Entrevistas

Marta Barrio: «En este momento de vivencias líquidas todo se abarata mucho, el sentimiento también»

La escritora Marta Barrio. / Reportaje fotográfico: Manuel González Luján — Mercurio

Una niña descubre unas cartas escritas por sus abuelos. Cartas redactadas en la posguerra y en los años cincuenta, esos años centrales de la dictadura franquista, con el dictador aplaudido por las masas, acudiendo a actos oficiales, inaugurando edificios, saludando a su público, represaliando a los opositores. Esas tareas que ocupan el tiempo de los dictadores.

En este contexto de la España con retórica del NO-DO, Sección Femenina de la Falange, asignaturas que alaban —o veneran— al nacionalcatolicismo, surge un amor —casi una esperanza, se diría— educado y sensible, frágil y a su vez sólido, conmovedor y humano. Un amor que los lectores irán descubriendo en la novela No volverán tus ojos a mirarme, de la escritora y editora Marta Barrio (New Haven, 1986). Un relato que también trata el paso de la infancia a la adolescencia —en mitad, cómo no, de un verano—. Barrio ahonda —la mano de la niña que se hunde en la arena— en esa edad del principio del fin. Cuando la vida se empieza a descubrir, pero también, no sabemos por qué, a hacerse todo más enigmático. Mucho más complejo.

No volverán tus ojos a mirarme es la tercera novela de una autora que ha sido reconocida con el I Premio Almudena Grandes del Ayuntamiento de Sevilla y con el Premio Tusquets Editores de Novela. Ambos galardones recayeron sobre su anterior obra, Leña menuda, una historia que habla de maternidad, de familia y del azar que nos determina, y que relata «una pesadilla sobrecogedora y traumática», en palabras de Antonio Orejudo. Con anterioridad, Marta Barrio publicó la interesante Los gatos salvajes de Kerguelen, donde descubrimos la curiosa isla Desolación —busquen en internet—.

El encuentro con la escritora sucede en un día que se asemeja al tono de esta charla: agradable, tranquilo, apacible. Salimos con sensación de plenitud. Esa sensación que se tiene cuando la conversación abarca diversos asuntos de interés y es, sin duda, profunda y rica.

¿No volverán tus ojos a mirarme es un tributo a la familia o a una generación?

A las dos: a una familia y a una generación. Mi novela parte de una historia familiar para reflejar la vivencia social de una generación. Es también un guiño a los usos amorosos de la posguerra española. Hago un análisis de una pareja: desde el momento que se conocen hasta el momento en el que se van a casar.

Hay mucho de sociología de aquella España de la dictadura.

Sí, es el retrato de cómo nos podíamos relacionar con el otro sexo. Y cómo eran las convenciones sociales del amor. Por una parte está la historia de mis abuelos y, por otra, la mirada de la narradora, que es mi tía abuela Mercedes, quien vivió el noviazgo de mis abuelos. Desde su inicio, desde el cortejo. Mercedes lo ve todo con una mirada muy divertida. Y por supuesto tiene un punto de vista privilegiado para contar la historia de mis abuelos. He querido contar una historia desde distintos puntos de vistas, hacer ver al lector que una misma historia puede ser contada desde diferentes enfoques. En resumen: mi novela, sí, es una radiografía social a través de la radiografía de los sentimientos.

Sorprende la distancia cultural —enorme— que hoy tenemos respecto de aquella época, de la que no hace tanto tiempo.

Así es. La novela tiene dos tiempos: el pasado y el presente. En el presente hay una niña que descubre unas cartas durante un verano. Es el momento en el que deja de ser niña; descubre el amor, descubre el deseo, descubre la pérdida o la enfermedad. Descubre que todo lo luminoso tiene un fin.

Relata cómo la Falange instruía a la mujer en su intimidad. En su casa, en su familia, en sus labores domésticas.

Al desmontar la casa [de los abuelos] encontramos unas cartas y una agenda de mi abuelo. Me gustó mucho leer la agenda. Cómo él un día ve el amor de color de rosa y al siguiente quiere morirse, porque mi abuela no le había hecho mucho caso. También encuentro una guía de El ama de casa en el campo, que es un libro que le regalaron a mi abuela con once años. Yo con once años estaba leyendo Pesadillas o Las edades de Lulú, de Almudena Grandes. Un libro que por cierto me prohibieron leer y que, como era de esperar, leí. Nada más atractivo que lo que nos prohíben. Mi novela es también una investigación sobre lo prohibido. Es una investigación sobre el deseo, lo íntimo, lo que nos está vedado. Mi abuela fue ama de casa, sí, pero leyó muchísimo, a muchas autoras.

Dentro del retrato de época quizá sea interesante hablar de esa sociedad que no aprobaba el franquismo, pero sí pertenecía a un sector conservador. Intuyo que ese es el perfil de su abuela. Así la describe.

Mi tía abuela Mercedes, pese a haber estudiado en un colegio de monjas y haber hecho el servicio social en la Falange, y pese a haber vitoreado, de niña, a Franco, desarrolló una desafección política hacia el régimen. En la novela hay un testimonio de desafección de un adoctrinamiento, en este caso de la dictadura. Y por otra parte se contextualiza el motivo de las cosas, por qué sucedían.

Es esa población que apoyó el régimen, pero luego se desencanta de él.

Así es. Ese desencantamiento está en la novela.

Nos vamos ahora a los años noventa, el otro tiempo de No volverán tus ojos a mirarme. Este tiempo de la narración arranca en un verano, estación propicia para la literatura, no sé si por la nostalgia, por lo que ahí vivimos de niños o adolescentes…

El verano es el momento del descanso. El momento en que escapamos de la rutina. Algo muy novelesco y muy cinematográfico. Esta novela me la imagino de una manera muy visual. Ese verano de la infancia. Esas playas de Cádiz: Bolonia, la Caleta… En contrapartida está también el otoño, que en estas páginas es la adolescencia.

Pero ¿por qué esa nostalgia implícita en los veranos?

Es la nostalgia de las mejores cosas de la vida, esas que pasan tan rápido y que se nos escapan.

Los veranos de la infancia son el principio del fin, ¿no?

Sí, sin duda.

Se percibe en esta novela que usted admira a la generación de sus abuelos.

En muchas cosas sí. En la solidez del sentimiento, por ejemplo. En este momento de vivencias líquidas parece que todo vale. Cuando hay una ruptura todo el mundo dice que, bueno, hay muchos peces en el río. Todo se abarata mucho, el sentimiento también. En cambio, mi abuelo decía que si mi abuela no lo quería, él no se casaría nunca. Era todo más intenso. Mi abuelo cumplió con todas las promesas que le hizo a mi abuela. Admiro también ese valor de la palabra. Y cómo mi abuelo la cuidó. Cómo se cuidaban ambos es algo digno de admiración.

Pero esa visión de las relaciones sentimentales de nuestros abuelos me lleva a una reflexión: ¿Era así de idílico o estas relaciones se basaban en la dependencia económica, o en la convención social?

En el caso de mis abuelos era una dependencia. Pero mi abuelo salvó a mi abuela. Ella venía de una casa donde no tenía muchos recursos. Mi abuelo le dio afecto y fue generoso con lo material. A mi abuela la sacaron pronto de la escuela para no gastar. Le echaban en cara sus dispendios. O le decían que cómo iba a pasar un invierno más en casa —cuando mi abuela no tenía ni veintidós años—. Sin embargo, a los hermanos de mi abuela sí les permitieron estudiar o hacer una carrera larga, en concreto uno de ellos hizo la carrera de diplomático.

Seguimos, ahora con un tema más denso. ¿Construir el pasado desde nuestra memoria personal no es una forma de engañarnos?

Siempre que se recuerda algo se añade una lectura o una interpretación. Quizá sea imposible respetar el pasado, sí. Pero lo importante para mí era hacer un recorrido por un sentimiento. Un recorrido por cómo dos personas pasan de ser amigos a una pareja al borde del matrimonio. Esa construcción del sentimiento es lo que me importa, o la construcción de una relación.

¿Cómo describiría los años noventa?

Como una época donde todo nos parecía posible. Había una positividad que luego se perdió. También una ingenuidad. Tampoco puedo hablar mucho de la época, porque nací en el 86 y estoy condicionada por la infancia. Pero un poco al hilo de esto, sí me interesaba vincular ciertas noticias del periódico a las vivencias de la protagonista, para reflexionar sobre la intrahistoria. Cómo los grandes titulares de la vida no se corresponden con los grandes titulares de un periódico. Y cómo cuando leemos un libro o un periódico hacemos una lectura en clave muy personal.

Una novela sobre un amor. No sé si Marta Barrio me puede dar una definición del amor.

El amor es aquella persona irremplazable en tu vida.

Escribe en la novela que el amor siempre nos sobrevive. Como si fuese nuestra mayor obra.

Sí. En el caso de mis abuelos, el amor ha sobrevivido en seis hijos, trece nietos y ya cinco bisnietos. Y ha sobrevivido en este libro. Y en las cartas.

Lo que no ha sobrevivido es el Premio Almudena Grandes, del Ayuntamiento de Sevilla. No sé si sabe que lo suprimieron. Es usted la única ganadora.

Es una pena. Creo que debería haber pactos de Estado a favor de la cultura. De los artistas, de la creación. Es una broma lo de la cultura en este país. Cuando vas a hacer la declaración de la renta puedes declarar bienes mineros, y no derechos de autor, algo que parece no existir. Deberíamos apoyar más la cultura y a nuestros creadores. Me parece una lástima que se pierda el Premio Almudena Grandes. Y sobre todo que no haya una alianza en favor de la cultura. Ahora que estamos viendo censuras a obras, por ejemplo, de Virginia Woolf que, a ver… Me parece anticlimático.

¿Vivimos en una involución?

Creo que sí. Estoy viendo cosas que no esperaba ver, cosas que me parecen terribles. Deberíamos tener más presente el derecho a la libertad de expresión. Deberíamos recordarlo más.

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