Tempus fugit

Tres «tips» ineludibles

Tempus fugit: LI septimana

21 de diciembre — Invierno

«La nevada» o «El Invierno» (1786), de Francisco de Goya. / Museo del Prado

La palabra invierno procede del latín hibernum; ambos vocablos tienen en la actualidad significados ligeramente diferentes, aunque los dos sugieran frío, nieve, abrigo y recogimiento. Hibernar es lo que hacen algunos mamíferos, como el lirón, que se esconden y duermen con el fin de preservar sus órganos, alimentados de sangre caliente, hasta que llegue la primavera. Invierno es una de las cuatro estaciones del clima templado que se inicia hoy, en el Hemisferio Norte, a las 21:49 horas, lo que conocemos como solsticio.

Es el momento en el que la Tierra está más cerca del sol y esta posición se denomina perihelio. O sea, la órbita que la Tierra describe alrededor del sol —que dura 365 días, más unas 4 horas— no es un círculo, sino una elipse, y como el sol no está en el centro justo de esa elipse, hay un período del año en que la Tierra está muy cerca del sol (perihelio) y otro en el que está más lejos de él (afelio).

Que esté más cerca no significa más calor en el Hemisferio Norte, porque la Tierra se inclina sobre su eje al tiempo que gira sobre sí misma (día) y se desplaza (año), y los rayos no inciden de la misma manera en todo el planeta. Vamos, que es época de ir a la playa en Argentina y de esquiar en Candanchú.

Resulta más romántico pensar que Deméter, diosa de la Tierra en la mitología griega, estaba profundamente triste porque Hades, dios del inframundo, le había raptado a la niña, Perséfone, y se la había llevado a los infiernos. La madre y el raptor llegaron a un acuerdo para que la bella pasase una temporada con cada uno y, mientras llegaba el momento de volver a verla —primavera—, Deméter no se ocupaba de nada, no cuidaba las plantas ni los árboles y detenía la naturaleza.

El rey Carlos III encargó a Goya unos cartones para tapices que se tejerían en la Real Fábrica y que el aragonés pintó entre 1775 y 1791. Estaban destinados al comedor del Príncipe de Asturias en el Palacio de El Pardo y trazar las plantillas para los telares fue el primer encargo que recibió de la Casa Real. Pintó una serie dedicada a las cuatro estaciones y el que corresponde a esta época fue La nevada, llamado también El Invierno, en 1786, en el que introdujo matices de color a una atmósfera que se percibe, más que fría, gélida.

Es una escena sobrecogedora en la que humanos y animales se ven sometidos a unas condiciones climatológicas extremas, caminando en medio de un gran temporal. Se ha querido ver en ella un punto de denuncia social porque dirige el foco hacia lo arduo de una actividad propia del invierno: la matanza del cerdo y todo lo que la rodea —en este caso, su transporte a lomos de una mula acompañada por tres hombres, dos chavales y un perrillo—. Pone de manifiesto la fina inteligencia de Goya para deslizar, a través de una imagen, lo ingrato que era para unos cuantos desgraciados llevar el alimento a la mesa de unos pocos privilegiados —los príncipes—, mientras estos daban cuenta de un jamón cocido o un jugoso solomillo al vino.

La nieve pintada por Goya estremece y nos parece excesiva, pero cabe la posibilidad de que ese invierno fuera uno de los más fríos del siglo si tenemos en cuenta lo que algunos científicos llevan estudiando un tiempo: que en el Hemisferio Norte hubo una Pequeña Edad del Hielo entre los siglos XIII y XVIII, y que el clima invernal distaba mucho del que disfrutamos ahora con sus elevadas temperaturas. Las filomenas se sucedían como algo habitual y no eran un hecho extraordinario como el que vivimos en enero de 2021.

La llegada del invierno de 2022 se produce hoy, aunque el perihelio no tendrá lugar hasta el día 4 de enero. Tendremos unas 9 horas y 17 minutos de sol, casi la mitad de las que tuvimos en el solsticio de verano, pero, a partir de esta tarde y poco a poco, los días se irán alargando.

¡Buen invierno para todos!

22 de diciembre — Lotería de Navidad

Reproducción de décimos del primer sorteo de Navidad de la Lotería Nacional, 1812, Cádiz.

Como reza el axioma más básico de los que se dedican a las cosas del dinero, la economía es circular. A veces no es fácil explicar que, si no gastamos, no se pueden pagar las necesidades de aquellos que reciben; claro que, si no recibimos, no podemos gastar. ¿Es lioso? Pues vaya un ejemplo claro: si tomamos un café que nos cuesta 1,50 euros y además dejamos 10 céntimos para el camarero, este podrá pagar las clases de inglés para su niño a una profesora que, a su vez, podrá pagar el alquiler de su piso y, de vez en cuando, tomarse un café de 1,50 euros. Si ella no deja unos céntimos de más, el camarero no podrá pagar sus clases y ella no podrá pagar el alquiler. De esto se trata, de hacer circular la pasta entre todos nosotros sin romper la cadena.

El Estado interviene en esta circulación recaudando impuestos directos —como el IRPF— o indirectos —los llamados impuestos al consumo que gravan el tabaco, el alcohol, etc.— y gastando ese dinero en mejorar la vida de las gentes. Pero hay ocasiones en las que el Estado recauda dinero sin llamarlo impuestos; a ese modelo que da unos caramelos a cambio de que le demos nuestros caudales —siempre a voluntad— le llamamos «lotería», que es una cosa muy antigua que trajo el ya mencionado rey Carlos III a España desde Nápoles cuando tuvo que venir a hacerse cargo del trono español. En realidad, fue implantado por uno de sus ministros, el famoso Marqués de Esquilache, en 1763, con el objetivo de recoger cuartos aprovechando la fe de los españolitos en que la Divina Providencia los iba a sacar de las miserias en las que vivían. En 1771 decidieron que fueran los niños del Colegio de los Niños de la Doctrina, posteriormente rebautizado como Colegio de San Ildefonso, los que se encargaran de sacar los números, ya que una parte de lo recaudado financiaba esta institución creada para recoger a niños abandonados.

En 1812, el entonces ministro del Consejo y Cámara de las Indias, D. Ciríaco González Carvajal, decidió implantar un sorteo para reunir fondos con los que financiar la guerra contra Napoleón. El primero se celebró en Cádiz, el día 18 de diciembre de ese año, y en 1814 se trasladó a Madrid. En 1892 se decidió celebrarlo el día 23 para asociarlo a la Navidad y estimular el consumo de esos días, hasta que en los años 90 del siglo pasado se fijó para siempre el día 22. No ha dejado de celebrarse nunca, ni siquiera durante la Guerra Civil: en el tiempo que duró la contienda tenían lugar dos sorteos, uno en el bando nacional y otro en el republicano.

Los pensativos del ONLAE (Organismo Nacional de Loterías y Apuestas del Estado) estiraron los tiempos gracias a un afortunado eslogan que pregunta «¿y si cae aquí?», que nos hace adquirir décimos desde el mes de julio, cuando más aprieta el calor. Hay muchos sorteos a lo largo del año, muchas oportunidades de intentar que la diosa Fortuna nos sonría, pero como el de Navidad no hay otro. Y si no han comprado por lo que sea, vayan a tomarse un cafetito y hagan circular sus denarios por esos mundos de dios, que todos tenemos derecho a una paguita extra sin que se entere Hacienda.

Aunque trabajo y economía son la mejor lotería, decía mi abuela.

25 de diciembre — Natividad de Jesús

«Adoración de los pastores» (circa 1650), de Bartolomé Esteban Murillo. / Museo del Prado

Hace unos 2022 años, el Imperio Romano dominaba todas las tierras bañadas por el mar Mediterráneo. El emperador Augusto, que gobernaba desde Roma, había decretado que todos los habitantes de tan vasto territorio se censaran en sus ciudades de origen; no como ahora, que nos censamos donde vivimos.

José y María vivían en la aldea de Nazaret, situada en el norte de Israel, en la provincia de Galilea, y, para cumplir la orden imperial, emprendieron camino hacia Belén de Judea, más al sur, en la actual Cisjordania palestina, de donde era oriundo el linaje de José. La chica iba embarazada del Hijo de Dios, como había anunciado el arcángel Gabriel unos meses antes, y se puso oportunamente de parto dando a luz allí mismo. Como no habían encontrado posada, se vieron forzados a refugiarse en una gruta o pesebre de animales en el que nació el Niño por excelencia, Jesucristo.

El relato que conocemos se ha ido construyendo a lo largo de la historia en un proceso tortuoso y nada claro: el nacimiento solo lo recoge uno de los evangelistas, San Lucas, aunque aparece en otros escritos llamados apócrifos y en textos muy posteriores.

Se ha intentado calcular la fecha exacta del acontecimiento en relación con el nacimiento de San Juan Bautista (no se debe confundir con San Juan Evangelista), hijo de Isabel, la prima de la Virgen, que tuvo lugar a finales de junio, en el solsticio de verano. Pero si tenemos en cuenta que, acto seguido del alumbramiento de Jesús, unos ángeles despertaron a unos pastores cercanos para contarles la Buena Nueva y estos estaban durmiendo al raso, no podía ser diciembre, porque Belén está cerca de Jerusalén y allí ahora hace un frío que pela.

No queriendo entrar en disquisiciones de si fue en septiembre o en diciembre, se aceptó este último por una razón: en Roma se celebraba la fiesta del Sol Invencible, en honor a Apolo, que cerraba la semana de festejos a Saturno, la forma pagana de dar la bienvenida al solsticio de invierno, y estos festejos, como todos los demás, fueron puntualmente cristianizados.

Se han discutido otras muchas cuestiones: para los ortodoxos seguidores del calendario juliano la Natividad no ocurre hasta el 7 de enero, que coincide con el 25 de diciembre del calendario gregoriano. Si había una mula o un caballo también ha traído cola, de modo que, al final, se optó por un asno —símbolo de tontuna para unos y de humildad para otros— y un buey —símbolo de la fuerza en las culturas mediterráneas—.

Y más: una cosa fue el nacimiento y otra la adoración de los pastores, pero, a partir del siglo XIII, el arte lo resume y lo pone todo junto en la misma escena. Lo de los Reyes, que fue unos días más tarde, también ha tenido su miga: al principio representaban las tres edades del hombre —juventud, madurez y ancianidad— y, más tardíamente, se quitó al mayor y se sustituyó por un joven negro.

El día de hoy tiene banda sonora: es obligatorio escuchar el Weihnachtsoratorium de J. S. Bach y, si se admiten sugerencias, contemplar mientras tanto la Adoración de los pastores que Murillo pintó hacia 1650, con su niño-bombilla, los huevos led que la vieja porta en una cesta y ese borrego tan precioso que compite con los que pintaba Zurbarán. Delicias que alimentan el espíritu.

Un año más, ¡Feliz Navidad!

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