Horas críticas

Libros de la semana #60

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

El huerto de una holgazana, de Pia Pera (Errata Naturae)

«En ocasiones la felicidad es demasiado intensa, desbordante, imposible de contener. Como ahora, ante el rojo rubí de las guindas contra el verde oscuro de las hojas». Tras la publicación el pasado año de Aún no se lo he dicho a mi jardín, su testamento literario y literal, Errata Naturae edita este otro ensayo de Pia Pera (Lucca, 1956-2016), originalmente lanzado en 2013 e igualmente imprescindible. Descorazonada por el mundo académico, la escritora italiana empezó a dedicarse a la lectura —como autora y traductora— y a admirar la naturaleza, especialmente la vida floreciente en su propio jardín, sobre todo a medida que la suya propia se extinguía. En estas páginas sitúa en primer término la importancia de los minuciosos cuidados del huerto (al que retrata como un maestro «que revelaba de forma despiadada las carencias de mi carácter, y que justo por eso iba a enseñarme a afrontarlas») para que el jardín luzca pletórico. El valor humanista de este libro es el de poner en correlación la labor intelectual —que, como las plantas, ha de ser cultivada y regada a diario— con ensuciarse las manos trabajando la tierra, empapándose de ella para hallar lo extraordinario en lo inadvertido: «No debemos olvidar que siempre hay un momento en que ni siquiera las cosas más sencillas nos resultan evidentes», escribe. La acompañan en su empeño las palabras de literatos-pensadores que se aplica en su paciente cometido, tótems que van desde Yeats a Flaubert (quien «se encargó de desacreditar, de una vez por todas, a los urbanitas con vocación de campesinos»), pasando por Thoreau, Pasolini, Coetzee, Stendhal y San Francisco de Asís. Pero también las de autores-horticultores como Columela, Rudolf Borchardt, Frances Hodgson Burnett, Mario Howard y sobre todo Masanobu Fukuoka, cuya agricultura zen de la no acción impregna todo el volumen: «No acción, no cultura, conciencia de que nada de lo hecho por el ser humano tiene valor a efectos de la felicidad. Fukuoka lo sabe. Halla la felicidad permaneciendo cerca de la naturaleza. Parecen principios austeros, extremos, y, sin embargo, siento que justo de ahí podría nacer una civilización liberada del mecanismo destructor innato a esta compulsión por el desarrollo». En su aprendizaje sobre cómo prosperan las plantas, Pera se hace consciente de que hay una parte importante en dejar a la naturaleza que siga su curso y conquiste su propia excelencia: «Donde no soy yo la que siembra, todo es puro esplendor». Su rol de cuidadora, se diría, se cifra también en su escritura poética, en el mimo que pone a la hora de evocar los acontecimientos del (medio)ambiente con una conciencia plena y rebelde a las prisas impuestas: «El agua cae del cielo como si no pesara. Nebulizada, oblicua, liviana como una bocanada de vapor en la ladera de la montaña. […] De vez en cuando, las ráfagas de viento gélido dan escalofríos. Rasgones de azul en un cielo plúmbeo. Manchas de verde joven que destellan en los campos oscurecidos por las nubes».


Los reyes del río, de Cat Jarman (Ático de los Libros)

A pesar de que documenta la historia y la arqueología de una civilización que nos queda lejos en el tiempo y en la geografía, el libro que tenemos entre las manos no puede estar de mayor actualidad. Por un lado, el uso manipulador de la historia de la Rus de Kiev —federación de tribus eslavas formada por los varegos-vikingos del norte— por parte de Vladimir Putin ha forzado a su autora a desmentir en diversas entrevistas los argumentos demagogos que esgrime el dictador ruso en su afán nacionalista e invasor. Por otro lado, la coincidencia en el tiempo con el estreno mundial de The Northman, de Robert Eggers, presentada como la película de vikingos de mayor precisión histórica entre cuantas se han hecho, ha servido para establecer inevitables comparaciones entre la parte legendaria y la realista en la visión de una civilización que en los últimos años ha fascinado a propios y extraños (en algunos casos para nuestra desgracia, pues no en vano ha sido reapropiada por ciertos movimientos de la ultraderecha). Justamente como modo de oponerse a cierta romantización de la cultura vikinga y su deformación en la cultura popular, Los reyes del río supone un ensayo de incalculable valía. Anteponiendo la investigación rigurosa a la vaga espectacularización, la bioarqueóloga especializada en la era vikinga Cat Jarman, que ha dirigido numerosas excavaciones en todo el mundo y se ha destacado por el uso de técnicas forenses para desentrañar los misterios de civilizaciones pasadas, pone el foco en el carácter inquieto, comerciante y viajero de los vikingos, cuyo periplo desde Escandinavia hasta tierras orientales rastrea en estas apasionantes páginas. Si lo son, aparte del material que sacan a la luz, es también por su capacidad para transmitir el relato de aventuras que esconden esta serie de descubrimientos arqueológicos que desmontan infinidad de mitos y, como mínimo, son capaces de disipar los estereotipos y los reduccionismos más implantados en torno al pueblo norteño. El hallazgo de una cornalina procedente de Asia entre los restos de una fosa común de hace más de un milenio situada en Derbyshire, en 2017 y tras un lustro examinando minuciosamente los huesos de los casi 300 cadáveres que allí yacían, darían un vuelco a las indagaciones en el pasado de Jarman. Lo que hace en este libro es desandar el viaje de aquella cornalina remontándose a su origen en la India y buscando, a partir de otros muchos objetos y revolucionarias técnicas científicas, el rastro de aquella travesía «en busca de riquezas, poder, aventura o, sencillamente, una nueva vida». Si Vikingos, de Neil Price (también editado en nuestro país por Ático de los Libros), pone el foco en el carácter guerrero de esta cultura, Los reyes del río ofrece una imagen menos épica pero igualmente asombrosa, gracias al modo en que Jarman mezcla su contagiosa fascinación en primera persona con un didactismo bien entendido que ayuda a considerar la importancia de muchos de estos hallazgos. Así, recorre aspectos como la habitual trata de esclavos, sus avances y habilidades para la navegación, el establecimiento de ciudades comerciales, las conexiones orientales de la religión, el verdadero rol de las mujeres vikingas y el mito de las valkirias, las migraciones, las rutas de la seda y la suerte de «globalización» que se produjo en aquella época a partir de la consolidación de ciertas redes fluviales. Movimientos impulsados por la sed de lujos y riquezas, respecto a la que los vikingos «se convirtieron en parte de ese entramado, una pieza del mosaico cultural en occidente y oriente, como emprendedores y actores políticos, o como simples colonos». Pero sin duda mucho más que combatientes sanguinarios.


Cartas a la madre, edición de Nicolas Bersihand (Plan B)

Si algunos todavía sospechan que el Día de la Madre es un invento de El Corte Inglés, sepan que su origen no fue comercial, aunque muy pronto lo sería. Tanto que quien fue su impulsora en Estados Unidos, Ann Marie Jarvis, apenas seis años después de que se instituyera en 1914, luchó en contra de aquel marketing de tarjetas impresas, flores y chocolate que pervertía y banalizaba su motivación inicial. Como fuere, este domingo volveremos a celebrarlo, y en torno a él surgen iniciativas editoriales que hasta la propia Jarvis habría aprobado. La que aquí nos ocupa es una selección de cartas escritas a las madres a lo largo de la historia por insignes autores y autoras que condensaron en palabras su devoción y admiración por quienes les trajeron al mundo: de Delacroix a Miguel Hernández, de Mistral a Lovecraft, de Gardel al Marqués de Sade, de Beecher Stowe a Nietzsche, de Séneca a Sand, de Gramsci a Joyce, de Kafka a María Antonieta… Un centenar de misivas organizadas por curiosos ejes temáticos entre los que se hallan declaraciones de amor filial, verdaderas odas a la figura materna, confesiones íntimas, retratos de madres heroínas o salvadoras, experiencias en torno a la maternidad (o su ausencia), madres putativas, mamitis, madres más bien detestadas y, por supuesto, madres extrañadas y lloradas tras su pérdida. Esta recopilación encierra auténticos hallazgos en un género —epistolar— que revela aspectos de la vida, el pensamiento y el estado emocional de sus firmantes, y los trae a un orden íntimo al que merece la pena asomarse: desde el maximalismo de Wagner («¿No es el amor de una madre muchísimo más impoluto que cualquier otro?») al espíritu popular de Lorca («No te disgustes, tontica, conmigo porque te diga que escribir cartas es un latazo»), pasando por el lirismo de Dickinson («Se nos escapó de las manos como un copo de nieve arrastrado por el viento, y ahora forma parte de la deriva llamada infinito»), la severidad de Unamuno («Te pasa lo que les pasa a todas las madres, el cariño te ciega y no me conoces») o la perspicacia de Pessoa («Siempre comprobé que a quienes carecieron de madre les falla la ternura»), se rinde homenaje a esta figura eterna que es «faro absoluto de la existencia» y acaso el vínculo más sólido capaz de sostenerse. Hallamos también casos singulares como los del liberalista Adam Smith, quien vivió toda su vida en las faldas de su madre sin plantearse siquiera lo que suponía el trabajo doméstico; la cortesana —además de poeta— Veronica Franco, queriendo evitar que otra madre permitiera a su hija ejercer la profesión y convertirse en carne «cortada en pedazos y vendida»; o la única carta de Verlaine a su madre, con el fin de que lo rescatase del suicidio. La edición corre a cargo del periodista cultural y escritor Nicolas Bersihand, quien señala en su nota bene que las cartas a la madre «deberían formar un elenco aparte de todo», más allá del subgénero o de una digresión literaria, puesto que representan «la propia raíz de la escritura vertida desde y sobre el origen mismo de la vida». Un libro apto para todos los madreros y las madreras que no se avergüencen de serlo porque, ya saben, no hay más que una. Y ya que en Mercurio lo somos, nos sumamos a este compendio de citas con una extraída de un cante del inigualable Camarón en Como castillo de arena: «Ay, tú nunca la desampares / Que la única que te quiere / En este mundo es tu mare». No lo olviden.


Julio César, de Patricia Southern (Desperta Ferro)

A menudo resulta una tarea complicada delimitar lo que ha pasado a formar parte de la Historia y los elementos que pertenecen a la leyenda forjada en torno a una determinada figura. En el caso de Julio César, acaso sea un cometido tan complejo como su propia personalidad, ensalzada por un mito que se ha ido alimentando desde sus coetáneos hasta las ficciones más recientes. Así pues, no es extrañar que ya desde el prefacio de este libro, con estupenda edición de Desperta Ferro plagada de imágenes, planos e ilustraciones, se nos advierta de que «el objeto de estudio se revela imponente y abrumador, habida cuenta de las connotaciones heroicas y sobrehumanas de las que se ha cargado su figura». Tal y como vislumbró Plutarco en sus Vidas paralelas, el «Divino Julio» está a la altura legendaria de Alejandro Magno; no en vano, el apelativo de César se convertiría en título para líderes de los siglos venideros. La veterana historiadora Patricia Southern (Cheshire, 1948), especializada en el mundo romano y prolífica autora de ensayos sobre diversos aspectos del mismo, aborda con notable documentación y capacidad divulgativa su biografía y los hechos cruciales que le condujeron al destino que la Historia —aunque también la ficción, de alguna manera— le tenía reservado: «No olvidemos que el propio César invirtió ímprobos esfuerzos en crear su leyenda presentándose tal como deseaba que se le contemplara», nos recuerda. No obstante, la voluntad de la autora inglesa es más bien la de traer de vuelta al reino de lo terrenal a este «personaje colosal, de una inteligencia suprema, siempre victorioso y situado muy por encima de sus insignificantes contemporáneos», a la manera de los Washington, Bonaparte o Churchill. Para ello, se apoya en fuentes que comprenden las crónicas de Cicerón, Plutarco, Apiano, Dión Casio, Suetonio o Tácito, pero también en no pocos análisis contemporáneos de la política y los entresijos de la Roma republicana. En ese sentido y dada la cantidad de estudios que se han dedicado a la figura de Julio César, Southern compara su empresa a la de un buen actor que recita los mismos diálogos en la enésima función, donde «tiene que parecer que es la primera vez que pronuncia esas palabras y ejecuta esos gestos». Con ese espíritu repasa desde sus comienzos en la res publica hasta sus sucesivas etapas como senador, pretor, cónsul y dictador vitalicio, reflejando el modo implacable con el que comandó guerras como la de las Galias o la Civil, así como un meteórico ascenso al poder supremo y su ejercicio en menos de dos décadas. Dado lo extraordinario de tal hazaña, como de muchas otras que se le atribuyeron, la autora incorpora a su retrato el debate sobre si llegó a ser considerado un dios viviente o una mera deidad potencial cuyo reconocimiento no llegaría hasta después de su muerte. Como fuere, lo cierto es que ensayos como este nos hacen admitir su grandeza y su inmortalidad. Ya saben: al César lo que es del César.

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