Horas críticas

Bares y cómics: lugares donde encontrarse y perderse

Reseñas de la revista Litoral nº 271 y el anuario Jot Down Cómics nº 5

Litoral nº 271: Bares & Cafés

«Automat» (1927), de Edward Hopper. / © Revista Litoral

Ya estaba tardando la revista Litoral en dedicar uno de sus volúmenes a los bares, esos espacios sagrados de nuestra geografía existencial. El momento parece propicio, tras la campaña de acoso y derribo que la hostelería de este país ha acometido en los últimos meses a fin de considerarse servicio esencial y acabar de una vez por todas con las restricciones. Pero por muy cansados que estemos de asistir a los lloros del sector en nuestro país (junto a los del turismo, otro intocable de nuestra feble economía), hemos de reconocer que todos los hemos echado de menos en los meses más agrios de la pandemia. Y aunque este número 271 de la histórica publicación malagueña, titulado Bares & Cafés, acabe teniendo mucho de inevitable oda al alcohol como elemento central de esta eucaristía, lo cierto es que las copas en casa nunca han sabido igual.

«Sin bares somos menos humanos», dicen desde Litoral para presentarnos un especial en el que se los reivindica, como es habitual en sus páginas, desde el poder de la literatura y las artes plásticas. Siguiendo con el paralelismo religioso fácilmente trazable, el editorial del director de la revista, Lorenzo Saval, los define como «templos donde los hombres pueden orar a su manera, aprender o curarse de los males del mundo». En la prodigalidad de textos e ilustraciones —cuadros, diseños, fotografías— recorremos sus distintos tipos: de las tabernae clásicas al café de época («lugar de encuentro y complot, de debate intelectual y chismorreo», como señala George Steiner) de los burdeles al saloon, de las tertulias literarias a las vulgares cervecerías de hoy, de los cafés cantantes a los pubs, todos disponen uno de los rituales que hace algo más soportable esta estrambótica existencia.

Repasemos algunos de los textos de los que se nutre este número, comenzando por ese tolstoiano preludio de Felipe Benítez Reyes cuando escribe: «Todos los bares son distintos, pero todos tienen un factor metafísico común: vamos a ellos sin saber con exactitud a qué vamos a ellos». El curtido escritor roteño entiende el bar de verdad a la manera de un teatro, una gran representación, mientras que las franquicias (ese horror contemporáneo) no serían más que «un apeadero de urgencia para meramente consumir» y donde no caben las charlas ni los discursos, ni una mínima puesta en escena. El resto los clasifica simplemente en bares diurnos, donde se reparten los papeles de la función; bares vespertinos, para darse una merendola o prolongar la curda; y bares nocturnos, donde por lo general buscamos diluir la identidad propia y alargar lo inevitable.

«Pintura de salón» (1983), de Wim Wenders. / © Revista Litoral

El poeta y narrador Ernesto Pérez Zúñiga centra su mirada, en cambio, sobre los bares de carretera, como si se trataran de «un patrimonio colectivo. De hecho, se heredan. Yo he heredado algunos muy notables de mis padres, incluso de mis abuelos». En su texto, evoca aquellos espacios singulares que no se parecen a ningún otro ambiente cotidiano, desde luego en nada a las grandes urbes que conectan, por nacional o autovía, y también esos momentos en los que se quedó atrapado en ellos por más horas de las previstas, siempre acompañado de la buena literatura: Yourcenar, Salinger. Para el autor, las paradas en este tipo de fondas le llevaron a espacios desconocidos en los que «se había interrumpido el tiempo ordinario».

Algo parecido rememora Justo Navarro al escribir sobre un bar portuario «donde la noche se alargaba cuando parecía haberse acabado» —ya saben, la infinita despedida a la nocturnidad— y «donde se olvidaba todo». Cualquier tipo de bar, en realidad, puede asemejar un puerto, nos dice: un lugar de tránsito, que en cierto modo casi no existe, justamente por hallarse entre dos mundos, y en el que puede suceder el romance o el crimen porque hay poca gente que buscaría a alguien allí y muy pocos que desearían ser encontrados. Y así, citando a Italo Calvino y a Guido Cavani, rinde tributo a ese mar inmenso que es el bar, «lleno de perros callejeros en busca de consuelo».

Por su parte, Antonio Muñoz Molina habla acerca de su descubrimiento, en plena juventud, de los bares de copas de Granada, poco después de que la Transición hiciera posible la vida noctívaga en nuestro país. Lugares donde se daban cita colectivos tan sospechosos hasta entonces como el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, que incluso hacían recelar a los izquierdistas de toda la vida. Pero más allá de la política, fue en esos ambientes de noches perdidas y ansiadas donde el autor se relacionó con las artes, con la literatura y con los ídolos etílicos que eran por entonces para él y sus colegas los Verlaine y Rimbaud, aunque también y de forma más próxima Ángel González y la generación del 50. «Beber mucho era una prueba de talento», sentencia sin mucha nostalgia, pero con conocimiento de causa y memoria suficiente.

«Beso en la taberna Sloppy» (2011), de Nicole Eisenman. / © Revista Litoral

Sorprende la sevillana Eva Díaz Pérez narrando en un cuento breve el momento turbio de la hora feliz y de las «bebidas bizarras» en un bar quimérico. En él se dispensan una serie de brebajes fantásticos con todos los posibles efectos que uno haya podido soñar o imaginar, o ni siquiera eso. Entre el costumbrismo y el surrealismo, la autora describe tragos que cambian de color dependiendo de la hora a la que son servidos, que destilan recuerdos maternales, que llevan a la infancia más angelical, que inspiran a los poetas o que crujen como si contuvieran restos de los tesoros marinos naturales. Todos basados en hechos reales y, de nuevo, remitiendo a la distorsión temporal: «Al entrar en el bar en esa penumbra mágica, los relojes se quedan parados».

También hallamos en este número los versos de poetas como Karmelo C. Iribarren («el último refugio desde el que abrir fuego otra vez»), los desaparecidos José Manuel Caballero Bonald («Viscoso parpadea el irascible rótulo contra el reborde del paisaje») y Joan Margarit («Con un viento de amor en velas desgarradas han reducido a astillas los bares de madera»), Concha Méndez («Falsas sirenas juegan a caza de navegantes…»), Umberto Saba («yo sufrí ante tus mesas el martirio, sufrí en formarme un nuevo corazón»), Charles Baudelaire («De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos»), Alejandra Pizarnik («El vino es como un llanto desolado que humedece mi juventud frente a tus besos que otra deglute») o Gioconda Belli («Que me beba quien me ame, que me saboree»), entre muchos otros, junto con textos breves de autores como Walter Benjamin, Ramón Gómez de la Serna, John Cheever, Alfredo Bryce Echenique, Marguerite Duras, Anne Sexton, Roberto Bolaño, Manuel Vilas, Philip Larkin, Luis Buñuel, Raymond Carver, Piedad Bonnett o Eloy Sánchez Rosillo, por citar algunos.

Un tributo con el que dan ganas de salir a la calle, buscar la primera tasca que esté abierta y sumergirse en lo que Steiner (de nuevo) describe como «el club del espíritu y la lista de correos de los que no tienen domicilio». Nos vemos en los bares, y en la barra de Litoral nos vemos reflejados.

Litoral nº 271: «Bares & Cafés»
Edición de Antonio Lafarque y Lorenzo Saval
(Málaga, 2021)
288 páginas
31,95 €

 

Jot Down Cómics nº 5

Varias voces desde ámbitos creativos dispares coinciden últimamente en la importancia de valorar a los lectores, de proporcionarles su justo espacio, en un mercado editorial sobresaturado donde parecen ser más numerosos los productores de contenidos. Por eso resulta digna de encomio, incluso para quienes trabajamos en esto del periodismo cultural —y, por tanto, algo de lectores deberíamos tener—, la labor que viene haciendo la editorial Jot Down Books en los últimos años en torno un ámbito con tanta riqueza y profusión de lanzamientos, pero también con escasa presencia en grandes medios, especialmente los impresos, como el del cómic, por extraer y visibilizar algunas de sus joyas imprescindibles y a menudo ocultas.

Celebramos, por tanto, el lanzamiento de este último anuario de Jot Down Cómics, su número 5, en el que se compone un deslumbrante recorrido por algunos de los títulos que nadie debería haberse perdido en ese año marciano por excelencia que fue 2020 —y no solo para Elon Musk—. Y sin embargo, como en otros ámbitos del mundo literario y editorial, comprobamos en este volumen que al menos el dichoso virus no afectó a la calidad y la diversidad de los cómics nacionales e internacionales publicados en nuestro país, lo que supone un estímulo incluso mayor para acercarse a ellos. Un total de 60 obras elegidas por la Asociación de Crítica y Divulgación de Cómics (ACDCómic) y reseñadas por especialistas en el género desde el punto de vista temático y gráfico.

Páginas de «Aspirina», de Joann Sfar. / © Fulgencio Pimentel

En este sentido, una de las novedades que incorpora esta última edición del anuario es que las críticas se acompañan en esta ocasión de algunas páginas interiores de los cómics a modo de muestrario, que nos sirven como vista previa y como atractivo extra para esta compilación, que a fin de cuentas supone un auténtico volumen de coleccionista conteniendo las mejores viñetas e ilustraciones del año. Así pues, como señala su editor Iván Galiano, además de cautivador al ojo, resulta tremendamente útil para la perspectiva «tanto de lectores habituales como de aquellos que se interesan por el mundo del cómic por primera vez» y que aquí recibirán orientación entre el mar de novedades que nos inundaron semanalmente.

Jot Down Cómics 5 nos pone sobre la pista de autores fundamentales que han sentado las bases del lenguaje del cómic contemporáneo, referentes absolutos que van desde Miguel Gallardo (Algo extraño me pasó de camino a casa) a Joann Sfar (Aspirina), pasando por Posy Simmonds (Cassandra Darke), Osamu Tezuka (Cráter), Adrian Tomine (La soledad del dibujante), Camille Joudy (Las Varamillas), Max (Manifiestamente anormal), Paco Roca (Regreso al Edén) o Joe Sacco (Un tributo a la tierra), entre otros, pero también de sorprendentes descubrimientos.

Así, en estas páginas nos asomamos con curiosidad y complacencia a la «ficción poética y perturbadora» de Andrés Tena (Astenia), «el cómic más devastador del año más fatídico de nuestras vidas» firmado por Julia Gfrörer (Devastación), el «viaje iniciático al interior del sueño, la soledad y la muerte» de Gabri Molist (Dormir es morir), el «ritmo pausado y reflexivo» de Nadia Hafid (El buen padre), las «estampas costumbristas anormales y despiadadas» de Keiler Roberts (Isolada) o la «obra capaz de invocar una miríada de emociones con un estilo difícil de encasillar por voz y forma» de Aidan Koch (La espiral), por citar solo algunos. Lo mejor es que la selección abarca todos los estilos: de lo experimental al humor, los géneros, las aproximaciones históricas o biográficas, el noir, los superhéroes…

Páginas de «Epiphania», de Ludovic Debeurme. / © Ediciones Kraken

Un repaso compensado y desprejuiciado al que además se suman, en las últimas páginas del volumen, otras más de 80 microreseñas de otras tantas obras de interés que dio el pasado curso en el mundo de la historieta. Si a esto añadimos un anexo final que reúne todas las referencias teóricas y divulgativas publicadas en 2020 en forma de monografías, ensayos, revistas divulgativas y revistas académicas, el conjunto es un manual completísimo para cualquiera que quiera adentrarse y profundizar en el cómic del pasado año, disponiendo de una visión de conjunto.

Para el final dejamos el contenido con el que se abre este anuario: una jugosísima conversación entre los coautores de la estupenda portada, los zaragozanos Sara Jotabé (Diferente, Diario de una vida de mierda), presidenta de la Asociación Aragonesa de Autores de Cómic, y Álvaro Ortiz (El Murciélago sale a por birras, PRDRO y MAILI), moderada por su paisano el historiador del arte y divulgador Pablo Begué (alias Victorian Guy). «La putada es que hay mucho autor, mucha editorial y mucha edición de calidad pero no hay tanta gente para consumir todo y nos encontramos con tiradas diminutas, menos apuestas por nuevos títulos, problemas de royalties…», señala Ortiz. «Yo creo que sí que hay más lectores, pero no es un aumento significativo», responde Jotabé.

Se buscan lectores, ya lo decíamos al iniciar esta reseña. Ojalá recopilatorios tan bien escritos y editados como este Jot Down Cómics 5 sirvan para hacer que estos libros encuentren a sus públicos. Merece la pena perderse, por el camino, en sus fascinantes páginas.

 

Jot Down Cómics nº 5
Edición de Iván Galiano
Jot Down Books y ACDCómic
Año 2021
244 páginas
20 €

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