Horas críticas

«Jarroa»: la casa alberga ese tiempo que nos recuerda quiénes éramos

Caben muchas cosas dentro de una casa. De nuestra casa. Del espacio propio, del que compartimos. En una casa cabe una infancia, una familia sentada a la mesa, una abuela preparando la merienda. Cabe un tiempo finito que parecía no tener unidad de medida. Pero mentía. Cuando decidimos cruzar los márgenes que delimitan el espacio protegido y nos proponemos habitar otros, ese tiempo quedará encapsulado (si fuera posible, congelado), para que cuando regresemos no nos sintamos ajenas ni extrañas. Los muros que albergan y cuidan la vida que se expande dentro de ellos guardan la memoria y mecen el pasado que espera paciente a que volvamos a él, una y otra vez, en busca de algo que nos haga enraizarnos a la tierra que hoy nos sostiene. «Una casa es un ente que respira, que tiene vida propia», así se define en este libro.

Una casa también es una isla, y Andrea Fernández Plata así lo describe en Jarroa, su primera novela. En ella consigue crear una atmósfera común al caminar la pérdida, el miedo al olvido y el tan laborioso como, a veces, doloroso trabajo del recuerdo. «Desde que murieron mis abuelos la casa se ha quedado esperando a que pasen las horas como si no fuera con ella la vida», reconoce la autora. El libro regresa al origen a través de un relato que, inocente y verdadero, hace sangrar la herida a quienes se les ha arrebatado una persona que cobijaba, entre carne y piel y todo eso que no se ve, la vida que, impuesta o elegida, decidimos compartir. En esta isla que flota varada, mecida por las olas del mar, siguen habitando caras conocidas e incluso se puede observar cómo todas ellas continúan su ritual. Ellos bajan a por el pan sobre la misma hora, sin caminar ni un solo paso más, ni tampoco menos. Ellas preguntan y hablan como si tuvieran muchos años menos. Actos rutinarios transformados en costumbre que permiten que la vida se siga desarrollando. Jarroa es una mirada hacia lo que una vez se fue sin saber cómo y el aprendizaje vital para poder hablar de todo ello sin que la vida nos zarandee en exceso.

El filósofo y poeta Gaston Bachelard ya deambulaba en el siglo XIX en torno a la idea de la imagen capaz de provocar la sensación de transitar una ensoñación. Al situarse frente a la imagen, el individuo regresa sobre sí mismo y toma conciencia, creando puentes con la denominada «conciencia creadora». En este sentido, Fernández Plata escribe sobre la punzada generada al estar en un espacio que remite a la vida pasada, percibiendo esta como una ensoñación. El olor que desprende la ropa en un armario sin abrir, las migas que han quedado sobre el mantel de la última comida o las agendas que no se llegaron a llenar. El significante que nos agarra a la vida por un instante y consigue convertir el sueño en verdad.

A veces la realidad es más irreal que la vida que soñamos cuando dormimos y, entonces, nos preguntamos: ¿Qué fue real, y que no? En su documental Ainhoa: Yo no soy esa (2018), Carolina Astudillo reflexiona sobre la obsesión por mantener intacto el escenario vital de alguien —una cama sin hacer, la cubertería dentro del lavavajillas, la ropa sin tender— una vez que tomamos conciencia de que todo ha cambiado porque la pérdida ha marcado un irremediable punto de inflexión, así como por buscar nuevos lenguajes para poder hablar de la muerte sin que parezca un acto tan propio de la ciencia ficción. En este sentido, la autora de Jarroa trata de encontrar un lenguaje sencillo y una mirada sanadora para poner sobre la mesa momentos de intimidad y poder entablar así un diálogo entre los que se quedan y los que ya no están.

Andrea Fernández Plata, autora de «Jarroa». / © Mei Morales González — Caballo de Troya

La abuela de nuestra protagonista da instrucciones «para la vida cuando ella ya no esté», toda una genialidad, a mi parecer. Cierto es que no se trata de un acto de nueva creación, en absoluto. Que se lo pregunten a Julita Salmerón, quien en otro documental, Muchos hijos, un mono y un castillo (2017), que filmó uno de sus hijos, Gustavo, dejó bien claro que los villancicos tendrían que ser la banda sonora de su funeral y la aguja de coser la llave para comprobar que, realmente, estaba muerta. Pero no pensemos que esta es una preocupación de gente con más de 60, basta escuchar el Ciberlocutorio de Andrea Gumes y Anna Pacheco titulado «Fiesta en el tanatorio» para darnos cuenta de que cada vez existe una urgencia mayor por saber quién va a dedicarnos unas últimas palabras, cómo nos van a vestir o quién tocará en la ceremonia.

La urgencia de vivir el tiempo, de decir te quiero, de hablar con los muertos, de mirar al pasado como si se tratara de una exposición conservada tras las vitrinas de algún museo y de rendir homenaje a los protagonistas de nuestras vidas: las vecinas, la familia, las amigas de nuestras amigas, el mar, los muros, las redes de pesca. En esta lectura las palabras son la cura, recordar es la cura, volver es la cura. La Jarroa es eso que va y viene, pero nunca permanecerá para siempre.

 


JARROA
Andrea Fernández Plata
CABALLO DE TROYA
(Barcelona, 2024)
168 páginas
15,90 €

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