Culture Club

Un país de charlatanes

Expertos señalan que hablar es una de las formas más obvias de propagar el coronavirus y en Mercurio defendemos los espacios y eventos culturales como templos del silencio. Si de la «cultura segura» se puede pasar a una cultura nada asegurada, quizá es hora de alzar la voz; o todo lo contrario

En la primera edición de Mercurio en papel en esta nueva etapa (nº 211), hablamos largo y tendido sobre las propiedades del silencio. Volvemos ahora al mutismo a raíz del artículo, publicado hace unos días en The Atlantic, que lo señala como un relevantísimo factor de seguridad en la defensa contra el coronavirus. Según José Luis Jiménez, investigador en la Universidad de Colorado que lleva meses haciendo campaña sobre la capacidad de transmisión de la COVID-19 por el aire, cuando hablamos emitimos de 10 a 50 veces más aerosoles respiratorios, en función de cuánto elevemos la voz. El experto zaragozano habla alto y claro para la clásica revista estadounidense: “La verdad es que si todo el mundo dejara de hablar durante uno o dos meses, la pandemia probablemente desaparecería”.

Los mensajes sobre la «cultura segura» predominaron en la entrega de los Premios Max. En la imagen, Nacho Duato recibe el Max de Honor en el escenario del Teatro Cervantes de Málaga (foto: Premios Max).

Viene esta cuestión a cuento del debate, no quizá lo bastante extendido, sobre los espacios de la cultura como lugares seguros. La teoría de Jiménez (y de otros 239 científicos que la suscribieron en julio) no minimiza la trascendencia de la distancia social, el uso de mascarillas y la ventilación, pero sí induce a concluir que estamos mejor calladitos y que los espectáculos o espacios culturales constituyen los mejores escenarios para ello: al fin y al cabo, por lo general en las salas de cine, teatro y exposiciones reina el silencio; recintos que también pueden acoger danza y conciertos, entre otras modalidades artísticas. Pero solo viendo la gala de los XXIII Premios Max que ha tenido lugar en el Teatro Cervantes de Málaga y las numerosas alusiones en los discursos a la “cultura segura”, parece obvio que el mensaje no ha terminado por calar en el conjunto de la sociedad.

«Hay más riesgo en las subidas de tono de una conversación en un restaurante, sin mascarilla y mientras masticamos, que en cualquier evento cultural controlado»

Somos conscientes de que cada día hay un sector que dice verse perjudicado (y cuál no) por la pandemia en nuestro país. Pero ciertamente se diría que las medidas ejemplares y hasta excesivas demandadas para la organización de actividades culturales, seguidas a rajatabla por lo que estamos comprobando desde que se autorizaron algunas de ellas, parecen señalar un agravio comparativo en relación a la barra libre –es un decir– en bares y otros templos del turismo. Entiéndase que a nadie en Mercurio le atrae la perspectiva del cierre hostelero o de no poder darse una escapada; pero creemos que la responsabilidad habría de aplicarse a todos los sectores o a ninguno y que, como señala el reportaje de The Atlantic, hay más riesgo en las subidas de tono de una conversación en un restaurante o una terraza, sin mascarilla y mientras masticamos, que en cualquier evento controlado.

Y sin embargo, la realidad es que, si este tema preocupa, es por la amenaza (tan previsible como auténtica) de pasar de la #culturasegura que ahora defendemos a una cultura poco o nada asegurada en los próximos meses. No somos pocos quienes nos preguntamos si estaremos asistiendo a los últimos días de las actividades culturales in situ. Un canto del cisne que, como muchas otras crisis desencadenadas desde marzo, no es solo producto del virus; bien sabemos que la cultura estaba herida (ahora tal vez de muerte) en detrimento de otros sectores económicos. Pero no deja de ser triste y –esto sí– distópico ver las salas de cine aún más vacías; la cancelación de casi todos los eventos musicales y, por tanto, del único modo en que hoy día pueden subsistir la mayoría de bandas; y la asunción social generalizada de esta catástrofe, a diferencia de otros ámbitos del sector servicios.

Un concierto del ciclo «Nocturama» en Sevilla, con todas las medidas de seguridad (foto: Óscar Romero/Nocturama).

Ante este panorama sombrío, se hace preciso alzar la voz (respetando la distancia, sí) más allá de Twitter, de ahí la pertinencia que observamos en las protestas convocadas en 26 ciudades españolas para el próximo 17 de septiembre. No se trata de hacer un Willy Bárcenas y contravenir las pocas certezas que tenemos a día de hoy, pero sí parece importante que se entienda este SOS, por lo mucho que hay en juego.

«No somos pocos quienes nos preguntamos si estaremos asistiendo a los últimos días de las actividades culturales in situ»

O justo al contrario, quizá la cuestión sea hablar menos y hacer más, sobre todo por parte de las administraciones. Tras leer al profesor Jiménez, nos preguntamos si la propagación sin parangón del virus en España no estará apuntando con el dedo a este país de charlatanes, donde se extiende a su antojo entre habladurías y vociferaciones aprendidas de las más chabacanas tertulias televisivas. Nos preguntamos, también, qué pasaría si España fuese como una gran biblioteca (o un gran cine, un gran teatro) en términos de silencio. Pero tampoco nos emocionemos. Quizá con hablar sobre asuntos importantes, de cuando en cuando, sería más que suficiente. La cultura importa, y chitón.

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