Entrevistas

Carlo Greppi: «Vivimos un mundo que santifica la ferocidad, el desprecio, la provocación»

Carlo Greppi, autor de «El hombre que salvó a Primo Levi». / © Editorial Crítica

El historiador italiano Carlo Greppi (Turín, 1982), autor de numerosos ensayos sobre la Resistencia italiana, así como miembro del Istituto Nazionale Ferruccio Parri, editor, novelista y colaborador en diversos medios de prensa, ha reconstruido en su último libro la historia de un atípico albañil que, sin saberlo, ha pasado a la historia por ayudar a Primo Levi a no morir de hambre en un campo de concentración nazi. Se llamaba Lorenzo Perrone, y el libro se titula El hombre que salvó a Primo Levi (Crítica, 2023). Entrevistamos a su autor en un hotel de Madrid.

Aunque la pregunta pueda resultar redundante, tengo que empezar por el principio, sobre todo por quienes aún no han leído tu libro. ¿Cómo llegas hasta Lorenzo Perrone?

Me bastó con ver un vídeo de Primo Levi en el que se emociona cuando habla de él —Il coraggio e la pietà (Nicola Caracciolo, 1986)— y caí fulminado. Después uní todas las piezas y comprendí lo importante que debió ser Lorenzo para que Levi sobreviviera.

Diría incluso que fue algo más que su supervivencia.

Fue muy importante también para su pensamiento, sobre todo por permanecer grapado a la esperanza de que la humanidad fuera capaz de grandes gestos: cuidados, amor, solidaridad.

¿Cuándo se estrenó ese documental?

La entrevista se lanzó pocos meses antes de su muerte, lo que le añadía un cierto valor, y poco a poco, en un rincón de mi cerebro, fue convirtiéndose en un proyecto. Empecé a buscar, a leer, a recopilar cosas y, ya con todo el material en las manos, comencé a ponerlo todo en orden, su obra y lo que había en torno a ella. Primero se convirtió en un proyecto real; después, como a lo mejor has podido comprobar, en una obsesión.

Me siento identificado con ese trabajo que has llevado a cabo intentando encontrar documentos, información, testimonios de quien lo ha conocido… con lo que después, finalmente, en la mayoría de los casos, no has encontrado satisfacción. ¿Cómo ha sido a nivel personal enfrentarse a algo así?

Digamos que llego a un pacto con el lector, y de hecho lo digo al comienzo: quizá esta sea una biografía imposible, porque ¿cómo haces para reconstruir una vida que ha dejado poquísimas huellas físicas, tanto tiempo después, etc.? Decido contar también el resultado de las pistas falsas. Claro, a veces hay mucha frustración, pero también es lo bonito del laboratorio del historiador, del detective, en definitiva, de quien indaga o se propone excavar.

En ese sentido, es un caso perfecto, de hecho.

Exacto. Es un prototipo. Si no tuviéramos a Primo Levi, tendríamos cuatro documentos y… pero en cambio tenemos un arquitrabe muy sólido y, desde aquí, podemos retomar la vida de Lorenzo. Te pongo dos ejemplos de esa hipotética frustración. El primero, cuando me pregunté si tenía sentido indagar sobre dónde y para quién había trabajado en Francia en los años 30. Tenía una región enorme de la Francia mediterránea alpina donde sabía que había trabajado, como otros centenares de miles de italianos; tenía un eje cronológico más bien amplio y tenía que invertir meses de mi vida para investigar qué empresas italianas desarrollaban ese tipo de trabajo, y todo para qué, ¿para encontrar un nombre en una lista? Olvídalo. La misma cosa me sucedió con Peruch, su compañero de trabajo. Peruch es un apellido muy difundido en el Friuli, y yo me puse a llamarlos a todos. Pasaba días enteros al teléfono, y nada. Pistas falsas, nada, nada, nada, y días después me dije: espera, porque a lo mejor ni tan siquiera se llamaba Peruch (el mismo Levi cambiaba frecuentemente de nombre).

Bueno, lo intentaste.

Claro, soy un ser humano. Y es curioso, porque después aparecen cosas sin ningún esfuerzo. Si tú cuentas los vacíos, sin exagerar, estás contando cómo funciona una investigación, que a veces te regala una fuente increíble sin haberla buscado y, en otras, no sucede nada. Todas esas horas ojeando y ojeando documentos, esperando encontrar algo y, al final, se traduce tan solo en una línea del libro. Es así.

Volviendo al libro y a Lorenzo, quería hacerte una pregunta inevitable que quizá también resulta retórica. ¿La cultura nos hace más humanos?

Te respondo en oblicuo. Cuando salió el libro en Italia, en marzo, hubo una reacción de asombro que puede sintetizarse en esta pregunta: ¿cómo es posible que una persona así, iletrada, casi analfabeta, sea capaz de tanta bondad? Decidí afrontar esta pregunta públicamente diciendo que, por un lado, esconde un elitismo totalmente intolerable, y por otro, que la verdadera pregunta que debemos hacernos (y aquí estoy de acuerdo contigo) es: ¿cómo es posible que Weimar produzca el nazismo? ¿Cómo es posible que hombres de poder, burgueses, hayan sido cómplices de esta máquina y, sin embargo, millones de personas corrientes, pobres muertos de hambre, campesinos, trabajadores, desocupados, se hayan manchado las manos y hayan escondido en establos, en graneros, en buhardillas, a millones de personas perseguidas? Porque el grueso de los que se salvaron, se salvó gracias a la gente común.

¿Y la cultura entonces?

Tal como la entiendo yo, la cultura debería ayudarnos a ser mejores personas, sobre todo si la entendemos como la educación que nos conduce a la solidaridad, a la empatía, a sentirse parte de la familia humana, en un planeta que queremos seguir habitando, etc.

En un libro como En el castillo de Barba Azul (1971), George Steiner reprochaba a T. S. Eliot haber sido capaz de escribir un ensayo sobre cultura (Notas para la definición de la cultura, 1948) sin tan siquiera mencionar el Holocausto. Tu libro, recorriendo la vida de Lorenzo Perrone, no solo es una paradoja, sino también la demostración y la respuesta a la pregunta de Steiner, es decir: ¿Perrone nos hace comprender qué significa la bondad en el mundo? ¿A qué nos puede ayudar un ejemplo de humanidad como el suyo? O dicho de otro modo: ¿Qué piensas y (qué sientes) sobre la bondad en el mundo de hoy?

Presente está presente. En este momento tengo amigos haciendo salvamento en el mar; justo ahora acaban de salvar a 99 personas, entonces… te diría que, presente, está presente.

Te lo pregunto de otra manera: ¿Lorenzo te ha enseñado algo?

Lo que yo he aprendido de él, y de otras figuras que amo, y de las que hablo en el libro, como Paul Grüninger, el policía suizo, que es uno de mis favoritos indiscutibles, es el bien radical, y esto falta en el mundo de hoy, en el mundo progresista, por entendernos.

¿Crees que la política influye en ello?

Hay un cierto tipo de política (y de cultura) que alude al hecho identitario, etc., etc., donde no hay margen de compromiso, porque las demás vienen rechazadas radicalmente. Sería aconsejable abandonar ese tipo de política, pero lo digo yo, que investigo, que escribo libros, que me cruzo con muchísimos estudiantes, que he puesto en marcha un montón de iniciativas públicas, intentando enseñar lo que hago, pero los que están en el mar, salvando a personas, impidiendo que se ahoguen, ellos son el verdadero bien.

Sé que también has escrito sobre la Resistencia armada italiana…

En Italia la Resistencia adquiere una posición totalmente transversal, de radicalidad. De alguna manera, el fascismo supo producir una oposición que, poco a poco, ha llegado a otra radicalidad, al rechazo total con el compromiso con los fascistas, y fue estupendo; eso sí, hoy también se echa mucho de menos. Una figura como Lorenzo, con su forma de ganarse la vida, veinticuatro horas al día, sin alternativa alguna de evasión, de fuga o de escape, debería enseñarnos algo.

El historiador y escritor Carlo Greppi. / © Editorial Crítica

El libro me ha sugerido muchas cosas, pero una especialmente conmovedora ha sido la nobleza. La nobleza de Lorenzo Perrone que nos hace conscientes de ser humanos.

Eres la primera persona que me lo dice, y me tocas la fibra con esto, porque siempre que escribo el adjetivo «noble» pienso en ello; no lo verbalizo, pero lo pienso. En italiano es un adjetivo precioso, aunque sus raíces son algo embarazosas. Aun así, es un sinónimo de «puro», forma parte de las palabras puras. Quizás deberíamos depurarlas utilizándolas con personas como Perrone, porque esta es la verdadera nobleza, la nobleza del alma. Es muy bonito. Gracias.

Por lo demás, ahora que no nos ven tus editores, debo reconocer que el título original del libro, Un uomo di poche parole (Un hombre de pocas palabras), me gusta más que el de la traducción española.

«Un uomo di poche parole» es como inicia Primo Levi aquella entrevista, es lo que está escrito en la placa conmemorativa de Fossano de 2004 y es la definición perfecta de Lorenzo.

Hablando de Levi, ¿cuál crees que es la actualidad de Primo Levi en Italia, en los estudios internacionales, en el ámbito académico, en la vida cotidiana?

Intentaré no divagar demasiado. Digamos que, desde siempre, ha sido un pasaje obligado en la formación de la generación precedente a la mía, incluso diría un doble pasaje, primero en secundaria y después en la universidad. Aún hoy lo sigue siendo, sobre todo Si esto es un hombre, pero lo cierto es que los libros de Levi siempre están presentes. Curiosamente, en verano se recomienda y se lee mucho.

Salvando las distancias con Italia, yo no veo con tanta frecuencia libros de Primo Levi en España.

Mi impresión es que el mundo adulto no lo lee o no lo ha leído. Muchas personas me han dicho que no lo leían desde hacía veinte, treinta, cuarenta años. No quiero parecer un moralista, pero no es suficiente haber leído a Primo Levi con dieciocho años, ¡reléelo! Es una de las obras más importantes de la producción humana del siglo XX, ¡reléela de adulto!

A mí siempre me ha parecido una figura literaria constreñida al ámbito escolástico o universitario. Muy presente en determinados círculos de la vida intelectual, pero ausente en la vida cotidiana.

Tuvo una fama creciente solo en Italia (quizá también en Alemania) y, desde los años 70 hasta su muerte, se produjo una explosión y se convirtió en un autor global. No soy un experto en la recepción de la obra de Primo Levi, pero sigue siendo una figura muy vinculada a su condición como testigo, menos reconocido como autor literario y, sobre todo, como antropólogo, etólogo o filósofo. Una mirada extraordinaria sobre el ser humano, sobre las cosas de las que somos capaces, eso es Primo Levi. Pero le sucedió como a Hannah Arendt y la «banalidad del mal», que se convirtió en un reportaje y no se atendió a sus obras. En el caso de Levi, por ejemplo, está I sommersi e i salvati (Los hundidos y los salvados), que tiene un peso específico insustituible y que no era solo un testimonio, sino un testamento espiritual donde nos cuenta cómo funciona perfectamente el ser humano, con casos de estudio.

Cuando he leído tu libro me han venido otras preguntas a la cabeza. ¿Es Primo Levi el ejemplo de cómo debe afrontarse una tragedia?

No soy psicólogo, pero probablemente el pensamiento de Levi nos enseña a descodificar la realidad y a saber encontrar las palabras con las que describir situaciones dramáticas y traumáticas que, dentro del ámbito de la historia que le ha tocado vivir, el ser humano ha experimentado. Levi encuentra, con su mirada de científico, otra manera de vivir, porque está observando lo que está sucediendo, es decir, lo está estudiando como un experimento científico. Quizá, una de las razones por las que Lorenzo termina destruido, triturado por aquella experiencia, es que él no lo trabaja [como Levi].

Y otra sugerida por el caso de Lorenzo, quizá algo siniestra, pero que considero necesaria: ¿Necesitamos una catástrofe de esta envergadura para poner a prueba —para demostrar— nuestra humanidad?

Esa es, precisamente, la razón por la que me ocupo de estas cosas. Hay una frase atribuida a Mark Twain que dice: «La Historia no se repite, hace rimas». La cultura, tal como la entiendo yo, debería enseñarnos a reconocer las rimas, a tener los instrumentos para leer la realidad. Es cierto que el pasado puede servirnos como inspiración para el presente, pero por un lado piensas cómo habrían actuado hoy Perrone, Levi, Semprún… y por otro te preguntas: ¿Cómo queremos ser recordados? ¿Como aquellos que callaron cuando estaba sucediendo aquello, o como aquellos que rechazaron radicalmente lo que estaba sucediendo? Tu presente está en el medio de estas dos proyecciones, pero la Historia sirve precisamente para esto: saber que hoy puede inspirarnos y que mañana nosotros no estaremos.

No quiero parecer un moralista apocalíptico, pero a mí me falta esa humanidad, esa sencillez, me gustaría que fuéramos menos culturales y más humanos, que fuéramos menos aire y más tierra…

Lo entendemos mejor quienes nos encargamos de la cultura, también la frustración, porque nos ocupamos de cosas hermosas e importantes que tienen su profundidad y después, el mundo en que vivimos, no se da cuenta. Te entiendo.

Sobre todo me falta sentido, el sentido de las cosas en general, y no me refiero al sentido intelectual (elocuencia, retórica, discurso, ideología, etc.) sino a las relaciones humanas, a las relaciones públicas, a la forma en la que nos relacionamos. Por eso el caso de Lorenzo, por encima de cualquier otra cosa, tal vez demuestra que nos hemos olvidado de lo más importante: ser seres humanos.

Voy a lanzarte una provocación…

Por favor.

Piensa cuántos Lorenzos habrá hoy, ahora, de los que no sabemos nada. Y que quizá, setenta años después, llegará alguien y nos lo hará saber.

Tampoco nuestro ritmo de vida nos permite mucho más.

Vivimos un mundo que santifica la ferocidad, el desprecio, la provocación, herencias todas del fascismo. En definitiva, son todos los que hacen ruido. Y no son mayoría, pero lo parecen, y esto nos hace tener la sensación contraria a la realidad. En el mundo que vivo yo, tengo necesidad de comunidad, de solidaridad, de cuidado, absolutamente desde abajo (y no necesariamente representada políticamente).

Hoy la relación entre ciudadanía y política es difícil. Yo considero fundamental la política y, sin embargo, el parlamentarismo me parece una auténtica enfermedad.

Lorenzo era un anarquista de manual. Su carácter era el de un verdadero anarquista, es decir, no tenía la cultura política para saber bien qué estaba pasando.

Tampoco tenía ninguna necesidad…

Cierto. Sencillamente hacía y vivía. Y siempre existía un rechazo hacia el poder y la representatividad. A mí me fascina.

Quería preguntarte, ahora que en España se está debatiendo la inclusión de otras lenguas en el Parlamento, ¿cómo es la realidad de los dialectos en Italia?

Los dialectos en Italia son lenguas, y creo que se están perdiendo, pero a pesar de todo, reconozco que todo identitarismo es al final una forma de nacionalismo. Es evidente que el germen de la identidad ya está ahí. Es peligrosísimo. Yo prefiero no razonar así, no me gusta, y soy consciente de que en determinadas situaciones de opresión pueda tener una fuerza considerable, pero a veces son reivindicaciones inventadas por los propios opresores. Todos los problemas vienen después. Es delicado mantener un equilibrio entre una cultura local, que ha de ser cuidada, y no hay nada de malo en ello, y hacer de esa cultura una presunta identidad que a veces no existe, que puede traer conflictos, con la que se puede prevaricar…

Bueno, el fútbol también podría ser identitario.

De hecho, basta el color de la camiseta, hacer que los otros sean los enemigos. Pero la Historia y los estudios han demostrado que el nacionalismo es una pura invención, y creo que poco a poco todo el mundo lo entenderá. Muchas personas creen que las naciones existen por su propia naturaleza, y están dispuestos a morir, a matar, a dejar morir, en nombre de algo que propiamente no existe. Pero el poder de la imaginación puede convertirse en una realidad.

Quería decirte, por ir acabando esta entrevista, que me parece un libro misterioso porque hablas probablemente del mayor misterio que existe actualmente en el mundo, que es la bondad. Quiero agradecerte el empeño porque es de un valor humano realmente inmenso. Enhorabuena y gracias.

Gracias a ti, porque me acabas de hacer comprender en este momento que, si me hubieras dicho esto hace dos años, quizá no lo hubiese escrito. ¿Quién soy yo para escribir sobre la bondad?, me pregunto. Yo solo quería comprender quién era este hombre bueno.

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