Entrevistas

Elizabeth Duval: «No es fácil hacer algo constructivo con personas que se acercan a la cuestión trans desde el miedo o desde el odio»

Podríamos decir que Después de lo trans (La Caja Books, 2021) marca un antes y un después en la carrera literaria de Elizabeth Duval, quien con este ensayo quiere poner punto final al tema trans. Y es que, como ya demostró con su poemario Excepción y con su primera novela Reina, Duval quiere huir del encasillamiento al que muchas veces se condena a quien pertenece a una minoría y abordar otras cuestiones, ya sea desde la novela —está trabajando en una nueva obra de ficción— o desde otros géneros literarios. En Después de lo trans, Duval reúne toda una serie de reflexiones teóricas en torno a esta cuestión, en abierto diálogo con la tradición filosófica y con la teoría de género. No hay espacio para la especulación: las propuestas de Duval son tan sólidas como críticas, haciendo de Después de lo trans un más que interesante acercamiento, incluso para los más ajenos al tema, a cuestiones como el sexo, el género y su autodeterminación, el feminismo filosófico y la izquierda identitaria.

Cuando comenzaste a trabajar en Después de lo trans, ¿cuánto hartazgo había, sobre todo después de la promoción de Reina, de que siempre te preguntaran sobre el mismo tema?

Y no pasó solo con Reina, también con Excepción. Recuerdo que un medio catalán me entrevistó para hablar de este poemario que gira en torno a los hechos posteriores al 1 de octubre y a las manifestaciones que se dieron. Y, a pesar de hablar de un tema que concernía principalmente a la política y la sociedad catalana, el medio en cuestión decidió titular la entrevista: «Elisabeth Duval: «El género no se abolirá»». ¿Cómo? Saco un libro que habla de la cuestión catalana y el periódico medio independentista prefiere titular con la cuestión del género. Otro ejemplo gracioso que he vivido últimamente tuvo lugar hace un par de meses. Alguien, no sé quién, me creó una página en Wikipedia, suscitando un debate en torno a si se me podía definir como activista trans o LGTBI. Y, como digo en el prólogo, hace ya mucho tiempo que no hago prácticamente nada relacionado con la cuestión trans. Es verdad que recientemente en Gen Playz me preguntaron sobre la Ley Trans, pero lo hicieron porque soy tertuliana o colaboradora y como tal también me preguntan sobre otras cuestiones como la «bajona» de enero, La isla de las tentaciones o el poliamor, no siendo yo una especialista en ninguno de estos temas. Volviendo a lo que me preguntabas, fatiga que te estén preguntando siempre sobre lo trans, sobre todo cuando tu trabajo no gira en torno a esta cuestión. Y creo que esto se debe a la trama de la autorreferencialidad de la que culpo más a la izquierda que a la derecha.

¿A la idea de que, puesto que eres una mujer trans, vas a hablar sí o sí del tema trans?

Es esta idea de que si perteneces a una minoría puedes publicar libritos y hablar de cuestiones vinculadas a la minoría a la que perteneces, siempre desde tu voz subalterna. Lo dice muy bien Pasolini en el texto que cito al describir la figura del hombre negro, que vive en la ciudad, que habita según los códigos sociales imperantes, pero al que solo se le permite hablar de su realidad en tanto que hombre negro. Las otras cuestiones más generales o los llamados grandes temas están reservados para aquellos que no están marcados por ninguna etiqueta.

Y, como ya demostraste con Excepción, tu intención es abordar precisamente cuestiones que escapan de lo trans.

Después de lo trans fue cambiando muchísimo a lo largo de todo el proceso de escritura. Comencé a escribirlo con algo de desgana pero, a medida que avanzaba, me fue gustando cada vez más. Y estoy contenta con el resultado, pero tengo claro que, si de aquí a seis meses me preguntan sobre lo trans, responderé con la fórmula del «no sabe / no contesta». Y es que no tendré nada más que decir. Todo lo quería y podía decir está en el ensayo. Así que espero que se apruebe la Ley Trans y no tener que opinar más sobre la cuestión.

Antes citabas a Pasolini. Lo que comenta me remite a la figura de Valeria Vegas de la que, como señalas, solamente se recuerda su biografía de La Veneno y no sus otros trabajos periodísticos.

En el caso de Valeria, como en tantos otros casos, interviene otro factor: muchas veces, como periodista, como escritora o, más en general, como persona que participa en el mundo cultural, la única forma que tienes de que se te preste atención es hablar de esos temas muy concretos vinculados a la minoría a la que perteneces. Solo así se te presta atención y recibes una gratificación que, de forma inconsciente, aceptas, aunque implique a la vez aceptar que te metan en un rinconcito, el único que te permiten ocupar. Y no es fácil salir de esta posición ni renegar de esta gratificación, puesto que, como digo en una nota a pie de página, es complicado romper con esta lógica de las ligas menores de carácter autorreferencial porque muchas veces quienes son condenadas a ellas aceptan estar ahí, quizás porque asumen que es la única posibilidad que tienen. Esto se ve muy bien con la llamada literatura LGTBI o la llamada literatura feminista. La mercadotecnia se aprovecha de estas etiquetas y para poder transgredirlas es necesario ocupar un cierto lugar de prestigio o poseer un capital cultural que, paradójicamente, se consigue aceptando los mecanismos que el mercado te impone y participando de esa liga menor en la que te sitúa. La lógica que sustenta el sistema de influencia es muy loca, tanto como la lógica a partir de la cual se te dice sobre lo que puedes hablar dentro del mundillo cultural.

En el prólogo, de hecho, comparas la escritura femenina y la escritura «queer», en cuanto que ambas son consideradas como «literatura de segunda división».

Esto se ve muy claramente en el diseño editorial español. Pienso en cómo se dividen en distintos sellos los autores de un mismo grupo. Por ejemplo, ¿qué autores publica Literatura Random House y qué autores publica Lumen? ¿Qué estrategia de «marketing» hace que unos vayan a Lumen y no otros? ¿Qué hace que los relatos de Proust los publique Lumen y que una novela sobre nuevas masculinidades termine en Literatura Random House? Es interesante observar cómo funcionan estas estrategias de mercadotecnia y cuál es el lenguaje que se utiliza para vender un libro dependiendo del sello en el que está. Anagrama, que tiene una apariencia de mayor neutralidad, en parte porque es un sello único, ha vuelvo a publicar, con su título original, Introducción a Teresa de Jesús, en cuyo prefacio Cristina Morales recuerda que, desde Lumen, se quiso reforzar el carácter femenino del texto para que se integrase plenamente en el catálogo. Y creo que este querer reforzar el carácter femenino o «queer» de un texto es limitante. Por esto pensaba que no estaría mal que, en las primeras páginas de mi próxima novela, un personaje o incluso la propia protagonista soltara un comentario tránsfobo. Y es que creo que es erróneo querer estar dentro de la sección femenina de un grupo editorial muy grande en lugar de intentar reformular o reconfigurar desde dentro los espacios neutros que, tradicionalmente, son los masculinos. Si bien es cierto que la literatura que se está haciendo ahora la están haciendo las mujeres, creo que es necesario dar un paso hacia adelante de tal manera que esta literatura no se quede en catálogos casi exclusivamente compuestos por mujeres o que se dirigen a un público femenino.

Ahora hablas de la novela pero esto se ve, incluso más, en el ensayo.

Totalmente. Además, de forma casi inmediata, a los ensayos «femeninos» se los sitúa en una categoría más fluctuante, en parte porque se considera que los hombres pueden prescindir de su subjetividad a la hora de escribir y son capaces de penetrar de una manera neutral y con mirada cristalina en las cuestiones sobre las que quieren reflexionar, mientras que las escritoras siempre parten de su subjetividad o de su experiencia. En mi libro, cito a Aixa de la Cruz, que sostiene que es necesario dejar de escribir de forma neutral, es decir, con esta forma masculina e impostada, y enlazo su reflexión con el debate que tuve con Rosa Berbel en torno a lo que debe ser la escritura femenina. En mi opinión, la escritura femenina no debe definirse por los temas o por centrarse únicamente en cuestiones —pienso, por ejemplo, en el cuerpo y los fluidos— que han sido ampliamente explorados. Creo más bien que, como te decía antes, tenemos que ir a sellos masculinizados para dinamitarlos desde dentro, jugando con esos mismos códigos que allí se manejan. Y es que aceptar que existe una literatura masculina y una femenina es aceptar que estas literaturas son opuestas o que deben ser leídas de forma distinta. Recientemente, Luna Miguel decía al respecto que, cuando un hombre cita mucho, se le define como erudito, pero cuando lo hace una mujer, es que no sabe o no tiene ideas propias.

En relación con lo que comentamos, en el ensayo haces hincapié en la importancia de la teoría, cuestionando tanto la especulación como la reflexión que parte exclusivamente de la experiencia personal.

Si me pusiera a contar mi intrahistoria podría despertar el interés de un público morboso que quiere conocer datos íntimos de mi vida personal, pero no podría ofrecer nada sustancial con respecto a lo trans. Por esto, aunque sé que puede resultar polémico, señalo que de la misma manera que una persona no trans, yo también me acerco al tema trans de forma prejuiciosa. Ambas nos acercamos al tema con una mirada sesgada, yo por ser trans y ella por no serlo. Mi teoría sobre lo trans no es más cierta que la que pueda proponer alguien que no sea trans. Y es que hay que separar la vivencia personal de la teorización, sobre todo porque no hay que olvidar que mucha gente trans no está interesada y no sabe teorizar en torno a lo trans o en torno a la diferencia entre sexo y género. No les es necesario en su vida, pues lo único que necesitan es vivir tranquilamente. Conozco a gente trans que no ha leído nada sobre estudios de género, a la que les da igual quiénes son y qué dicen Butler o Preciado. Evidentemente, la experiencia tiene un valor, pero no creo que el formar parte de un colectivo te de ningún aura de autoridad. Tras el debate de Gen Playz más de uno, refiriéndose a mí, ha preguntado en redes sociales por qué siempre que se discute sobre lo trans se invita a personas trans blancas, de clase media y con formación universitaria, sin detenerse a pensar que, quizás, un debate sobre una ley y sus recovecos legales no sea el lugar para invitar a una persona trans precaria que no tiene idea acerca del tema. En debates especializados no siempre se puede llevar al más oprimido de la cadena de los oprimidos, ante todo porque probablemente lo que vaya a decir es que el debate le da igual, que lo único que quiere son sus derechos.

«Es importante acercarse a las cosas desde una perspectiva crítica y teórica, siendo consciente de que la teoría no va a cambiar necesariamente la vida de las personas»

En cuanto a la reflexión teórica que propones, recurres en más de una ocasión a teóricos —pienso, por ejemplo, en Richard Rorty— cuyas tesis divergen de las tuyas, pero que te sirven como herramientas para tu reflexión.

En el prólogo aludo a la angustia de las influencias de Bloom para señalar que esta angustia puede conllevar una mala o errónea comprensión de determinadas teorías, pero esta mala comprensión puede hacer posibles interesantes descubrimientos. A mí lo que me interesaba no solo era mezclar ideas de teóricos con los que no concuerdo, sino utilizar dichas ideas para defender postulados a las que estas mismas se oponen. Por ejemplo, yo utilizo el esquema de Judith Lorber en torno al género como estructura social y al género como identificación individual, si bien ella es tránsfoba. Y es que me parece muy interesante su esquema y creo que se puede utilizar para defender parte de lo trans en contra de la reacción transexcluyente que ella misma representa. Y por lo que se refiere a Rorty, lo cito cuando analizo las tesis de Daniel Bernabé para señalar que, hace ya bastantes años, él dijo las mismas cosas que Bernabé apunta y lo hizo con mucho más sentido y proponiendo alternativas y herramientas críticas. Y es que muchas de las cosas que parecen nuevas no solo no lo son, sino que se han hecho antes e incluso mejor. Una cosa buena de formarse en filosofía o en literatura es que te permite dar cuenta de lo absurdo que es buscar lo más nuevo o lo más radical, puesto que seguramente lo más interesante es volver a plantear conceptos y teorizaciones que explican mucho mejor lo trans que los conceptos nuevos que actualmente se manejan. Por esto, en mi crítica a Paul B. Preciado señalo, por ejemplo, que su concepto de potentia gaudendi no es otra cosa que la libido de Deleuze y Guattari o el goce lacaniano. No hay nada nuevo bajo el sol en el «preciadismo».

Asimismo, las malas lecturas pueden conllevar interpretaciones erróneas que se van perpetuando. Esto es lo que ha pasado con Butler: todavía hay quien sigue sosteniendo que para ella el género es algo performativo.  

En este caso, la mala lectura de Butler se convierte en una herramienta que permite a algunos sacar rédito político. Yo me detengo en esta cuestión, porque incluso la propia Butler tuvo que contestar a las críticas que se le realizaron a partir de la publicación de El género en disputa y llegó a arrepentirse por la manera en que allí planteaba la cuestión de género, puesto que ha llevado a muchos a considerar que ella define el género como algo performativo. Y no es así. Para Butler el género tiene una parte de puesta en escena, pero el término «performativo» no lo toma del mundo de la escena, sino de la filosofía del lenguaje de Austin, quien reflexiona sobre cómo los actos de habla producen sentido. Y lo interesante de Butler es que sostiene que, si bien puedan definirse en parte por su teatralización, los actos vinculados al género no se deciden libremente, sino que el sujeto está atrapado en una red de significación. Personalmente, encuentro muy apropiadas las reflexiones de Butler en torno al concepto de «sujeción»: el sujeto está sujeto a unas relaciones y a ciertas redes. Intentar imponer a esta sujeción una idea de libertad voluntarista vinculada a la elección del género es un error.

Y a esta reflexión tú le añades el elemento biológico en tanto que sujeción inicial.

Podemos analizar la cuestión desde el punto de vista social y cultural, pero debemos tener en cuenta que hay investigaciones científicas que nos dicen que existen fundamentos biológicos dentro de la recepción del género. Y, por tanto, es necesario establecer un diálogo entre los factores culturales y los biológicos, siendo conscientes de que lo biológico es determinante en la recepción de ciertos mensajes. Así pues, en cuanto a la libre elección, creo que la idea de autodeterminación proviene de una noción liberal de libertad, de la casi equiparación de la libertad para escoger con la de consumir. Y esta conceptualización de la libertad lo que hace es obviar los análisis en torno a todas las determinaciones que sujetan al sujeto. En el programa electoral de Catalunya en Comú para las elecciones de febrero se hablaba de la libertad para escoger el propio género, algo que critiqué en Twitter y es que basta con recordar, por ejemplo, a Spinoza, quien hablaba de la libertad como de la capacidad de reconocer aquello que ha determinado la propia subjetividad. Esta idea me parece interesante y, además, permite reforzar el reconocimiento jurídico de lo libremente manifestado sin caer en la trampa de la libertad voluntarista.

Dicho de otra manera, una cosa es la formulación legal y otra cosa es la construcción individual y colectiva del género.

El problema es que se ha tomado el concepto jurídico de la autodeterminación de género que prevé respetar la manifestación de un sujeto de cuál es su género como un concepto político o teórico. Y es un error, porque significa colocar este concepto en el lugar idóneo para todo aquel que se opone a la Ley Trans.

Y si hablamos de lo determinante que es el factor biológico, también hay que hablar de tu crítica a Paul. B. Preciado, cuestionando la medicalización como un elemento clave en la construcción del género.

Todos los roles femeninos y todos sus patrones de conducta existen antes de la distribución de la píldora anticonceptiva. Evidentemente, el uso generalizado de la píldora influye en cómo se dan las relaciones afectivas y también la relación de cada una con el placer. Sin embargo, no es la píldora anticonceptiva la que hace que una mujer sea una mujer, de la misma manera que ninguna sustancia susceptible de ser consumida constituye al sujeto que la toma. Si así fuera, por ejemplo, deberíamos categorizar de manera totalmente distinta a las mujeres que están en la menopausia y, por tanto, que no solo no producen aquella cantidad de hormonas sobre las que interviene la píldora anticonceptiva, sino que, en algunos casos, se hormonan. De hecho, el medicamento que toman muchas mujeres trans fue destinado, en un primer momento, a mujeres menopáusicas. Y evidentemente esto no implica que, al tomar este medicamento, las mujeres trans ocupen o quieran ocupar el lugar de las mujeres menopáusicas.

Antes citabas a Austin y cómo los actos de habla producen sentido. Esta idea está relacionada con tu reflexión sobre la imaginación como forma de proyección del otro.

Esta idea la saco de Merleau-Ponty, de una de sus reflexiones sobre la percepción en la que planteaba una noción muy valiosa como es la del esquema sexual subyacente. Y digo que es muy valiosa porque considero que sirve para explicar cómo funciona la orientación y la atracción sexual hacia ciertos cuerpos, así como la violencia. De hecho, hablo de esas mujeres que son violentadas cuando se descubre que el esquema sexual no corresponde con su cuerpo.

Hablas de una «violencia punitiva».

Sí. Y esta idea de la no coincidencia o incluso del engaño ha sido muy fomentada por los medios audiovisuales, donde muchas veces se nos ha presentado a un hombre que viola o mata a una mujer cuyo cuerpo no corresponde con lo que él esperaba. Por esto, volviendo a la pregunta de antes, me parece muy interesante la noción de imaginación y sobre todo la del esquema sexual subyacente, que se da precisamente por la percepción. Piensa en uno de los grandes fantasmas que se han agitado en los últimos tiempos: el uso de los cuartos de baño segregados por género. Su uso se rige por la percepción del cuerpo y, más concretamente, si se te considera un cuerpo correcto para entrar en ese espacio. Y, de hecho, mujeres masculinizadas no eran consideradas del todo aptas a la hora de entrar en baños femeninos y eran recibidas con cierta violencia solamente por la percepción que se tenía de ellas.

Y la polémica sobre los baños, así como la mayoría de las críticas en torno a la Ley Trans, gira en torno a las mujeres trans y no a los hombres trans.  

Eso es debido en gran parte al efecto que tiene la testosterona sobre los cuerpos. La testosterona es una hormona que modifica mucho más de lo que pueden modificar los estrógenos. Por tanto, es más difícil percibir un cuerpo que ha sido tratado con testosterona que el cuerpo de una mujer que ha comenzado a transitar a los treinta. Por ejemplo, los portavoces actuales del movimiento trans, jóvenes que comenzaron a transitar siendo adolescentes, son mucho menos visibles que quienes les precedieron, personas que hoy tienen más de cuarenta años y que son mucho más visiblemente trans. Por todo ello, discuto la idea de sujeto trans único, porque entre los individuos que se consideran trans hay muchas diferencias y la dificultad de tener una agenda común es debida a que se comparten muy pocas cosas dentro del colectivo. Hay personas que pueden olvidarse de ser trans porque tienen un «passing» que les permite estar en sociedad sin recordar constantemente que son trans y hay personas, que, por el contrario, no pueden. Asimismo, hay personas que eligen exponerse públicamente como personas trans y personas que prefieren ocultarlo.

Asimismo, el hecho de que la polémica con el uso de los baños o las críticas en torno a cómo puede influir la Ley Trans en la Ley de Violencia de Género afecten principalmente a mujeres trans, ¿tiene que ver con la concepción del hombre como una amenaza para la mujer?

Claro. El miedo siempre expone una vulnerabilidad por parte de quien lo enuncia y es conveniente ser empáticas con esta vulnerabilidad, tratando de comprender esos miedos que pueden tener orígenes genuinos. Pienso en J. K. Rowling, en la carta que escribió contra lo trans y en el vídeo que, posteriormente, se publicó en el que ella habla de la razón de esa carta. Lo que ahí se veía era una mujer vulnerable y con muchísimo miedo. Y no es fácil hacer algo constructivo o positivo con personas que se acercan a estas cuestiones desde el miedo o desde el odio.

Los últimos capítulos están dedicados al feminismo filosófico y a la guerra partidista dentro de la izquierda. ¿Podemos hablar de una lucha de poder entre el feminismo y el movimiento «queer» dentro del mundo académico? ¿Y hasta qué punto esta lucha ha traspasado la academia?

Algunas de las portavoces del feminismo transexcluyente son catedráticas feministas que organizan los grados y los másteres de estudios de género en las universidades españolas y que se agrupan en torno a la colección «Feminismos» de Cátedra. De hecho, casi todas las que ahí publican comparten una misma línea teórica, mientras que es en otras editoriales, como la de Bellaterra o Con Tinta me tienes, donde encontramos ensayos de la teoría «queer» y líneas teóricas distintas. Por tanto, hay una lucha académica, pero si se tratara únicamente de una lucha académica se quedaría dentro de la academia y no es así. Lo vemos claramente en el debate que actualmente mantiene el PSOE con Unidas Podemos debido a que el PSOE se resiste a que otro partido que no sea él ocupe el Ministerio de Igualdad y sea un referente feminista para las nuevas generaciones. Y esta resistencia del Partido Socialista está muy vinculada a los posicionamientos críticos de las catedráticas feministas de las que antes te hablaba, puesto que no solo están todas ellas vinculadas a la editorial Cátedra, sino también al PSOE: o bien han sido consejeras de Estado o bien han dirigido alguna política de igualdad dentro del partido. Y estas rencillas son en parte también fruto de las divergencias dentro del socialismo a raíz de esta pretendida nueva izquierda materialista, preocupada por el auge de las cuestiones culturales que se imponen sobre la cuestión material. En este contexto, si la Ley Trans consigue el suficiente apoyo, lo que puede suceder es que, dentro de un tiempo, estos debates se vayan resolviendo en la medida que el PSOE intente capitalizar la promulgación de la ley, olvidando todo lo que ha sucedido este último año.

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