Julio Ocampo (Villanueva de la Serena, 1981) es periodista, fotógrafo y escritor. Hace más de diez años que vive en Roma, desde donde colabora para medios nacionales como Relevo, Jot Down Sport y Jot Down. Estudió periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid. Tiene varias novelas y libros de relatos publicados, y ha realizado varias exposiciones fotográficas en la capital italiana. Lo entrevistamos en relación a su más reciente obra, Roma indómita y canalla (Ed. Traspiés, 2024). A través de una narrativa llena de vida, Ocampo nos guía por los rincones ocultos de la Ciudad Eterna, donde la historia y la modernidad conviven en un delicado equilibrio. Con un estilo envolvente, el autor retrata una Roma que se escapa de las postales turísticas, revelando su lado más auténtico, salvaje y poético.
¿Qué te inspiró a escribir Roma indómita y canalla?
Hubo dos momentos que me cautivaron especialmente. Una de las primeras veces que acudí al centro de salud mental para pedir mis pastillas, vi en el patio una alambrada medio rota y, sin decir nada, me colé por ahí para ver adónde me llevaba. Atravesé un pequeño huerto privado de un vecino y bajé hasta la orilla del río Aniene, donde había un tipo pescando anguilas. Luego, en lugar de volver y salir por donde había entrado en el centro, decidí seguir el curso del río hasta que me topé con una asociación que organizaba cursos de baile country, y había caballos. Terminé cogiendo fresas silvestres y me marché a casa encantado.
El otro fue así: desde que estoy en Roma, solo una vez la grúa se ha llevado mi coche. Como vivo en un barrio que se llama Alessandrino, llamé para ver qué depósito me correspondía para retirar el vehículo. Me mandan a uno de la via Prenestina, pero a las afueras. Fui con mi mujer en transporte público. Creo que tardamos dos horas en llegar. Una vez allí, el responsable tenía cabras y gallinas sueltas entre todos los coches. Terminé comprándole huevos frescos mientras llegaba la policía para que pagara la multa y pudiera así llevarme el coche. En Italia esto funciona así.
En el prólogo mencionas que Roma es una ciudad llena de contradicciones y magia. ¿Podrías compartir alguna experiencia personal que ejemplifique esta descripción?
Una vez fui a via Borgo Pío para entrevistar al sastre de los Papas. Uno de ellos, porque hay varios. Recuerdo que me impactaron sus enormes tijeras, que terminé fotografiando. Después, atravesé la columnata de Bernini, y junto a los baños públicos había un señor sintecho cortando el pelo —en medio de una marabunta de turistas— a sus amigos que cada noche duermen allí. También fotografié sus tijeras.
También en esa zona, que suelo frecuentar por temas laborales, una vez decidí innovar para ir a comer. Vi que en via della Conciliazione cortaba una pequeña calle semiclandestina donde se accedía al Terminal Gianicolo, la estación de buses vaticana. Era un día gris, y esta opción era sugestiva porque en teoría ofrecía una Roma con vistas. De los tres pisos, los dos últimos llevaban muchos meses cerrados. Terminé en el primero, comiendo en el único bar, con una cristalera delante de mí desde la que veía un espacio oscuro y cerrado con dos autobuseros leyendo el periódico. No sé si acababan de llegar o se disponían a salir. Fue una Roma sin vistas, y entonces pensé: «A ver si esto va a ser también la leche y no me estoy dando cuenta».
¿Qué aspectos de la Roma «indómita y canalla» crees que más se alejan de la imagen turística común de la ciudad?
Esta guía, desde mi punto de vista, va más allá de tener lugares alejados del turismo. Más bien creo que tiene un ojo diverso al del turista al uso, que es esclavo del tiempo y de lo que impone la publicidad. Lo sé porque también pasé por ahí, y de vez en cuando lo sigo haciendo. Cito también lugares céntricos, pero reparando en otro tipo de detalles que me llaman la atención. No es ni mejor ni peor respecto a lo que ofrecen otras guías más convencionales. No sé, quizás llegué ahí por la abundancia de tiempo, que en Roma se detiene, no existe, luego es ilimitado. También la tristeza y la curiosidad me han ayudado, claro.
Describes lugares y situaciones muy específicas y poco conocidas de Roma. ¿Cómo fue el proceso de descubrir estos rincones ocultos de la ciudad?
Hablando, preguntando, conociendo a gente. Viviendo, en definitiva. Roma es una ciudad difícil y excesiva. Cada día te obliga a ser obstinado, tozudo. Cada día te recuerda, en la alegría y el sufrimiento, que estás más vivo que nunca. Pero sobre todo que estás a salvo.
¿Cuál es tu lugar favorito en Roma y por qué?
Tengo varios: cualquier contenedor lleno de basura, el parque de Tor Tre Teste donde paseo con mi perra Rita o un ambulatorio de periferia. El primero representa las sombras de la ciudad, del ser humano, y su imposibilidad de aceptarlas pese a que son partes inherentes de él, o en este caso de ella. Desde Plinio el Viejo hasta el poeta Marcial, pasando por Pasolini, Rafael Alberti o muchos otros que se enamoraron de Roma, la describieron como una ciudad, también, sucia. Un aspecto neutro, desposeído de cualquier juicio. El término lo hemos tergiversado, distorsionado. Lo del parque es porque, al volver, me traigo rúcula para la ensalada y pasamos siempre delante de un lago artificial lleno de tortugas asesinas que han alterado el ecosistema… Y lo de los ambulatorios de barrio es curioso: Roma está abandonada a su suerte en todos los sentidos. La gente se autogestiona, no confía en las instituciones sino en sí misma. Les vale con que no les toques las narices. En estos sitios, antes de abrir, suele haber un señor (quien también es paciente) que reparte con bolígrafo veinte o treinta números para establecer el orden de entrada, porque es probable que la máquina no funcione.
El libro está lleno de anécdotas curiosas y personajes locales. ¿Hubo alguna historia que te sorprendió especialmente mientras la investigabas o vivías en Roma?
Normalmente las historias que aparecen no las busqué. Surgieron, sin más. Creo que esta no aparece en la guía, pero no importa. Mi mujer y yo llevamos años visitando centros de reproducción asistida. Normalmente, para ahorrar costes, los análisis previos intentamos hacerlos por la sanidad pública (copago). Una vez tuve que pagar la prueba del líquido seminal en un estanco y llevar el justificante al hospital antes de hacerla. Recuerdo que llegué al estanco, compré sellos, cargué el teléfono y le dije que tenía que pagar la prueba de la masturbación, que haría después. Creo que todo fueron ochenta euros, pero no lo recuerdo bien. Si José Antonio (jefe de la editorial Traspiés) quiere, esto lo contamos en la segunda parte de Roma indómita y canalla.
La ilustración en tu libro juega un papel importante. ¿Cómo fue la colaboración con Martí Viladomat Llorens para darle vida visualmente a tus relatos?
No nos conocemos personalmente, pero es muy bueno. Es clave la ilustración, el 50 % del trabajo. Vive en Barcelona, así que lo que hacíamos es que le mandábamos fotos de los lugares que aparecían para que se hiciera una idea. Después, lógicamente, le dio su toque de maestro. No soy experto en ilustraciones, pero tiene un trazo nervioso y vivo, muy acorde con la idiosincrasia de la ciudad. Porque Roma está constantemente a punto de derrumbarse, pero sin embargo, es vivaz. Es una triste contenta.
Mencionas que Roma no ha cambiado mucho desde sus orígenes míticos. ¿Qué crees que la hace mantenerse tan fiel a sí misma a pesar del paso del tiempo?
Casi nadie está de acuerdo ya con esto. Todos los romanos dicen: «Roma ha cambiado mucho; antes no era así». Se refieren a que cambió a peor, pero ¿qué significa cambiar a peor? Si lees La Eneida y luego vives aquí, descubres que puedes comprar leche recién ordeñada, que está llena de ovejas por todos lados, que hay jabalíes y cabras, te fían en cualquier negocio de barrio, te regalan romero y albahaca en las fruterías, y además todo está lleno de juncos que crecen espontáneamente… Sí, quizás haya cambiado, pero nuestro ojo perezoso cae siempre seducido por la manoseada publicidad. Renzo Piano me dijo una vez que «la belleza es inaccesible, incomprensible. Ha sido robada por el consumo, que la reduce solo a estética». Esto sí ha cambiado; lo otro, no tanto. Lo bello no tiene por qué ser bueno, y al revés.
¿Hay alguna tradición o costumbre romana que te haya fascinado o que hayas adoptado en tu vida diaria?
Saludar desde el balcón a los vecinos que caminan en mi barrio. Acudir a un negocio solo para hablar, sin necesidad de comprar nada. Tomar mucho café, a todas horas. También chocolate y vino tinto los viernes. Hay más: escuchar a clásicos como Mina, Lucio Dalla o Celentano, ver cine de Ozpetek, leer Il Messaggero y no mezclar queso y pescado en una comida. Ni siquiera por separado. Además, ya dejé de visitar los museos. Es otra costumbre muy romana. Eso y beber mucha agua con gas. Yo voy a cogerla directamente al manantial del Acqua Sacra, en Montesacro. Cerca del psiquiatra, para que nos entendamos.
Tu descripción de Roma incluye desde ruinas arqueológicas hasta escenas cotidianas como el juego de fútbol en calles improvisadas. ¿Cómo logras equilibrar lo histórico con lo cotidiano en tus relatos?
Más que en calles, en parques, donde aún hay campos de fútbol con sus porterías y todo. En Roma, talentos como Totti comenzaron a jugar al fútbol en la calle, pateando un balón contra la pared de su barrio: Porta Metronia. Otros muchos surgieron de los oratorios, pequeñas parroquias que inundan los barrios. Algo de todo eso queda, aunque cada vez menos. Sobre lo de equilibrar, es fácil: en el parque donde saco a Rita (Tor Tre Teste), hay un campo libre pegado a una cisterna romana multifuncional. La usan los chavales para magrearse, para beber y tomar sustancias. Dentro hay gatos, excrementos y muy de vez en cuando crecen setas. Esta es otra de las virtudes de Roma, la reutilización de las cosas. Desde las más banales a las piedras milenarias, quizás por eso permanecen. Al nacer prácticamente póstumas, la metáfora es que están llenas de vida. De las parroquias aconsejo la del barrio Quarticciolo, donde fui a hacer el curso prematrimonial antes de casarme en Santo Stefano. Cerca de ella hay una trattoria especializada en codornices con aceitunas negras y anchoas con mantequilla, pero sin mezclar.
¿Qué papel juega la gastronomía en tu exploración de Roma, y cómo influye en tu percepción de la ciudad?
Clave. La comida aquí es una liturgia, como el fútbol. Sinceramente, creo que comen muy bien, muy variado, en muchos casos mejor que nosotros en España. Para empezar, siempre verdura de estación. Es decir, la calabaza, a su debido tiempo… Y lo mismo para las habas o las alcachofas. Jamás mezclan platos de carne con pescado. En la guía menciono muchas verduras, sí. Hay alcaparras que crecen espontáneas en los acueductos. Moras, arándanos despuntan en cualquier sitio… El romano, además de hablar de comida mientras come, se concede también varios lujos: siempre hay hueco para el helado de pistacho y nocciola, o directamente il dolce, que suele ser tiramisú o pannacotta. Hay varios platos estrellas de su gastronomía: pasta con entresijos, amatriciana, rabo de toro… En Roma, en la alegría y la tristeza, se come… Para perpetuar la primera o acortar la segunda. Y todo es casero (la pasta, el limoncello…), para que el estómago lo pueda digerir mejor. En lugar de tomar ansiolíticos cuidan más este tipo de detalles.
Describes Roma como un lugar donde la naturaleza y la urbanización conviven de manera única. ¿Podrías ampliar un poco sobre esta coexistencia?
Hace poco me compré un libro-revista monográfico sobre Roma (The Passenger). Hablaba de que todo en la ciudad es de dimensión colosal: la especulación inmobiliaria, el vertedero que más contamina en Europa, la imponente reserva natural de la Marcigliana, un aparato burocrático asistencialista, mafiosos del cemento, un centro despoblado, la gentrificación del suburbio, el Vaticano y su patrimonio inmobiliario (un cuarto de la urbe)… Mira, te diré lo que veo yo, sin menospreciar ni desmentir nada. Roma tiene tres ríos, una campiña fértil que la rodea, hay colinas, juncos y zarzas por cualquier lugar. El 40 % es área verde, y en ella hay árboles killer (matan de verdad al caer en la calzada), importantes socavones en la via Cristoforo Colombo causados por sus pinos marítimos que plantó Mussolini… Hay mar, además. Dicen que aquí hay de todo lo que no tiene que haber; de hecho, una vez hice un recorrido por el Tíber con un biólogo que analizaba las plantas —muchas provenientes de Asia— y llegamos a la conclusión de que, efectivamente, ahí no tenían que estar. El Tíber es, quizás, el lugar más salvaje de la ciudad. Está lleno de animales mamíferos, especialmente nutrias, zorros y ratas. Hay muchas aves, como patos (hacen los nidos entre las cañas), y está el cormorán grande. Las gaviotas, por cierto, están merodeando siempre el centro histórico en busca de comida. Han olvidado su hábitat natural, y yo esto solo lo vi en Roma.
En tu libro mencionas lugares que parecen sacados de un sueño o una distopía, como «La Vela de Calatrava». ¿Qué significado tienen para ti estos espacios inacabados o abandonados?
Aquí los llaman monstruos del desierto o ecomonstruos, como la antigua fábrica de penicilina, de la que también hablo en la guía. A mí me llaman especialmente la atención, pero no sé explicarte el motivo. Mira, el otro día trataba de explicarle a mi mujer las razones de mi tristeza. ¿Sabes qué me respondió? Que esos motivos estaban camuflando algo mucho más complejo y profundo, que puede no ser nada en realidad. Finiquitó la conversación con una pregunta retórica: «Julio, ¿te planteaste alguna vez qué te hace estar feliz?». Eso se extrapola a estos monstruos, que en realidad no sé si me gustan o no. Puede que todo o nada… O un poco y lo contrario. Ya sabes, como el estado de ánimo, que obedece a cosas que, quizás, procedan de otras esferas, otras dimensiones. Volviendo a estos espacios, no quiero que nunca terminen de construirse, tampoco dejarlos solos.
¿Cómo ha influido Roma en tu desarrollo como escritor?
Ha sido determinante. Es una ciudad que no juzga, que enseña sus costuras constantemente. Que ama sin parar, y siempre pretende estar acompañada. En Roma, los Fellini, Pasolini y demás genios encontraron su particular placenta.
¿Qué consejos darías a quienes deseen explorar la Roma menos conocida que describes en tu libro?
Me encantaría que me llamaran y me preguntaran. ¿Sabes? Creo que la gente se olvidó de pedir consejos. Se siente desnuda, débil, quizá. En cambio, nos pasamos el día juzgando, opinando. Hay miedo a cambiar, yo el primero, porque eso supone enterrar parte de la identidad que fue muy útil como mecanismo de supervivencia para llegar hasta aquí. Pero ya no, ya no es necesaria. Ya estamos aquí, y hemos sido absueltos.
¿Cómo ha cambiado tu visión de Roma desde la primera vez que la visitaste hasta ahora?
Normalmente a lo que más me gusta y quiero le tengo miedo, porque algún día podría desaparecer. A Roma le tengo pánico, cada vez más. Llegué con inocencia e ingenuidad, pero ahora el miedo se ha apoderado. Esta guía es un deseo de volver a ver todo con la mirada de un niño adulto. Exacto, eso es.
¿Hay algún lugar en Roma que, a pesar de todas tus exploraciones, aún sientas que guarda un misterio o un secreto que te gustaría desvelar?
Roma es un misterio en sí, imposible de desvelar. No recuerdo quien decía esto: «Roma se comprende con el tiempo, pero no del todo». Creo que fue Ennio Flaiano. Cada vez que visito el EUR es como si fuera la primera vez. Las diez gasolineras concentradas en cien metros, el lago, la nuvola de Fuksas, el hotel Beirut (icono de la degradación), el cine de Antonioni con Alain Delon y Monica Vitti, Anita Ekberg en Boccaccio ’70, la naturaleza salvaje e indómita, las iglesias vanguardistas, las clínicas de reproducción asistida escondidas, un señor tomando un café y una mujer un bocadillo de bresaola, la lechuga debajo de un banco que crece, los peces y las lombrices… Y una comunidad de filipinos que sirven arroz con carne recién hecho por dos euros mientras divisas todo este paisaje. Sí, hay un halo de misterio importante ahí. Ya lo creo. Giorgio de Chirico lo supo ver mejor que nadie. A dos pasos, creo, tuvo lugar el martirio de San Paolo.
¿Cómo describirías la relación de los romanos con su ciudad? ¿Hay algo que te haya sorprendido en su forma de vivir Roma?
Indolencia, desidia, desinterés, amor. No me ha sorprendido su forma de vivir. Me ha sorprendido que viven, que están vivos. Absuelven todo, no les importa demasiado tu desgracia, solo pretenden no ser molestados demasiado.
¿Tienes planes para un nuevo libro relacionado con Roma u otro destino que te haya marcado de manera similar?
Tengo ideas para una segunda guía. Aún recuerdo las discusiones los domingos con el editor en las que quería añadir y añadir, y él me decía que en algún momento había que frenarlo. Quiero contar bien lo de las clínicas de reproducción asistida y proseguir con la idea de Roma sin vistas. ¿Recuerdas? La de la estación Terminal Gianicolo en el único bar delante de una cristalera que me separaba de dos conductores de buses. Tenía su punto también, ya lo creo. En Roma, además, los bares no tienen tele.
Finalmente, ¿qué esperas que los lectores se lleven consigo después de leer Roma indómita y canalla?
Que la absuelvan de todos los pecados, y que ojalá puedan encontrar —mientras caminan— hierbabuena, laurel e higos.