Cultura ambulante

Cecilia Vicuña: estética del animismo insurrecto

«Quipu menstrual (la sangre de los glaciares)», 2006, instalación de Cecilia Vicuña en el CA2M.

La vida de Cecilia Vicuña (Santiago de Chile, 1948) ha estado marcada, como tantas otras en su país, por el golpe de Estado de 1973. En su caso, además, se proyecta sobre su entera obra artística. No desde la referencia obvia, sino a través de una suerte de poética de la desaparición, la asimilación que han impuesto los poderes políticos y económicos en las últimas décadas. Frente a tal destino, esta artista conceptual y visual, escritora y activista, se rebela y rescata la creatividad no como posibilidad de conquista o expansión, sino de sanación y de retorno a los rituales que activan la memoria de civilizaciones antiguas, donde se practicaban otros saberes. Vicuña pone en pie la capacidad animista de las artes, entendidas en toda la pureza que nos conecta al mundo natural, y la sostiene mediante un compromiso constante e infatigable hacia ellas.

La artista chilena, ganadora del Premio Velázquez 2019 y considerada una de las figuras imprescindibles en la escena internacional de la performance, recibe ahora un merecido reconocimiento a través de la exposición retrospectiva —primera que se le dedica en nuestro país— que acoge el Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M) de Madrid bajo el título Veroír el fracaso iluminado. La muestra, que cuenta con la colaboración del Kunstinstituut Melly de Rotterdam y el apoyo del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, reúne más de un centenar de obras que testimonian su trayectoria y sus enfoques: la sexualidad como reivindicación feminista, el diálogo con el pensamiento indígena, la búsqueda de justicia ambiental y la resistencia liberadora frente a la herencia colonial.

«Ángel de la menstruación», 1973, de Cecilia Vicuña (foto: England & Co Gallery).

Vicuña comienza a relacionarse con las artes en los años sesenta, expresándose a través de una serie de delicadas composiciones o ensamblajes escultóricos de objetos recogidos en las playas, con los que pone de manifiesto el potencial de todo aquello que las lógicas del consumo desechan y que, al unirse, cobra vida —como en manos de un chamán—. También por entonces va experimentando ya con una técnica aprendida de la cultura andina, donde lo que se conecta son tejidos anudados en un fascinante sistema de escritura que tiene más de 5.000 años de historia y que se conoce como quipu (del quechua khipu). Significativa fue en aquella época su relación con la pintora Leonora Carrington en México, cuya influencia denotan las referencias al folklore y los mitos populares de aquellos primeros cuadros.

Pero si algo caracteriza la obra de Cecilia Vicuña es su vinculación a las luchas sociales colectivas. Primero, aún en Santiago de Chile, dio forma a un manifiesto en 1967 para el nacimiento de la llamada Tribu No, un grupo de jóvenes creadores que pretendían resistir los embates del conservadurismo que ya amenazaban la estabilidad del país. Poco después, en 1972, se vería obligada a marcharse a Londres y dos años más tarde, tras el golpe militar, cofundó en la capital británica la agrupación Artists for Democracy, que trató de visibilizar los intentos por devolver la democracia al pueblo chileno a través de pinturas, collages y una gran manifestación en Trafalgar Square.

La desaparición es el motor de la obra de Cecilia Vicuña, de donde brota su poesía-acción, su voz alzada contra todo aquello que atenaza la vida

En la exposición del CA2M podemos ver piezas y documentos que atestiguan esa continua tensión dialéctica entre arte, imperialismo y revolución, como en el Homenaje a Vietnam en Bogotá (1977), cuyas obras colgantes en varas de bambú, a modo de estandartes, querían provocar que el viento circulara en torno a ellas, «como la lucha circula por el aire». En esa misma década alumbraría Vicuña sus Palabrarmas (1973-1980), una serie de representaciones —en formato de dibujos, collages y vídeos— que enaltecen el poder transformador del lenguaje contra la represión en las dictaduras y la atrocidad de las múltiples desapariciones en países de Latinoamérica durante aquellos años.

Decíamos que la desaparición es el motor de la obra de Vicuña, de donde brota su poesía-acción, su voz alzada contra todo lo que atenaza la vida. Según el comisario de esta muestra, el escritor e investigador peruano Miguel A. López (exdirector del proyecto Teor/Ética en Costa Rica), ahí reside el secreto de ese fracaso iluminado al que hace referencia su título. La obra multidimensional de la autora chilena interactúa con todo tipo de materiales y formas, conectadas a gestos cotidianos que proceden de saberes milenarios, con el fin último de demostrar que en la historia de las culturas y las civilizaciones nunca se logra colonizarlo todo, que «no hay sucesiones, solo retornos». La luz que arroja la obra y la vida de Cecilia Vicuña es la de una plena resistencia ecológica a la destrucción de aquello que nos une y nos hace humanos.

«Pueblo de altares», 1990, instalación de Cecilia Vicuña en el CA2M.

 


Cecilia Vicuña. Veroír el fracaso iluminado
Comisariada por Miguel A. López
Centro de Arte Dos de Mayo, Móstoles (Madrid)
Hasta el 11 de julio de 2021

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