Entrevistas

David Foenkinos: «Tengo demasiada inspiración»

El escritor David Foenkinos. / Reportaje fotográfico: Ángel L. Fernández

Si dejamos que hablen los números —algo tan propio de estos tiempos—, tenemos delante a un escritor que seduce a más de tres millones de lectores en todo el mundo y que se ha embolsado quince premios literarios entre los que se cuentan algunos de los más preciados de su país, como el Goncourt, el Renaudot o el Médicis. David Foenkinos (París, 1974) no es un superventas al uso ni un autor fácil de encasillar, vista en conjunto una trayectoria que comenzó hace veinte años y que desde entonces ha generado dieciocho novelas, cinco relatos cortos, tres libros juveniles, tres obras de teatro y diez guiones cinematográficos de los que ha dirigido cuatro. No parecen salir las cuentas de esa fecundidad creativa casi furiosa, aunque justo ahora pretende darse un respiro. Y sin embargo es la única forma de explicar la diversidad de su obra, que se mueve entre la ligereza de historias sencillas trufadas de humor socarrón y el existencialismo de guiños pop que contrasta la belleza y la tragedia de que esta se acabe. En sus relatos mucho de lo que ocurre se debe al puro azar, y eso es lo terrible o lo bonito, porque da sentido o lo quita al hecho de cuestionar un destino inapelable.

Su obra literaria ocupa un área poco transitada y demarcada por el hilo invisible que conecta sus dos mayores éxitos: la aclamada novela La delicadeza (2009), que junto a su hermano y la actriz Audrey Tautou convertiría en su primer largometraje, fenómeno de masas en las salas francesas; y la magistral obra de no ficción Charlotte (2015), en la que cuenta la historia de una pintora alemana de origen judío exterminada en Auschwitz. Su obsesión por los personajes olvidados y las caras B de la Historia, aquello que nadie contó y que él prefiere imaginar —más que recrear—, se vierte también en otros de sus libros más populares, como aquel de 2010 en que novelaba la vida de John Lennon o el que hace poco, bajo el título Número dos (Alfaguara, 2022) ha dedicado al chico que pudo ser Harry Potter en la gran pantalla pero que quedó justo detrás de Daniel Radcliffe en el casting. Sus libros exhiben una extraordinaria versatilidad formal: la citada profusión de proyectos le ha permitido jugar con los modos de narrar, si bien todos ellos comparten en su estilo cierto encanto y genuina emoción; la voz de un autor.

En persona, el escritor parisino también exuda carisma. Conocí a Foenkinos hace siete años, en una visita que hizo a Córdoba para participar en el festival Cosmopoética. Al reencontrarnos, lo comento y se entusiasma al recordar aquella experiencia (aunque, por algún motivo, se confunde con Málaga; sus libros han llegado a más de cuarenta países, así que tampoco va uno a corregirle). Esta vez ha venido a nuestro país invitado a un ciclo de charlas por la Feria del Libro de Sevilla, que se celebra a escasos metros del histórico Hotel Inglaterra, escenario de nuestra conversación. Cerca ya de la cincuentena, Foenkinos aparenta mucha menos edad con su forma de vestir y su actitud informal, despreocupada. Está exactamente igual que lo recordaba. Sin duda muestra don de gentes aunque, en cuanto acabe la entrevista, pedirá pasear solo por la ciudad antes de intervenir en el acto que lo ha traído aquí. En su última novela escribe que «el talento literario nunca ha ayudado a nadie a ser feliz»; sobre lo segundo, uno no puede dictaminar su estado en base a esta entrevista, pero de lo primero no hay sombra de duda.

Con 16 años y por una grave enfermedad, pasaste varios meses en el hospital. ¿Qué recuerdos conservas de aquellos días?

Siendo adolescente, lo que más me impactó fue la proximidad a la que sentí la muerte. Es cierto que, como mucha gente a la que le toca sobrevivir a una experiencia parecida, a partir de entonces desarrollé una cierta energía sensible y de aspiración a la belleza. Durante mi estancia en el hospital empecé a leer mucho, una actividad que antes de eso no me gustaba para nada; de hecho, no venía de un hogar donde hubiese muchos libros. Así que aquella enfermedad cambió mi vida en muchos sentidos. Hay que tener en cuenta que fue en el año 1991, y por entonces no existían los teléfonos móviles ni las redes sociales. De haber tenido acceso a Instagram, a lo mejor ahora sería dentista.

Un ensayo reciente de Daniel Ménager habla de la convalecencia como inspiración, porque nos cambia la perspectiva.

Es curioso porque, muchos años después, fui consciente de que todos mis libros dan vueltas, de uno u otro modo, alrededor de esta temática. Todas mis obras evocan la cuestión de un momento de fractura existencial que hace que sus protagonistas cambien de vida. Sin ir más lejos, La delicadeza, que fue mi primer éxito, era la historia de una joven viuda que se topa con un muchacho sueco depresivo, y al escribirla no me pareció que tuviera ninguna relación con mi propia experiencia. Hasta que me di cuenta de que había volcado en ella esa sensación de quebramiento vital.

También según Ménager, el tiempo suspendido del convaleciente propicia la exaltación vitalista.

Yo puedo decir que la literatura me salvó la vida. De hecho, el otro tema que es común a todos mis libros es la importancia de la belleza, una cuestión que está muy presente en Charlotte y, de forma más obvia, en Hacia la belleza [2018].

Hablando de libros que salvan vidas y de la conciencia de la muerte, al menos en España subieron mucho los índices de lectura durante la pandemia.

Fue un momento de efímera conciencia de la muerte, diría, porque al parecer ahora todo el mundo ha vuelto a la vida tal y como era antes, ¿no? Lo que creo que se puede extraer de positivo de aquel periodo es que nos dio un impulso a todos para que nos centrásemos en lo que es esencial. En Francia fue muy impactante ver el apoyo que daba el público a las librerías independientes, lo que al mismo tiempo se convirtió en una reacción contra Amazon. Pero durante el confinamiento la gente también se apasionó con las series de Netflix y al final todos acabamos experimentando una sobredosis de pantallas. También llegó la nueva costumbre de escuchar pódcasts y se volvió a la lectura, lo que creo que fue algo realmente bueno, pero no nos ha durado nada. Al quitarse la mascarilla, la gente se ha vuelto igual de estúpida que antes.

Volviendo a tu adolescencia, creo que también entonces despertó tu pasión cinéfila. ¿Ya te planteabas dedicarte al cine, como tu hermano Stéphane?

En aquella época era un simple aficionado, como tanta gente, pero nunca imaginaba que un día llegaría a hacer películas. Hoy representa una parte muy emocionante de mi vida, porque me permite alternar los momentos en los que escribo, en la más completa soledad, con aquellos en los que dirijo a un equipo de profesionales tan grande. Y además puedo hacerlo junto a mi hermano. De hecho, en España y en Latinoamérica, mucha gente me habla sobre La delicadeza y sobre Audrey Tautou, y a veces tengo la impresión de que soy más conocido como director de la película que como autor de la novela.

Varias de tus novelas han acabado en una película que has escrito y codirigido, ¿sueles pensar en esa posible adaptación mientras escribes?

No, para mí son cosas muy distintas: o tengo el impulso de escribir una novela o bien tengo en la cabeza una película y escribo para cine. Por ejemplo, sobre mi último libro mucha gente me ha dicho que sería una estupenda película y ya he vendido los derechos para que se haga, pero no fue escrito con ese fin y es algo que se percibe claramente al leerlo. Tampoco me gusta la idea de que todas mis novelas se conviertan en películas. Por ejemplo, he tenido que rechazar la posibilidad de una adaptación cinematográfica de Hacia la belleza. Salvo si me llamara Almodóvar, claro.

¿Pero notas que alguna vez el lenguaje del cine se cuele en tu lenguaje literario?

Es que para mí todos los libros son cinematográficos. Incluso la literatura del siglo XIX, Madave Bovary, nos lleva a visualizar imágenes que podemos recrear perfectamente en la cabeza. Pero no creo que el hecho de que el texto esté compuesto de imágenes lleve forzosamente a que pensemos en él como una película.

Tu obra literaria se ha comparado en argumento y tono con la de autores como Bergman o Hitchcock…

Qué majo eres.

¿te gusta esa idea de que te consideren entre el arte más denso y el de entretenimiento, pero en ambos casos preocupado por lo formal?

No voy a compararme con aquellos dos genios, pero en todo caso es evidente que he escrito libros muy diferentes entre sí. Aunque, tras el éxito internacional de La delicadeza, todo el mundo me decía que siguiera haciendo el mismo tipo de libro, elegí hacer libros muy distintos: a veces sobre temas muy, muy serios, como en Charlotte o Hacia la belleza, y otras veces sobre asuntos más ligeros, como en La biblioteca de los libros rechazados [2016]. Me encanta esa posibilidad de variar tanto el tono de una obra a otra y navegar entre universos tan diversos.

Sacas casi un libro al año, pero la falta de inspiración es un tema frecuente en tu obra. ¿El hecho de ser tan productivo te hace mejor escritor?

Se puede escribir una obra magna en dos meses, al igual que se puede escribir un libro pésimo durante años. Pero es una buena pregunta, porque justamente ahora me estoy planteando ralentizar el ritmo. Es la primera vez que voy a dejar pasar cierto tiempo entre mis novelas. Llegado un punto, he sentido que tenía demasiada inspiración, y entonces me he dicho: «Para un poco, tienes que dejar de escribir». Un día le estaba comentando a un amigo que quería dejar de escribir y, al contarle que preferiría tomar café con gente nada interesante para no tener ideas, me di cuenta de que eso también era un argumento atractivo para un libro. En realidad cualquier situación, en cualquier momento, es potencialmente novelesca.

¿Pero entonces este parón es una cuestión de cansancio?

No. Es por la necesidad de tener cosas que contar, de no hacer por hacer. Coincidió también con que mi última película, Las fantasías [2021], que tenía a Monica Bellucci y otras grandes estrellas en su reparto, fue un fracaso. Decidí simplemente tomarme un tiempo para reflexionar y no publicar por publicar, sino cuando tuviera algo que expresar. Claro que, cuando le dije a mi editora española de Alfaguara que de momento no iba a publicar nada, que quería frenar, ella encontró un libro mío que aún no había salido aquí, así que… aun cuando no escribo, David Foenkinos sigue produciendo.

Hablando de estrellas, en tu novela biográfica Lennon lo que más te interesaba del mítico personaje eran sus traumas infantiles, tema al que vuelves en Número dos.

Es muy cierto eso que dices: hay una relación entre estos dos libros que viene de la idea de buscar consuelo a las lesiones de la infancia. Pero lo novelado tiene más fuerza que la realidad, y de hecho soy más optimista en Número dos que en Lennon. Cuando miras la vida de John Lennon, lo que sufrió y las dificultades que atravesó para estar en paz consigo mismo, te das cuenta de que solo logra cierto alivio al inicio de los años 80, justo antes de ser asesinado.

En estos dos libros también hay una conexión entre la paternidad y la idea de ser creador (artístico). ¿Crees que ser padre cambió tu forma de afrontar el hecho creativo?

Siempre he sido padre. Quiero decir que he escrito todos mis libros siéndolo. Tuve mi primer hijo cuando publiqué mi primera novela. Pero sí es cierto que en Número dos ha sido la primera vez en que he incluido a un niño como personaje, alguien que no es adulto. Y, en ese sentido, el hecho de ser padre… No, no, iba a decir una tontería. Iba a decir que la paternidad me podía hacer comprender mejor el dolor de ese niño de diez años, pero en realidad no creo que sea necesario haber vivido algo para contarlo. He creado personajes que estaban muy lejos de lo que yo podía ver o saber. De hecho, no creo mucho en la experiencia como sustento del novelista.

En la escritura de Charlotte, sin embargo, alcanzaste un grado de identificación o compromiso con el personaje que no sé si se ha dado en alguna otra de tus obras.

Es interesante eso que comentas porque justamente una de las razones de mi obsesión por Charlotte Salomon creo que fue mi empatía con su figura, aunque no fui consciente al principio, sino mucho después. Como suele ocurrir, solo una vez que hube dejado atrás el proyecto pude comprender aquella atracción: la suya es una obra atravesada por la muerte y que cobra vida por la belleza de la creación; los dos elementos que te mencionaba antes. Me fascinó esa capacidad suya de aferrarse a la creación para salvarse del desastre. Ella escribió una frase increíble: «Hay que haber muerto una vez para amar de verdad». Algo con lo que sin duda me identifico. Aunque no me las voy a dar de Flaubert, claro.

¿Alguna vez te ha resultado difícil abandonar una historia, una vez que la publicas?

No, en absoluto, terminar una novela siempre es un alivio. Aunque haya escrito muchos libros, para mí siempre hay algo de inalcanzable en dar por acabada una novela, por eso me reconforta ponerle el punto final. No quiere decir que necesariamente vaya a estar contento con el resultado, pero sí descargado de presión. Hasta alcanzar ese punto, como autor trato de llegar al máximo de lo que está en mi mano.

Antes has mencionado el componente obsesivo del proceso de escritura, y alguna vez has dicho que ese es tu principal rasgo como autor.

Para empezar, no entiendo por qué la obsesión es vista como algo esencialmente negativo; cuando uno habla de ello tiene la impresión de ser juzgado como una especie de psicópata. Mientras que, para mí, la obsesión está hecha de algo que nos impulsa, algo que nos habita y nos permite centrarnos en una determinada realidad. Pero, por lo demás, sí, como cualquier persona que se dedica a lo creativo, cuando escribo soy como un país invadido por el tema en el que trabajo. Ahora estoy escribiendo una novela y hay una parte de mí que siempre está pensando en ella. Incluso en este momento, mientras hablamos, estoy escribiéndola.

Tu última obsesión ha sido la del actor que pudo encarnar a Harry Potter. La pregunta que se hace («¿Por qué él y no yo?») es la que uno puede hacerse cada día al ser testigo de la —supuesta— felicidad de otros.

Totalmente. A mí lo que interesaba de este argumento es el hecho absolutamente tragicómico de que, si bien todos experimentamos, tarde o temprano, algún fracaso en nuestra vida, rara vez nos encontramos en una posición como la de este personaje: estar asistiendo de forma continua, por el enorme éxito de las películas, a la realidad de aquel que le quitó el papel, el que triunfa cada día en aquello mismo en lo que él ha fracasado. Si lo piensas, el peor de los fracasos de alguien se convirtió en la decisión de marketing más potente para la saga Harry Potter.

Contextualizas ese fracaso con otros, como cuando insertas la microhistoria de Pete Best.

El de Pete Best es un caso que obviamente lleva a pensar en esta novela y de algún modo es como su reflejo, porque él también fue testigo permanente del éxito y de la vida de estrella de Ringo Starr; la vida que él podría haber tenido, si no lo hubiesen echado de The Beatles justo antes de que comenzara su éxito mundial.

Y el trágico microrrelato de David Holmes, doble de acción de Daniel Radcliffe, muestra que siempre hay alguien a quien el destino golpea más fuerte.

Así es. Descubrí la historia de David Holmes mientras escribía el libro, porque investigué mucho en torno a todo lo que rodeaba al fenómeno Harry Potter. De hecho, incluso los muy fans han descubierto nuevas cosas sobre la saga leyendo mi novela. Al fin y al cabo, Número dos cuenta muchas de las pequeñas historias que existen alrededor de esa gran historia, y ciertamente al conocerlas nos damos cuenta de que, tras el relato de aquel sonado éxito en forma de cuento de hadas, se esconde más de una tragedia.

También en la otra cara del éxito nos encontramos con el alcoholismo del número uno.

Daniel Radcliffe ha llegado a contar que esta saga fue el motivo de que se hiciera alcohólico, sí… Es increíble ver a esos chicos que se convierten en estrellas mundiales, con una exposición mediática tan grande, y que a menudo acaban muy mal. De todos modos, en general los actores de Harry Potter han estado muy unidos y de alguna forma se les ha protegido, se han visto menos sometidos a su fragilidad de lo que suelen estarlo otras estrellas infantiles de cine.

Tu hermano Stéphane ha sido sobre todo director de casting, incluida una de las adaptaciones de Harry Potter. ¿Hablaste con él durante el proceso de escritura?

Es algo curioso esto que mencionas, y he de decir que estás muy bien informado. Es cierto que mi hermano trabajó durante un tiempo como director de casting en algunas producciones internacionales y que fue el encargado de elegir algunos de los papeles franceses en la cuarta entrega de la saga. Si te digo la verdad, era algo que tenía completamente olvidado cuando me puse a escribir Número dos. Pero, sobre todo, te diría que yo no escribo novelas de periodista, fieles a los hechos; suelo escoger temas que me quedan más bien lejos. De hecho, ni siquiera he leído los libros de Harry Potter (bueno, solo el primero). Así que no llegué a hablar con mi hermano mientras la preparaba aunque, en efecto, podría haberlo hecho.

Te lo decía porque tu novela me ha hecho pensar en aquellas directoras de casting, cómo se sentirían tras la decisión que tomaron y que tanto afectó a las vidas de esos dos chicos.

También yo mientras escribía pensaba en ellas, pero no solo en ellas; me meto en la cabeza de todos los personajes, en todas las situaciones. Y desde luego para mí es más fácil ponerme en la piel de una directora de casting, porque he realizado varios y es un universo cercano, que en la de una chica que ha sufrido una agresión sexual, por ejemplo. Pero, como te decía antes, un novelista debe ser capaz de entender y transmitir la sensibilidad de sus personajes aunque no haya vivido nada parecido.

En Número dos escribes que «el talento literario nunca ha ayudado a nadie a ser feliz», pero ¿crees que el protagonista real de esta historia la leerá y le ayudará, aunque sea un poco?

Podría ser. Sé que Daniel Radcliffe ya hablado sobre mi novela en una entrevista, así que está al tanto. J. K. Rowling también está informada de su existencia. El libro va a publicarse en Inglaterra, y después se convertirá en una película. Espero que algún día el número dos en la vida real sepa acerca de este libro y lo lea. Y mi sueño sería que él mismo interprete en la película ese papel. Así que tendríamos al número dos haciendo de número dos.

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