Horas críticas

Esperando el final de algo (que no llega, pero tampoco importa)

Reseña de «El pasajero / Stella Maris», de Cormac McCarthy

De todos es sabido que, frente al escritor que planifica cada detalle de su novela con el único fin de desembocar en un claro y estudiado desenlace, está quien prefiere plantar la idea inicial y dejar que esta crezca en la dirección que los caprichos de sus ficticios habitantes le permitan hacerlo. No es, por tanto, la redondez argumental un aspecto característico de este segundo tipo de obra, cuestión que puede no ser del gusto de los lectores que esperan cierto sentido de conjunto, cuando de lo que se trataba en todo momento era de asumir que no existe sentido alguno en lo que se está contando y que solo es relevante el propio acto de contar historias.

Esa es la principal sensación de un servidor tras finalizar la extenuante lectura de lo nuevo de Cormac McCarthy. Dos novelas que, a pesar de que en otros lares se hayan publicado por separado, no tengo claro que funcionen bien de manera independiente por lo que exigen la una de la otra. Porque sí, tal vez El pasajero podría sobrevivir sin apenas estragos tras la extirpación de su hermana Stella Maris (a pesar de que entonces nos quedaríamos solo con la visión sesgada —y alucinada— de la protagonista absoluta del segundo relato, y no sería justo), pero no sucedería al revés con esa conversación sobre lo humano y lo divino que viene después y que, para qué engañarnos, no parece llevarnos a ningún sitio.

Las historias, como decimos, son un mero pretexto para hablar sobre todo lo demás, pero haberlas, haylas. En el caso de El pasajero acompañamos a Bobby Western, buzo de rescate que, tras el descubrimiento de un extraño suceso (un avión hundido en el mar al que le han desaparecido un pasajero y la caja negra), se ve empujado a escapar de distintos personajes y situaciones cuya principal motivación desconoceremos en todo momento. Tampoco importará demasiado, ya que la tensión a la que estará sujeto se irá diluyendo en pos de un tono más contemplativo y reflexivo, casi de paseo, en que Western irá alternando sus reflexiones sobre un pasado al que no quiere mirar (la figura castrante de un padre inventor de la bomba atómica, la relación incestuosa con su hermana) y un presente que no logra ver del todo claro. La suerte del protagonista resuena de esta forma, al menos en su primera parte, con la de un antiguo personaje de McCarthy, Llewellyn Moss, quien en No es país para viejos era perseguido a lo largo de la cara B de un lío entre narcotraficantes que nunca conocemos, a pesar de ser el catalizador de todo lo que viene después.

En cambio, Stella Maris recupera aquel formato teatral que McCarthy empleó en The Sunset Limited para transcribir siete encuentros dentro de un centro psiquiátrico entre Alicia Western y su psiquiatra. A lo largo de las conversaciones, el lector podrá (intentar) ahondar en la psique de la hermana de Bobby, a quien, como decíamos más arriba, hemos ido viendo en los fogonazos alucinatorios de la mujer que se cuelan en (y, a mi juicio, entorpecen) la primera novela y, sobre todo, en los recuerdos de nuestro trágico personaje. Ese es precisamente el valor de esta segunda parte, donde nos podremos alejar, por fin, de los sesgos nacidos de la memoria del hermano e incluso de la locura de una mente aquejada de esquizofrenia paranoide, para acercarnos a la genialidad de la mujer a través unas opiniones y reflexiones acompañadas (y ahora viene el gran pero) de continuos fragmentos trufados de referencias a las matemáticas o a la física.

Tal vez sea ese el aspecto que menos fluye dentro de todos los elementos que participan en la obra. El estilo sobrio que, como bien apunta Nadal Suau en su reseña para El Cultural, recuerda por su búsqueda de la austeridad a las últimas obras de Coetzee y, en consecuencia, a su maestro Beckett, funciona de maravilla ante unos acontecimientos y conversaciones que parecen intrascendentes. McCarthy es un experto en dar vida a personajes de toda estofa a través de sus discursos, precisamente por la naturalidad con la que logra insuflarles una voz propia y verosímil. Sin embargo, todas las intervenciones sobre ciencia y matemáticas pueden acabar resultando un tanto cargantes y transmitir cierta sensación de querer gustar, o gustarse. Sí, el autor compartió despacho durante años con científicos y teóricos en el Instituto Santa Fe, y eso se nota en la profundidad técnica de las reflexiones sobre esas materias, pero no deja de parecer, con todos mis respetos por McCarthy, un pequeño ejercicio de ego más propio de quien pretende saber más de lo que sabe. Algo a lo que uno se arriesga cuando introduce a genios en sus novelas, pero que tiene mucho mejor resultado en la obra de otros autores que se lo tomaron mucho menos en serio (véanse David Foster Wallace o Thomas Pynchon).

El resultado de la doble novela es por tanto desigual, alcanzando sus máximas cotas de interés en los lugares donde el autor se permite ir construyendo a sus personajes a fuego lento, sin necesidad de tramas frenéticas ni clímax de ningún tipo. Y, así, aprender de ellos casi más por lo que dicen que por lo que hacen, pero siempre que seamos capaces de llevar a cabo el arduo trabajo de extraer las pequeñas pepitas de oro que se esconden entre todo el barro de una trama que no va a ningún lado, porque tampoco lo necesita. Característica que no juega a favor de una Alicia que no goza de la tridimensionalidad de su hermano Bobby. Y eso que es ella, y no él, quien con unas pocas palabras nos regala uno de esos finales que se quedan grabados en la imaginación del lector. Solo entonces la sentí viva. O vulnerable. ¿No es acaso lo mismo?

 


 EL PASAJERO / STELLA MARIS 
Cormac McCarthy
Traducción de Luis Murillo Fort
RANDOM HOUSE
(Barcelona, 2022)
624 páginas
24,90€

4 Comentarios

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