Crónicas desorbitadas

Todos deberíamos ver «First Cow», de Kelly Reichardt

Según consta en mi correo electrónico, el 5 de septiembre de 2010 alquilé en Filmin la película Wendy y Lucy (2008). Era lo primero que veía de Kelly Reichardt, y recuerdo el impacto que ejerció en mí; me dejó (como ocurre en buena parte de la peli) sin habla. Esa forma de retratar el desamparo —económico, que en esta sociedad también es existencial— me pareció algo que no había visto nunca. Hoy día sigue estando entre mis diez películas favoritas de la historia, y creo que First Cow (2019) fácilmente podría estar cerca, aunque como es lógico ahora mis expectativas con su cine son otras. Son altísimas. Reichardt había debutado como directora mucho antes, pero solo tenía dos películas previas. Se estrenó con River of Grass (1994), que estuve buscando durante años, por todos los medios legales e ilegales, y que justo preparando este texto he localizado en Spamflix; no la he podido ver aún, pero ya tiemblo. Pese a su buena acogida en festivales, a ese debut le siguió un parón forzado por el hecho de ser mujer, una intrusa en el cine independiente, que solventó rodando cortos en Super-8. Quería hacer cine a toda costa. Luego filmó Old Joy (2006), una verdadera joya, donde empezó su relación con el territorio de Oregón. Tras Wendy y Lucy, que protagonizaba una inconmensurable Michelle Williams, llegarían una serie de excelentes títulos con actrices y actores más reconocibles dentro del cine indie: Meek’s Cutoff (2010), Night Moves (2013) y Certain Women (2016). Hasta llegar a First Cow, que se estrena en salas españolas este viernes 21 de mayo gracias, cómo no, a la distribuidora Avalon (que hace poco rescató la filmografía de Wong Kar-wai, otro de mis imprescindibles) y que antes se proyectó en el Festival Rizoma de Madrid, que acogió además un encuentro virtual con la cineasta.

Como quien lea esto podrá intuir, he visto toda la filmografía de Reichardt —en breve solvento lo de River of Grass, lo juro— y aún hoy me sorprende que no haya ganado ningún gran premio. First Cow, que ha aparecido en la lista de mejores films de 2020 en varios prestigiosos medios norteamericanos y se hizo con el galardón del Círculo de Críticos de Cine de Nueva York, sonó como posible León de Oro en Berlín, pero finalmente tampoco fue. Yo había leído maravillas de ella antes de que llegara a España (una larga espera), e incluso me planteé que pudiera llegar a los Oscar, ingenuo de mí. Para muchos ha sido una de las grandes ignoradas por la Academia, y aunque me alegra que se haya reconocido a otra cineasta, Chloé Zhao, que también apuesta por una visión de la América que sobrevive en los márgenes, me sigue resultando una decepción. El crítico de IndieWire Eric Kohn es uno de los que piensa que First Cow fue la mejor película estrenada en 2020, y escribió: «El chiste con First Cow es que, bueno, ¿quién quiere ver una película llamada First Cow? Y la ironía es que todos deberían hacerlo». Pero ¿de qué va First Cow?, procede preguntarse si no se ha visto. Pues del encuentro entre un cocinero (Cookie) que llega al estado de Oregón en la década de 1820 para cazar pieles de castor y un inmigrante chino (King-Lu) con el que monta un pequeño negocio dependiente de una vaca lechera, la primera que llega a aquellas tierras y que en realidad forma parte de las posesiones de un rico terrateniente.

«El pájaro, un nido; la araña, una tela; el hombre, la amistad». Esta cita de los Proverbios del Infierno de William Blake, con la que se abre la película, da cuenta de su tema principal, que no es otro que la amistad entre esos dos hombres. Nótese que Blake equipara la amistad al nido o la tela, es decir, lo que hace posible la vida, y el hogar. Como en otras películas de Reichardt, el hogar de sus personajes nómadas o deambulantes solo se halla en otras personas, por lo que acaban aliándose aunque en principio sea por pura necesidad. El retrato de una amistad masculina en los bosques de Oregón nos lleva, de partida, a su anterior Old Joy, pero mientras que en First Cow funciona como vínculo sólido, allí era más un recuerdo que otra cosa, pues los protagonistas, que llevan mucho tiempo sin verse, descubren en el reencuentro que ya no pueden ser —del todo— amigos. First Cow se basa en la novela The Half-Life de Jonathan Raymond (¿para cuándo una traducción al español de su obra?), que colabora por quinta vez en su carrera con Reichardt. Curiosamente, esta historia fue lo primero que leyó de él, y fue entonces cuando le contactó para preguntarle si tenía algún relato más breve que pudiera adaptar al cine. Raymond le mandó Old Joy, y el resto es historia (como las historias de Wendy y Lucy, Meek’s Cutoff y Night Moves, que él concibió). Lo que también une ambos relatos es una visión de la masculinidad diversa a la habitual. Para empezar, no es tan común en el cine de hoy día dibujar una amistad entre hombres sin que sean dos colegas de juerga o dos soldados unidos en el frente. Los protagonistas de First Cow (Cookie más creativo, King-Lu más pragmático; pero ambos sensibles hacia su entorno) no son ni una cosa ni otra, pese a que en su relación son trascendentales el humor y la supervivencia.

Es una de las cosas que quiso trabajar Reichardt antes del rodaje, quien decidió enviar a ambos actores al bosque para que entrenaran y aprendieran a acampar, despellejar ardillas y hacer fuego sin cerillas. Tareas todas ellas que correspondían a lo que los hombres de la época necesitaban hacer. No hicieron ensayos de las tomas que vemos en pantalla, pero esa naturalidad viene de la experiencia previa (que también unió a ambos). Viene, también, de la mirada casi antropológica que Reichardt ya había mostrado en alguno de sus films anteriores, sobre todo en Meek’s Cutoff, una suerte de antiwestern protagonizado por mujeres y ambientado en la época de los colonos que atravesaban el desierto de Oregón a mediados del siglo XIX. Como en aquella, donde usó el de 1.33:1, en First Cow también opta por un formato de pantalla (4:3, en este caso) más cuadrado que el habitual panorámico de hoy día, dando a la historia un aspecto más doméstico o «humilde» —según la directora— que no busca los horizontes de grandeza del western tradicional. A diferencia de Meek’s Cutoff, aquí ni siquiera existían referencias fotográficas de la época, por lo que para trabajar la ambientación se basaron en algunos grabados de esos primeros exploradores de la región y en antiguos escritos y leyendas. Reichardt se inspiró en películas como Cuentos de la luna pálida (de Kenji Mizoguchi) y la Trilogía de Apu (de Satyajit Ray), además de en las pinturas de cowboys de Frederic Remington. El resto lo hace la depuradísima puesta en escena de Reichardt, cuya cámara se mueve orgánica, sin artificios, y parece casi respirar.

La directora, guionista y montadora Kelly Reichardt (Miami, 1964).

En First Cow está muy presente esa idea de cuestionar los cimientos sobre los que se erigió el país y deshacer uno de los mitos fundacionales de Estados Unidos, el de aquel momento histórico que transcurre décadas antes de que los colonos establecieran su propio gobierno en Oregón y antes de que se le concediera la categoría de estado. «La historia aún no ha llegado aquí […] quizá esta vez podamos decidir su rumbo», reflexiona en voz alta King-Lu, quien como algunos otros personajes de la película considera aquel instante, aquella zona, como una tierra de oportunidades, quizá el origen del sueño americano. Algo que contrasta llamativamente con el proceso desmitificador que emprende Reichardt en torno al western, con elementos entre cómicos y costumbristas que lo llevan a un terreno mucho más auténtico y humano: no hay aquí glamour ni épica, sino mugre, naturaleza salvaje, ronquidos, fango e instinto de supervivencia. El Oeste debía de ser eso también. Solo se me ocurre un cineasta que haya acometido un esfuerzo similar, y en un tono parecido, con la cultura norteamericana, y es Jim Jarmusch. De hecho, resulta inevitable pensar en su magnífica Dead Man (1995), otro antiwestern que, por cierto, se basa por completo en la figura y la obra de William Blake. Como él, Jarmusch y Reichardt son poetas y artistas visuales que tienden a hacer de la contemplación su bandera. Hablando de la cual, también ambos cineastas han tendido a mostrar una América más allá de los americanos.

«Este no es lugar para vacas». «Bueno, tampoco es lugar para el hombre blanco». Este diálogo en First Cow es significativo por cuanto la película, de forma sutil —como todo lo que hace Reichardt—, muestra que la nación estadounidense germinó al lado de gente de otras culturas y creencias que no solo tenían que ver con el dinero. Cuenta la directora que en aquel momento histórico, donde no había naciones pero sí empresas que empezaban a explotar los recursos de la zona, se dio cierto cosmopolitismo: personas procedentes de Rusia, Sudamérica, Inglaterra, España, Hawái y China. Este panorama, según Reichardt, «convierte el origen de Estados Unidos en una historia colonial corporativa, con gente de todas partes del mundo invadiendo el territorio». También estaban allí, claro, las numerosas tribus que vivían a lo largo del río y que lo habían empleado desde siempre como ruta comercial. En First Cow asistimos a varias escenas habladas en lengua indígena de los nativos americanos, lo que (como la elección de actores con esas raíces) no solo es un elemento más de autenticidad en este lienzo, sino una forma de hacer que aquella población fundamental en la época estuviera debidamente representada, al contrario de la invisibilidad a la que el cine tradicional la ha sometido. Al final, las películas de Kelly Reichardt, por mucho que se ambienten en un paisaje remoto de los Estados Unidos y ni siquiera remitan a un imaginario popular en Occidente, hablan de cuestiones mucho menos lejanas de lo que pudiera parecer. Cuestiones que nos interpelan y que tienen mucho que ver con el mundo actual. Y entre ellas, sin duda, también se encuentra esa historia corporativa.

En ese sentido, First Cow contiene una reflexión crítica sobre los orígenes del capitalismo (depredador), a partir de la lógica, implacable y sin compasión alguna, de la oferta y la demanda. También queda retratado, y de nuevo desmitificado, el legendario espíritu emprendedor estadounidense, basado en la más absoluta precariedad (las vacas flacas, podríamos decir) y sin tantas oportunidades reales de prosperar frente a quienes manejaban, ya entonces, el dinero. En cierto modo, se puede decir que First Cow nos está revelando la protohistoria del capitalismo y, como en toda la filmografía de Reichardt, este sistema económico parece dividir (y vencer, a base de violencias que van más allá de lo físico) más que unir a quienes tratan de organizarse en torno a él. Por eso no sorprende que la cineasta haya hecho declaraciones como esta: «Yo diría que, en cierto modo, todas las películas son políticas. Es algo intrínseco a todo lo que nos interesa. ¿Dónde reside el poder? ¿Dónde encaja la gente en la escalera hacia el éxito y la supervivencia? ¿Y cómo influye eso en cómo nos tratamos los unos a los otros?». Pues bien, ese es el tema, temazo, del cine de Kelly Reichardt. De hecho, al explicar cómo surgió el argumento para su primera película, River of Grass, lo hizo así: «Nos preguntábamos cómo podía existir en los años 90 la figura del rebelde solitario, un elemento constante en todas las road movies, cuando incluso el eslogan de Burger King te decía Rompe las reglas».

Poco más que añadir, salvo que esas palabras las pronunció la directora en una conversación con su amigo Todd Haynes, otro enorme cineasta al que conoció cuando colaboraron en el debut de Haynes, titulado Poison (1991). Poco después, el director de Mildred Pierce —fantástica miniserie coescrita por… Jonathan Raymond— veía a su amiga estrenarse como realizadora y decía esto acerca de aquel film: «Hoy, en los estratos más bajos del cine independiente, sin ni siquiera el efecto goteo del cine experimental que alguna vez existió, la creación y distribución final de una película como River of Grass es un evento milagroso. Es por eso que la perseverancia y el coraje de Kelly deben ser saludados, junto con la singularidad y la inteligencia de su película». Así es el cine de Kelly Reichardt: un milagro, un acto de resistencia. Y por eso, por su singularidad e inteligencia, seguiré esperando cada una de sus películas (casi) como si fuera la primera que veo.

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