Horas críticas

Duelo siempre latente

Reseña de «El invencible verano de Liliana», de Cristina Rivera Garza

Fue a partir de 2007 cuando el público lector español captó el gran interés de la obra de Cristina Rivera Garza (Matamoros, México, 1964), con la publicación de La muerte me da, una novela donde la hibridación de géneros y la indagación en la potencia expresiva del lenguaje resultaba en una historia que conjugaba audazmente el relato policial con el vanguardismo literario.

Desde esa novela-hito y conforme ha crecido la demanda de textos más complejos y ligados a los conflictos del presente, de impacto global, Cristina Rivera Garza se ha consolidado como una autora de referencia en sus distintas vertientes: ensayista, narradora y poeta, con títulos como El mal de la taiga, Había mucha neblina, humo o no sé qué, Autobiografía del algodón y Los muertos indóciles: necroescrituras y desapropiación, que nos invitan a buscar sus primeras novelas, Nadie me verá llorar o La cresta de Ilión, conscientes de que conforman una reflexión sobre México, sobre migración y fronteras, sobre la historia de la violencia y del cuerpo violentado; en esta reflexión el lenguaje actúa de arma de resistencia y de reconstrucción.

En El invencible verano de Liliana la indagación sobre la violencia sistémica contra las mujeres, que en México ha acuñado el término feminicidio para definir el asesinato de mujeres por el hecho de serlo —que en otros países se llama violencia de género o violencia conyugal— cierra el foco sobre el asesinato de Liliana Rivera Garza, la hermana pequeña de la escritora, presuntamente por obra de su exnovio durante la enseñanza secundaria, Ángel González Ramos, fugado y en paradero desconocido desde entonces.

En la madrugada del 16 de julio de 1990, Liliana murió sofocada por el individuo que logró introducirse en el pequeño estudio que la brillante estudiante de arquitectura tenía alquilado en la capital, sin que al parecer nadie interpretase como sospechosos los ruidos que pudieron hacer víctima y verdugo en una casa habitada en el piso superior por la familia que le rentaba el lugar y en una pieza adyacente por la chica que limpiaba. Afortunadamente, algunos vecinos lo vieron rondar. Los padres se encontraban de viaje por Europa cumpliendo el sueño de sus vidas y la escritora en Houston, en cuya universidad impartía clases. Durante cerca de 30 años Cristina Rivera Garza omitió este acontecimiento, señala, aunque buena parte de sus libros llevan una dedicatoria a lrg, observará el lector, y no puede obviarse que en sus argumentos anidan temas y reflexiones que despliega ahora en esta crónica, que es a la vez homenaje y denuncia.

El relato arranca con la solicitud por parte de Cristina Rivera Garza de «una copia completa del expediente de la investigación» emprendida en su momento a la Procuradoría de la Ciudad de México. Dado el tiempo transcurrido, se trata de una exhumación: de memorias, de la historia del país en torno al crimen y de la misma conceptualización del «crimen pasional»; una exhumación que la escritora articula combinando el relato de su indagación de los hechos, en el que un detective se encarga de localizar los documentos, la visita a los lugares significativos en la vida de Liliana, el testimonio de los compañeros universitarios y familiares, las notas de prensa publicadas por el periodista de nota roja, y reflexiones de corte teórico sobre la violencia feminicida. Este collage que establece una cronología se completa con los textos escritos por la joven Liliana, que habían quedado guardados en cajas hasta la fecha: son extractos de su diario, cartas de la familia —las del padre desde Suecia son especialmente significativas por cómo se desmarca del machismo—, otras para y de los amigos, junto con algunas que no se atrevió a enviar a su acosador o a un pretendiente. Rivera Garza deja que el epígrafe del capítulo Allá va una mujer libre, en que sus amigos retratan a Liliana, tome un sentido tristemente paradójico al quedar desmentido por el acoso que padecía.

Más que de un detonante de esta escritura que aspira a ordenar los diferentes elementos del duelo, cabe hablar de un desbordamiento: las oleadas de protestas feministas en México y en todo el área occidental, casi siempre a rebufo del movimiento MeToo estadounidense, con reivindicaciones como leyes específicas para castigar el asesinato de mujeres, la legalización del aborto en el Cono Sur o la persecución del acoso, han favorecido la emergencia de testimonios que dibujan un mapa de opresión y de impunidad —que la OMS calificó de epidemia mundial—, pero también de solidaridad y de reelaboración conceptual de esta violencia.

Con este libro, Rivera Garza decide, de un lado, dar a conocer la figura y la experiencia de Liliana —una evocación que muestra la pérdida que supone una persona de sus cualidades—, poner voces al silencio de décadas y reabrir el caso, inscribiéndolo en el movimiento reivindicativo de más amplitud vigente en México. (Al final del libro se apela a la colaboración en busca de pistas.)

La escritora mexicana Cristina Rivera Garza. / Foto: Penguin Random House

El dispositivo narrativo recuerda a Jane. A Murder (2005), de Maggie Nelson, no publicada aún en español. La estadounidense exploraba el eco del asesinato de su tía Jane Mixer a finales de los años 60 en su memoria y en la vida familiar. Como Liliana, era una universitaria —de Leyes— que escribía un diario. Estaba a punto de casarse con otro universitario e iba a visitar a la familia cuando el estudiante con el que había acordado compartir coche —usando un proto-BlaBlaCar estudiantil— fue suplantado por el conductor que la asesinaría. Igual que Liliana, que creía haber dejado atrás la etapa-Ángel, Jane no llega a iniciar la nueva etapa de su vida porque nunca llegó a su destino. Nelson aborda el género del true crime desde la poesía: esa tía Jane que flota como presencia fantasma recobra vida a través de la voz de sus diarios de adolescente y universitaria, que se entrelazan con una sucesión de poemas-escenas donde se cuenta su desaparición, la búsqueda, el hallazgo del cadáver, la nota del forense, la descripción del funeral, la localización del supuesto autor, un joven responsable del asesinato de seis mujeres jóvenes más. Jane murió de dos disparos en la cabeza, el asesinó le enrolló luego una media alrededor del cuello y depositó su cadáver sobre una tumba en un cementerio de campo.

Todo esto y las dudas sobre la identidad del auténtico asesino, los recuerdos de un compañero de universidad o el cierre del duelo en el que participa la hermana de Jane, madre de la escritora, configuran el mosaico de una experiencia que reflexiona sobre la recurrencia de los crímenes contra mujeres jóvenes y la fascinación morbosa que despiertan. Su poesía documental le permite a Nelson alejar al lector ávido de truculencias, demorarse en el retrato de la víctima, y evocar ambientes de soledad y amenaza asociados al paisaje campestre respecto de la ciudad. La necesidad de la familia de vivir a solas su duelo también emparenta Jane. Un asesinato con El invencible verano de Liliana.

Pero Rivera Garza opera una amplificación de este dispositivo formal: su tono es más intenso, su escritura más densa, su reflexión más política y, como la prosa lo permite, se hace preguntas insoslayables: desde por qué ha tardado en contar esta historia a los sentimientos de vergüenza, muy común entre los deudos de muertos violentamente, por no haber percibido la amenaza ni interpretado las sospechas de violencia sexual.

Los diarios de Liliana muestran que vivía en la negación del peligro, que el miedo y el sentimiento de amenaza latente se camuflan mediante circunloquios poéticos y evasivos, algo también habitual en las víctimas de este tipo de violencia, convencidas de que bastará con integrar en un espacio «de familia» al acosador e ignorando que esa doble castración —la ruptura del vínculo sexual y la familiaridad— les resulta insoportable. Rivera Garza se apoya en el ensayo No Visible Bruises. What we don’t know about domestic violence (Sin hematomas visibles. Lo que no sabemos sobre violencia doméstica, 2019), de Rachel L. Snyder, que cita profusamente, tanto para caracterizar al verdugo como para subrayar la inhibición de la víctima y la sorpresa del crimen para su entorno. No analiza el perfil del verdugo, limitándose a sugerir que el resentimiento de clase fue un factor añadido a su incapacidad para aceptar la ruptura con la novia de la «prepa».

El invencible verano de Liliana tendrá diferente impacto según la experiencia más o menos cercana del lector al asunto que se aborda. En México, supone una aportación al gran fresco de testimonios y denuncias que se acumulan desde que se acuñó el término feminicidio, y la escritora ha conseguido ser elocuente en la denuncia —de criminales como González Ramos dice que son «prófugos de leyes que no existían» en 1990— sin renunciar a su propia poética. En Europa creo que un lector de la generación de Rivera Garza no puede olvidar que desde la guerra de Yugoslavia, las matanzas de Ruanda y la segunda guerra de Argelia, activas en los noventa, se denunció el uso de la violación como arma de guerra para, entre otros efectos, debilitar la moral de grupo. Esas denuncias engendraron numerosos estudios sobre el trauma de las víctimas, y sobre los modos de detección y tratamiento desde la psicología clínica. El mayor número de estudios se da desde principios de los 2000, con internet como gran canal difusor. No faltan los ensayos ni los reportajes literarios —como los firmados por el francés Jean Hatzfeld sobre Ruanda, dando voz sucesivamente a las víctimas y a los verdugos—, ni los análisis clínicos de la figura del criminal, como La violación o el otro como huella de sí mismo, de J.C. Heraut, de 1998.

En España, el interés por el problema de la violencia doméstica y de género tropieza con la dificultad para jerarquizar el material publicado, en la medida que los sectores editorial, universitario y de grandes media no solo son tributarios del sistema patriarcal y del capitalismo sino que están atrapados en inercias genuinamente españolas: se tiende a historizar, a hacer sociología del fenómeno, y se desdeña el análisis del sujeto. Otra inercia es olvidar que a menudo las víctimas de clases medias cultas o estratos superiores tienen una imagen pública que proteger por lo que la violencia de género, que por definición veja no solo al yo sino la imagen de la víctima, se silencia y a lo sumo se gestiona confidencialmente el proceso, lo cual ha llevado a forjar la convicción de que este tipo de situaciones es privativa de las clases bajas o incultas. La publicación de este libro, arropado en los movimientos del MeToo o Un violador en tu camino y no antes, prueba dicha afirmación.

El aluvión de testimonios y relatos en primera persona puede provocar una saturación de los lectores en la medida en que no se establece una jerarquía de los textos en función de su relevancia para describir el fenómeno ni de la calidad del testimonio —que no es lo mismo que la calidad de la escritura—; la visibilidad depende de lo relevante de la firma (autor y editorial), del origen geográfico o cultural. En definitiva, del mercado.

El invencible verano de Liliana es un texto de exhumación y de curación, de reparación del silencio, cargado de símbolos como el de ese verano que Cristina Rivera Garza le ha devuelto a Liliana. Pero queda mucho por decir y muchos cambios estructurales que consolidar.

 


El invencible verano de Liliana
Cristina Rivera Garza
LITERATURA RANDOM HOUSE
(Barcelona, 2021)
304 páginas
18,90 €

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