La Taberna Flotante

El planeta dios

Taberna Flotante #58

Stanisław Lem

En un apartado rincón de la Taberna Flotante, bajo una silenciosa campana extractora que impedía que el humo se difundiera por el local, Mou Gonza y Ric Ric (también conocido como Grillo por ser su nombre onomatopeya del canto del ortóptero) compartían un anacrónico narguilé. Y también compartían su interés por el corpulento nohumano que, sentado en uno de los taburetes de la barra, conversaba con el tabernero.

—En vez de un par de decímetros, mide un par de metros —comentó Mou—, pero, por lo demás, tu relato resultó premonitorio. O postmonitorio, según se mire.

Ric Ric había escrito, mucho tiempo atrás, un cuento en el que un avatar miniaturizado de Ijon Tichy visitaba a Stanislaw Lem en la Tierra y le hablaba de un planeta consciente tan poderoso como un dios.

—Me lo inspiró una entrañable foto de mediados del siglo XX en la que Lem contempla con cariño un muñequito que tiene en la mano —explicó Ric Ric—, un diminuto astronauta enfundado en su escafandra.

—Un diminuto astronauta enfundado en su escafandra… —repitió alguien que se había acercado sin que los dos amigos se dieran cuenta—. Salve, soy Ijon Tichy —añadió con una amplia sonrisa, entre cordial y traviesa.

—Él es Ijon Tichy —replicó Mou Gonza señalando al corpulento alienígena acodado en la barra.

—Él es Ijon a secas. Lo de Tichy fue un añadido de Staszek al convertirlo en personaje literario; pero yo no lo sabía cuando adopté su nombre —explicó el recién llegado tomando asiento frente a los otros dos—. Así que ahora Tichy soy yo y solo yo. O Ijon II, como me llaman algunos. Pero yo prefiero que me llamen Tichy; no me gusta ser el segundo, salvo a la hora de pagar.

—¿Una calada? —preguntó Mou ofreciéndole la boquilla del narguilé.

—No, gracias, es otra inspiración la que busco —contestó Tichy sin dejar de sonreír con picardía—. Concretamente, vuestra inspiración literaria. ¿Os gustaría dar vida al Ijon diminuto de Grillo?

—No entiendo qué… —empezó a decir Ric Ric.

—Venid conmigo a Solaris —lo interrumpió Tichy bajando la voz como quien revela un secreto— y entenderéis el qué y el porqué.

—Siempre pensé que Solaris era una metáfora de la conciencia colectiva de cada sistema planetario —dijo Mou exhalando una nube de humo azul—, que todos los seres vivos desarrollan una especie de mente global que se condensa en la idea de Solaris; pero ahora dices que de verdad existe ese planeta…

—Digamos que existe un planeta muy especial al que los pocos que lo conocemos llamamos Solaris en honor a la novela de Staszek —precisó Tichy—. Aunque sería exagerado llamarlo «planeta dios», como sugiere Grillo en su inspirado cuento La visita.

—Yo no estoy tan seguro de que sea exagerado —replicó Ric Ric.

—Tal vez no —admitió Tichy—, si pensamos en los caprichosos dioses de la mitología grecolatina o escandinava. O en el Ishvara del hinduismo. O en el Azathoth de Lovecraft, el dios estúpido y ciego que gira y se retuerce sobre sí mismo en el centro del universo… Venid conmigo y juzgad por vosotros mismos.

7 Comentarios

  1. Una buena teoría la de Mou, candidata a ser incluida en el compendio de Gravinski.
    Solaris es una novela con tantos detalles que una relectura al ritmo adecuado se disfruta mucho. No sé si os habrá pasado, pero tras acabar de leerla dan ganas de volverla a leer para seguir atando cabos. Quizá sea esa una buena medida de lo buena que puede ser una novela.

  2. Y además tenemos una Tri-zia…

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