Horas críticas

«Dysphoria Mundi»: Paul B. Preciado y el sonido del mundo derrumbándose

Paul B. Preciado ha escrito un libro que lo abarca todo. El filósofo y comisario de arte, activista y poeta, agitador y narrador, profesor y articulista, última gran estrella de la Teoría, ha publicado un artefacto que funciona como síntesis de su pensamiento y como ampliación de urgencia; como manifiesto universal y como diario íntimo; como optimista puerta hacia el futuro y como repositorio de la reflexión posmoderna, queer y decolonial de los últimos cincuenta años; como tratado filosófico y como inventario de prácticas subversivas; como oración fúnebre para el mundo que se derrumba y como primera celebración del que emerge. Ha escrito algo desbordante, interminable y en movimiento: una obra mutante.

Dysphoria Mundi parte de la idea de que «la condición planetaria epistémico-política contemporánea es una disforia generalizada», y enseguida aclara: «La noción de disforia señala un problema de carga, una dificultad de resistencia, la imposibilidad de sujetar el peso y transportarlo. Por analogía, para la psiquiatría, la disforia indica un trastorno del ánimo que hace que la vida cotidiana se vuelva inllevable». «Disforia de género» es el diagnóstico que el propio Paul recibió de los psiquiatras, una etiqueta —una tecnología de control— que le permitió, como paciente, completar legalmente su transición (proceso que aborda en todas sus publicaciones pero que detalla especialmente en Testo Yonqui). Así, el autor cuenta cómo hace años tuvo que declararse loco para ser reconocido por unas instituciones que no considera legítimas —el régimen de gestión de la salud pública— y ahora, en 2022 —tras ver arder Notre Dame o tras la pandemia, pero también tras el surgimiento de movimientos como #MeToo o Black Lives Matter—, anuncia eufórico: «El mundo moderno que ha establecido la diferencia entre nuestra locura y su razón ha comenzado a derrumbarse».

Más allá de esta categoría fundamental —la disforia—, anunciada desde el título y las primeras páginas, resultaría imposible condensar en una nota el contenido de este ensayo universal aparecido, no obstante, en la colección Narrativas hispánicas de Anagrama. Tampoco sería posible trazar un recorrido abreviado a su través: es demasiado caudaloso y daría lugar a uno de esos mapas atrofiados e inútiles que ocupan tanto espacio como el territorio cartografiado (en este caso, más de quinientas páginas). Puesto que el texto está construido de manera deliberadamente rizomática, antes como una deriva que como un sistema, o como una repetición de estribillos sobre los que aparecen variaciones (eso sí: jamás como gabinete de curiosidades, nunca pierde el vigor filosófico), abordarlo supone, más bien, apuntar y agrupar influencias, hallazgos y conceptos. La última reducción: podríamos estar ante unas Cartas Luteranas con los jóvenes activistas del presente y del futuro en el papel del alumno Gennariello. Paul hace suyas las intenciones de Pasolini: «[E]mpujar a todas las desacralizaciones posibles, a faltarle enteramente al respeto a cualquier sentimiento establecido».

Uno de tantos acercamientos viables a Dysphoria Mundi («¿Dónde y con quién?») descubre tres niveles para las referencias o las relaciones con otros autores. En primer lugar, es necesario situar a Preciado que, tras años reivindicando y poniendo en valor prácticas periféricas, ocupa actualmente un lugar central en la filosofía de tradición continental. Desde esa posición de igualdad, el burgalés dialoga —toma, reelabora o discute— con sus contemporáneos más populares e influyentes: con Donna Haraway sobre antropología o transhumanismo; con Judith Butler respecto a política, asamblearismo y poder; con Silvia Federici cuando trata los cuidados y la reproducción; con Bifo si se refiere a variaciones en la sensibilidad contemporánea; y con el recientemente fallecido Bruno Latour al abordar la emergencia climática o el método científico (y otras estrategias de verificación del conocimiento). Recorriendo también todo el libro y casi como un desafío y no como condición de época, aparecen y se ocultan dos figuras más anacrónicas y desconcertantes: William S. Burroughs y Günther Anders. El norteamericano será relevante por su concepto del lenguaje como virus, además de haber sido un pionero de la guerrilla tecnológica. Burroughs inventó el cut-up y llamó a los activistas a usar las precarias grabadoras de sonido de los años setenta contra el poder. Hoy, el teléfono móvil es el dispositivo ideal para desarrollar su técnica. En cuanto a Anders, Preciado recupera sus reflexiones sobre la responsabilidad en un mundo tecnificado. La correspondencia entre el filósofo judío y Claude Eatherly, piloto ejecutor de la masacre atómica de Hiroshima, arrepentido e ingresado durante años en un psiquiátrico, es reivindicada como ejemplo extremo de toma de conciencia ante el delirio suicida de las sociedades modernas.

El tercer y último nivel lo compondrían las figuras sobre las que Paul ha edificado su pensamiento; singularmente, los grandes nombres de la Teoría Francesa, aquel grupo legendario formado por Deleuze, Althusser, Derrida, Barthes, Guattari o Foucault, entre otros. Aunque en cada libro de Paul resuena la escritura de todos estos autores, especialmente la del Foucault de Vigilar y castigar, este Dysphoria Mundi, por la amplitud de su mirada, podría leerse como un tratado sobre la vigencia de este pensamiento en su conjunto —y con él, la vigencia de la condición posmoderna—. Al menos hasta la llegada del COVID, que habría acelerado el desarrollo de una condición cultural nueva y distinta.

El filósofo y escritor Paul B. Preciado (Burgos, 1970). / Foto: Smith

Con el debate sobre la posmodernidad absolutamente desenfocado —la palabra se ha convertido en un comodín que se aplica sobre cualquier mal contemporáneo—, Dysphoria Mundi resulta clarificador. Aquí están desarrolladas todas las nociones que, en rigor y lejos de las columnas de opinión, caracterizarían este régimen. Si la Modernidad fue una gigantesca hoguera (en la que se quemaron y queman combustibles fósiles y se empaquetan y desempaquetan proteínas), la posmodernidad sería ese (este) momento posterior en que toda realidad o verdad —incluso el conocimiento científico— son producidas. Sobre cimientos que llegan hasta la definición de verdad de Nietzsche («la verdad es solo una ilusión de la que se ha olvidado que es ilusión»), Paul deconstruye las ficciones burguesas y apunta, pragmáticamente, que el problema no sería la creencia en falsedades (no existirían herramientas para verificarlas) sino el tipo de mundo hacia el que cada falsedad apunta.

Otra tema fundamental para los filósofos de la French Theory (o del posestructuralismo) es la performatividad del lenguaje. El discurso público —sostiene Preciado— estaría produciendo la realidad que aparentemente describe y, de manera más inmediata, algunas instituciones gozarían de la capacidad de producir situaciones o hechos a través de la enunciación. Por ejemplo, un pasaporte registra pero también impone, es decir, la nacionalidad es una inscripción con infinidad de consecuencias tangibles (a veces, de vida o muerte). No se puede comprender a Preciado (ni a Foucault) sin comprender esta discutida función del lenguaje (y una divertida aproximación a ella es La séptima función del lenguaje, una novela de Laurent Binet llena de correrías filosóficas).

Pero Paul no solo amplía el trabajo de sus maestros, sino que también produce nuevos conceptos y los fija con fuerza casi poética en largos neologismos. Si en Testo Yonqui examinó el llamado «régimen farmacopornográfico» (de manera no excluyente, pues ambos se relacionan y refuerzan), en Disphoria investiga las relaciones entre saber, poder y vida bajo un «régimen petrosexorracial». La suma de estos regímenes incluiría todas las formas de dominación que atraviesan la vida contemporánea: extracción ecológica, censura cibernética, somatopolítica… Acercarse a Preciado es recibir un catálogo de técnicas de dominio social y de formas de resistencia frente a ellas. Es también participar de su propio lenguaje, lleno de términos nuevos o recientes: somateca (o archivo corporal de experiencias y deseos), necropolítica (palabra acuñada por Achille Mbembe para referirse al poder de los gobiernos para decidir sobre la vida o la muerte), simbionte (u organismo colaborador)… Todos los recursos son pocos para cercar los cambios que se están produciendo o para diseccionar la triple crisis (de percepción, sensibilidad y sentido) que atravesamos. Y, como, de nuevo, no rebuscamos en un bazar del que entresacar ocurrencias más o menos afortunadas, la profundidad del proyecto obliga a ciertos desarrollos filosóficos. Así, para defender que «las políticas de identidad han terminado por renaturalizar e intensificar las diferencias», Paul recurre a una ontología del cambio que considera que «el ser es la diferencia, no lo inmutable». O, en definitiva, de una partícula o de un sujeto (por ejemplo: un virus) resultan más elocuentes su aceleración y su velocidad (su propagación) que su posición o su formulación química (su presunta esencia).

Dysphoria Mundi, salpicado de pasajes autobiográficos escritos durante el confinamiento de 2020 y con decenas de capítulos que se cierran con la frase «Wuhan está en todas partes», no es un libro sobre el COVID. «El virus [solo] ha acelerado la transición hacia un nuevo régimen de verdad y valor», sostiene Preciado, como podría, también, haber acelerado la escritura —alucinada e inspirada— de la propia obra. La epidemia de COVID ha extendido las políticas de frontera y la necropolítica hasta el total de la población. De pronto, los cuerpos blancos y normativos comparten subalternidad en el ojo de un huracán (se puso en marcha con la epidemia de VIH) que durante años solo había alcanzado a migrantes, homosexuales o personas con discapacidad.

Durante el confinamiento Paul se pregunta —una cuestión en la que resuena Butler— «bajo qué condiciones merecerá la pena seguir viviendo» y considera que la gestión de la crisis sanitaria es un ensayo general de la crisis climática y un proceso de destrucción de sublevaciones en marcha. Nuestras prácticas culturales hacen que el virus se expanda (de manera horizontal, por cierto, frente a la verticalidad de la riqueza) y ninguna política podrá ya soslayar esa vulnerabilidad. Los ciudadanos, por tanto, nos enfrentamos a un peligro doble: el del virus y el de todas las tecnologías de la muerte que los regímenes de control y disciplina despliegan oportunamente.

Recurriendo a la famosísima cita de Hamlet, «Time is out of joint» (tan difícil de traducir: el tiempo se ha salido de sus goznes o se ha descoyuntado), el cuerpo central de Dysphoria Mundi lo forman más de treinta capítulos dedicados a figuras y significantes que ordenaban la Modernidad y la Posmodernidad y que, tras la pandemia, estarían «out of joint» (o se habrían salido de sus goznes). La libertad, la identidad o el sujeto moderno «are out of joint»; también los narradores, el trabajo, el organismo o el automóvil han descarrilado. Con tantos límites redibujándose, Preciado sostiene que, si todavía no se ha producido un cambio de régimen generalizado (tal vez una revuelta, no aparece la palabra «revolución»), es porque muchas de las circunstancias que están aconteciendo resultan demasiado grandes para ser consideradas: desde Hiroshima la conciencia se enfrenta a problemas supraliminales.

Todos los códigos —de la mirada a las relaciones micropolíticas— están cambiando, atravesamos una dislocación, las jerarquías se reorganizan y, al fin, los subalternos se levantan. Es inútil seguir dando vueltas a quiénes somos: lo importante es analizar cómo hemos sido construidos y cómo podemos intervenir en ese proceso. Hace falta abrazar la mutación, no reformar ni juzgar, sino inventar nuevas prácticas. Es necesario extraer la somateca y la función deseante del mercado. No se acudirá más a las identidades modernas, no se resolverán los antagonismos mediante relaciones dialécticas. La disforia es una plataforma revolucionaria: la transición modifica muchas posiciones además del género. Cuando una estatua cae se abre a la imaginación el espacio de los signos de poder. El cuerpo es el centro de toda política. Imaginar es ya actuar.

Paul ha visto en la pandemia una oportunidad y un catalizador. Ha escrito un libro esperanzado que, en uno de sus pasajes finales —después de una mudanza y una enfermedad, superados el desánimo y el miedo—, incluye una catarsis junto al mar. Dysphoria Mundi es la obra de un filósofo exidentitario, exhumanista, excomunista: extraterrestre. Es, además, la obra de un escritor optimista, que abraza todos los cambios y se aleja de los discursos apocalípticos o nostálgicos; no dedica un solo párrafo a las «distopías contemporáneas». Tras tantas sacudidas, tras tantos falsos dilemas (justicia/reconocimiento, universalismo/esencialismo), Paul propone vincular las luchas, generar relatos alternativos y parar el mundo para «devenir otro». Confía en la revuelta de los undercommons, en los levantamientos de migrantes, en la furia trans o en la Cuarta Ola Feminista. Gracias a las nuevas disidencias mira al futuro sin inquietud, con ilusión.

 


 DYSPHORIA MUNDI 
Paul B. Preciado
ANAGRAMA
(Barcelona, 2022)
560 páginas
21,90 €

Un comentario

  1. José Luis Morata

    He leido Dysphoria Mundi y me parece un libro deslumbrante.
    Quizás algunos capítulos son marcadamente áridos en el sentido de difíciles de leer, pero en conjunto se trata de una obra monumental e interesantísima. La mente privilegiada de Paul B. Preciado, arrasa con innumerables conceptos tenidos como inmutables. Los ruegos a las Vírgenes de varios temas son formidables.
    Un libro imprescindible para espíritus inconformistas

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