La mariposa de Dinard, de Eugenio Montale (Elba)
«La pequeña mariposa de color azafrán que cada día venía para encontrarse conmigo, en la plaza de Dinard, y me traía (eso parecía) noticias tuyas, ¿habrá vuelto más veces, después de mi marcha, a aquella placita fría y ventosa? Era improbable que el glacial verano bretón hiciese nacer de los vergeles ateridos tantos destellos todos iguales, todos del mismo color». Así comienza el texto que da nombre a este libro, el último de los aquí recopilados y que Eugenio Montale (1896-1981) publicó originalmente en el diario italiano Corriere della Sera entre 1946 y 1950. Se trata de una espléndida colección de crónicas y semblanzas que transitan de lo cotidiano a lo insólito, y que él mismo definiría dos décadas más tarde como «relatos no-relatos» y «poesías-no poesías». En ellos exhibe el Premio Nobel italiano una escritura intensa y enigmática, cuya serenidad es capaz de levantar el alma, y donde el comentario en apariencia anecdótico es punto de partida para que alce el vuelo su talento como prosista, equiparable al del poeta inmortal que es. Incluso aunque aquí se muestre consciente de la paradoja de la excelencia: «Una poesía perfecta sería como un sistema filosófico que cuadrara, sería el fin de la vida, una explosión, un hundimiento; y una poesía imperfecta no es poesía». Montale, que siempre quiso ser un émulo del romántico francés Aloysius Bertrand y convertirse en «un cincelador de breves gemas en prosa artística», confiesa en estas páginas con absoluta modestia que «carecía de la imaginación del narrador nato, y no podía confiar más que en recuerdos personales, en las experiencias vividas». Benditas vivencias, que van de su infancia a caballo entre Génova y Cinque Terre a un cuaderno de viaje íntimo en el que, por supuesto, figura también Florencia, a la que a menudo observó «con los ojos de un extranjero enamorado de Italia». Breves escritos que fluyen con consistencia en un todo armónico y a la vez heterodoxo, y en el que descubrimos, deleitados, su singular sensibilidad en la observación y su particular sentido del humor, poco conocido en el resto de su producción literaria. Una joya rescatada a tiempo por Elba.
Cuánto oro esconden estas colinas, de C Pam Zhang (Gatopardo Ediciones)
Han coincidido de forma reciente en Estados Unidos varias ficciones que abordan el llamado sueño americano desde la perspectiva del foráneo y, en concreto, desde el relato —apenas transitado hasta ahora— de la llegada y búsqueda de asentamiento de los pueblos orientales. Lo hemos visto en la gran pantalla, tanto a partir del retrato de una familia de origen coreano en la década de 1980 que hace la estupenda Minari, de Lee Isaac Chung, como del personaje de un misterioso inmigrante chino en la década de 1820 en la sublime First Cow, de Kelly Reichardt. La joven autora C Pam Zhang (1990), nacida en Pekín pero ingresada en Norteamérica con su familia a los cuatro años, tiene algo de ambas películas, en un caso por su historia personal y en otro por su extraordinaria primera novela, finalista del Booker en 2020, que se sitúa en la californiana fiebre del oro que comenzara a mitad del siglo XIX y tiene como protagonistas a dos adolescentes (chicas) de familia china. Sobrevuela todo el relato la etérea idea de un hogar, de echar raíces, y su práctica imposibilidad —algo que quizá también tenga que ver con la biografía de la escritora, que ha vivido en trece ciudades de cuatro países hasta la fecha—. También la idea de una tierra despojada de casi todos los elementos que hacen un paisaje; incluso el agua es fantasma, aparece y desaparece, en este hosco Oeste: «¿Es eso, entonces, lo salvaje que Ba buscaba? ¿Esa sensación de que podrían desaparecer en el paisaje, una disolución de los cuerpos semejante a la invisibilidad, o al perdón?» . De tal visión existencial parece nutrirse esta obra construida sobre una rara lírica seca, entre lo sensorial y lo terregoso, con un fraseo poético de absorbentes descripciones: «Un esqueleto se alza del suelo como una enorme isla blanca. A su alrededor se ahonda el silencio; quizá sea que la hierba aplastada se ha vuelto muda». Frente a esas yermas llanuras, las colinas representan el poder de los rituales a la intemperie, y de las leyendas orales. Como la que narra la reaparición del búfalo, animal mítico de aquellas tierras y que en teoría había sido extinguido en la época en que «esos hombres sembraban balas, en vez de semillas». De todas formas, en este libro lo insólito está también, o sobre todo, en los actos más cotidianos: nunca pensaríamos que en una escena de western a una chica podría bajarle la regla pero ya se sabe que «lo que un hombre sabe que es cierto, no tiene nada que ver con lo que lee». C Pam Zhang se basa en una maravillosa construcción de personajes, lejísimos de los arquetipos habituales, para retratar un mundo donde la obsesión por el oro/dinero («lo único que tiene más autoridad que una pistola en este territorio») y la necesidad de realidad y supervivencia solo se pueden combatir con la ficción. Así es como la autora hurga en el mito fundacional estadounidense: «Esa historia no habla con palabras sino con clamor, golpes y sangre». Cuánto oro esconden estas colinas es una de las grandes novelas de este año.
Jim Morrison. Cuando la música acabe apaga las luces, de Alberto Manzano (Libros Cúpula)
Después de publicar el pasado mes de febrero su libro Aleluya. Mística y religiones en el rock, Alberto Manzano (Barcelona, 1955) entrega ahora esta biografía sobre el líder de The Doors, cuando está a punto de cumplirse medio siglo desde su desaparición en rarísimas circunstancias —y meses después de que murieran Hendrix y Joplin—. No es de extrañar, pues, el interés de este poeta, traductor (también de letras de canciones al castellano), ensayista y periodista musical en la figura de Jim Morrison, que fundó en sí misma un verdadero culto de esencias místicas y que especialmente sobre el escenario ejercía las veces de predicador o gurú de la contracultura en la década de 1960. La singular y fascinante personalidad de este integrante del llamado club de los 27, su magnetismo y su capacidad para la puesta en escena, son el material inflamable perfecto en manos de Manzano. Más allá de su faceta más reconocida como músico y líder del subversivo cuarteto angelino que revolucionó la historia del rock, la vida del Rey Lagarto está llena de momentos irrepetibles: desde su actitud en los conciertos de espaldas al público a los experimentos interpretativos con el amobarbital, pasando por el milagro de un número 2 en las listas de éxito con su álbum de debut, sus explosiones escénicas de ángel viril o dios demoniaco o sus encontronazos con la justicia, cuando ya no tocaban para menos de 10.000 personas y cobraban 35.000 dólares por noche. Pero lo que realmente le interesa a Manzano en este ensayo es su faceta de autor, letrista y poeta incomparable. Aquí analiza su trayectoria y su historia, así como sus influencias literarias (entre otros sus héroes alcohólicos, como Baudelaire, Dylan Thomas, Brendan Behan o Rimbaud), incluyendo muchos de sus textos publicados y notas garabateadas inéditas, que sirven como hilo narrativo para esta estrella fugaz y frágil «como la cáscara de un huevo», cuyo cerebro no paraba nunca de bullir creativamente y de querer transmitir su magia, como un chamán. El mismo que dejó por escrito todas las claves que permitirían descifrar acaso una pequeña parte de su indescifrable capacidad de seducir y de asir todo aquello que nos impele hacia algo más que nuestras rutinarias existencias: «Coge la autopista hasta el fin de la noche / Haz un viaje hasta la medianoche brillante / Reinos de éxtasis, reinos de luz / Algunos han nacido para los dulces placeres / Otros han nacido para la noche sin fin / Fin de la noche, fin de la noche».
La muerte del artista, de William Deresiewicz (Capitán Swing)
Con el elocuente subtítulo Cómo los creadores luchan por sobrevivir en la era de los billonarios y la tecnología, se presenta en nuestro país este sonado ensayo —todo un seísmo tras su publicación, hace apenas un año, en Estados Unidos— cuya mayor cualidad es poner muchas de las cartas sobre la mesa e incitarnos a abrir este melón, el debate sobre el arte y sobre quienes se dedican a él en nuestros días. William Deresiewicz (Englewood, 1964), prestigioso ensayista y crítico cultural, analiza aquí la relación esencial e insustituible en el mundo de hoy entre arte y dinero, y cómo ese vínculo está transformando definitivamente la actividad artística en una era donde lo digital ha situado a quienes pretenden vivir de su creatividad en una encrucijada. Por un lado, las nuevas tecnologías y aplicaciones, que surgen por decenas cada semana de esa máquina inagotable de humo que responde por Silicon Valley, prometen una democratización total de los medios de la que, en efecto, surgen ejemplos notables cada tanto. Por otra parte, hay tal multiplicación de propuestas que la burbuja artística no para de crecer y tenemos excedente de músicos, escritores, artistas visuales y cineastas, pero no el suficiente público (y, sobre todo, el suficiente mercado) para hacer sostenible su aventura. No parece haber sitio para todos los que pretenden hacer carrera de su arte, y la cultura del todo gratis, o casi, ha proliferado hasta devaluar estos productos. Sin embargo, sostiene el autor, quienes quieren dedicarse a esto lo siguen intentando. Consecuencia: «No solo se está haciendo mucho arte, sino que hay muchísimo más que nunca y a menor coste». Resulta curioso que el propio autor reconozca aquí una opinión impopular en nuestros días: «Creo que es importante que haya al menos una persona en el mundo de hoy que se levante con orgullo y declare: No soy una persona creativa». La cultura del consumo rápido, la perspectiva tecnológica ultraoptimista, la fugacidad de las novedades virales y los continuos cambios de tendencia en los estilos y la crítica y sobre todo, la explosión del amateurismo en internet, amenazan con la existencia del arte que hemos conocido hasta ahora. Deresiewicz apoya su estilo directo y sin florituras en testimonios de artistas muy diversos y en distintos campos, eligiendo perfiles no de los ricos ni famosos, sino de la gran clase media creadora entre los 25 y los 40 años. De ahí extrae, entre otras ideas, que hoy día no queremos oír hablar de términos como carrera, profesional o propiedad intelectual, «queremos que nuestros artistas sean tan puros como el arte que crean. Queremos que se comporten como si el mercado, con sus enredos, no existiera: como si hubiéramos alcanzado la condición, después del fin del capitalismo, con la que tantos sueñan». Para el autor, estos son ideales mistificadores del espíritu del arte, pero el arte es trabajo, asegura, que necesita una inversión inicial y un público. La pregunta es si el arte como búsqueda y declaración de «una nueva verdad» llegará a sobrevivir en este ecosistema. Veremos.