Crónicas desorbitadas

Y el mundo dio la vuelta en Sevilla

Real Alcázar de Sevilla

Aquel navío, al que era difícil seguir llamando barco, parecía ir a hundirse de un momento a otro. Incapaz de navegar por sí mismo, ascendía el Guadalquivir remolcado. Sus bodegas iban esparciendo por la ciudad un aroma a canela y clavo, el contenido de sus bodegas y objeto de su gran viaje. De ser primavera, hubiera sido capaz de competir con el olor a azahar de los naranjos. Sobre las maltrechas tablas de la cubierta, a punto de naufragio, venían dieciocho supervivientes, con el agua del río casi lamiéndoles los pies. Más parecían esqueletos que hombres, de puro flaco. El último de ellos, en el puente, tras el timón, traía la mirada altiva de quien ha ido allí donde los mapas dicen Hic sunt dragones, y ha vuelto para contarlo: Juan Sebastián Elcano. Sus ojos, fijos en el puerto de la ciudad de Sevilla. En aquel momento, ciudad y hombre ignoraban que seguirían viviendo aquí, hasta el día de hoy, plasmados en aquella hazaña de haber dado, por primera vez, la vuelta al mundo.

Sevilla, y eso es lo muy conocido, fue punto de partida y regreso para descubrir el mundo a Occidente, la redondez de la Tierra, el continente América. Lo muy desconocido es que uno puede asistir todavía en estas calles a la aventura de Magallanes y Elcano, y desde la condición local alcanzar, como ellos, lo más cosmopolita. Recrear el viaje, su momento y sus destinos.

Calles para pensar en una vuelta al mundo

En la calle Mateos Gago tuvo su casa Elcano, y hay un modo de imaginar el ambiente en que su decisión de embarcarse cobró forma. La ruta de paso es un estrecho callejón, que pasa casi desapercibido entre esta calle y la de Ximénez de Enciso. Si se sigue se alcanza una puerta, medio oculta, que conduce a la plaza de las Escuelas de Cristo. Allí el intenso verde y el olor a azahar o el naranja de la fruta en las ramas, más el rumor de una pequeña fuente con peces de colores, recuerda que Sevilla no se pasea ni se cuenta; se vive. Otros antes que nosotros la vivieron y sus espacios nos conectan con su experiencia. Más en este corazón urbano. No muy lejos, en la parroquia de Santa Cruz, reposa su pintor universal, Murillo.

Cuando regresó Elcano, su hazaña de haber circunnavegado el globo no despertó mucho interés. Pero sí la inmensa cantidad de especia que traía. Pese a haber perdido cinco naves y casi la totalidad de los 239 hombres que embarcaron. La ganancia lo compensaba con creces, y Carlos V estaba más que encantado de haber financiado una empresa que le hacía aún más rico. De hecho, concedió a Elcano una pensión de 500 ducados anuales —unos 300.000 euros de ahora— y un escudo de armas con ramas de canela y flores de clavo.

Centro urbano y núcleo vital expedicionario

En el momento de su llegada al puerto de Sevilla, Elcano y sus diecisiete hombres llevaban tres años a bordo, pero ni eso les hizo desembarcar. La ruinosa condición del barco tampoco les impidió dormir una noche más en su cubierta. Solo al amanecer del día siguiente salieron, en camisa, descalzos y portando cirios, hasta la imagen de la Virgen de la Antigua, hoy en la Catedral. Mil veces, en perdidos rincones del mundo, le habían prometido hacerlo si les salvaba de la muerte. Y allí estaban.

Hoy el paseante puede recorrer toda la almendra turística seguro de que sus ojos contemplan el mismo paisaje visual que aquellos navegantes. No solo eso. Elcano y los demás iban y venían desde el barrio de Santa Cruz hasta la Casa de la Contratación por el Real Alcázar. En el Patio de Banderas de este antiguo conjunto palaciego paseaba Magallanes, el primer capitán, muerto en el viaje. Acordando detalles y sumando influencias para recibir el mando de la empresa, gracias a su amigo, alcaide del alcázar sevillano. Los demás también deambulaban por aquí, pedían noticias, indagaban detalles, negociaban términos, con la Giralda observándolos.

El legado andalusí planea sobre aquel viaje. Los contratos se firmaron en la Plaza de la Contratación, y muy cerca, en la Delegación de Gobierno de la Junta de Andalucía, también se conserva el único jardín almohade de época andalusí. De alguna manera ese cruzarse de civilizaciones, pueblos y destinos que fue la expedición Magallanes-Elcano llevaba consigo una vocación sevillana. La de aglutinar legados históricos, fusionarlos y ponerlos en valor, para dar lugar a algo verdaderamente único.

Y cómo celebraban los expedicionarios cada paso más hacia el inicio del viaje. Tapeando. La tradición culinaria de Sevilla se sigue practicando a diario. En tabernas con siglos de historia pero también en restaurantes de cocina de mercado y fusión, mercados de abastos, locales con música y performances. Una nueva generación de jóvenes empresarios han renovado el legado romano, judío, musulmán, cristiano y del resto de pueblos históricos, hasta crear un verdadero paraíso gastronómico. Los expedicionarios no llegaron a disfrutar de la incorporación de los productos americanos. Pero hoy hasta el más lejano, exótico y delicioso sabor del mundo puede deleitar al visitante. Sevilla se ha convertido, en todos los sentidos, en un paraíso gastronómico cosmopolita.

Todos los mares, todas las tierras

No querían recorrer tanto mundo. Ni rodear la Tierra. En realidad estaban intentando conseguir el verdadero objetivo de Cristóbal Colón, alcanzar las Islas de las Especias desde el Atlántico, en lugar de bordeando África. Magallanes cometió un error de cálculo, creer que había un paso en algún lugar de América del Sur, cercano a México. Desde luego no tan lejos ni tan abajo como el final de la Patagonia, en el estrecho que lleva hoy su nombre. Menos aún pudo imaginar que el Pacífico era el doble de grande que el Atlántico, o que su regreso no sería marcha atrás, sino siguiendo más y más al oeste. De error en error, de asombro en asombro, contempló peces, crustáceos, especies y paisajes marinos que aquel puñado de europeos consideraron maravillas, pues realmente eran los primeros occidentales en contemplarlas. Mudos de asombro les hubiera dejado saber que, siglos después, cualquier visitante de Sevilla podría ver lo que ellos vieron sin moverse de la ciudad.

Acuario de Sevilla

Y es que algo muy desconocido de Sevilla es que su Acuario recrea la Primera Vuelta al Mundo. Se inicia en la diversidad acuática del Guadalquivir, verdadero punto de origen del viaje. De ahí se parte al descubrimiento de los sistemas del Atlántico, costas y aguas profundas. Hasta las selvas tropicales recreadas con anfibios y reptiles, y el oceanario con tiburones. Luego las medusas del Pacífico, el océano descubierto y bautizado por ellos. Hasta los reptiles de la sabana africana, continente por el que regresaron. Toda una vuelta al mundo oceánica y continental, con los colores, animales y paisajes avistados por aquellos hombres. Viendo lo que ellos vieron.

Y agua. Agua por todas partes. No solo mientras estuvieron embarcados. También antes de su partida, y a su vuelta. Sevilla es, además de su conexión con el mar, su río. El Guadalquivir es la mejor lámina de agua urbana de Europa para la práctica de deportes acuáticos, con rutas en las orillas para descubrir la ciudad en bicicleta, de norte a sur. Y recrear el mundo de Magallanes y Elcano. Por el Paseo Marqués del Contadero iban arriba y abajo aquellos marineros de mil lenguas y mil países, buscando enrolarse en las expediciones españolas. Habitando el barrio de Triana. Hoy su ruta, convertida en recorrido y paseo, permite mirar bajo la Torre del Oro en dirección sur, sabiendo que desde aquí mismo miró Magallanes en dirección sur, al partir con sus cinco navíos. Y justo aquí, bajo la torre, es donde fondearon a la vuelta Elcano y sus pocos supervivientes.

Su navío, la nao Victoria, vuelve a estar aquí fondeada. No la ruina que regresó, claro, pero sí una réplica idéntica pensada como centro de interpretación y experiencia para el visitante. Espacios, condiciones de vida, repercusiones. Pero sobre todo sentir bajo los pies la cubierta donde Elcano y los demás se mantuvieron en pie, flacos, famélicos, vivos, de vuelta. Y en cubierta al final, pues de tanto como habían cargado el barco de especias ni cabían para dormir en sus camarotes.

Lo global y lo local, lo antropológico y lo cosmopolita

Quienes acompañaron a Magallanes y Elcano, y cuyos nombres suenan menos, habitaron el marinero barrio de Triana. Fue el elegido por la mayoría de tripulantes que embarcarían hacia América y resto de destinos. Es tan único que hace tiempo superó con mucho su condición marinera. Los patios de vecinos, las calles vitales, el vecindario alegre, la cerámica tradicional y el talento artístico lo han colocado entre lo más conocido de Sevilla. Además de cuna mundial del flamenco.

Pero la ciudad es también vanguardia cosmopolita, algo que su legado histórico puede hacer olvidar. Igual que con la expedición cambió el mundo, la Isla de la Cartuja, sede de la Exposición Universal de 1992, ha sido y es un laboratorio experimental para la arquitectura. Hoy alberga edificios de arquitectos universalmente reconocidos.

Ciudad del eterno retorno

Hic sunt dragones fue la frase que ponían los cartógrafos en sus mapas para indicar que el territorio más allá era desconocido. Por aquí hay dragones. Fue borrada después de Magallanes y Elcano. Porque en los confines del mundo no había ni monstruos, ni quimeras, ni seres fabulosos. Solo seres humanos iguales, si acaso con el tono de piel y las creencias como única diferencia. La Sevilla multicultural, multiorigen, la ciudad romana, andalusí, judía, cristiana, la que se construyó y se construye con la fusión, la mezcla y la innovación, ya lo sabía. Pero tuvo que poner su puerto y dejar partir las naves para que lo descubriera el mundo.

2 Comentarios

  1. Solo hay error partió a la mar desde Sanlúcar y volvió a Sanlucar.

  2. Ninguneo histórico total a Sanlucar de Barrameda, punto de salida y llegada de la Vuelta. Todos los libros de Historia lo afirman, pero este señor no ha enterado aún.

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