Culture Club

A triturar se ha dicho

Leamos Una soledad demasiado ruidosa, la novela de Bohumil Hrabal. Conozcan a Hanta, empacador de libros viejos y láminas rotas y usadas. ¿Cuántas toneladas de balas de papel-basura podríamos hacer con el furor creativo que ha brotado en pleno confinamiento?

Hemos releído de un tirón Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal (Brno, 1914 – Praga, 1997). La novela la reeditó Galaxia Gutenberg, con traducción de Monika Zgustova, y apareció en las felices librerías poco antes de que el mundo, sin transición alguna, pasara a convertirse en un submundo infecto.

El autor checo dijo que había vivido sólo para escribir este libro. La soledad mecánica y chirriante a la que alude el título se refiere al oficio que ocupa a Hanta, el protagonista, que trabaja en una fábrica de reciclaje como empacador de papel. Balas y balas de papelajos usados son triturados por toneladas día tras día. Desde un mechinal, situado en el subsuelo de la fábrica, Hanta nos cuenta cómo se espachurran en la prensa libros deshojados, láminas de pintura, prospectos, papeles de sacos de cemento, envoltorios sangrientos de mataderos cercanos, etcétera. Los ratoncillos que merodean por su oscuro mechinal, alimentándose del nutritivo papel excedente, también caen triturados entre las balas de papel. Cada bala que va a parar al camión acaba siendo una obra maestra de la naturaleza.

Entre otros oficios, en la vida real el propio escritor trabajó como empacador, igual que ejerció como ferroviario en la Segunda Guerra Mundial (de ahí su novela Trenes rigurosamente vigilados). “Soy culto a pesar de mí mismo”, dice Hanta. Y tiene su razón la enigmática frase. Mientras los ratoncillos devoran a Goethe o El libro canónico de las virtudes, el humilde obrero va adquiriendo sabiduría. Jornada tras jornada ha de manipular auténticas joyas del saber universal (La teoría del cielo de Kant, el Ecce Homo de Nietzsche, el Libro del camino de Lao Tse, el Elogio de la locura de Erasmo, el Don Carlos de Schiller, etcétera). Igualmente adquiere su cultivo en arte, mientras la prensa aplasta sin compasión láminas ya estropeadas de Los Girasoles de Van Gogh, de La matanza de los inocentes de Brueghel el Viejo, de los trípticos de El Bosco…

Uno se pregunta cuántas toneladas de balas de papel sobrante podrían hacerse con todo lo que se dice que se ha escrito o se está escribiendo sobre la situación actual

El autor checho Bohumil Hrabal (Brno, 1914 – Praga, 1997).

Al hilo de los días que llevamos confinados (y los que aún vendrán), uno se pregunta cuántas balas, cuántos kilos de balas, cuántas toneladas de balas de papel sobrante podrían hacerse con todo lo que se dice que se ha escrito o se está escribiendo ahora sobre la experiencia a modo de diarios, de poemas, de letras de canciones, de cartas a la vieja usanza, de manifiestos, de novelas, de guiones para discursos políticos.

Creo que Hanta debiera reencarnarse entre nosotros para que nos hiciera el ímprobo trabajo que va a quedar por hacer. Se nos ocurren todas estas balas de papel digno de ser espachurrado y quién sabe si digno del sacramento de ser reciclado. A saber:

  • Balas y más balas de los llamados coronaversos y otros poemillas de género emocional igualmente pandémicos.
  • Balas y más balas de diarios sobre la cuarentena escritos por quienes nada han leído nunca y creen que su vida y su experiencia confinada o confitada (tanto monta) merece ser contada.
  • Balas y balas de libros recopilatorios basados en estos diarios o su parecido y que dicen que van a ser publicados por sellos de autoedición (que hasta cuentan con un CEO con pinganillo al mando de la nave cultural).
  • Balas y más balas de libros y ensayos apresurados sobre la COVID-19, que aprovechan la ola infecta y su química espuma (Slavoj Zizek, Paolo Giordano).
  • Balas y más balas de bocetos de novelas y otras paparruchas sobre el coronavirus, que dicen que se están haciendo ya para la pavorosa campaña de Navidad.
  • Balas y más balas de opiniones publicadas por los proféticos Elías y Danieles, que dicen que el capitalismo habrá de morir de una vez, ya que no lo hizo con la crisis anterior (de Noam Chomsky al pesado de Ai Weiwei, etcétera).
  • Balas y más balas de letras de canciones de artistas peñazo escritas para animarnos –es un decir– los días de confinamiento.
  • Balas y más balas de discursos y alocuciones escritos por los negros de los infames líderes políticos de nuestra mala hora (del Aló, Presidente de Sánchez al Poema de Mío Cid de Santiago Matamoros Abascal).

Lo dicho. El trabajo será arduo cuando todo esto acabe o, al menos, amague con acabar hasta nuevo aviso. Necesitamos un Hanta, un obrero y estajanovista que haga de empacador universal. En vez de ratoncillos inocentes, ojalá que la máquina trituradora aplaste a toda rata oportunista, vil y pestífera. Ya puestos, no habría piedad. Quiere decirse que no habría redención posible a través del reciclaje.

Creemos que a más de uno, de dos y de tres le gustaría ser un Hanta. Y más aún si, después del trabajo realizado, pudiéramos morir y acabar en un ataúd como el que escogió Bohumil Hrabal. Como fuera su voluntad, lo enterraron en una caja de roble con la inscripción Pivovar-Polná. Era la Fábrica de Cerveza de Polná, en la ciudad checa de Nymburk, donde se conocieron sus padres.

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