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Memento pulvis

Reseña de «Polvo en el aire», de Víctor Barba

¿Recuerdan cómo era la vida hace cuatro años? Cuatro exactos, ni un mes, ni una semana más, ni una menos. Por ejemplo, cómo se sentían moviéndose por la sucesión de días con esa prisa que caracteriza a nuestras sociedades, cuando parecía que lo peor que podría pasarnos consistía en que retirasen del supermercado nuestro hummus favorito.

¿Recuerdan la primera vez que, poco tiempo después, escucharon hablar de ese huésped en forma de virus que, según nos contaban, se había saltado la cadena animal para habitar entre nosotros? Murciélagos y pangolines se colaban en nuestros telediarios como presuntos culpables y, mientras tanto, subían las cifras de muertes y contagios, primero en China; poco después, en todo el resto del mundo.

No se lo pregunto retóricamente, ni es una cuestión baladí. Piensen, si no, en por qué la mayoría de nosotros, al referir los fatídicos 11-S u 11-M, no podemos evitar apuntar que recordamos perfectamente el momento de oír la noticia y, para dar fe de ello, relatamos la acción cotidiana que realizábamos (conducir, comer, doblar la ropa). Esa que pasó de ser anodina, rutinaria, casi un ritual inconsciente, a ser aquello que hacíamos a la par que sentimos que el mundo no era un lugar tan seguro como habíamos creído, apenas cinco segundos antes.

Con la pandemia del COVID-19 pasa algo curioso. Quizás por la paralización global, o por el avance gradual —aunque atropellado— de un riesgo que no queríamos ver venir; quizás por la saturación de información, y de desinformación, de ese año y medio, o el silencio de después… Sea como fuere, la cuestión es que, siendo aún tan reciente, nos parece lejano, casi un mal sueño. Hay que preguntarse por qué y a quién conviene el olvido.

A Víctor Barba, desde luego, no. De eso no hay duda. Después de Hasta Nóvgorod, y de Historia de la provincia de Ciudad Real en cómic, nos trae Polvo en el aire, una novela gráfica en la que nos ayuda a reubicarnos en aquellos primeros momentos de asombro y desconcierto, donde la premura de las noticias y el vértigo existencial al que nos enfrentábamos a nivel colectivo no eran buenos aliados para hacer un análisis en tiempo real. Ahora no tenemos excusas.

Ayudándose de la potencia que solo tienen las imágenes y que él tiene la habilidad de plasmar en sus ilustraciones, cuenta, desde una perspectiva personal, el impacto de las calles vacías, del miedo al contacto con los otros, el desgaste emocional de sanitarios, sobre todo, pero también de otros sectores que fueron testigos cercanos de un mundo cada vez más sombrío: «[E]l horror que los soldados han presenciado al entrar… miles de muertos… en residencias de mayores»; Finita, la florista que «solo ve dolor en el trabajo [porque] ya nadie encarga flores para enamorados, para bodas, para recién nacidos o para alegrar las casas… únicamente hay difuntos, tristeza y soledad»; los comercios cerrados, primero temporal y luego definitivamente… Y, mientras tanto, el azote de las fake news, de los políticos irresponsables, de los volcanes y los incendios; la muerte de George Floyd, las filtraciones de Anonymous sobre la lista de altos cargos que compartían impunidad y pedofilia con Jeffrey Epstein. El mundo en llamas y nosotros en el epicentro del desastre, pero, a la par, aislados, sintiéndonos, como Violeta —la hija del protagonista—, impotentes, desesperados, inútiles.

Aquello pasó, como todo pasa (y todo queda, que decía Antonio Machado).

Víctor Barba no nos cuenta nada que no hayamos vivido los que, a pesar de todo, tuvimos la fortuna de estar de la mitad para arriba en el orden jerárquico de las clases sociales; no nos cuenta nada nuevo, y por eso su libro es importante. Saturados como estamos (nosotros y el mercado editorial) de un insaciable afán de originalidad, Polvo en el aire tira de la experiencia diaria, compartida, comprensible sin necesidad de grandes florituras lingüísticas, efectiva y cercana. Y eso le permite desarrollar la segunda gran virtud del libro: la pausa contemplativa. Los dípticos de ilustraciones con paisajes nos invitan a sumergirnos en los colores, en las formas que, a menudo, pasamos por alto (una nube, una ola, un atardecer que se sonroja sin que nadie lo mire); en una esperanza poco ambiciosa, pero, al fin y al cabo, la única que realmente puede ofrecernos consuelo: que —como invocaba el título de la película de 1988 de José Luis Cuerda— amanece, que no es poco.

Entenderán, cuando lo lean, que es perentorio revolver nuestro pasado y no dejarlo guardado en un cajón, porque solo así flotará el polvo en el aire, podremos limpiarlo y «quedarnos solo con lo que es de verdad útil».

Ahora que ya sabemos que no salimos mejores de aquello, es cuando más nos conviene recordar. Puede que, incluso, seamos capaces de recuperar el optimismo que nos quiere transmitir Víctor Barba en su última publicación. Saber que pasamos por un escenario que olía a apocalipsis, como el actual, como el del siglo pasado, lleno de guerras y hambre, pero que conseguimos salir adelante. Recordar que, por un momento, incluso llegamos a sentirnos libres sin tanta prisa, sin tantas distracciones, únicamente con lo esencial. Recordar a los muertos, aunque nos digan que ya han tenido que ser olvidados. Recordar, por si acaso Barba tiene razón y estamos «en medio de un gran centrifugado» que limpiará todo el polvo que todavía estamos masticando.

 


 POLVO EN EL AIRE 
Víctor Barba
JOT DOWN BOOKS
(Sevilla, 2022)
120 páginas
20 €

3 Comentarios

  1. Pingback: Víctor Barba presentó su nueva novela gráfica "Polvo en el aire" en el Museo Cristina García Rodero de Puertollano - Lanza Digital - Lanza Digital

  2. Muy bien el artículo, pero Amanece que no es poco es de José Luis Cuerda, no de Berlanga.

    • Tienes toda la razón, Luis, y fue un error de edición que no apareció en la versión impresa de la revista que publicamos en noviembre, y que sin embargo hemos recuperado involuntariamente en esta versión digital por un descuido. Gracias por el aviso, ya lo hemos corregido.

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