Horas críticas

«El imperio zombi», de Mira Milosevich: el afán geoestratético y mesiánico de Rusia

Mira Milosevich (Serbia, 1966) ha escrito un excelente ensayo de ciencia política e historia titulado El imperio zombi. Rusia y el orden mundial (Galaxia Gutenberg, 2024). En las primeras páginas, el lector advierte que la autora pertenece a la academia, por su estilo pulcro y ordenado, su cita puntual y su despliegue analítico. Hay, por cierto, una especial querencia por las enumeraciones («Se dan diversos factores, 1… 2… 3…» o «Los motivos para ello son 1… 2… 3…»).

En el primer tramo de su libro, tenemos, además un glosario con términos clásicos como «imperio», pero también con nociones acuñadas en nuestro tiempo: son rudimentos para poder aprehender la compleja realidad del estado multinacional de la Rusia de Vladimir Putin. Hasta cierto punto, El imperio zombi pretende explicar la cruda violencia desencadenada en la invasión de Georgia en 2008 y en las de Ucrania, en 2014 y 2022, hasta hoy.

La verdad es que cuando leo «imperio zombi» me imagino a un no-muerto institucional, torpe, ensimismado, errático, que —como los zombis— se tropieza con las cosas y que no es capaz de ejercicios demasiado finos. Desde luego, el país que nos describe la brillante profesora en su monografía sobre Rusia no es así.

En realidad, aquí encontramos un enemigo formidable, obsesionado con su pasado, sí, pero muy alerta del presente y buen conocedor de sus potencias, no solo de guerra. A juzgar por los resultados, dada la presente situación, Milosevich considera que Putin puede estar satisfecho con su política internacional: sus alianzas con China, Arabia Saudí e India y su guerra contra Ucrania (y, de paso, indirectamente, contra Estados Unidos y Occidente) parecen controladas, después de algunos episodios críticos. Milosevich describe la política rusa en dos planos; por un lado, el del gigante que atraviesa once franjas horarias y que quiere mantener controladas sus regiones históricamente aliadas (en el siglo XX, repúblicas soviéticas) en Europa y Asia, y, por otro, sus juegos diplomáticos en el tablero del gran mundo.

La última guerra de Putin, que se libra desde Moscú apelando a valores históricos y al concepto de rescate de sus propias gentes, supone de hecho una situación inédita. «Por primera vez en su historia, Rusia no tiene ningún aliado en Occidente» (235). Ahora bien, un zombi, marcado por los tics de su forma de ser en vida, se empotra contra lo nuevo, pero esta Rusia está intentando, por un lado, encontrar su vía hacia Asia (destino señalado por los paneslavistas, desde el siglo XIX) y, de paso, influir decisivamente en un nuevo marco de relaciones, con nuevas potencias en auge, en el nuevo cosmos poscolonial. Milosevich advierte que el resentimiento de muchas excolonias por Occidente no existe en relación a Rusia (un imperio sin colonias, al menos a la manera del resto de países que otrora gobernaba el mundo). Y el caso es que Rusia parece haber aprovechado esta ventaja. Milosevich advierte que la, por decirlo así, doctrina Putin, aplicada en los continentes africano, asiático y latinoamericano, supone una amenaza notable para el actual orden mundial de hegemonía estadounidense y occidental. Putin aspira al mundo multipolar (en la línea, pienso, de la doctrina del geoestratega Aleksandr Dugin).

Siempre con la atención puesta en los últimos acontecimientos, Milosevich estudia algunos episodios y corrientes intelectuales de Rusia, siempre marcada por su físico y geografía, sin fronteras naturales, y por su carácter culturalmente periférico, aunque, al mismo tiempo, decisivo (victoria frente a Napoleón y Hitler; cima de las artes y las letras), en el sistema solar europeo. Europa ha sido hasta hoy una suerte de tensión del destino para Rusia, y sus intelectuales han defendido bien la adhesión occidentalista, bien el rechazo proasiático.

En lo referente a esto último (al rechazo antieuropeo de los paneslavistas, como Dostoyevski), hay siempre un carácter mesiánico en el planteamiento ruso. Es decir, Rusia es aquí la nación pura, auténticamente moral y cristiana, frente a la decadencia de sus países vecinos. Rusia es la Tercera Roma (tras la latina de Occidente y la bizantina de Oriente), según este imaginario.

Rusia tiene, en esta suerte de cartografía identitaria que nos dibuja la académica, un papel de líder espiritual de Eurasia. Milosevich da buena cuenta del renacimiento religioso de la iglesia ortodoxa de Moscú, tras los 70 años de comunismo ateo. Desde el Báltico hasta el Pacífico, desde el Cáucaso hasta las estepas, Rusia pretende imperar como una Tercera Roma del siglo XXI. Volviendo a la metáfora astronómica, las antiguas repúblicas soviéticas en este gran espacio han de ser como planetas que giran en torno al sol de Moscú.

Por tanto, el zarismo y el bolchevismo no son más que expresiones, vestiduras de época, de una secular tensión esencial y de un afán geoestratético y mesiánico. La Rusia de Putin es un sistema algo desleído y difuso en comparación con los anteriores episodios de su tremenda historia; no obstante, quizá por ello, deja más clara la, si se me permite, ruseidad: el líder fuerte y eslavo sobre un vasto territorio multinacional y multiétnico, el conservadurismo ortodoxo y su problema esencial con Occidente. Afán de imperio, mesianismo teológico y moral, y mentalidad de periferia son rasgos que reconocemos en este problemático país o imperio. Como se ha dicho, aunque la mentalidad del putinismo sea historicista, esto no quiere decir que sea una potencia anacrónica, que funciona y piensa sobre el vacío, sin medir a sus rivales o a sus potenciales aliados, en absoluto.

 


EL IMPERIO ZOMBI. RUSIA Y EL ORDEN MUNDIAL
Mira Milosevich
GALAXIA GUTENBERG
(Barcelona, 2024)
272 páginas
20 €

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