Horas críticas

«El baile de los pájaros»: poesía para acercarse a las cosas y cuidarlas

Desde el principio de los tiempos, la palabra la palabra creadora de la poiesis ha tratado de explicar el sentido del mundo. No es otra cosa la literatura o la filosofía. En su Teogonía, Hesíodo construyó un relato genesíaco a partir del origen de los dioses; siglos después, en el convulso I a.C., Lucrecio versificó en hexámetros la necesidad de contar con átomos y vacío para mostrar el funcionamiento de las cosas al margen de los dioses, existentes estos, aunque distantes de las minucias humanas. Se podría decir que Basilio Sánchez, en El baile de los pájaros, está más cerca del sentido material de Lucrecio que de aquel Hesíodo de la Teogonía, pues el poeta de Cáceres se detiene en el funcionamiento menudo de la naturaleza, en el goce de lo inmediato que le rodea, en la estima del instante en el que existe.

¿Se ha desterrado a los dioses o se ha exiliado a Dios en la obra de Basilio Sánchez?, o de otro modo, ¿es un poeta materialista? No. No es el caso. En esta obra, la religión es un concepto fundamental que vertebra transversamente el libro; es su columna vertebral. Entonces, ¿es un poeta de lo sagrado? Tampoco. Es la suya una religiosidad de la naturaleza de las cosas: de la purificadora nieve, de la noche y de la luz del día, de los trascendentales claros del bosque (cómo resuenan en ese metafórico espacio el aire del pensamiento de Heidegger, de María Zambrano, de Valente…). La Naturaleza más cercana es la religión que devuelve al poeta —no creo que aquí la voz poética esté muy lejos del poeta— al mundo, que lo re-liga o lo vuelve a ligar al presente. En ella lee, como si de un gran texto en el que se escribe el destino se tratara, la esencia de la vida.

Para acercarnos a esta poética, véase cómo el poeta se deleita en «los álamos del río», tan inevitablemente machadianos, en los animales y en las nubes, en los árboles y en la tierra. Este es el escenario en el que trascurre la acción del poemario que, por otra parte, es prácticamente inexistente, pues estamos ante un libro de contemplación ascética, de quietud y de silencio concepto este capital, del que nos ocuparemos más adelante. Dividida la obra en tres partes enumeradas con números romanos y cada una de ellas compuesta por diecisiete poemas, la primera justifica el panteísmo la divinidad está presente en todas las cosas y, por tanto, el inmanentismo que late en cada verso. Digamos que Basilio Sánchez se vale del pensamiento místico, si bien lo despoja de toda trascendencia posible.

Es la figura de un caminante que atraviesa la oscuridad de la noche (otro guiño intertextual con San Juan de la Cruz es el «aunque es de noche» de “La fortaleza”) y que aspira a llegar al hallazgo de las grandes preguntas sobre la vida y sobre la muerte. Pero no encontraremos respuesta más que en el instante, único espacio de la eternidad. Todo cuanto existe es lo cotidiano presente; y el futuro, una entelequia. Queda el pasado, que en el mundo de lo irreal, en cambio, es recuperado a través de la memoria, la buena memoria que ilumina el presente. Vemos a través de lo que hemos visto, de lo que hemos vivido: «No hay visión sin memoria», dice. No está exenta esta memoria del sentido primigenio de la visión del mundo, del arrobamiento del que mira por primera vez, la mirada inocente del que contempla desde la ternura y desde la inocencia. He aquí todo un ideal humano, una utopía frente el ruido de lo superficial.

Basilio Sánchez, autor de «El baile de los pájaros». / Foto: Maribel Muriel — Pre-Textos

También el poeta se acerca, a través de la poesía, al misterio, a lo inefable y a lo desconocido. Por eso, la palabra poética se yergue como la herramienta más eficaz para iluminar las cosas. Y de ahí la perspectiva fenomenológica de acercarse a la cosa en sí, tras pasar su peculiar mirada por la superficie del mundo en torno. Este espacio y este tiempo de oscuridad y de noche son luminosos, del mismo modo que el silencio del mundo y del lenguaje es dador de sentido. Gracias a la poesía, poeta y lector acceden al conocimiento, hallado en la raíz profunda del silencio de la escritura: «el silencio de Dios es el silencio / de las cosas». Dios y cosas en armónico panteísmo. En última instancia, el silencio es otra forma de expresar la muerte.

Somos simplemente; somos, y eso basta. Somos muy poco y gozar de la vida es tomar conciencia de la simpleza de ser un corpúsculo que fluctúa entre el espacio y el tiempo en la tarde serena del alma, en el sosiego del silencio como forma de expresar la muerte, por la que acabará preguntándose tras tomar conciencia quevedesca de que los muros de su patria-cuerpo se están desamorando. El tiempo, infalible, hace sus estragos y nos humaniza. Sobre qué quedará tras la muerte, quizás nos lo hubiera adelantado ya al principio de la tercera parte, cuando la esperanza era expresada como un mundo mejor que está por llegar. La esperanza, desde la perfección de lo simple, desde la oda a lo cotidiano, a lo menudo y a lo natural, se despliega como un inmenso abanico que acaba regalando, página a página, el fresco aire de los sueños.

La becqueriana diferencia entre poesía y poema, entre lo que se quiere decir en la poesía y lo que se dice finalmente en el poema, contextualiza los metapoéticos versos de El baile de los pájaros:

Escribir es trabajar con las manos.
Yo lo hago por agradecimiento, por respeto,
por un deseo profundo,
de acercarme a las cosas y cuidarlas.

 


 EL BAILE DE LOS PÁJAROS
Basilio Sánchez
PRE-TEXTOS
(Valencia, 2023)
96 páginas
18 €

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*