Después de su trilogía en torno a la maternidad, bautizada en su edición conjunta como Tres cuerpos salvajes (Random House, 2023), en su última novela Eva Baltasar ha decidido, podríamos decir subvirtiendo la figura freudiana, matar a la madre. Si se quiere, a la madre por excelencia de nuestra tradición, la Virgen María, acto exclusivamente literario —gracias a Dios— que, como buena parte de su obra, parte de la necesidad de un desahogo, un exorcismo. La autora catalana habla de volver la vista a una espiritualidad acofensional, pero hay algo terrorista y terrorífico en el desenlace de Ocaso y fascinación (Random House, 2024), que nos lleva a un cruce monstruoso y atrayente entre Haneke y Von Trier, aunque ella no se diga muy cinéfila. Quizá por la potencia de sus imágenes, que esculpe con devoción y con las que da forma a personajes y situaciones decididamente oscuras e incómodas. Tal vez por eso cada nueva obra suya sea sometida a ferviente juicio, con posturas enfrentadas incluso en el mismo medio.
En 2020, el año en que vio la luz Boulder (que sería finalista del Booker Internacional 2023), Ctxt confrontó las opiniones de Elizabeth Duval —en contra— y Luna Miguel —a favor—. Hace poco, el diario Ara publicaba, por un lado, una crítica que la evaluaba por sus «personajes enfermizos» y sus «historias morbosas»; y, por otro, la réplica de Empar Moliner, que veía en el núcleo de esa aversión el hecho de que sus protagonistas, mujeres, no fuesen «tan honorables» como supuestamente debieran. Y habrá quien piense en Eva Baltasar (Barcelona, 1978) como una provocadora, pero su única obsesión es soltarse de ataduras. Por eso escribe en una especie de arrebato, un rapto, un gesto de furia, y quizá por eso uno percibe algo desesperanzado o antisistema, o más bien fuera de toda horma, en su modo de concebir la literatura. Consciente de que «cada palabra es un objeto», precioso y punzante, con el que se cincela el mundo y al que se ha de respetar y hasta venerar, guardar las formas (solo las literarias) podría ser la manera en que Eva Baltasar reza. Su dios es el lenguaje mismo, y a él se dirige.
«A una mujer de la limpieza todo el mundo le abre la puerta», decías en una entrevista de 2018. Al igual que la trilogía, ¿también esta novela llevaba ya mucho tiempo en tu cabeza?
No, ni mucho menos. De hecho, cuando empecé a escribir Permafrost no sabía que saldría una novela, y fue al terminarla cuando decidí hacer el tríptico. Después me quedé enganchada a la sensación de levantarme cada mañana con ganas de reencontrarme con un personaje, que al final es alguien con quien estoy compartiendo mi día a día durante uno o dos años, o lo que dure el proceso de escritura. Así que decidí seguir y dejar de hablar, por ejemplo, de maternidad, que es algo que está en el tríptico y de lo que ya estaba un poco cansada; no tanto de escribir, sino de hablar acerca de ella, porque hay todo ese trabajo de acompañar la novela y estaba un poco harta de según qué temas. Al empezar Ocaso y fascinación, había una diferencia con las protagonistas del tríptico, que yo nunca sabía cómo iban a ser. De esas novelas solo tenía los títulos, necesitaba escuchar una voz y que me sedujera lo suficiente como para querer conocer quién había allí detrás. Pero en Ocaso y fascinación tenía claro que quería que esa mujer, fuera quien fuera, trabajase como mujer de la limpieza. Y también había ese deseo de que tejiera una especie de engaño, que consiguiera habitar las casas de los otros.
¿De dónde surgió esa idea sugerente e inquietante?
Suelo escribir a partir de paisajes de mi propia vida, y yo trabajé de mujer de la limpieza durante un tiempo, cuando estaba estudiando en la universidad. Venía de un trabajo muy precario como camarera en una cadena de cafeterías, y un día decidí hacer otra cosa y pensé «oye, yo sé limpiar bien». Colgué papelitos por la calle y me llamaron de muchas casas, en algunas se aprovecharon de mí directamente, pero en otras no tanto. Y descubrí que podía ganar más dinero que trabajando de camarera, que podía organizarme los horarios, y además, algo que a mí me entusiasmó: el hecho de poder entrar en casas ajenas, en las que quien entra es el círculo más cercano a los propietarios o a los inquilinos, que son amigos, familia… Pero, curiosamente, la única persona ajena que entra con asiduidad es la mujer de la limpieza, y es alguien a quien no conoces apenas de nada, pero en quien confías tu intimidad, porque la mujer de la limpieza va a entrar hasta la mesilla de noche. Me pareció muy divertido descubrir eso que dice la protagonista, que la casa sabe historias y te las quiere contar, y no hace falta ir a hurgar; simplemente con mirar, ya te está contando cosas. Por ejemplo, descubrías que alguna gente no dormía en la cama en que pareciera que debía haber dormido, y eso a mí me daba para empezar a fabular historias: igual uno ronca, igual se han peleado, vete a saber. El caso era que , por entonces, no ponía la calefacción en mi casa porque no tenía dinero para pagarla, pero pasaba horas en casas acomodadas donde sí había calefacción. Esa idea la llevé un poco más allá en la novela y decidí crear esta mujer que termina viviendo parte de su vida en las casas ajenas, allí donde limpia.
Dices que tus novelas suelen partir de una imagen, que es como una intuición, supongo. Y uno imagina que desde esa idea inicial vas tirando del hilo y el texto se va formando casi por un arrebato. ¿Cómo haces para que la escritura no se te desboque? ¿O todo parte de un trabajo previo muy contenido?
No, no hay trabajo previo. Al empezar la escritura, pongo la primera frase, descubro la voz y voy adonde me lleve. No soy una escritora de mapa que tenga la novela en la cabeza o que piense, ni siquiera, en tratar determinados temas. Los temas van apareciendo de forma natural en la historia, y en ese sentido me veo como un síntoma de mi época. Al final lo que hago es un retrato: presento a esta mujer que no tiene pasado, pero tenemos su figura y su entorno, el fondo del cuadro. Y claro, en el fondo nos encontramos lo que hay hoy, y hace unos años ya, cuando sales a la calle en una gran ciudad, que es esa precariedad, esa gente que vive en la calle. Pero cuando me pongo a escribir cada día nunca sé hacia dónde voy a ir. Vivo en una zona cerca de la montaña, a 40 minutos de Barcelona, y a veces el argumento va surgiendo en los paseos que doy con mi perro. La trama me acompaña todo el día, pero improviso y me muevo orientándome por intuiciones. A la vez, voy trabajando muchísimo el lenguaje, eso es lo que más gozo. De hecho, a lo que más horas dedico es a trabajar el lenguaje de forma poética, si quieres, pero sin hacer prosa poética. Como escritora me he formado escribiendo poesía durante muchos años y para mí es imposible dejar de buscarle cierto ritmo, musicalidad o imágenes; decir con pocas palabras lo que podría haber desarrollado en unos cuantos párrafos. Y ese lenguaje sí que es un trabajo arduo de horas.
También te lo preguntaba porque a veces, para hablar de tu escritura, te has referido a ella como un desahogo.
Utilizo un poco mis personajes a modo de espejo y sí es cierto, por una parte, que está esa cuestión catártica de mostrar incomodidades que puedo haber sufrido, que sufro, por el hecho de vivir en la sociedad en que vivimos. Pero también me dejo llevar muchísimo, intento identificarme con la protagonista y que todas las decisiones que toma sean coherentes con quien ella es en mi cabeza. Para mí la escritura es una forma de bucear en el propio inconsciente, una forma muy sana y muy segura porque al final la mando a ella [la protagonista] para allí. Yo la acompaño, pero al final va ella. Por eso tengo una tendencia a buscar las partes más oscuras, menos agradecidas, que todos tenemos dentro, lo que no deja de ser una forma de encontrarme a mí misma. Como lectora, los personajes incómodos, oscuros, son los que más me interesan. Y como escritora, ya que esta protagonista me va a acompañar uno o dos años, pues también.
Tus novelas podrían ser vistas como nouvelles, casi cuentos largos, y por ejemplo en Ocaso y fascinación apenas se ofrece información sobre el pasado de la protagonista. ¿La extensión parecida de estas cuatro novelas es algo premeditado, o simplemente te gusta ese tipo de estructura condensada?
Supongo que me gusta, pero no es algo que haya pensado a priori. De hecho, en Ocaso y fascinación pensé «a ver si me sale una novela un poquito más larga». Tenía ganas de estar más tiempo en ese lugar, pero claro, presento un momento relativamente breve en la vida de estas mujeres, nunca más de diez años. Además, el hecho de trabajar una escritura tan compactada hace que me salgan novelas breves. Y también es cierto que llega un momento en que la novela se me termina en las manos. Lo veo venir y me resisto, pero de repente se me precipita el final, y es un momento en que pongo a la protagonista en un lugar donde tiene que pasar algo. En el caso de Boulder, hacia el final pensé «esta mujer está yendo a un lugar que no me gusta para ella y la voy a salvar». La salvo con una escena y, ¡pum!, termina la novela. En Ocaso y fascinación, la novela terminó al acabar la primera parte, que justamente es una metáfora del ocaso de una civilización, la nuestra, y de una historia personal de la protagonista. Pero al terminar, cuando ella estaba desposeída por segunda vez, pensé «a esta mujer no le queda nada más que quitarse la vida; pero no, tiene que haber algo más». Pensé que como sociedad también tenemos un lugar hacia el que dirigir la mirada, y para mí era recuperar la espiritualidad. Aunque como esta mujer ya está tan gastada, tan despojada y tan deteriorada, gira la mirada hacia lo espiritual desde un lugar muy delirante y muy enfermizo. La idea era mostrar que se puede recuperar eso que es consustancial al ser humano, que forma parte de la condición humana. No la religión, sino aquello que hace que no nos sintamos solos, que nos sintamos parte de un todo; que si yo estoy bien, tú estás bien; que los seres humanos estamos todos relacionados, y también con la tierra, con los animales. Estamos en un momento donde el individualismo es máximo, por eso tantísima gente padecemos un vacío existencial, porque es que no queda más que mirarse a sí mismo. Y si solo miras dentro de ti, al final lo que encuentras es un pozo negro, un agujero horrible al que tirarte. Pero a la que te abres a los otros, la vida cobra sentido. Lo que hace la protagonista precisamente es crear una religión propia, tener una diosa a la que adorar, y eso da sentido a su vida. Lo que pasa es que, como te decía, está tan enferma ya que lo hace de una forma muy precaria y muy cuestionable.
Eso te iba a decir, porque entiendo que esa segunda parte es deliberadamente ambigua, pero yo más que un delirio o una búsqueda espiritual, en esa especie de venganza de la secuestrada que pasa a ser secuestradora veo (con una insana satisfacción) una subversión casi terrorista o antisistema . ¿Eso está ahí? ¿Era también una forma de desahogo político personal?
Sí, totalmente. Para mí la fascinación tiene muchas capas de lectura y me interesaba que estuvieran todas y que fueran muy sutiles. Todo lo que has dicho está ahí. Como te decía, no quería que en este libro hubiera más maternidad, pero me permití darme el regalazo de matar a una señora embarazada. Una señora que es María, la virgen, si quieres. Estás matando al hijo de Dios, al final. Ella dice algo así como que no va a nacer ningún rey más. Pero también hay esa idea de que estamos en una sociedad más medieval (y esto no lo digo yo), en el sentido de que hay una casta que concentra todo el poder, toda la riqueza, junto con una gran masa cada vez más homogénea y más empobrecida, donde la clase media ya casi ha desaparecido y está ahí un poco a lo que le echen. Entonces la idea también era lanzar una flecha, o una bomba, que es un poco más terrorista [ríe], en esa dirección. O sea, estoy matando también a los hijos de estos. Otra capa de la novela es cómo conectar con esos instintos más bajos, o que tenemos tendencia a reprimir, a través de la literatura; cómo transformar el deseo de matar, o de liberarte de alguien a través de la escritura, que es algo creativo, en algo bello que realmente te libere. Personalmente, la fascinación ha sido también la forma de liberarme de un antiguo amor. Tiene todas esas capas, y para mí era un reto condensarlas sin que fuera explícito y sin salir de la cabeza enferma de la protagonista.
Has dicho que incluso te costó abandonar esa fascinación para que el libro llegase a imprenta.
Sí, el libro estaba a una semana de entrar en imprenta y yo estaba aún retocándolo, no quería dejarlo ir. Al fin y al cabo, era un lugar muy cómodo, donde se había producido toda una catarsis, y muy acogedor, aunque parezca raro: ese templo que termina creando en su casa, con una virgen a la que adora, esa paz que ella encuentra. Y para mí había mucha paz estando dentro de esta novela. Fue por eso que me costó dejarla ir, pero finalmente la realidad se impuso y ya está, ya está [ríe].
Diría que tus anteriores novelas ya tenían momentos de terror (psicológico, al menos), pero esta parte de fascinación la lleva hacia ese género siniestro de forma más explícita, ¿tenías ese referente en mente al escribirla?
Sí, tienes razón. No soy muy lectora de novelas de género, pero me gusta eso que te decía de buscar las partes más ocultas de la psique, conectar con los instintos más salvajes, la violencia, la crueldad. En Mamut, por ejemplo, está muy presente el miedo, el deseo de muerte. Son ideas que en sí mismas me interesan. Me crie leyendo a Agatha Christie con diez o doce años, igual viene de allí todo, no sé [ríe]. Aunque no hago literatura de misterio o de terror, sí que hay un interés por la maldad que me lleva a esas atmósferas de forma natural. Esa inclinación la aproveché en la fascinación, al igual que decidí incorporar toda mi tradición. Yo me formé estudiando con los curas, en primaria, y estoy muy contenta de tener una tradición que me sustente, con todo lo que implica. No a nivel ideológico; no soy cristiana católica practicante, ni mucho menos. Pero sí he sido formada en una simbología concreta, un léxico concreto, y al final es algo que te está vertebrando. Así que pensé ahondar, por un lado, en toda esa zona de terror, ligándola con el lenguaje religioso y las imágenes asociadas a la vida de la Virgen María. Son dos ámbitos que me interesan muchísimo.
Sí, y además parece estar presente toda esa iconografía cristiana tan cruenta. Volviendo a la escritura, parece evidente que hay un gran proceso de depuración, en el que como decía Natza Farré, te desprendes de «toda la morralla». ¿Esa poda editora es muy salvaje?
Te diría que es un trabajo como de bonsái. No hay una gran poda porque no hago un gran texto y luego recorto, sino que mi trabajo sobre el lenguaje es diario: es una poda pequeñita, que igual casi no se nota. Cuando me pongo a escribir, siempre reviso lo del día antes, o lo de dos o tres o hasta cuatro días atrás. Y de vez en cuando, quiero decir cada quince días, reviso toda la novela desde el principio. ¿Por qué? Porque va cambiando. Quieras o no, el estilo a veces va cambiando, pero por cosas totalmente ajenas a la novela. Igual es que yo estoy en otro momento o que estoy saliendo más hacia afuera, por ejemplo acompañando la difusión de otras novelas, en una actitud más expansiva, lo cual afecta a la escritura. Me sé muchos párrafos de memoria porque la habré repasado, no sé, más de cien veces entera, buscando que el ritmo no cambie. O que cambie en consonancia con los cambios que hay en la protagonista. Me voy adaptando a esos momentos, como en la fascinación, donde el peso poético se dispara; en el Ocaso hay, pero es más contenido. Esos equilibrios también demandan que esté continuamente evaluando toda la novela. Pero es algo que disfruto muchísimo, esa poda constante y breve.
Has hablado mucho sobre el acoplamiento de la poesía a la novela, que entiendo se basa sobre todo en esa depuración del lenguaje que comentábamos, así como el ritmo y la musicalidad. ¿Difiere mucho el proceso de escritura respecto de tus poemarios?
No, no siento que difieran. Me preguntan a menudo cómo es el paso de la poesía a la narrativa, y de hecho, no tengo la sensación de dar un salto o de estar haciendo algo muy distinto. Es cierto que, aunque esto de los géneros se está diluyendo, son géneros y proyectos diferentes: un libro de poemas es una cosa y la narración implica un proyecto mucho más largo. Implica también una distancia mayor, porque yo hago una poesía intimista, confesional, en la que al final es el ego el que va hablando, y sin darte cuenta terminas creando una habitación sellada donde el aire queda un poco viciado. Poder hablar, y hacerlo poéticamente también, a través de una protagonista que ya no soy yo del todo, crea una distancia en la que corre mucho el aire, es muy salvadora. Pero los retos como escritora son los mismos haciendo poesía o narrativa: el ritmo, la musicalidad. Cada obra tiene la suya propia y hay que encontrarla, y luego trabajar el lenguaje, crear imágenes, que es algo que hago de la misma forma en ambos géneros. Lo que pasa es que en narrativa va a depender de cómo sea la protagonista, como en el caso de Mamut, que era una mujer más austera. Ahí tuve que sacrificar muchas imágenes, porque claro, esta no es Boulder, y si me salen tres imágenes para describir lo mismo, tengo que dejar solo una, porque ella es así, los huesos de ese mamut; no puedo ponerme con barroquismos. Adapto el estilo y la forma al carácter de la protagonista, pero el trabajo con el lenguaje no cambia mucho. Al escribir narrativa siento que estoy haciendo poesía, y eso para mí es muy bonito.
No sé si es casual el hecho de que Ocaso y fascinación abra cada una de sus partes con un poema narrativo (las dos vertientes de tu trayectoria), el de Gilgamesh.
Es un poema que adoro y que releo cada poco tiempo. Al llegar a la fascinación, con esta mujer que va despojando su casa de todo, que va quedándose solo con lo esencial, me interesaba esa conexión tan grande con el mito. La religión está hecha de mitos también. Y esta mujer del siglo XXI podría ser una mujer del siglo I. Por eso quise vincular esta narración contemporánea a uno de los primeros escritos que se tienen en la historia de la humanidad. Realmente la protagonista conecta con aquello, con el deseo de matar y con el deseo de salirse del tiempo, y por eso decidí poner el poema de Gilgamesh ahí.
En algunos pasajes, la protagonista sugiere que las palabras tienen poder sobre la realidad; y observo en tu obra, en general, una reflexión sobre el lenguaje o sobre el acto de comunicación (por presencia o por ausencia), ¿es una idea que te interese?
Pues parece ser que sí [ríe]. Piensa que durante mi infancia me crie dentro de casa, casi no nos dejaban salir, y para mí el mundo era el lenguaje; es decir, yo me pasé la infancia y la adolescencia leyendo. Y la primera juventud también, solo leyendo, casi no hacía nada más hasta que tuve a mi primera hija, a los 24, y ahí empecé a hacer y ver otras cosas. Como soy tan consciente de que el lenguaje, la literatura, pueden ser una casa, un hogar, me permito reflexionar en las novelas acerca de esto. En Ocaso y fascinación hay un momento en que la protagonista dice que «las palabras son de trigo y secas pueden taparte». Si no tienes casa, el lenguaje puede ser una casa, un sitio en el que sentirse recogida, y además forma el mundo: a través del lenguaje creamos constantemente el mundo. A través del lenguaje nos definimos como personas, es algo que va con nosotros. Y sí, supongo que hay momentos en que no puedo evitar que esa reflexión quede inscrita en la narración.
«Se es responsable de cada palabra, no hay ninguna expresión inocente». Diría que tu escritura se caracteriza por su libertad, pero a la vez pienso que puede parecer provocadora (aunque creo que manejar con tanto cuidado las palabras es un acto de respeto). ¿Alguna vez te cortas o contienes por detectar que te has pasado?
Pues no… Lo máximo que me he pasado está publicado, no me paso más de ahí [ríe]. Al final se trata de ficción, no es un ensayo. A ver, el noventa por ciento de lo que dicen mis protagonistas te lo podría defender; en determinados momentos de mi vida (no necesariamente ahora) yo he pensado eso. Pero como son personajes de ficción, pueden decir lo que quieran. En una novela puedes matar, puedes torturar, puedes hacer lo que tú quieras, y no pasa nada. Y es cierto: tengo respeto por el lenguaje, por las palabras. Me gusta, por ejemplo, conocer su etimología, allí de donde vienen, porque me ayuda más a comprenderlas y a tener conciencia acerca del peso y de la gravedad de cada palabra. Intento tratarlas con respeto, intento que el lenguaje sea bello, pero también me quedo muy a gusto escribiendo. Me libero de muchísimas cosas que igual no compartiría en el día a día, pero estando a solas con la narración, salen los monstruos e intento dejarlos bien sujetos y bien parecidos, como en un aparador, que se puedan ver bien; y que a cada cual le resuene como le resuene.
Entonces ni te voy a preguntar si (como yo) te has planteado cómo podría leerse ese tramo final desde un punto de vista cristiano, o si pensabas que podría surgir algún tipo de polémica al respecto.
No, ¡qué va! A mí lo que me interesa a la hora de escribir es la libertad. Escribo con plena libertad y luego me desentiendo del resultado. También cuando el libro sale: ojalá guste, yo contenta y agradecida, pero si no gusta, mala suerte. Nadie me quitará esa paz de haber escrito lo que yo quería escribir, para mí eso es primordial. Y si un día resulta que no puedo vivir de la literatura, pues me voy a trabajar en otra cosa, lo he hecho toda la vida. Hace relativamente poco que publico narrativa; llevaba quince años publicando poesía y no vivía de esto, pero sí escribía lo que quería, y sigo haciéndolo. Las lecturas creo que se pueden comprender todas, las críticas buenas y las malas, todas tienen su sentido, eso lo tengo clarísimo y no me voy a enfadar con nadie.
Como los anteriores, este libro ha vuelto a levantar polémica y generar reacciones encendidas en los medios. Pero las críticas negativas parecen hacer más bien una lectura ideológica sobre el lugar de la mujer (personaje femenino y escritora) en la literatura. Te traslado la pregunta que se hacía Empar Moliner en tu defensa: ¿Debemos escribir los personajes femeninos según algunos feminismos?
Yo lo que creo es que tenemos que escribir lo que nos dé la gana. Me considero artista, soy escritora, me dedico a crear lo que yo quiero, lo que a mí me apetece. No estoy haciendo un decálogo de la mujer perfecta, ni mucho menos. A mí me interesan los personajes con sus luces y sus sombras, y de hecho lo que más me interesa son las sombras. Voy a ir hacia allí aunque sea incómodo, aunque sea cuestionable ideológicamente; es que me da igual. Me da igual porque no escribo desde la ideología. Para mí la escritura es un acto muy íntimo de descubrir a alguien, y puede resultar que sea muy incómodo. Yo también paso incomodidad escribiendo a veces, y digo «hostia, Eva, esta tía se está pasando». ¿Pues sabes qué?, que se pase. Y un poquito más, a ser posible. Porque precisamente esa es la libertad que te da el hecho de estar escribiendo ficción.