Horas críticas

«Oppenheimer»: luces y sombras nucleares

Oppenheimer (Cillian Murphy), perseguido por la prensa en la película de Nolan. | © Universal Pictures

La película sobre el físico Julius Robert Oppenheimer recientemente estrenada en cines, escrita y dirigida por Christopher Nolan y protagonizada por el actor irlandés Cillian Murphy, lleva a la gran pantalla la biografía American Prometheus, que Kai Bird y Martin J. Sherwin escribieron basándose en una labor de investigación de tres décadas. Ganadora del Premio Pulitzer, Prometeo americano (Debate, 2023) refleja bien lo que simbolizó Oppenheimer, pues este mito aparece frecuentemente cuando se discute el progreso tecnológico y los peligros que conlleva: la condena de Prometeo se refleja en la vida del físico teórico estadounidense, mostrando el sentimiento de culpa y el tormento psicológico que sufrió como resultado de sus acciones.

Poseedor de una mente prodigiosa y enigmática, Oppenheimer lideró el Proyecto Manhattan durante la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de crear una bomba atómica. Sin embargo, aquel logro también desató una era de temor y proliferación nuclear. Tras el conflicto, Oppenheimer enfrentó acusaciones de simpatizar con el comunismo, lo que le llevó a una audiencia de seguridad en 1954 y a la retirada de la llamada «Autorización Q», afectando a su carrera y prestigio. En este sentido, la decisión de Nolan de contar la historia a través de sus ojos le da a la película el enfoque contemporáneo que necesita. Oppenheimer y su equipo estaban genuinamente preocupados por el devenir y los efectos que tendría en el mundo la creación de la bomba, y esa preocupación se representa durante toda la película.

En Oppenheimer (2023), Nolan nos seduce con un biopic de estirpe clásica que arrebata el descanso durante las tres horas de proyección. Con plena conciencia de ese extenso metraje, el cineasta nos sumerge en un vértigo ininterrumpido, sin margen para distraerse. En este sentido, la partitura de Ludwig Göransson, que vuelve a colaborar con el director, logra transmitir la mecánica cuántica y las reacciones nucleares directamente a nuestras retinas, sumiéndonos en efectos de partículas, ondas de agua y reacciones en cadena. Estos elementos, fuentes de inspiración para el músico sueco, encajan magistralmente con la trama.

La manipulación del tiempo y el juego con la narrativa no lineal demuestran la negativa de Nolan a contar la historia de manera tradicional. En Memento (2000) ya vimos cómo la historia se presentaba en dos líneas de tiempo paralelas —una en blanco y negro y otra en color, como en Oppenheimer— y la trama se desarrollaba en orden inverso, mostrando los hechos desde el final hasta el principio y creando un efecto desconcertante para el espectador. En Origen (2010), Nolan juega con diferentes niveles de sueños y el paso del tiempo dentro de cada uno. Dunkerque (2017) presenta tres líneas de tiempo que se entrelazan en distintas escalas: tierra, aire y mar. Y, por supuesto, Interstellar (2014) presenta una estructura narrativa compleja que juega con el paso del tiempo y la realidad en diferentes planetas.

Como de costumbre, Nolan envuelve la trama en torno a acertijos y resoluciones de problemas. Su cine parece que apela a la inteligencia, a que resolvamos el rompecabezas que nos está planteando. Además de la narración no lineal, que se escenifica con flashbacks, flashforwards y otras técnicas cinematográficas, el director repite temáticas: el gusto por la explicación científica de manera accesible (recordemos la escena de Interstellar en la que explican qué es un agujero de gusano), la naturaleza de la verdad (lo que simboliza la magia en El truco final, 2006) y, por último, la construcción de un héroe (como en la trilogía de Batman, 2005, 2008 y 2012).

Momento de la explosión de la prueba «Trinity». | © Universal Pictures

En una oda a los primeros planos, Nolan es capaz de hacernos ver el derrumbe moral del protagonista, que se muestra plenamente consciente de que está viviendo la historia que va a destruir su propia vida. Si el espectador presta atención, durante toda la película se observan constantemente estrellas, ráfagas de fuego y ondas de agua, y escuchamos la radioactividad: en la explosión, el fuego ruge (ya solo esa escena justifica la filmación en formato Imax). Los elementos químicos de la bomba atómica se usan como representación de los miedos que ocupan la brillante mente de Oppenheimer, en una narrativa introspectiva que nos ayuda a comprender mejor la mente del físico.

Durante la explosión, Oppenheimer recordó una frase («Y ahora me convierto en la Muerte, el destructor de mundos») relacionada con el Bhagavad Gita, texto sagrado hinduista. En este diálogo, Krishna instruye a Arjuna acerca el deber sagrado (dharma) y la lucha como guerrero. Oppenheimer, fascinado por las filosofías orientales, encontró en aquella enseñanza una justificación para el poder destructivo de la bomba atómica.

Fragmentación, confrontación, interacción

Como ya hemos comentado, el cineasta británico fragmenta la película en diversas secciones que rompen con lo convencional. La primera línea temporal, en color, transporta al espectador al año 1954, mostrando a Oppenheimer en una audiencia restringida para renovar su autorización de seguridad. Nolan titula esta línea con un elocuente «Fisión», pues se centra en la etapa en la que Oppenheimer la desarrolló, y en especial su visión desde el Proyecto Manhattan.

Por otro lado, en blanco y negro, emerge la segunda línea temporal, enfocada en Lewis Strauss, interpretado magistralmente por Robert Downey Jr., durante su audiencia de confirmación en el Senado en 1959, mientras aspira al puesto de secretario de Comercio. Nolan la bautiza con el sugestivo término «Fusión», haciendo referencia a la unión de dos núcleos atómicos que libera una energía considerablemente mayor y que fue la base de las bombas de hidrógeno desarrolladas tras la Segunda Guerra Mundial.

La confrontación principal entre Strauss y Oppenheimer en los años 30 y 50 se centró precisamente en esta cuestión. Ambos personajes encarnan núcleos atómicos forzados a converger, generando resultados explosivos. Nolan resalta esa dicotomía al filmar las escenas de Strauss con un contraste más marcado y una iluminación intensa, mientras que las escenas de Oppenheimer se presentan más vivaces y coloridas. Este contraste visual evidencia la incapacidad de Strauss para percibir los matices en sus decisiones, su visión del mundo en términos absolutos, como un juego de suma cero, lo que inevitablemente conduce a la destrucción mutua asegurada.

Robert Downey Jr. interpretando a Lewis Strauss. | © Universal Pictures

El juego cromático se erige como un marcador distintivo entre las dos facetas de la película, una que emerge desde la subjetividad de Oppenheimer y otra que adopta una perspectiva objetiva e impersonal. De hecho, Nolan ha comentado: «He escrito el guion en primera persona, algo que nunca había experimentado. Desconozco si alguien lo ha intentado antes o si es un recurso habitual en el medio… La película es objetiva y subjetiva a la vez. Las secuencias en color son subjetivas, mientras que las de blanco y negro ostentan objetividad».

La película reflexiona también sobre la crucial interacción con Albert Einstein, a partir de la cual descubriremos los temores del doctor Oppenheimer respecto a la tecnología que ha desencadenado en todo el mundo. Aunque ahora está claro que la bomba no iba a encender el hidrógeno atmosférico del planeta y aniquilar todo rastro de vida, tal como se temía en los albores de su desarrollo, Oppenheimer aún se preocupa por haber dotado a la humanidad del poder de autodestruirse.

El enfoque de la película no reside en mostrar el horror vivido en Japón tras el lanzamiento de las bombas, sino en explorar las contradicciones internas del protagonista: en ocasiones, vemos imágenes de cuerpos calcinados que son reflejo de las imaginaciones de Oppenheimer y que retratan el dilema moral al que se enfrentó durante esos años. A pesar de las críticas que apuntan a la falta de reflejo de ese impacto de las bombas y de cuestionamiento sobre su necesidad militar, la película se mantiene fiel a esa perspectiva subjetiva, explorando sus esfuerzos posteriores en pro del control internacional de armas y su oposición al desarrollo de la bomba de hidrógeno. Para Oppenheimer, el futuro era primordial y consideraba la bomba atómica como el mal menor. Desde el descubrimiento en 1939 de la fisión nuclear, creía que el uso de la bomba en 1945 era necesario para poner fin al conflicto y sentar las bases de la paz. Una célebre frase en la película encapsula su perspectiva: «No la temerán hasta que la entiendan, y no la entenderán hasta que la hayan usado».

Como contrapartida, Oppenheimer puede resultar sobrestimulante debido al exceso de información, nombres e imágenes que acaban abrumando al espectador. La intensa banda sonora no ofrece tregua, y la trama entrelazada puede hacerla tediosa y difícil de seguir. Pero en resumidas cuentas, este thriller biográfico de Christopher Nolan representa una reflexión profunda sobre las contradicciones y decisiones morales del personaje retratado, y sin pretender ser una revisión histórica detallada, logra plasmar el legado del científico y su papel clave en la historia de la humanidad.

5 Comentarios

  1. Excelente análisis

  2. Increíble análisis. La verdad es que muchos de los puntos señalados son muy relevantes e interesantes. ¡R. Downey Jr. una auténtica fiera!

  3. Muy buen artículo. La verdad es que incide en temas muy importantes cómo el sentimiento de culpabilidad de Oppenheimer acentuado por el uso de una banda sonora magistral. La cual percibimos que las partituras están hechas por gente de confianza para Nolan 🙂

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  5. El cine puesto al servicio de la cultura, del debate, del análisis histórico de acontecimientos que marcaron un punto de inflexión en la vida de millones de personas, sin dejar de ser una obra de arte que puede disfrutarse en paralelo. Hacen falta mas Nolans, mas peliculas como estas, entre tanto entretenimiento y distracción, la posibilidad de ver este tipo de films es un bálsamo

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