Crónicas desorbitadas

El «junket» mató a la estrella de cine (y al periodista)

El cineasta Paco Cabezas ha abierto el debate sobre lo que considera una «relación tóxica» entre creadores y medios de comunicación. Preguntamos a varios periodistas culturales su opinión y experiencia con las entrevistas promocionales: el resultado quizá no te sorprenderá, pero igual te ayude a ver de otra forma el amor reñido entre estos dos oficios en situación de SOS.

«Como decía mi abuela, te habrás quedao a gusto». Con esa cita de su propio artículo en la revista Imágenes de Actualidad, el cineasta Paco Cabezas encabezaba un tuit para compartirlo. Había abierto un melón y —probablemente— lo sabía. Una granada de mano en forma de breve columna, que él mismo ya percibía en parte como una forma de desahogarse. ¿Y sobre qué se despacha a gusto en ese texto? Pues sobre lo que a su juicio supone «una relación un poco tóxica» entre los directores de cine y los periodistas, críticos y profesionales de los medios que cubren esa información. El revuelo no se hizo esperar y la publicación empezó a ser compartida, denostada y aplaudida, especialmente desde los frentes implicados. Pero más allá del asunto viral, parece interesante extender el debate sobre cómo los medios afrontan las entrevistas con artistas y la famosa promoció (como diría David Broncano, uno de sus habituales propiciadores). En medio del debate sobre el futuro del cine y la cultura en este contexto también viral, puede parecer un tema fútil, pero al mismo tiempo nos hace pensar en qué sería —o qué será— de unos sin los otros y viceversa.

«Imagina que llevas cinco años luchando por hacer tu película […] Y llega el día del estreno y los periodistas te preguntan cosas como: “Cuéntanos, ¿qué tal es trabajar con Mario Casas?” […]». Así comienza el texto de Cabezas, que hace referencia a la promoción de Adiós (2019), su último largometraje hasta la fecha. El cineasta sevillano trabaja sobre todo en Estados Unidos, donde en los últimos años ha dirigido Tokarev (2014), con Nicolas Cage como protagonista, y Mr. Right (2015), con Anna Kendrick, Sam Rockwell y Tim Roth, así como episodios para series televisivas de tanto fuste como Penny Dreadful, The Strain, The Walking Dead o El alienista, entre otras. «Todo el que cuenta una historia pone su corazón y su alma en la pantalla, y no le acabo de encontrar sentido a que venga nadie a ponerle estrellitas a tu trabajo», expone en su columna, y continúa: «Me encantaría que los críticos rodasen cine para sentir lo que es escribir un poema durante un incendio, entonces quizá escuchase lo que tienen que decir…». Tras compartirla en redes, de una u otra forma, los ha tenido que escuchar.

Entre quienes han respondido a su publicación, los hay que alaban su valentía por hablar en plata sobre este asunto y quienes sostienen que debería dar las gracias por la «promoción no pagada» que le procuran esos medios a los que hace mención. En ambos bandos aparecen perfiles destacados, tanto de creadores (Javier Olivares, Montxo Armendáriz, Borja Crespo) como productores (Enrique López Lavigne, Olmo Figueredo) y periodistas (Pere Solà Gimferrer, Gerard Cassadó). De este último grupo forma parte Alberto Rey, crítico especializado en series de televisión: «Lo que lamenta en su escrito tiene sentido… si obviamos el contexto. Hay que ser muy inocente o muy bobo, y esto Cabezas no lo es de ninguna manera, para no entender el sistema actual de promoción en prensa de películas y series como un engranaje compuesto por muchas piezas. Precisamente la pieza a la que pertenece un director como él es la más privilegiada de todo el mecanismo». También Mariola Cubells, periodista cultural que colabora en La Ventana, reaccionó al tuit de Cabezas: «Yo le contesté un poco en plan calentón, ¿eh? No me doy por aludida. Pero creo que, si hay conflicto en lo que plantea, tiene más de un protagonista. Por un lado los artistas, gente de la farándula que está en el estrellato, porque claro, de esto no hablamos si se trata de un científico o un filósofo. Por otro está el periodismo, que también tiene muchos matices, y luego están los agentes de prensa. Yo nunca haría preguntas estúpidas ni sobre la vida privada de los artistas, pero es evidente que si aceptas ir a un programa de entretenimiento como El Hormiguero, lo de menos es tu película».

El cineasta Paco Cabezas, durante el rodaje de su película «Adiós» (foto: Julio Vergne).

Paula Arantzazu Ruiz, periodista y crítica que cubre estrenos para medios como Cinemanía o Sensacine, considera que «el problema de las entrevistas promocionales no tiene tanto que ver con el entrevistado y el entrevistador, sino con toda la serie de puestos intermedios que la industria cultural ha inventado para que ese acto comunicativo tenga lugar. Hay que tener claro que es promoción y, por su propia naturaleza, jamás vas a llegar a teclear entrevistas de Pulitzer. Tampoco estoy demasiado segura de que al público le interese un género que, como el de la crítica, está perdiendo lectores o visionados. Creo que interesan sobre todo al departamento de publicidad, y que rasgarse las vestiduras por estas cuestiones es una pérdida de tiempo». El periodista musical Nacho Serrano se refiere al término que emplea el cineasta para describir la relación entre medios y artistas: «Estoy de acuerdo en que es una relación tóxica, pero no por los mismos motivos que Cabezas, creo. Las entrevistas casi siempre son un eslabón comercial, más que cultural. Eso es lo tóxico. Son publicidad, más que análisis. Y esto suele estar condicionado por las coyunturas económicas e ideológicas del medio de comunicación. En ese sentido, yo intento hacer una reflexión previa: ¿Qué preguntarían otros periodistas? E intento no hacer esas preguntas».

Mariola Cubells: «Es evidente que si aceptas ir a un programa de entretenimiento como El Hormiguero, lo de menos es tu película»

Por su parte, Inés Martín Rodrigo, coordinadora del área de Libros en ABC, hace otra interpretación: «Quizás el error sea usar ese término, relación. Es cierto que, cuando llevas ya años ejerciendo el periodismo cultural, es inevitable que tengas más confianza con determinados autores, pero creo que lo más importante es tener clara la barrera profesional que separa ambos mundos». Y en otro ámbito, el del teatro, se mueve Liz Perales, habitual en las páginas de El Cultural: «No me ofende para nada lo que dice Cabezas porque me parece bastante razonable. El periodismo está hecho unos zorros y el nivel está por los suelos. Toda mi vida aprendiendo a hacer subordinadas y ahora dice Twiter que tengo que escribir frases de 280 caracteres como máximo. Otra cosa es la relación de la crítica con los artistas, que no puede ser buena si pretende ser honesta. A nadie le gusta que le critiquen su trabajo si no es de manera favorable, pero el arte, si quiere avanzar, necesita de la mirada externa que señale lo que los implicados en la creación no ven. Sin embargo, la crítica vive hoy una absoluta decadencia, prácticamente ha desaparecido de los medios, y diría que lo que hoy se publica en las secciones de cultura es básicamente publicidad».

Los junkets y la muerte a pellizcos

Uno de los aspectos concretos a los que alude Paco Cabezas en su artículo para Imágenes de Actualidad es el del formato de promoción para medios conocido como junket, uno de esos términos anglosajones con los que se disfraza una práctica o tendencia lamentable. Tan de moda se ha puesto que hasta hay una broma al respecto en la serie Paquita Salas. En realidad, el cineasta lo define bastante bien: «Te meten en una habitación durante 12 horas y traen a 60 periodistas que te preguntan las mismas preguntas una y otra vez; junket lo llaman los yanquis, yo lo llamo muerte a pellizcos […]». Este es uno de los fragmentos de su columna que más ampollas parece levantar: artistas y periodistas se quejan del formato, pero estos últimos critican a Cabezas por no considerar que ellos se sienten tan menospreciados como él cuando han de acatarlo. «Si a él le parece que el sistema de junkets es perverso, no me quiero ni imaginar lo que diría si viviese el otro lado de ese modo de trabajar», comenta Alberto Rey. «Es un debate complejo y necesario, pero para abrirlo hay que poner todas las cartas sobre la mesa. Y una de ellas es que los productos de clase turista como los que representa Cabezas (seamos serios, ni es Lynch ni trabaja para Marvel), la clase media del cine y la televisión, son los que, por un lado, más se benefician del sistema fabril de los junkets y, por otro, menos atención real reciben».

Belén Cuesta, Macarena García y Ernesto Alterio, en el ‘junket’ de la película «Ventajas de viajar en tren» (foto: Benson Señora Producciones).

Mariola Cubells también valora el formato desde el otro lado: «Creo que Cabezas tiene razón pero equivoca el foco. Se queja de los junkets como si fueran idea nuestra, de los periodistas, organizarlos. ¿Sabes lo que me molesta? Ese punto de “vosotros estáis encantados con esta fórmula”. Me molesta que haya quienes piensen que los periodistas somos fans. No, los periodistas estamos trabajando. Yo nunca hago junkets porque no es mi universo ni mi filosofía y porque no necesito titulares, pero claro, tampoco estoy en un medio que me los reclame. Los junkets son angustiosos, desagradables, repetitivos… a ningún periodista le gusta eso, sentarse con ocho periodistas más a hacerle preguntas al mismo tipo que lleva dos semanas de promoción diciendo lo mismo en todas las cadenas. Esto es algo que se ha importado de Estados Unidos y se ha consolidado ya como modelo de promoción. Es un sistema que hemos aceptado entre todos y que tiene sus propias reglas».

Liz Perales: «La crítica vive hoy una absoluta decadencia, y diría que lo que hoy se publica en las secciones de cultura es básicamente publicidad»

Ya se llamen junket, one to one, face to face… las entrevistas de promoción proporcionan experiencias de todo tipo a los redactores. Algunas que se le vienen a la cabeza a Nacho Serrano: «Ha habido momentos memorables en el buen sentido, como Chris Isaak o Santiago Auserón haciendo una pausa para tocarme canciones a mí solito, y también en el mal sentido, como Avril Lavigne bostezando a cada pregunta que le hacía. O como Albert Plá, que respondió a cada una de mis preguntas con respuestas psicotrópicas… pero a él se lo perdono. Si tuviera que señalar una especialmente mala, sería la de Paris Hilton: me tuvo esperando tres horas, y cuando me iba a tocar entrar a entrevistarla, salió corriendo porque el anterior periodista le había preguntado ¡si usaba condones en sus relaciones!». También tiene tablas en esto Liz Perales: «Charlar con los artistas siempre me ha parecido divertido, son accesibles y les gusta contar anécdotas. Lo difícil es explicar el arte de la interpretación y los intérpretes no son los más adecuados para ello, porque para construir personajes no es necesario un trabajo intelectual. A mí me encanta Concha Velasco, es única, sabe explicar su trabajo y concilia el ser una venerada actriz con ser carne de papel cuché. Siempre te da un titular».

Paula Arantzazu Ruiz entiende que la entrevista promocional «es un arte que, además de conocer el tema a tratar, exige cordialidad y cierto carisma, no solo por parte del periodista. Tengo experiencias muy locas en junkets: desde uno con Christian Bale por El caballero oscuro, en el que no quería que yo entrara porque el día anterior en mi medio publicamos un runrún sobre sus problemas conyugales, al ninguneo desagradable de Jennifer Connelly cuando le pregunté por un tema de un rodaje que me pidieron desde redacción, u otro de 10 minutos con Monica Bellucci compartido con otros 10 periodistas (!!). En el otro extremo, un junket casi perfecto que recuerdo con mucho cariño fue con Aki Kaurismäki por El otro lado de la esperanza, que organizó la responsable de prensa de Golem, Lorea Elso». Sobre ese mundo de los junkets asegura Alberto Rey que «podría escribir no uno, sino varios libros. Sé lo que es pasar 18 horas en un avión (10 de ida y 8 de vuelta) para tener una entrevista de 5 minutos con un divo, que finalmente ni siquiera se publicó. También conozco la sensación de pelear por tener una hora entera en exclusiva con una estrella y, a los diez minutos de grabación, ser consciente de que de ahí no iba a sacar nada: la tipa era glamurosa a tope, pero tonta e incoherente. Esta última entrevista sí se publicó, pero yo no me atreví a cobrarla, no digo más».

Rey sí está más de acuerdo con Cabezas en que las estrellitas que da la crítica pueden llegar a ser una forma algo absurda de reducir una obra artística compleja: «Las puntuaciones son consideradas muy útiles por los lectores, ya que son la destilación máxima de una crítica y pueden leerse en medio segundo. Pero la manera que tienen de homogeneizar y simplificar hasta el abstracto es perversa siempre. Hubo una época en la que solo acudía al cine a ver películas que hubieran recibido consenso crítico de obra maestra (cinco estrellas) o basura total (recordemos aquel punto negro, menos que una estrella). O mis favoritas: las que, dependiendo del medio y del crítico, podían tener cinco estrellas y punto negro».

Periodismo de promo

Al final, de lo que se habla aquí —aunque en el artículo de Paco Cabezas se habla de muchas cosas— es de un tipo de periodismo cultural específico, que podríamos calificar como periodismo de promo, sometido como en otros ámbitos de este oficio a una cierta actualidad que viene marcada por intereses (en este caso, económicos) más allá de los periodísticos o incluso los que puedan atribuirse a ese ente algo abstracto conocido como público. Una esclavitud que no distaría mucho de la dependencia de las taquillas en el mundo del cine, según Mariola Cubells: «Se ha de tener en cuenta algo fundamental: la precariedad en el periodismo existe, y la gente que va a cubrir determinadas noticias está haciendo muchas más cosas a la vez. Además, igual que los directores necesitan que la gente vaya al cine, los periodistas necesitan que la gente haga clic. Y para que lo hagan, es mucho más goloso un titular controvertido que uno sobre qué lente ha utilizado el director para filmar. No lo estoy defendiendo, pero son las reglas del juego. ¿Que querríamos tener más tiempo y que la información la cubriesen periodistas especializados? Sí, claro, pero es que eso no existe ya, lo siento. Yo también querría que siempre se hicieran películas impecables, en cines y en plataformas. Películas que nunca me defrauden».

Alberto Rey: «Sé lo que es pasar 18 horas en un avión para tener una entrevista de 5 minutos con un divo, que finalmente ni siquiera se publicó»

Para Inés Martín Rodrigo, la alternativa estaría en romper con esa cadena, ese círculo vicioso: «Ojalá todas las entrevistas pudieran hacerse en un momento en el que el entrevistado no estuviera de promoción. Las agendas de los escritores cuando publican nuevo libro, los directores cuando estrenan película o los artistas con cada exposición son agotadoras, una sucesión de entrevistas en las que terminan con el cerebro frito y repitiendo lo mismo una y otra vez, pues es bien difícil ser original cuando te preguntan lo mismo ochocientas veces. Habría que replantearse la estrategia comunicativa cultural, y quizás este momento pandémico sea bueno para hacerlo. La posibilidad de charlar con alguien de manera pausada se ha convertido en un lujo, una excepción, y eso es muy triste para el periodismo». Coincide con ella Cubells, aunque es consciente de los obstáculos: «En La Ventana lo llamamos “la entrevista porque sí”: no hace falta que hayas estrenado algo, nos interesa tu mirada per se. Pero es dificilísimo hacerles entender a sus jefes de prensa que quieres a un artista aunque no tenga nada que vender. Yo me considero muy afortunada porque puedo hacer un poco lo que me da la gana, pero así y todo te invaden los estrenos, te sepultan».

Como vemos, hay bastante tela que cortar en todo este asunto y seguramente tiene más que ver con la fragilidad profesional que afecta a ambos gremios, el de artistas y el de periodistas, y con el hecho de estar a menudo, cada uno a su manera, en el punto de mira. En cualquier caso, no parece un debate fácil de dirimir en las redes sociales, y no en vano Paco Cabezas ha sufrido los comentarios de quienes calificaban su columna de «tontería», «pataleta» o «cagada»; la clásica quema en la plaza pública de Twitter. Pero de lo que no cabe duda es de que sus palabras (nos) han escocido y que igual esa herida abierta, ese amor reñido, sigue doliendo, al menos a ratos. El problema, como casi siempre ocurre, es que quizás los verdaderos aludidos en esta polémica, los más cínicos de cada casa, aquellos de los que no se ha recabado su parecer en este reportaje, no lleguen a leer nunca estas controversias ni a interesarse lo más mínimo por ellas. Este lunes, tras sus vacaciones navideñas, volvía El Hormiguero a la parrilla televisiva alcanzando su máximo de espectadores de la temporada y siendo el programa más visto en prime time, con un 20,7% de cuota de pantalla. ¿Sabrán esos cerca de 4 millones de espectadores lo que es un junket?

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