Horas críticas

Libros de la semana #90

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Ecología como nueva Ilustración, de Corine Pelluchon (Herder)

Este ensayo nos pone ante el punzante planteamiento de si es posible una puesta al día del Siglo de las Luces, corriente transversal basada en otro tipo de fe distinta a la más extendida hasta entonces —una nueva fe en la razón y la ciencia como motores de la humanidad—, en una era como la nuestra donde la emergencia medioambiental ocupa el centro del tablero. Dado el clima propenso al catastrofismo, los golpes en la mesa y en el pecho —exhibiciones públicas de autoridad y de las emociones o instintos más primarios— parecen haber ocupado el lugar de la reflexión, justo cuando esta más parece hacer falta. Eso sí, casi tres siglos más tarde del nacimiento de la Ilustración, aquel proyecto que situaba al ser humano como medida para todas las cosas debiera ser reevaluado y reinterpretado en base a una relación mucho más igualitaria con la naturaleza y a la revisión de una idea férrea del racionalismo y del progreso que ha dado lugar, con el tiempo, a grandes desequilibrios y regresiones sociales que nos acercan a la barbarie. Corine Pelluchon (Barbezieux-Saint-Hilaire, 1967), filósofa y docente que desde hace años es todo un referente en cuestiones de animalismo, antiespecismo y ética aplicada, propone en Ecología como nueva Ilustración «un sustituto al relato imaginario capitalista que no ofrece más perspectiva a los individuos que la producción y el consumo y que fundamenta la sociabilidad en la competencia y en la manipulación». Partiendo de la Dialéctica de Adorno y Horkheimer, la autocrítica del pensamiento ilustrado que se sugiere no favorecería la «anti-Ilustración» contemporánea basada en el relativismo y el desprecio —fascista— de las instituciones democráticas, sino la búsqueda de emancipación e igualdad social de movimientos como el feminista o el poscolonial. La nueva Ilustración defendida por la escritora francesa se asienta en la transición ecológica, el respeto a los animales, la lucha contra la discriminación y la solidaridad de acuerdo con una «filosofía de la corporeidad» que apuesta por una racionalidad sensible y no opresora. Con la identificación de ese racionalismo extraviado abre su ensayo Pelluchon, contraponiéndolo a un «uso sano de la razón» que permita captar de nuevo lo universal o lo universalizable en el proyecto civilizacional; a continuación abordará la cultura de muerte heredada del nazismo y una esperanzadora «fenomenología de lo viviente»; la autonomía vinculada a los cuidados del otro —humano o no— frente a las políticas de la (auto)destrucción; el futuro de la democracia y el papel de las minorías en el proceso descentralizador; la técnica y el afán calculador del poder tecnológico y la globalización; y, en fin, la cuestión de Europa como primera etapa en una «cosmopolítica de la consideración» que conduzca a la libertad y la paz. En resumen, señala la autora, la Ilustración «puede ser todavía una fuente de inspiración y quitar la razón a los que, hablando del final de la filosofía, esperan que un dios tenga a bien salvarnos o expresan su complacencia por la clausura del sentido». Parece que es hora de recuperar el sentido —común— y entrar en razón para que la con-vivencia vuelva a hacerse posible.


Nerón, de Edward Champlin (Turner)

Todos asociamos la decadencia del Imperio Romano a su figura, por lo que pocos personajes históricos podrían despertar tal nivel de fascinación. Según desvela este exhaustivo ensayo biográfico, Nerón creó a partir de la tradición y los mitos lo que hoy podríamos llamar una narrativa que sirviera de escenografía y coartada ideológica a sus decisiones, guiadas siempre por el afán de posteridad, aunque su fama no llegara a ser lo que se dice buena. El especialista en la antigua Roma —en su historia, sus leyes y su literatura— Edward Champlin, docente de clásicas y humanidades en la Universidad de Princeton, comienza su estudio recreando cómo el Senado lo declaró enemigo público y pretendía castigarlo al modo ancestral: despojado de sus ropas, azotado públicamente y arrojado desde un risco. «Arrastro una vida malvada e ignominiosa», se decía a sí mismo, viéndose a las puertas de la muerte y pocos instantes antes de clavarse una espada en la garganta. Tenía 30 años y medio. Su reputación como monstruo quedó inmortalizada gracias a la llegada de una moralidad más estricta y a la publicación de obras críticas hacia su figura como las de Plinio el Viejo; pero su popularidad póstuma se convirtió en una fuerza viva a lo largo de los siglos. Su leyenda se fundaría en factores como su gran filohelenismo y el resentimiento oriental, que le dan un fuerte componente asiático, o sus famosas carreras de cuadrigas y sus edificaciones, que le otorgan una enorme reputación entre sus coetáneos. En realidad, como afirma Champlin, «para ser un héroe no es necesario en absoluto ser un buen hombre» o, según lo expone unas líneas después, «uno puede ser juzgado como un mal hombre por la historia y a pesar de ello ser un héroe». Las tres principales fuentes sobre su existencia y su reinado seguidas en este libro, las de su biógrafo Suetonio y los historiadores Tácito y Dión Casio, no ahorran el detalle cruento de sus víctimas, pero según la visión del propio Nerón, las ejecuciones (incluidas las de la mayor parte de sus parientes próximos) habían sido necesarias para el bien del Estado. Este retrato apasionante trata, al menos, de cuestionar nuestra perspectiva sobre la imagen legada del último de los Julio Claudios, quien durante siglos fue honrado como no lo ha sido ningún malo de libro. Estas páginas, por tanto, no se proponen tanto determinar sus intenciones o sus actos como pensar el modo en que habría querido él que se percibieran sin el condicionante de su infamia; es decir, la pregunta «no es si Nerón fue un buen hombre o un buen emperador, sino cómo podría vérselo como tal». Poeta, cantante, actor, heraldo y competidor, sus últimas palabras fueron: «¡Qué artista muere conmigo!». Todo un performer fanático de la pantomima, excesivo hasta la náusea y con una imaginación desbordada, de cuyo gobierno «cabría esperar, si no el triunfo del arte sobre la vida, sí al menos un asalto a los límites entre ambos, y algunas actuaciones bastante sorprendentes». Podría decirse que Nerón, drama king, se dejó llevar por su personaje, porque acaso todo a su alrededor le pareció puro teatro.


Reflexiones sobre museología crítica, dentro y fuera de los museos, de Jesús Pedro Lorente (Trea)

El libro que nos disponemos a reseñar se presenta como un «ensayo subjetivo» que, sin embargo y pese a su condensación, es el resultado de un arduo y largo trabajo de investigación y reflexión acerca de la materia que aborda. Catedrático de Historia del Arte y vicepresidente de la Asociación Internacional de Críticos de Arte, entre otras destacadas responsabilidades, el también prolífico ensayista Jesús Pedro Lorente (Lumpiaque, 1963) sintetiza desde un prisma personal su visión de la museología crítica o —como también se la ha calificado— reflexiva, tratando de dar respuesta a un par de cuestiones planteadas por la museóloga australiana Kylie Message: cómo han respondido los museos a la evolución de este ámbito y al modificado escenario político, y cómo el acercamiento crítico ha cambiado a su vez. Así, estas páginas se proponen «repensar la teoría y práctica museística conjuntamente, interrelacionando los usos museísticos internos con los paradigmas teóricos en círculos académicos externos». Reflexiones sobre museología crítica, dentro y fuera de los museos analiza, por tanto, el papel de los museos y del arte en la esfera y el espacio públicos, pero también su posicionamiento autocrítico en los estudios sobre patrimonio. Así, en un primer bloque, Lorente hace repaso histórico de los hitos y legados de la nueva museología, arrojando luz sobre una terminología cambiante para una disciplina transversal y en continua mutación. Seguidamente, aborda la llamada crítica institucional tal y como la expuso la artista Andrea Fraser, aplicada a la pedagogía museológica y a la construcción de un nuevo canon cultural que no elude los interrogantes, las dudas o la controversia. Pero al margen de cómo se designen estas cuestiones, lo importante según el autor es «abogar por un museo y una museología que abran a debate público una pluralidad de puntos de vista subjetivos», recuperando estos espacios de diálogo e interacción para personas e ideas diversas. Partiendo de la noción de espectador emancipado definida por Jacques Rancière, se trata aquí el papel proactivo de los públicos y la mediación de los profesionales museísticos en la generación de narrativas que los impliquen y conciernan. Por último y con varios ejemplos concretos, Lorente analiza la propia autobiografía del museo en tanto que patrimonio histórico conservable e interpretable a la manera sugerida por el experto François Mairesse. Dice el historiador zaragozano que si por algo destaca la museología crítica es por la intrínseca diversidad en el modo de entenderla y la tendencia de sus defensores a cierta «individual rebeldía al opinar, con escasa adhesión a liderazgos e idearios colectivamente asumidos». Y no dejando de constituir este libro una perspectiva de lo más personal sobre esta materia, también supone un faro para quienes deseen entrever lo que se puede esperar del futuro de los museos, tanto de puertas para adentro como para afuera. Un futuro hecho de pasado y presente, como evoca la historiadora del arte Annette Loeseke con su transhistoricismo: «Los museos han de comunicar de forma transparente que son instituciones contemporáneas tanto como históricas; que tratan el presente tanto como el pasado». Templos de verdadero culto a una memoria digna de ser preservada.


La verdadera historia de Nellie Bly, de Luciana Cimino y Sergio Algozzino (Libre Albedrío)

El cómic biográfico sin duda vive un momento de esplendor en los últimos tiempos. Cada año un puñado de estupendos libros interpretan, mediante el arte secuencial de las viñetas, su particular visión de una determinada figura histórica, su personalidad y el contexto sobre el que influyeron, e incluso el impacto que dejaron en el mundo que les siguió. En este caso, la editorial independiente Libre Albedrío —radicada en Aguadulce, Almería— rescata La verdadera historia de Nellie Bly, que como explica el subtítulo fue pionera en el periodismo de investigación y se convertiría en todo un referente de un estilo que hoy día prácticamente no existe, pero que dio lugar a algunos de los mejores reportajes de la historia. Más allá de sus muchos logros periodísticos y también viajeros, Elizabeth Jane Cochran (1864-1922), de cuya muerte se ha cumplido un siglo este año, fue un auténtico modelo de mujer inquieta, intrépida y emancipada cuando este adjetivo apenas podía entenderse. Como indica en su prefacio David Randall, su modernidad residía en una determinación nada usual para los habituales roles femeninos preasignados en el siglo XIX. Su más célebre reportaje para el diario New York World consistió en internarse en un sanatorio, fingiéndose trastornada, para ser testigo de los maltratos que sufrían sus pacientes y contarlo en una revolucionaria pieza. No fue el único de los papeles que encarnaría en su profesión, que además la condujo a otra gran aventura: dar la vuelta al mundo en menos de 80 días, algo impensable en su época y que ella consiguió —en solo 72 días—. Aquella gesta la convirtió en una celebridad en Estados Unidos, antes de hacer carrera como exitosa empresaria y de volver al columnismo, ya en sus últimos días. La periodista y escritora italiana Luciana Cimino evoca su carrera en este cómic, y lo hace a través de un guiño metaficcional en el que una joven periodista, en 1921, busca a Bly como inspiración para un artículo en el que pretende denunciar que su facultad acepta a pocas mujeres entre su alumnado. Bly entonces rememora su polémica y célebre pieza de debut, firmada como Lonely Orphan Girl, que escribió en 1884 como respuesta a un artículo contra las mujeres trabajadoras, en el que se calificaba a las feministas como «seres repugnantes». La imaginativa narración de Cimino, que va tejiendo los recuerdos personales de Bly con los acontecimientos sociales que la rodeaban y daban combustible a su periodismo activista, se complementa a la perfección con las ilustraciones de Sergio Algozzino, en las que destaca su versatilidad y los juegos de color, a ratos impresionistas, capaces de ir al mínimo detalle y luego hacer zoom out para mostrar el cuadro completo. Cuenta el dibujante en sus notas que para esta historia quería una línea con cuerpo, hecha de «acuarelas sucias, veloces e instintivas», pero que solo la logró en digital; el efecto es asombroso, en cualquier caso, en tonalidades y atmósferas. Un trazo significativo, como la figura de Nellie Bly en la que se inspirarían tantas mujeres periodistas (de Anna Politkóvskaya a Tina Merlin, pasando por Dorothy Thompson, Lidia Cacho, Amira Hass…) y gracias a la cual «se consolidó el periodismo como instrumento democrático para cambiar la condición de los más débiles». Conviene no olvidar esa función.

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