pasa por que la ciudadanía sepa detectar las contradicciones que tiene un libro, sus referentes culturales y la contemporaneidad en el que el libro ha sido escrito. No el modelo de virtudes o el libro edificante, sino una conciencia crítica que metaboliza los libros de una determinada manera y sabe lo que significaron en su momento y lo que pueden significar ahora. Esos aprendizajes son los que refleja la Enciclopedia secreta a través de la mirada feminista.

¿Es Cristina Morales una de esas demonias?

¡Ya me gustaría ser tan libre como Cristina Morales, por cierto! Es de una generación más joven, su formación y la mía son diferentes, aunque estamos encajadas en genealogías muy similares. Yo todavía tengo confianza en las democracias liberales, en eso que definimos con igualdad, libertad y fraternidad, y ella ya no, ha dado un paso más allá. Comparto con ella todo lo que tiene que ver con la reformulación del propio cuerpo, la idea de que escribir es encarnizarse y que no se puede escribir sin la fuerza del cuerpo, que podemos utilizarlo para señalar todas las desventajas, las humillaciones y las cuentas pendientes que nos quedan. No sé si ella se sentiría cómoda con esta observación, pero yo creo que el discurso feminista apela a la racionalidad, lo cual me parece fundamental, pero no a lo razonable, que forma parte de un sentido común y de una normalización de la violencia contra las mujeres, y también de una construcción de la idea del deseo que es inminentemente masculina.

Entonces yo, desde la literatura, desde los libros que escribo, novelas, poemarios, crítica, tengo esta idea de subversión del tabú y de sacar a la luz los elementos de la ideología que nos hacen daño desde hace mucho tiempo. En Pequeñas mujeres rojas (Anagrama, 2020) reflexiono sobre las representaciones de las violencias contra el cuerpo de las mujeres. A lo largo de la historia de la literatura y del arte han sido representaciones normalizadoras de la brutalidad hasta un punto que nosotras mismas hemos asumido pensando que el deseo, o que la sexualidad, o el hecho de ser atractiva pasaba por la necesidad de que te violentaran. Eso tiene que ver con las formas del lenguaje y de la representación, con los colores suaves para representar el rapto de las Sabinas, o ese interpretar las escenas del fantaterror español desde una perspectiva erótica y excitante. Yo, como mujer que escribe, intento buscar otras palabras para que esas violencias no se normalicen, y no puedan ser consideradas bellas y deseables. Es un proyecto que llevo a cabo en mi proceso creativo, pero que también valoro mucho cuando lo reconozco en palabras ajenas.

¿Se produce entonces el fenómeno de la influencia?

Una salvedad, para separar o matizar lo comentado anteriormente de las autobiografías: creo que una mujer que escribe, como es mi caso, que tengo una poética sobre la que he reflexionado y que me dedico asimismo a la crítica literaria, no significa que sistemáticamente vaya buscando formas de justificar la propia escritura, sino que hago el esfuerzo de colocarme en las claves de escritura ajenas. Es verdad que luego todo eso termina formando parte de ti, se reelabora para poder tener un poso de otras historias que contar y otros estilos sobre los que indagar, pero no hay que pensar que por el hecho de que escribas de una determinada manera busques en los libros que lees lo que ya haces en los tuyos propios.

Como lectora crítica busco la coherencia entre lo que son las supuestas intenciones de quien escribe y los resultados alcanzados, y eso no tiene que ser siempre coincidente con mi poética personal. Por otro lado, no asumo esa tarea de la crítica que tiene que ver con establecer un filtro entre la producción y el mercado para «construir la salud semántica de la comunidad», que hace que a veces el crítico se convierta en Torquemada. Igual que no quiero asumir esa posición, sí que tengo que explicar desde dónde leo. El valor de la Enciclopedia secreta, más allá de que pueda trazar un panorama de la cultura en nuestro país de unos años determinados, es el reconocimiento de textos donde se da una vivencia del proceso de lectura literario. En este sentido el libro tiene una función didáctica, porque muestra un proceso intelectivo que quizá pueda ayudar a otras personas a leer «espeleológicamente», sacando la masa sumergida del iceberg, lo que hay por debajo del entramado lingüístico, más allá del argumento.

¿Decides sobre qué libros escribes?

No siempre. Hay cosas que sé que no quiero hacer, como hablar de escritores y escritoras amigos o enemigos. Aquí funciona mucho el amiguismo y el enemiguismo. Yo lo evito. Evito a los que están en el mismo campo que yo, o muy cerca. Por afinidad o por lo contrario.

¿Hay relación entre literatura de género y género literario? ¿El feminismo transforma los géneros o crea nuevos géneros literarios?

Completamente. Por una parte, hay muchas mujeres que, desde la conciencia de ser mujeres, y desde la conciencia de sus aprendizajes de la gran novela decimonónica, hicieron el ejercicio de colocarse en esa tesitura del narrador omnisciente que es como una especie de voz capaz de reproducir toda la polifonía. Lo hicieron desde la conciencia feminista, pues se suponía que las mujeres solo éramos capaces de hablar de nuestras cositas a través de géneros pequeños como el diario, las autobiografías o pequeños poemas. En el gesto de incorporarse a la actitud hegemónica de escribir para plasmar esa polifonía de la novela hay una vocación reivindicativa feminista: las mujeres también pueden hacerlo. El siguiente salto mortal se da al resignificar esas genealogías de los géneros pequeños a los que se las había relegado: se dignifica y resignifica lo autobiográfico, y la necesidad de hablar desde otros cuerpos y desde otras maneras de sentir la realidad. Luego una cosa se ha empastado con la otra, lo cual es muy sano. Por ejemplo, el género de terror ahora tiene grandes representantes mujeres que captan ese entorno violento en el que la realidad se vuelve extraña por efecto de una opresión que se dirige de una manera absolutamente clara contra el cuerpo de las mujeres. La violencia contra el cuerpo de las mujeres convierte la realidad en un lugar inhabitable. Esto es importante, como lo es el hecho de hablar con un lenguaje que es el tuyo porque lo has aprendido, pero con el que tienes que romper porque sabes que la sintaxis está impregnada de una ideología hegemónica que te ha hecho daño. El lenguaje está lleno de impregnaciones ideológicas y el discurso dominante no ha sido de igualdad con respecto a las mujeres, ni de universalismo con respecto a todas las miradas, ni de reivindicación de lo pequeño, ni de lo extranjero, ni de lo minoritario, ni de lo pobre.

«La violencia contra el cuerpo de las mujeres convierte la realidad en un lugar inhabitable»

Reivindicas la lectura contextualizada. Es decir, no está todo en el texto.

Soy incapaz de valorar un texto literario sin entender que está sometido a dos tipos de influencias. Por una parte, a las influencias de los discursos sincrónicos, es decir, los que construyen su contemporaneidad. Y, por otra parte, a las influencias de una cultura anterior que el autor o autora ha decidido utilizar como simiente o sustrato de su propio proyecto literario.

Los textos dialogan con su contemporaneidad aunque hablen de hadas verdes, aunque se utilice la ciencia ficción, o el terror. A través del texto el autor o autora manifiesta una posición en el mundo en el que vive, de modo que a veces, por ejemplo, formas literarias aparentemente no violentas, son extremadamente violentas si las analizamos a la luz del contexto en el que fueron escritas. Más allá de la belleza indefinible e imperecedera de la literatura entendida como una especie de objeto sacrosanto yo creo que lo que aquilata el verdadero valor de los textos, su rebeldía, su valentía, la hermosura que tiene esa rebeldía y valentía, es entenderlos cuando fueron escritos. Luego el tiempo pasa y no todo el mundo conoce la historia en la que se contextualiza, pero tengo la sensación de que los textos que perduran son aquellos que por su potencia visionaria y por su potencia expresiva pueden ser apropiados por otras comunidades de otras épocas y otros espacios. Don Quijote de la Mancha es un texto muy valioso porque encontró una fórmula narrativa y expresiva para hablar de un mundo en crisis, que pasaba de un modelo idealista del Renacimiento a un modelo materialista del Barroco, un modelo que se materializa en las ventas, las carnes y el dinero. Buscó una fórmula para contar ese mundo que se iba quebrando, la transformación y la pérdida de las ilusiones. Eso está en la médula de nuestra Historia, pero además se puede aplicar a otras situaciones históricas, a otros países, a otros mundos, y eso es lo que hace universal un texto.

Ahora bien, volviendo a lo que planteas, para mí la lectura contextualizada es necesaria, pero a la vez creo que todo está en el texto. Las influencias están dentro del texto, no más allá de él, resuenan dentro. El problema es que hay que aprender a leer escarbando en lo que un texto nos dice del tiempo en que fue escrito. Desentrañando esas pistas. Leer el texto nos lleva más allá de él, de dentro hacia fuera y, a la vez, el conocimiento del fuera (que nunca estorba ni resta frescura a la lectura) nos ayuda a llegar hasta las profundidades del significado textual.

Mi forma de entender la lectura está un poco a contracorriente, porque vivimos en una sociedad en la que la cultura está banalizada a la fuerza porque está relacionada únicamente con el espectáculo. Vivimos en un mundo económica y laboralmente alienado, profundamente alienado, y la gente no tiene tiempo, o ganas, de leer libros que les metan un dedo en el ojo, lo que quieren es pasar un buen rato.

Pero aun así hay calidad, ¿no crees?

También tengo esa sensación y soy optimista respecto a las nuevas escritoras y escritores. Creo que podemos esperar buenas y grandes cosas si salimos del modelo que señalaba. Sin embargo, parto de la base de que vivimos en una sociedad ultraliberal y capitalista, y eso cristaliza también en una manera de entender el pacto de lectura y en un concepto de cultura que tiene que ver con el bienestar de los consumidores, con la complacencia y con la idea de que los lectores son clientes. Eso a su vez deriva en la utilización de unas fórmulas expresivas rutinarias y convencionales. Pero también hay escritores y escritoras que se dan cuenta de ese ensamblaje e intentan contravenir ese signo perverso de los tiempos, desde la confianza muy optimista de que la palabra vale. En la posmodernidad se asentó mucho la idea de que la literatura no sirve para nada más allá de un momento de entretenimiento, regocijo o divertimento. Creo que esto es falso y que además el entretenimiento, regocijo o divertimento tampoco están reñidos con el conocimiento ni con la capacidad de transformar e intervenir en la realidad.

Se habla de agotamiento de la literatura, pero la perspectiva de género contradice ese argumento.

La autora Marta Sanz. Foto: Ara Luján.

Se dice que todo está ya dicho, pero hay cosas que no se han dicho. Todo lo que tiene que ver con el mundo de las mujeres no está dicho, y no está dicho además desde la mirada de las mujeres, porque no podemos pensar que el mundo femenino se agota en lo que sobre él han escrito los hombres. Tampoco está todo dicho con respecto a las periferias sociales o a las clases económicas dominantes, o a las que no son clase media o elite. Queda mucho por decir. Pero es que, además, aun imaginando que todo estuviera dicho, todavía nos quedan los modos de representación, y estos pueden hacer que un tema que sustancialmente parece el mismo, cambie. Esto me interesa mucho, y creo que hay muchas escritoras jóvenes que proponen otras maneras de retorcer la sintaxis, otras palabras y otras combinaciones expresivas, que hacen que los temas de los que están hablando se conviertan en otros temas; porque en literatura el fondo y la forma son indisolubles. No hay cansancio de la literatura, no hay agotamiento, a no ser que pensemos que la literatura es la del canon cultural de Harold Bloom. Esa sí que está ya muy agotada.

También hay desconcierto y un cierto peligro de que se instale la cultura de la cancelación.

Activar la cultura de la cancelación es tirar piedras contra nuestro propio tejado, es aplicar mecanismos represivos que no nos sirven para aprender nada. No abogo por la cultura de la cancelación sino por la cultura crítica, reflexiva, por enseñar a leer más allá de lo explícito, de lo obvio, de manera que cada lector o lectora se lo pueda llevar al territorio de su propia ideología, y confronte los estímulos recibidos con lo que ellos o ellas creen que son y el mundo en el que viven. Eso es lo que convierte la literatura en algo vivo y maravilloso, en un espacio de conversación que no puede ser el de la transmisión de un pensamiento unilateral, sino el espacio de la polifonía, de la pluralidad, profundamente democrático incluso cuando se ejerce la violencia a través de la palabra. La única censura que de verdad importa y funciona es la económica, que hace que unos libros se vean y otros no porque responden a las expectativas del estómago cultural: libros gentrificados, que no incomodan, altamente traducibles y que puedan convertirse en un fenómeno mundial. Al final lo que funciona es la censura de lo comercial pasado por el tamiz de lo que es familiar, pero en el fondo es una visión muy conservadora y estática de la literatura. La que más se vende es la que está reproduciendo los esquemas de los estilos decimonónicos, con todas sus variedades y variaciones de la omnisciencia; lo cual era absolutamente pertinente en el siglo XIX, pero en este momento quizá no.

Te has formado mucho con el cine, ¿cómo permea esto en tu trabajo?

¡Esto daría para un ensayo! A mí lo que me fascina del cine son las imágenes. Me fascina el moño de Kim Novak en Vértigo, la mano de Nosferatu reflejada en el camisón de la mujer, las imágenes del expresionismo alemán que luego se convierten en el cine negro estadounidense aparentemente narrativo…. Del cine me maravilla lo que tiene de fotografía, de color, de puesta en escena, de capacidad de construir atmósferas. Lo que verdaderamente me fascina del género negro no es la narratividad, y mucho menos el vértigo narrativo, sino el lenguaje y la atmósfera.

¿Qué te parece el cine de Almodóvar?

Me gusta Almodóvar. Siento que el estilo de Almodóvar es paleto y pedante como el mío. O, más exactamente, porque él es mayor que yo, mi estilo es paleto y pedante como el de Almodóvar. Cuando me paro a reflexionar sobre algún rasgo peculiar en mi manera de escribir y que se mantenga a lo largo del tiempo, porque intento que mi estilo vaya cambiando en función de lo que quiero contar, hay un fantasma que prevalece que es esta unión de un discurso que tiene unos referentes culturales muy elevados, muy cosmopolitas, muy periféricos y excéntricos,  con elementos muy de andar por casa. Esta visión del mundo, que es mía y también de Almodóvar, tiene que ver con cómo se desdibujaron las fronteras entre la alta y la baja cultura en la época de la posmodernidad.

También te define el sentido del humor.

A las mujeres también nos gusta reírnos a mandíbula batiente. Esto es algo que tenemos que reivindicar desde el feminismo, que parece que las mujeres por imposición cultural tenemos que ser sesudas y sufrientes por narices. Pero incluso ser sesudas y sufrientes, yo lo soy, no es incompatible con ese sentido del humor que nos salva porque permite meter el dedo hasta el fondo de la llaga.

Del título de tu libro me gusta el concepto de espejo porque no solo refleja otras miradas, sino que además, como espejo que es, se puede romper y cada fragmento ofrece a su vez otra lectura diferente.

Esto dilo en el texto que escribas, que es muy bonito.

¿Rompemos el espejo?

Sí, leamos desde las vulnerabilidades.

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