Escribir sobre el futuro no es fácil. Ya Stanislav Lem, en los años setenta, decía que los cambios científicos son tan vertiginosos que se hace difícil acertar con cualquier predicción. Hoy tenemos tecnologías que prometen todo tipo de transformaciones revolucionarias, pero la verdad es que no sabemos cuáles van a terminar imponiéndose, ni si va a emerger una totalmente disruptiva que todavía no somos capaces de imaginar, como ha pasado tantas veces en la historia.
En todo caso, lo que sí estamos en condiciones de afirmar no tiene que ver con la tecnología sino con el planeta, y quienes escriben ficción especulativa deberían considerarlo. Hoy podría decirse —reformulando una vieja sentencia de Vonnegut— que una novela que transcurre en un futuro más o menos cercano y que obvia los efectos del cambio climático está tergiversando el único escenario prospectivo sobre el que tenemos alguna certidumbre, porque ya no se trata de especulaciones sustentadas en alguna que otra evidencia empírica dispersa. Los datos están ahí y son cada vez más abrumadores. De aquí a unos años, si no se hace nada —y por ahora nada indica que se vaya a hacer algo—, el mar devorará las costas, habrá escasez de agua dulce —de hecho, ya la hay— y se multiplicarán las catástrofes naturales.
No es extraño, entonces, que en este contexto sigan proliferando las distopías, o las ficciones especulativas que eligen no eludir las distintas consecuencias del cambio climático, aunque en muchos casos tampoco eluden —ya lo veremos— la tentación de aleccionar. En Argentina, una de las autoras que viene trabajando sobre este tema es la escritora Claudia Aboaf, que acaba de publicar Trilogía del agua (Alfaguara, 2024). Se trata de una edición que reúne tres novelas que salieron en los últimos años y que transcurren en un mundo donde el agua se volvió un bien más preciado que el oro. Las protagonistas son dos hermanas que, a pesar de vivir en la misma casa, casi no tuvieron contacto. Durante la infancia, una se iba cuando la otra llegaba y dormían en horarios distintos. Andrea, la mayor, pasaba tiempo con el padre; Juana, con la madre.
Pichonas, la primera de las novelas, explora la fragilidad de este vínculo constituido por sucesivos desencuentros, malentendidos y rencores fundados en el hecho de que cada una —y esto ocurre a menudo— piensa que la beneficiada fue la otra. La acción se desarrolla en una quinta de Ingeniero Maschwitz, una localidad ubicada al norte de la provincia de Buenos Aires, donde Andrea vive con Jorge, su marido, un hombre que también se le ha vuelto un extraño, sobre todo a partir de que lo ve indicándole al jardinero que la mate.
Pero ¿es real lo que vio?
La pregunta por lo real atraviesa, por cierto, buena parte de la novela, que va de lo siniestro en un sentido freudiano —lo familiar que deviene extraño: lo unheimlich— a lo fantástico en un sentido todoroviano, ya que por momentos hay una ambigüedad sobre la naturaleza de lo que se narra y el lector oscila entre una explicación racional y otra irracional. Esta indefinición se debe en parte al hecho de que Jorge pertenece a una especie de secta lovecraftiana que lleva a cabo experimentos ópticos para alterar la percepción y hundir los ojos en la incertidumbre. «Tenemos que marcar a nuestros enemigos y dejar que la confusión los desmorone. Cuando la angustia los debilite ahí estaremos nosotros para señalarles el camino», dice uno de los personajes, y hay escenas —no las referimos para no spoilear tanto— donde la realidad está teñida de sospecha.
Ahora bien, si para Andrea el terror reside en el elemento familiar que se vuelve extraño, para Juana ocurre el movimiento inverso. Desde su perspectiva es lo extraño lo que se vuelve familiar, porque cuando va a la quinta de su hermana a comer un asado descubre que ese jardinero enano que trabaja para Jorge es quien abusaba de ella en el camarín de teatro donde la dejaba su madre mientras actuaba. Esa suerte de anagnórisis tiene —como toda anagnórisis trágica— un efecto devastador, pero también habilita la posibilidad de una tregua, ya que permite que ambas se reconozcan, ante todo, como mujeres dañadas («Soy una mujer contrahecha como ella, pensó, como todas»).
En la segunda novela, El Rey del Agua, la historia se traslada a un futuro cercano donde la escasez de agua dulce provocó una reconfiguración política del territorio nacional. Argentina se fraccionó en cientos de municipios autónomos y entre ellos el que resultó más favorecido es el de Tigre, cuyo delta contiene un enorme reservorio fluvial que le permite exportar el agua a países europeos. El monopolio del recurso, como suele suceder en la ciencia ficción latinoamericana —en el cyberpunk, sobre todo—, no lo tienen las empresas sino el Estado, y en este caso el Estado municipal, gobernado por «El rey del agua», un personaje que promueve una especie de culto a su personalidad, como lo hacen tantos políticos argentinos.
Así las cosas, la trama gira en torno a distintas ausencias. Una es la del padre desaparecido, cuyos restos genéticos aparecen en las aguas del delta; otra es la de Andrea, quien manifiesta una especie de vacío ontológico respecto de su identidad; y la otra es la de Juana, que trata de prescindir de su cuerpo-abusado sumergiéndose en la «web profunda», un espacio ilegal donde es posible ensamblarse con «neuronas inorgánicas» y pasar a vivir en un plano «virtual» junto a otras «mujeres-máquina» que conforman una sola inteligencia desde la que planean sabotear el sistema.
Como se ve, la impronta feminista, en esta segunda novela, es mucho más evidente que en la anterior. De hecho, buena parte de la historia de Juana puede leerse desde Donna Haraway, como si fuera el desarrollo de varias de sus tesis, y algo así pasa también en la tercera novela, El ojo y la flor, donde el agua se retiró del Tigre, cayó el gobierno de El rey del agua —funcionó el sabotaje— y la gente ha emigrado hacia Ensenada, una localidad al sur de la provincia de Buenos Aires en la que rige un estado totalitario que promueve una struggle for life darwiniana. Los «pies de barro», que son los migrantes de la zona norte, representan una alteridad eliminable y casi subhumana en la que la autora cifra la eterna dicotomía sarmientina de civilización y barbarie. Andrea, en ese contexto, sabe que tiene que limpiarse y mentir sobre su procedencia. Su intención es reunirse con Juana y tratar de recomponer (o componer) el vínculo. En esa posibilidad la distopía habilita un punto de fuga que permite avizorar un horizonte no tan desesperanzador. Últimamente, en la ciencia ficción, son cada vez más las novelas que se permiten un poco de optimismo, como si ya estuviéramos un poco cansados de los futuros completamente distópicos, negros, donde no hay ningún tipo de salida.
Por otra parte, y en cuanto al estilo, Aboaf narra todas estas vicisitudes desde una prosa poética que a veces adquiere un alto vuelo y otras veces, hay que decirlo, puede llegar a empalagar, como si hubiera un excedente retórico con el que acaso pretende compensar la mala reputación que tiene —para la crítica tradicional, al menos— escribir desde la corrección política o desde el activismo ambiental o feminista, o más bien ecofeminista.
Digamos, en resumen, que si la primera novela, Pichonas, es un artefacto narrativo que tiene muchos aciertos (la construcción del clima es impecable); las otras dos, en cambio, parecieran ser un pretexto para transmitir distintos tipos de mensajes sobre temas importantes como la violencia contra las mujeres, el cambio climático y los desaparecidos de la última dictadura militar. Se trata, en suma, de una literatura cuyo objetivo pareciera ser el de concientizar sobre problemáticas ecológicas, políticas o sociales, y eso por supuesto no está nada mal. O en todo caso, no es la crítica la que debería afirmarlo. Hoy hay muchos lectores —los bookstagrammers o los booktubers, por ejemplo— que vuelven a valorar el mensaje, o la dimensión aleccionadora, y es probable que aprecien mucho esta trilogía. Lo bueno de esta época en la que se escribe tanto es que hay libros para todos los gustos.
TRILOGÍA DEL AGUA Claudia Aboaf ALFAGUARA (Barcelona, 2024) 426 páginas 4,74 € [eBook] |