Horas críticas

Libros de la semana #25

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Friday Black, de Nana Kwame Adjei-Brenyah (Libros del Asteroide)

«Todo lo que imaginas lo posees». La cita con la que se abre este libro, del rapero Kendrick Lamar, es ciertamente reveladora. Primero porque no es tan común citar a un músico, y más en ese género, para abrir un libro de ficción; pero Friday Black es de todo menos común. Luego porque, al igual que su autor, Lamar logró con apenas veintitantos años hacer saltar por los aires lo que uno podía esperar en su estilo y que, señalado como «maestro de la narración», su flow único abarcara temas urgentes como el racismo y la corrupción del sistema. Finalmente, porque esa cita es el mejor resumen de lo que el escritor Nana Kwame Adjei-Brenyah (Spring Valley, 1991) ha conseguido con su debut, esta impresionante colección de relatos: un dominio del engranaje narrativo que tritura las convenciones y que parece hacerlo capaz casi de lo que se proponga, en términos literarios. Algunos comienzan con una potente imagen, una pesadilla o una abstracción perturbadora o violenta; como el que abre el conjunto: «Fela, la chica sin cabeza, caminó hacia Emmanuel. Su cuello era un amasijo de casquería roja». Son historias ampliamente fundadas en la sociedad de hoy, distopías actualizadas a partir de la insensibilidad consumista, intolerante y farisea de nuestros días. Una mirada ácida y descorazonadora, llena de humor negro y de terror (social), con referentes en la narrativa audaz de George Saunders —su mentor en la Universidad de Siracusa, con quien comparte la disolución de barreras entre lo real y lo imaginado—, Grace Paley o James Baldwin; pero también y más allá de la literatura, en las películas de Jordan Peele o las series de Charlie Brooker. Como en algunos de estos autores, lo que llama más la atención en la prosa de Adjei-Brenyah, por lo impredecible, es su talento a la hora de modelar las voces narrativas de cada relato, capaces de decirnos tanto de lo que perciben sus personajes como de ellos mismos: «¿Qué buscas? —me preguntó una mujer, y confié en que se diera cuenta de que ya estaba perdido y asustado. Se plantó frente a mí con su uniforme quirúrgico violeta y sus zuecos de color vivo. Tenía el pelo castaño recogido en un moño que daba a entender a todo el mundo que estaba muy ocupada y que llevaba mucho tiempo sin dormir. El tono de su voz, salpicado de un ligero acento del Bronx, transmitía que yo era uno de los muchos inconvenientes de su vida». Un libro que nos sitúa ante un espejo que al principio nos parece deformante, hasta que reparamos en que la imagen no se ha distorsionado: somos nosotros, criaturas parodiables, crueles e insignificantes, pero a menudo sufrientes, los que aparecemos al otro lado.


La poda, de Laura Beatty (Impedimenta)

«El bosque sí ve, pero su preocupación es la vida, no el individuo. Eso da igual. Siempre hay otro momento, para otra persona, si no para ti. Tan solo somos testigos, testigos, testigos». La mirada de un bosque protagoniza el relato de La poda en varios momentos de esta novela, así como su voz, por así nombrarla; una voz que no es sino la de quienes habitan los márgenes de la sociedad, la de aquellos seres que se ven amenazados por la creciente sombra de la uniformidad y desconsideración urbana/humana y por el cada vez más próximo rumor infernal de las motosierras. Ganadora del prestigioso Author’s Club Best First Novel Award, el debut en la ficción de Laura Beatty (Keen, 1963) supuso en 2008 uno de los hitos más arriesgadamente triunfantes de la nueva narrativa inglesa, una oda al carácter indómito y liberador del mundo natural que, en el contexto actual, deviene más bien una composición elegiaca. Se narra aquí la peripecia vital de Anne, adolescente refugiada en el bosque protector cuyos árboles se limitan a estar, sin tumbarse ni «andar por ahí», y eso es justo lo que la chica ansía. «Debe de ser fácil ser árbol, dijo Anne, y apoyó la cabeza contra la corteza del contiguo. Caminaba por las veredas, para mitigar su propio dolor, a través de largos losanges de luz verde. Decidme cómo sobrevivir». Se trata, en efecto, de un relato de supervivencia y coming of age, con una caperucita que crece a la fuerza y que pronto se familiariza con los hedores, el frío y la muerte que encierra la espesura. Un libro que desarma y cautiva sin contemplaciones, situándonos del lado de un personaje falto de respuestas y asideros, que trata de buscar su lugar en la intemperie. Beatty, que en la actualidad pasa parte de su tiempo en Salcey Forest —un antiguo bosque inglés de caza medieval—, exhibe en su novela una potente prosa de frases breves, suerte de spoken word con cadencia de letanía o de canción, como en un cuento de hadas (sin edulcorar): su escritura es tan lírica como cruel, incluyendo juegos de palabras y un lenguaje coloquial que no esconde la negrura de los ambientes por los que Anne transita: «En el bosque todo posee significado, se dice. Solo tienes que estar dispuesta a entender». Su resiliencia viene a corroborar aquella máxima de Martín Gaite de que lo raro es vivir, y también lo más valioso que nos queda cuando el mundo amenaza con mandarnos al cuerno.


Mujeres valientes, de Txell Feixas (Península)

Este libro condensa las historias personales de trece mujeres de la zona de Oriente Próximo y parte de Asia, de las que solo trasciende su nombre de pila, cuyo testimonio sirve para trasladar en primera persona la presencia y el rol de la mujer en el mundo árabe más allá de los tópicos. Las primeras cualidades reseñables de Mujeres valientes son su honestidad, su valor documental y su voluntad de acercarnos a zonas geográficas y culturales que en muchas ocasiones miramos con el velo del prejuicio o el trazo grueso de los medios de comunicación generalistas, países como Afganistán, Líbano, Siria, Irak o Yemen y tierras de la discordia como la franja de Gaza. Pero además habría que destacar la empatía que aplica su autora, la periodista Txell Feixas (Mediona, 1979), un capital humano y profesional que ha ido acumulando en su amplia experiencia como corresponsal multimedia en esta zona del mundo —donde ha cubierto algunos de sus acontecimientos históricos en los últimos años— y que en su profesión no abunda tanto como sería deseable. Su forma de acercarse a las protagonistas, situándolas en el centro de cada capítulo sin paternalismos ni condescendencias, con máximo respeto pero también con ganas de indagar en su visión de las cosas, es sin duda clave para llevar a buen puerto este trabajo de periodismo de investigación real, una auténtica rara avis en nuestros días. «Impactada por las luchas diarias a las que hacen frente muchas mujeres en el mundo árabe, desde que nacen y hasta que mueren, quería poner en valor sus pequeñas grandes victorias», escribe, y es que esta es, por un lado, la crónica de una rebelión, una revolución de género que trata de empoderarse y recobrar los derechos sustraídos por la cultura patriarcal en todos los frentes, empezando por la supervivencia en un entorno de pesadilla: desde chicas obligadas a trabajar en la calle hasta las forzadas a casarse con sus previos violadores, esclavizadas en casa o como combatientes del extremismo, o bien condenadas desde el mismo momento en que nacen. Por otro lado, este es también el relato de sus reacciones y conquistas en el seno de las familias, en la sociedad civil, en la reforma de los códigos penales. El prólogo de Rosa María Calaf, otra mujer y corresponsal valiente, tan influyente en este género y en la mirada que sostiene un libro como el de Feixas (aunque cuenta que no se conocen ni han coincidido profesionalmente), lo resume bien cuando explica que este libro describe «situaciones que muchos apenas intuyen, otros simplemente desconocen y algunos incluso prefieren ignorar». Si llegamos a asomarnos a sus páginas con genuina curiosidad, el objetivo se habrá cumplido: «Tras leerlo, ya no podremos fingir que no sabemos». Una obra por momentos escalofriante pero siempre iluminadora, que dibuja paisajes de gran desigualdad e injusticias, aunque también de dignidad y ciertas esperanzas: «Grandes mujeres rescatadas, en la mayoría de los casos, por ellas mismas, y obligadas por las circunstancias. Pero salvadas también por otras mujeres fuertes, en una red de solidaridad resistente y discreta». Mujeres que, como señala la autora, «ya no quieren que nadie hable por ellas».


La Venus rota, de Manuel García (Algaida)

Entre los estudiosos de la obra del poeta Ángel Ganivet hay quienes señalan que, con respecto a las mujeres, se movió en territorios ambivalentes: sin duda le atraían poderosamente, pero también le repelían; como fuere, estuvieron muy presentes en su vida y su producción literaria. Viene esto a cuento porque el también escritor granadino Manuel García (Huéscar, 1966) vuelve a situar la figura de Ganivet como fondo e inspiración de su segunda novela. En concreto esa última etapa de su vida en el norte de Europa, donde acabaría depresivo y rendido al suicidio. Polifacético autor, traductor, crítico y editor, al que conocemos por su destacable producción poética, de García escribía hace poco el periodista José María Rondón que despliega la palabra «como conjuro contra el discurrir del tiempo». Tal vez por eso coloca al protagonista de La Venus rota, profesor al que no se le da nombre, frente a una alumna que, al comenzar la narración y la tormentosa relación entre ambos, es menor de edad. Al profesor X, además, se lo describe como «poeta casi respetado, escritor de medio pelo en prensa y en revistas, de esos que llaman para resolver problemas cuando fallan los importantes, y mujeriego, muy mujeriego». Así se van descubriendo sus métodos amatorios con profesoras, escritoras, músicas y hasta «la mujer sencilla de bar»; casi todas salvo «las mujeres pijas», a las que rehúsa. Con este personaje como punto de partida, buen pulso narrativo y un conjunto de logradas imágenes se presenta esta novela nada convencional, que entreteje una narración en tercera persona (a través de un barman amigo del docente) con los e-mails de este, algunos fragmentos del diario de la chica y citas de poemas ajenos y propios. Una obra que apela con igual brío al erotismo y al romanticismo, también a cierto costumbrismo, oscilando entre el calor de unos sentimientos desbocados, o abocados al precipicio, y la tragedia pendiente de un hilo. En ese cóctel García introduce lo que él mismo denomina «asuntos sórdidos, complicados de la vida actual», como sería el de «la locura de algunas muchachas jóvenes» —aquí una manic pixie dream girl de libro—. Por su parte, del profesor se nos cuenta que «sabía la esencia de la seducción: hacer que se sienta la mujer más mujer y el hombre más hombre»; cita que nos recuerda a otra del propio Ganivet: «La mujer tiene un solo camino para superar en méritos al hombre: ser cada día más mujer». De lo que cada cual entienda por eso dependerá el retrato de su particular Venus.

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