Entrevistas Analógica

Paco Calvo: «Nos preguntamos qué significa que una planta sea inteligente, pero no que un humano lo sea»

Paco Calvo, autor de «Planta Sapiens». / Fotos: Servicio de Publicaciones Universidad de Murcia

Paco Calvo (Barcelona, 1971) es un investigador singular. Por su formación, por lo que estudia y por cómo lo estudia. Es un filósofo que indaga en la inteligencia vegetal con un acercamiento tan riguroso como lúdico, en el mejor sentido en ambos casos. Como científico, desde que se doctoró en Glasgow en 2000, ha abordado la posibilidad, cada vez más consolidada, de que las plantas sean seres sintientes e inteligentes, en tanto que son capaces de memorizar, desarrollar comportamientos anticipatorios o establecer estrategias colectivas, entre otras muchas y sorprendentes cosas. Su mirada, sin embargo, lejos de estar constreñida por lo específico de su campo de estudio, tiene la amplitud y la frescura de la mirada curiosa de un niño que se hace preguntas tan sencillas como radicales.

Para poder desarrollar sus ideas y su trabajo experimental fundó en 2015 el MINT Lab (Laboratorio de Inteligencia Mínima) en la Universidad de Murcia, algo que también nos habla de su singularidad. No ha tenido que buscar la sombra de una gran universidad norteamericana o europea. Tuvo la idea y la hizo crecer al lado mismo de su huerta. Así que, al final, fueron los americanos los que tuvieron que visitarlo a él en Murcia: hasta 2022, uno de sus financiadores principales fue el Departamento de Defensa de los Estados Unidos.

Ahora que el mundo está patas arriba, que lo mismo se cuestionan derechos conquistados que se defiende sin sonrojo que la Tierra es plana, conviene prestarle atención tanto a los científicos como a los niños. A los primeros porque han construido el mundo en el que vivimos y ya preparan el mundo futuro. A los segundos porque son, al parecer, los únicos capaces de ver ese mismo mundo sin sesgos, prejuicios ni dogmatismos.

Seix Barral acaba de publicar Planta Sapiens, el libro en el que expone sus ideas y que ya ha recibido excelentes críticas en medios como The New York Times o The Guardian.

Usted es un filósofo inmerso en el estudio de las plantas, un ámbito en el que estamos acostumbrados a ver a científicos de otras ramas: biólogos, taxónomos, botánicos, fisiólogos, biólogos moleculares, etc. Permítame la pregunta: ¿Qué pinta un filósofo entre plantas?

Una vez di una charla que se titulaba, precisamente, «¿Qué hace un filósofo como tú en un sitio como este?». En aquella época vivía con la sensación de que tenía que excusarme continuamente por hablar de ciencia desde la filosofía, hasta que un día me di cuenta de que era justo al revés: no es que no pudiera investigar la inteligencia vegetal por ser filósofo, sino que podría hacerlo gracias a que lo era.

En este sentido siempre recuerdo el caso de Orson Welles. Cuando rodó Ciudadano Kane tenía veinticinco años y muy escasa experiencia como director. Fue una película revolucionaria por su lenguaje, sus movimientos de cámara, su banda sonora, etc. Dos décadas más tarde un periodista de la BBC le preguntó cómo había sido capaz de hacer algo así y su respuesta fue: «The freedom of ignorance», la libertad de la ignorancia. No es que fuera un genio, es que, simplemente, cuando se puso, no sabía que lo que estaba haciendo no se podía hacer.

¿Me daría un ejemplo concreto de cómo ha aplicado usted esa estrategia de Welles?

Pensemos por ejemplo en los rudimentos del aprendizaje. Si un investigador científico se pregunta en qué lugar del árbol de la vida reside la habilidad para aprender, lo primero que pensará será en un modelo animal y trabajará, por ejemplo, con ratones de laboratorio. Como el ratón comparte con nosotros su condición de mamífero, podemos pensar que las conclusiones pueden ser proyectadas sobre nuestro modelo de aprendizaje. Yo, desde mi disciplina, que es la filosofía, he abordado esa pregunta de otra forma: ¿Puede una planta aprender? ¿Puede comportarse, por ejemplo, como el perro de Pavlov? Si yo no fuera filósofo, tal vez no me habría aproximado a la cognición desde esa mirada nueva que, quizá, pueda revelar aspectos que una aproximación a través de un modelo animal no esté revelando. He hecho, en definitiva, lo mismo que Welles: hacerlo antes de saber que de esa forma no se podía hacer.

En el libro alude usted a ese valor de la ignorancia a través de la figura de Sydney Brenner, premio Nobel de medicina.

Así es. Brenner se refiere a las posibilidades de la ignorancia con un matiz diferente al de Welles. Él dice «The power of ignorance», el poder de la ignorancia, para referirse, a fin de cuentas, a lo mismo que el cineasta. En los años 70 Brenner estaba en el Cavendish, el laboratorio de Cambridge donde se estaba cociendo todo lo que conocemos hoy como biología molecular. Él es uno de los padres de esa disciplina y estaba acompañado por muchos otros investigadores brillantes. El caso es que llevaban mucho tiempo atascados en un problema de biología molecular que no conseguían resolver. Apareció por allí un investigador visitante, ingeniero o informático, no recuerdo bien. Alguien, en cualquier caso, ajeno a la biología molecular. Y con toda la ingenuidad del que pasa por allí dijo: ¿Por qué no lo pensáis de esta otra manera? A nadie se le había ocurrido un enfoque diferente, una pregunta distinta formulada desde un contexto diferente. Aquella aproximación heterodoxa fue lo que les permitió desbloquear la situación.

Habla usted en el libro de conceptos novedosos para el profano que suenan provocadores: inteligencia vegetal, comportamiento social de las plantas, memoria, pensamiento estratégico o sistemas fitoneuronales, por ejemplo. Quizá en el medio científico en el que usted trabaja sean conceptos de uso normal. En este sentido le pregunto: ¿Sabe usted cómo han leído este libro sus pares científicos?

Cuento en el prefacio que, de alguna manera, me preocupa la recepción que el libro pueda tener tanto en positivo como en negativo. Por un lado, están los que rechazan la tesis como algo descabellado sin siquiera considerarla. Por otro, los que la reciben con los brazos abiertos antes de darme tiempo a argumentar o tratar de explicar por qué pienso que es plausible o que merece la pena dedicar el tiempo de investigación a desentrañar el misterio de la inteligencia en formas no neuronales de vida, por ejemplo, en plantas.

Ambas posturas me parecen igual de peligrosas y ambas las he encontrado tanto en un entorno científico como en las humanidades, las ciencias sociales o el arte. En el campo científico, específicamente, ha habido un rechazo frontal desde esa ortodoxia dominante, particularmente desde la fisiología vegetal. Hay una especie de cruzada de algunos autores para cancelarnos. Han llegado a publicar un artículo en el que piden a las agencias de financiación que no apoyen nuestra investigación y a las revistas científicas que no publiquen nuestros artículos, porque, dicen literalmente, somos un peligro para los jóvenes investigadores ya que podemos desviar su atención y también los recursos económicos del sistema en financiar proyectos que para ellos no tienen sentido.

En mi opinión, para que la ciencia funcione bien tiene que estar abierta a lo que en principio puede parecer descabellado. De lo contrario estaríamos todavía con Ptolomeo, seguiríamos siendo geocéntricos, seguiríamos mirándonos el ombligo. Yo no pretendo convencer a nadie de mis conclusiones, muchas provisionales. Simplemente pido que me dejen hacer preguntas.

Considerando estas dos posturas de las que habla, ¿cuál sería su interlocutor perfecto y, en el caso de Planta Sapiens, su lector perfecto?

En mi opinión, lo importante en ciencia es disponer de buenas hipótesis de trabajo, lo que implica considerar todas las hipótesis alternativas. A partir de ahí, formular posibles proyecciones, desarrollar el trabajo experimental y hacer las observaciones de campo necesarias. Considero que no tiene ningún sentido pelearnos antes de recabar datos o tratar de contrastar nuestras hipótesis científicas como si ya supiésemos cuál va a ser el resultado.

Dicho esto, para mí el interlocutor o el lector ideal es aquel que tiene una visión suficientemente crítica y a la vez abierta como para considerar la posibilidad de cómo serían las cosas en el caso de ser cierta la hipótesis de trabajo planteada. ¿Es operativa, es plausible, es funcional?

Pensemos en la historia de la ciencia. El progreso científico ha supuesto un bofetón detrás de otro: Ptolomeo, Galileo, Newton, Darwin, etc., todos han ido rebajando nuestra posición en el mundo. Nos han hecho saber que solo somos una especie más y eso es parte del problema: creernos especiales. Por tanto, me gustaría tener un lector-interlocutor que entendiera que no somos tan especiales. Con independencia de que después las hipótesis de trabajo relacionadas con la inteligencia vegetal queden refutadas o confirmadas, me interesa ser capaz de poner la pregunta sobre la mesa y hacer el trabajo que hay que hacer para darle una respuesta, sea positiva o negativa.

Hablando de detractores, usted les dedica bastante espacio en el libro. Describe el ambiente académico como competitivo, vehemente, feroz, etc. Pero también les tiende la mano en todo momento, en beneficio del conocimiento mutuo y general al que debe aspirar la ciencia. Suena muy bien, pero ¿no es un planteamiento algo ingenuo?

Soy consciente de que la propuesta es ingenua y de que no es así como trabaja la ciencia. Lo primero que hay que considerar es que cuando proponemos una hipótesis científica lo que tratamos de hacer es conseguir conocimiento a través de lo que se llama una inferencia a la mejor explicación. Observamos, recabamos unos datos y luego buscamos la hipótesis que mejor dé cuenta de esos datos recabados. Cuantas más hipótesis descartemos, más robusta será la inferencia. Por eso, cuantas más visiones distintas, mejor para la ciencia. El progreso científico siempre es colegiado.

Usted se define en el libro como académico con «pedigrí híbrido», ¿podría extenderse un poco sobre esta definición?

Mi formación ha sido muy heterodoxa. Antes de hacer filosofía empecé a estudiar ingeniería de telecomunicaciones y la dejé después de un año. En 2023 sigo sin móvil, así que está claro que no era una buena opción para mí. Ya con filosofía terminada, mientras hacía el doctorado, me di cuenta de que lo mío era la ciencia cognitiva. De la ciencia cognitiva pasé a la modelización de redes neuronales que, a finales de los 90, estaba de moda. De las redes neuronales artificiales solo hay un pequeño paso a las redes neuronales biológicas.

En mi opinión una planta es el modelo biológico perfecto para establecer esa comparativa entre sistemas artificiales y naturales. Es un sistema descentralizado, opera en paralelo, con toda la información plenamente distribuida, donde no hay un sistema nervioso central, no hay un cerebro. Buscando modelos biológicos no neuronales es como pasé de la filosofía a la ciencia cognitiva.

Dicho esto, me preocuparía tener un pedigrí convencional donde te formas en un campo de estudio y solamente haces el tipo de preguntas que se hacen en tu campo de estudio y solamente respondes de la forma en que se suele responder desde ese campo.

Da la sensación de que ese perfil de investigador científico al uso le aburre.

Así es. Me parece bastante más interesante tener que hacer networking. Tener que hablar con gente que no es de tu campo, buscar el conocimiento avanzado fuera de él, hablar con gente de otras disciplinas.

Me sucede con el conocimiento lo mismo que con las fronteras geográficas. Me interesan esos lugares limítrofes porque ahí es donde se establecen los puentes, donde se da la comunicación entre distintas culturas, distintos grupos sociales. Lo mismo sirve en el campo de la ciencia. En las fronteras del conocimiento es donde está pasando lo interesante. Lo aburrido, lo ortodoxo, las preguntas cuyas respuestas ya conoces, se quedan en el centro de cada subgrupo.

Usted propone un punto de vista muy diferente a las aproximaciones tradicionales al mundo vegetal. Desde esa óptica, el suyo es un libro plenamente contemporáneo en el sentido de que participa de muchas otras visiones que, desde la heterodoxia, cuestionan aquello que creíamos firmemente asentado. ¿Era consciente de esa resonancia entre su libro y su tiempo?

Soy consciente de que el campo de la inteligencia vegetal, con muchos libros publicados en los últimos quince años, está de moda. Pero incluso con respecto a ese material, considero que Planta Sapiens dice algo distinto.

¿A qué se refiere?

Me refiero a que hay una cosa que la literatura sobre inteligencia vegetal que conocemos a fecha de hoy no se ha cuestionado todavía, y es la imagen que tenemos de nosotros mismos. Quizá Planta Sapiens sea un libro revolucionario dentro de lo revolucionario. Es decir, esta literatura de la que hablamos se preocupa por entender qué puede significar que una planta sea inteligente, pero no se está preguntando qué puede significar que un humano sea inteligente.

Pensamos que entendemos lo que es la inteligencia humana cuando observamos que somos capaces de manipular estados representacionales siguiendo reglas computacionales, por ejemplo. O que nos adecuamos a la metáfora del ordenador: tenemos un hardware, que es el cerebro, y un software, que es la mente. Siguiendo una serie de instrucciones somos capaces de hacer cosas con nuestra cabeza.

A partir de ahí hemos intentado encajar la ciencia cognitiva dentro de ese modelo que ya tenemos de nosotros mismos y que no cuestionamos. Por eso, cuando observamos que una planta, como un animal, también es capaz de seguir reglas computacionalmente inferimos la idea de que, como nosotros, tendrán su propio hardware y su propio software. Quizá deberíamos repensar qué quiere decir que nosotros seamos capaces de seguir reglas.

Usted dedica una parte importante del libro a intentar que el lector se ponga en el lugar de una planta. De algún modo se ha empeñado en que sea la montaña la que vaya hacia Mahoma.

Para poder entender en profundidad el modo en el que las plantas se comportan hay que renunciar a buscar analogías entre su comportamiento inteligente y nuestro modelo cognitivo. Y eso comienza cuestionando nuestro modelo de inteligencia. Pero como no lo hacemos, no conseguimos proyectar y aplicar ese modelo a las plantas, no sabemos ni por dónde empezar. ¿Dónde está la información guardada? ¿Qué hacen con ella? ¿Cómo la recuperan cuando la necesitan? ¿Qué tipo de reglas siguen?

En este sentido, para mí lo revolucionario ha sido decir: cuidado, que si repensamos en qué consiste la cognición humana y nos deshacemos de esos presupuestos que tenemos tan asumidos, de alguna manera vamos a darnos cuenta de que las plantas y los animales están en el mismo barco, hacen el mismo tipo de cosas, pero no porque inflemos la condición vegetal para hacerla más parecida al modelo que tenemos del Homo sapiens, sino porque repensamos qué es el Homo sapiens y lo desinflamos.

Lo que propone es revolucionario.

Puede ser una visión revolucionaria, aunque no necesariamente correcta. Insisto, en ciencia lo importante es poner las hipótesis sobre la mesa y después confirmarlas o falsarlas siguiendo el método científico. El modelo que propongo puede quedar falsado en el futuro, igual que cualquier otro modelo científico. Mi intención es tratar de comprender qué es aquello que nos une en el árbol de la vida, o sea, qué es aquello que nos une a todas las formas de vida. ¿Por qué estamos todos aquí? ¿Por qué somos capaces de hacer cosas y no extinguirnos? ¿Por qué seguimos pasando nuestros genes? Unos con neuronas, otros sin neuronas, unos con vida sésil, otros con vida móvil. Si lo pensamos desde esta perspectiva, quizá es bastante más revolucionario de lo que parece.

Hablando de futuro, ¿cómo cree usted que se leerá Planta Sapiens dentro de 20 o 30 años? ¿Será un texto visionario, un libro de referencia o la ocurrencia de un científico loco?

De momento me conformo con saber cómo irá de aquí al año que viene. Quizá para entonces ya esté hundido en la miseria y no haga falta esperar 30 años.

Ojalá venda usted millones de libros de aquí a un año, pero me gustaría que mirara a ese largo plazo porque lo que plantea en el libro es, como señalaba usted mismo, revolucionario y quizá esté usted en la línea de salida de esa revolución que puede estar comenzando.

Hay preguntas explícitas en el libro y preguntas que se intuyen leyendo entre líneas y que creo que son las más interesantes. ¿Hacia dónde vamos?, por ejemplo. Y vuelvo al antropocentrismo, a Ptolomeo, Galileo, Newton, Darwin, etc. Cada vez que hemos conseguido un avance científico, ha significado un jarro de agua fría para la imagen que tenemos de nosotros mismos: la Tierra no es el centro del universo; nosotros somos una especie más que ha evolucionado por selección natural; somos una canica azul en una esquina del universo. No somos gran cosa y eso no conseguimos terminar de entenderlo porque la imagen que tenemos de nosotros mismos es demasiado poderosa.

Me gustaría pensar que dentro de 20 o 30 años quizás estemos más preparados para darnos cuenta de que efectivamente no somos tan especiales y que las plantas tampoco son especiales por sí mismas. La semilla que se está plantando hoy tiene que ver con darnos cuenta de que no es nada descabellado plantearse que la inteligencia y la sintiencia tienen que ver con la vida en sí, no con una posición en la escala evolutiva. Y con la vida en sí me refiero a la vida unicelular, procariota, a los reinos eucariotas, hongos o protistas. O sea, cualquier forma de vida unicelular, multicelular, procariota, eucariota del árbol de la vida, por el hecho de estar viva, guarda en sí algo, un tesoro, del cual no conseguimos rascar más que la superficie.

Sus reflexiones parecen tener como fin la dilucidación del ser, estamos entrando en el terreno de la ontología.

Por supuesto. Todo esto conecta con cuestiones ontológicas y con principios metafísicos. Hay un posicionamiento que es preciso hacer: ¿Cuál es nuestra metafísica de fondo? Ante esa pregunta sí que creo que hay todo un edificio que se nos puede venir abajo. Y probablemente tarde más de 20 o 30 años en caer.

Para esto no creo que haya un libro que vaya a ser la clave de nada. Libros como Planta Sapiens son pequeñas piezas o ladrillitos que hay que ir poniendo. Es un granito de arena junto a otros granitos de arena.

Empiezo a entender qué hace un filósofo entre plantas. De hecho, ahora me parece imprescindible el diálogo entre la filosofía y la ciencia y entre todas las ramas de la ciencia para lograr un objetivo que parece que está lejos de alcanzarse debido, precisamente, a la parcelación especializada.

El valor de nuestra aproximación tiene que ver con la forma en que hasta ahora nos hemos acercado al estudio de la conciencia y de la cognición. Siempre las hemos investigado con sujetos humanos o buscando modelos que fuesen suficientemente similares a nosotros para que los saltos inferenciales no fuesen demasiado amplios, demasiado descabellados. Siempre hemos creído que la mejor forma de arrojar luz sobre nosotros mismos era buscando aquellos modelos animales que fueran suficientemente complejos, sofisticados o parecidos a nosotros como para que lo que aprendiéramos de ellos fuera extrapolable a lo que queremos aprender de nosotros mismos.

En nuestro caso la metodología es justo la opuesta: vayamos hacia los sistemas más distantes, que menos se parezcan a nosotros mismos, y veamos qué es aquello que compartimos. A mí eso me parece mucho más relevante porque podemos decirnos: si un modelo tan distinto a nosotros como es una planta, que no tiene neuronas, que no tiene sistema nervioso central, que no se desplaza, etc., es capaz de hacer todo lo que hace, ¿qué mejor pista sobre lo que nos puede unir?

En este sentido, escribe usted en su libro que se pueden establecer analogías valiosas y válidas entre la cognición vegetal y la animal. Para un lector no avisado, ¿podría citar algunas de las analogías más relevantes en su opinión?

Pensemos en cualquier competencia psicológica que solemos atribuir a humanos. La capacidad de anticipar, por ejemplo. Atribuimos esa capacidad a que podemos desplazarnos y a que tenemos un sistema nervioso central, una corteza cerebral y una capacidad computacional extraordinaria.

A una planta le va la vida en disponer también de esa capacidad de anticipación, precisamente porque no se desplaza. Necesita tener la capacidad de adelantarse al peligro que pueda venir en el futuro. La planta, como cualquier forma de vida, tiene que explotar pistas, recabar información en su entorno y trazar una estrategia. Si en el futuro vuelve a faltarle alimento, por ejemplo, reducirá su metabolismo y almacenará recursos, como agua o azúcares, valiéndose de esa información que ha guardado.

Siguiendo con los atributos sorprendentes de las plantas que aparecen en el libro, habla usted también de inteligencia social de las plantas, ¿cómo diría que se manifiesta esa inteligencia social? ¿Podría darnos algún ejemplo?

Sabemos, por ejemplo, que hay sistemas de alerta temprana en plantas. Un herbívoro empieza a comer una planta y esta libera compuestos volátiles que hacen que las plantas circundantes secreten toxinas para repeler al herbívoro.

También se da comunicación electroquímica a través del sistema radicular. Incluso hay sensibilidad a campos magnéticos y eléctricos. En este momento, por ejemplo, está de moda la fitoacústica en la que se estudia la estimulación mecanosensorial, porque las plantas también perciben las vibraciones a través del suelo, a través del aire. En definitiva, hay una gran cantidad de canales comunicativos que las plantas explotan para intercambiar entre ellas información valiosa sobre lo que está pasando a su alrededor con el fin de protegerse, sobrevivir y prosperar.

Hace poco Pau Gasol ingresó en el salón de la fama de baloncesto en Springfield, Estados Unidos. Allí Tony Parker, que era otro de los reconocidos ese día, dijo algo así como: «Si cuando cuentas tus sueños no se están riendo de ti, es que no estás soñando lo suficientemente grande». Le propongo que sustituyamos sueño por teoría científica y risa por escándalo entre la comunidad científica. ¿Debe cumplir la ciencia con esa afirmación? ¿Es en la periferia de la ciencia donde se dan las mejores hipótesis?

Sí, pero con un matiz. Sería pernicioso pensar que, por el hecho de salir de nuestra zona de confort, vamos a encontrar la respuesta a la pregunta; por el hecho de que sea algo descabellado o que sea una hipótesis muy controvertida o revolucionaria, que no sea esperable desde la ortodoxia dominante, etc. El hecho de que eso sea así no te garantiza nada, no te da la seguridad de que tienes una buena respuesta, de que tienes un grado de conocimiento mayor. Pero es necesario ir hasta allí, insisto, aunque solo sea para descartar la pregunta.

Esa es la actitud que se espera de un joven y usted no es particularmente joven, lamentablemente. Sin embargo, sigue teorizando desde esa perspectiva, ¿cómo lo hace?

En el mundo académico hay una cosa que no soporto. Pides un proyecto de investigación, una convocatoria nacional, por ejemplo. Solicitas financiación al Ministerio o a la Unión Europea, pongamos por caso. En el proyecto de investigación, tienes que especificar los hitos del proyecto en un cronograma donde digas: en los primeros seis meses vamos a hacer esto y vamos a alcanzar este resultado; en los segundos seis meses vamos a hacer esto otro y vamos a alcanzar tales resultados. Y yo, cuando soy evaluador y leo uno de esos proyectos, lo primero que pienso es: ¿Para qué haces entonces la investigación? Si ya sabes que dentro de 18 meses vas a haber alcanzado este hito, publícalo ya.

Mi postura es que claro que hay que mantenerse jóvenes toda la vida, aunque yo prefiero expresarlo en términos darwinianos: no perder nunca la capacidad de maravillarse o la de ser curiosos. Eso es lo único que tiene que hacer un científico, ser curioso. Porque si eres genuinamente curioso, no vas a poder evitar salir de la zona de confort.

Hablando de curiosos y ya que cita a Darwin, su figura recorre todo el texto y da la sensación de que también su propia trayectoria como científico. Se ha hecho mucha ciencia desde desde mediados del siglo XIX pero usted reivindica su extraordinaria vigencia. ¿Diría que esa vigencia reside en su capacidad para empatizar, en su humanidad?

Siempre se ha dicho que Darwin era, entre comillas, muy mal científico. Que se dejaba llevar por sus intuiciones, que no tenía un buen control experimental, que hacía observaciones en su casa, que sus experimentos eran de juguete. Que su ciencia ni era ortodoxa, ni académica, ni canónica. Y creo que precisamente eso es lo que le salva, porque efectivamente fue un niño curioso, toda su vida jugando a tratar de entender la naturaleza.

Siento que, a fecha de hoy, por desgracia todavía no hemos entendido la revolución darwiniana en toda su extensión. Seguimos teniendo la imagen del Darwin de El origen de las especies y poca gente es consciente de la abrumadora cantidad de trabajo que hizo en botánica y que, en mi opinión, va mucho más allá de la idea de la selección natural.

Sucede a veces, cuando se lee a figuras históricas, que perdemos una parte del mensaje porque confundimos fondo y forma diciendo: así es como escribían, o como hablaban, en la Inglaterra victoriana. También tendemos a pensar que en aquella época los científicos eran románticos y no los leemos en su literalidad. Por ejemplo, cuando Darwin habla de que el ápice de las raíces es como el cerebro de un organismo inferior. Es fácil pasar de puntillas por ese fragmento que está al final de su libro, en el cierre. Así es como hablaban en el siglo XIX, nos decimos, sin darnos cuenta de que literalmente quería decir eso. Hoy la ciencia más avanzada confirma que era así, de forma literal, como había que entenderlo.

Le propongo una hipótesis descabellada. Elon Musk ha invertido 2.000 millones de dólares en resucitar a Darwin y lo ha llevado a Murcia para que hable con usted. ¿Qué le preguntaría y qué le contaría?

Lo primero que tengo que decir es que, como científico, me parece más plausible la hipótesis de la resurrección que la de que Elon Musk haya elegido Murcia. Dicho esto, me pilla de sorpresa y ahora mismo no se me ocurre nada que preguntarle. Pero deme tiempo.

Claro, tómese su tiempo. Continuemos. Usted fundó el MINT Lab en la Universidad de Murcia. En él trabajan, sobre todo, con la judía trepadora. En el libro cita a etólogas como Jane Goodall o Dian Fossey para apuntalar la idea de que es preciso observar a los sujetos de estudio en su medio para poder comprenderlos en profundidad. ¿Cuál es su trabajo fuera del MINT Lab?

Ahora mismo mi trabajo fuera del MINT Lab es conseguir trabajar fuera del MINT Lab. No es broma. Para lo que hacemos nosotros se requiere un tipo de financiación arriesgada que no pide resultados a corto plazo. Digo esto porque toda la investigación académica está pensada para los pequeños granitos de arena de una playa que ya conocemos. Pero si quieres irte a otros territorios, explorar otras fronteras, no hay más remedio que hacerlo de esta otra manera.

El trabajo fuera del MINT Lab requiere de observaciones de campo sistemáticas, rigurosas, pero con el mínimo de intervención. Como el proyecto que tenemos ahora mismo parado en las islas Mauricio, donde existen distintas especies de plantas trepadoras silvestres que nunca han tenido ningún tipo de contacto con los humanos, en el sentido de que su fenotipo no ha sido esculpido por la agricultura, por ejemplo. Podríamos aprender mucho de esos especímenes únicos, pero, para observarlos en su medio, hacen falta muchos recursos muy difíciles de conseguir.

Es bien sabido que la estupidez es frecuente entre los humanos pero, después de leer su libro, me preguntaba si es posible también la estupidez vegetal.

Desde luego. Algunas plantas son más listas que otras. Lo vemos claramente con la domesticación de las plantas a través de la agricultura. Nosotros, por ejemplo, trabajamos en el MINT Lab con la judía de enrame, una planta trepadora. Las diferencias de comportamiento entre una trepadora silvestre, como las que citaba de Mauricio, y una agrícola son enormes.

¿Qué pasa con las plantas trepadoras cuyo fenotipo hemos esculpido tipo a través de la agricultura? Bueno, que las hemos ido haciendo más consentidas, más tontas y más dependientes de nosotros. Sucede lo mismo con la domesticación de los perros. El caniche que descansa junto a la mesa camilla era un lobo hipercompetente hace 30.000 años.

En el caso de las trepadoras, morfológicamente hablando, esa atención hacia ellas ha hecho, por ejemplo, que se acorte el segmento entre nodos, provocando que la planta explore en busca de su soporte de manera mucho menos arriesgada que una especie silvestre.

En el libro cita a Gibson y su colaboración con el Departamento de Defensa de los Estados Unidos para la aplicación de sus estudios sobre percepción al entrenamiento de pilotos de la fuerza aérea. Ese mismo departamento ha financiado el MINT Lab, ¿qué busca la defensa norteamericana en un pequeño laboratorio experimental de la Universidad de Murcia?

En efecto, estuvimos financiados por la Oficina de Investigación Naval del Departamento de Defensa norteamericano hasta diciembre del año 2022. Era un proyecto que se llamaba «Plant Intelligence for Robotics and AI». La idea era bio-inspirar sistemas tanto de inteligencia artificial como de hardware o robótica en modelos no animales. En este caso, modelos vegetales.

El interés está en que, ahora mismo, todas las misiones que se están lanzando a otros planetas o satélites requieren de robots, como los rovers en Marte, que sean capaces de explorar el territorio. La mayor parte de los quebraderos de cabeza, en este caso, para la NASA, suelen tener que ver con el desplazamiento de los vehículos porque una misión así no puede depender de que el rover vuelque en una pendiente o que meta la rueda en una grieta y se quede ahí.

Si se fija, no son problemas de ciencia cognitiva sino de ingeniería pero, aproximándonos desde modelos vegetales, no es que resolvamos esos problemas sino que, directamente, los eludimos. Me explico. Una planta llega a su objetivo no por desplazamiento sino por puro crecimiento. Y esto es muy relevante porque quiere decir que alcanzan su objetivo sin abandonar el punto de partida. Si tengo que desplazarme desde A hasta B, llego a B sin abandonar A. Digamos que creces por encima de tus problemas. Si hay una grieta, no me atasco en la grieta porque, simplemente, crezco por encima de ella.

De esta manera hacemos un poco lo que hizo aquel ingeniero con Sydney Brenner en el laboratorio Cavendish: repensar la pregunta en lugar de machacar más la respuesta ortodoxa. Por eso hay interés de las agencias espaciales.

Otro de los conceptos radicales que maneja es el de sintiencia de las plantas. De ser esto cierto habría que abordar un debate ético, lo que podría conducirnos a un callejón sin salida: ¿Qué comeríamos? Parece que la ética a medida que avanza nos arrincona. ¿Cuál es, en su opinión, la salida a esta encrucijada ética?

Esa es la pregunta del millón. Siempre que doy charlas sobre este tema, invariablemente la primera pregunta es: ¿Y ahora qué? En mi opinión esa reacción es sintomática de una actitud marcadamente zoocéntrica en el sentido de que tomas decisiones éticas de lo que está bien comer o no dependiendo del reino de procedencia. Animales no, vegetales sí.

Yo lo planteo desde otra perspectiva: ¿Cómo ha llegado tal alimento a tu plato? Me como tal vegetal procedente de la agricultura intensiva con su estrés innecesario, etc., o este pollo de campo, bien alimentado, con suficiente espacio para moverse y explorar… Que sea intensivo o no sea intensivo, por ejemplo, sería más relevante que hablar de si la procedencia es ganadera o agrícola. En mi opinión lo sustancial aquí es si hemos causado un estrés innecesario a lo que acaba en nuestra mesa con independencia de su reino de procedencia.

Para entendernos: no propone usted no comer animales o plantas, sino darles a esos animales y plantas una vida digna, por así decirlo.

Así es. Me hace gracia que nos llevemos las manos a la cabeza cuando vemos el maltrato animal, que obviamente es escandaloso, pero no veamos el maltrato vegetal. Como si los vegetales no fueran maltratados cuando los sometemos a estrés innecesario. Sé que esto es muy polémico y que es difícil de digerir. Pero una cosa que no podemos hacer es eludir el debate ético porque la conclusión a la que podríamos llegar no nos convenga.

¿Qué hacen en el MINT Lab con las judías de enrame una vez que han finalizado los estudios?

Cuando trabajas en este campo y estás todos los días teniendo que manipular las plantas, es muy difícil que no se establezca un vínculo especial con tu objeto de estudio. Se suele decir que en ciencia hay que mantener una distancia para no empatizar porque esa empatía puede hacer que incurras en sesgos subjetivos. Yo creo que es justo al revés: no hay que tener miedo a que la empatía con aquello con lo que convives forme parte de tu día a día.

En nuestro caso puedes decidir trasplantar o hacer compost y cerrar el ciclo de manera ecológica. Durante un tiempo, cuando terminábamos un estudio, mandaba un correo a toda la facultad diciendo: «Hola, soy una judía. Paco ha terminado de investigar conmigo y ahora busco un nuevo hogar». Y la gente pasaba y se llevaba la judía a su casa.

Una pregunta personal. Algunas plantas se me mueren en casa y no he encontrado todavía a nadie que consiga ayudarme. Si pudiera comunicarme con ellas, quizá podría darles lo que de verdad necesitan. ¿Algún consejo en ese sentido?

Otra de las líneas importantes por las que Gibson aparece en el libro, aparte de su colaboración con la Oficina de Investigación Naval, es porque su marco de trabajo es la psicología ecológica, en contraposición a la dominante psicología cognitiva.

La psicología ecológica pone el énfasis no en la planta en sí, sino en la unidad organismo-entorno. En psicología ecológica lo que decimos es que la unidad de análisis es el organismo-entorno, como tal. Y si desgajas, si separas al organismo del entorno, no puedes entenderlo, porque no hay nada que analizar dentro de la cabeza del sujeto o dentro del cuerpo de la planta.

Una de las cosas que me llama la atención de Darwin es cómo era capaz de percibir todo lo que percibía a simple vista. Nosotros trabajamos con time-lapse o con electrodos que registran la actividad eléctrica dentro de la planta. Para inferir sus conclusiones, Darwin se valía casi exclusivamente de su propia mente. Su «ojo desnudo», como dicen en inglés. Así que, con respecto a sus plantas, le sugiero que imite a Darwin y las observe en su medio. Propóngase una hipótesis y, si no funciona, otra y otra más. Sistemáticamente, a partir de ese ensayo y error, vaya descartando hipótesis hasta dar con la correcta. Insista y acabará dando con la tecla.

Estamos terminando. ¿Se le ha ocurrido ya qué le preguntaría a Darwin?

Creo que sí. Si Darwin viniera a Murcia me gustaría preguntarle si cree que haciendo uso de la tecnología de la que nosotros disponemos hubiese alcanzado las conclusiones que alcanzó. Porque sospecho que fue capaz de tener esa visión tan revolucionaria precisamente gracias a no disponer de esa tecnología.

Muchas gracias, profesor.


 PLANTA SAPIENS
Paco Calvo (con Natalie Lawrence)
Traducción de Javier Calvo Perales
SEIX BARRAL
(Barcelona, 2023)
368 páginas
22 €

2 Comentarios

  1. Pingback: Guadalupe Nettel: «Esta pandemia de depresión tiene que ver con la falta de brújula» - Revista Mercurio

  2. Rodolfo L. Rosas

    Es realmente interesante el punto de vista de Paco Calvo respecto a este asunto que entraña una profundidad inconmensurable. Abre más mis ojos y mi mente para seguir indagando más al respecto.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*