Cultura ambulante

Plantas que enseñan cómo estar en el mundo

Exposición «Un encuentro vegetal» en La Casa Encendida de Madrid

Vista de la exposición «Un encuentro vegetal» en La Casa Encendida. / Foto: LCE

En La vida de las plantas. Una metafísica de la mixtura (Miño y Dávila Editores, 2017), el filósofo y etólogo Emanuele Coccia escribe: «No se puede separar —ni físicamente ni metafísicamente— la planta del mundo que la acoge. Ella es la forma más intensa, más radical y más paradigmática de estar-en-el-mundo. […] Jamás podremos comprender una planta sin haber comprendido lo que es el mundo». La exposición Un encuentro vegetal, que acoge estos días La Casa Encendida, apunta hacia esa complejidad no advertida de las plantas y hacia todo lo que podemos aprender si repensamos y reimaginamos nuestra relación con ellas. Pese a que el mundo vegetal representa un 85% de la vida conocida y se ha demostrado su relevancia para sostener al resto de organismos, su sensibilidad, constante evolución, memoria y capacidad de comunicación, así como su influencia en el clima y, por tanto, en nuestra supervivencia, parecemos seguir ajenos a la importancia de su existencia e incluso nos hemos inventado un verbo tan despectivo como vegetar.

Como nos recuerda la comisaria de esta muestra, Bárbara Rodríguez Muñoz (adscrita a la Wellcome Collection y recién nombrada nueva directora de exposiciones del Centro Botín), las plantas empezaron a habitar la tierra hace 450 millones de años, mientras que la humanidad es inquilina hace apenas 300 mil años y supone solo el 0,01% de la biomasa. «Hemos cortado nuestros vínculos con la tierra y la naturaleza», explica. «Hemos regulado su utilización como recursos a la vez que negamos esos vínculos tan vitales como frágiles que conectan todas las formas de vida, humana y no humana». De ahí que esta iniciativa en el espacio cultural madrileño, que se inscribe en el marco de un completísimo ciclo de actividades con este mismo tema de fondo, pretenda explorar esa relación con las plantas y situar en primer plano su incidencia en la naturaleza, a través de la obra de tres artistas contemporáneos.

Detalle de «A Great Seaweed Day: Gut Weed, Ulva Intestinalis» (2019), de Ingela Ihrman

La muestra toma como punto de arranque las colecciones etnobotánicas de la citada Wellcome Collection y de los Kew Gardens en Londres, así como del Jardín Botánico en Madrid, nacidas todas ellas de las grandes exploraciones científicas del siglo XVIII, cuando los imperios hicieron traer una gran cantidad de plantas con usos medicinales, alimenticios y textiles. «Lo que se hizo fue divorciar a estas plantas de los ecosistemas, tanto culturales como naturales, en los que se encontraban», señala Rodríguez Muñoz. «Hubo una apropiación del conocimiento local e indígena, y se creó una taxonomía, que nos separa a los humanos, a los seres vegetales y a otros seres no humanos. Esta es una barrera artificial que está afectando a nuestra salud y vitalidad, así como la salud del planeta y los ecosistemas». Un encuentro vegetal es un intento por deconstruir y derribar, acaso por un momento, ese ubicuo muro que hemos ido levantando de forma inconsciente y que, sobre todo en las últimas décadas, está resultando devastador para la habitabilidad del mundo.

La primera de las contribuciones a esta exposición viene firmada por Patricia Domínguez (Santiago de Chile, 1984), directora de la plataforma de investigación etnobotánica Studio Vegetalista, quien propone cinco tótems de condición sagrada diseñados por Futuro Studio e inspirados en ejemplares sudamericanos y europeos de la Wellcome Collection y el Jardín Botánico, pero también del Museo de América y la Real Academia de Historia de Madrid. Se trata de una exploración experimental de las prácticas ancestrales de sanación, en contraste con la violencia colonial, ambas caras encarnadasen las plantas elegidas con la colaboración de la historiadora biocultural Kim Walker: la investigación deja al descubierto cómo el vínculo ha ido derivando hacia la mercantilización, la biopiratería y el extractivismo actuales. Esta parte de la muestra se completa con acuarelas de Domínguez, así como una serie de hologramas acompañados por la banda sonora de la música chilena Futuro Fósil —Elisita Punto—.

«Matrix Vegetal, Mandrágora» (2021), de Patricia Domínguez. / © VEGAP

Por su parte, Ingela Ihrman (Kalmar, 1985) presenta la instalación escultórica A great seaweed day, que nació del periodo de resposo que pasó en las costas de Malmö y de Escocia, donde encontró una conexión casi física con la flora marina y, en concreto, con las algas. De ahí manan estas grandes esculturas antropomórficas y que aluden tanto a su flora instestinal o microbiota como a los orígenes líquidos de la vida: tanto la humana —su obra puede evocarnos, por ejemplo, el líquido amniótico— como la vegetal, dado que las plantas fueron acuáticas antes que terrestres. Esta obra performativa y con un pie en la ficción se inscribe de forma coherente dentro de la trayectoria de la artista sueca, que a menudo aborda desde la subjetividad temas como la soledad, la convivencia y lo extraño de ciertas experiencias en sociedad, cuestiones que también aplica a nuestra relación con lo no humano, como en este caso las algas marinas. Para la instalación, originada en su anterior proyecto The Inner Ocean (2016) sobre la premisa de que en los ovarios humanos se halla el mismo grado de salinidad que en los mares primigenios que dieron origen a la vida, creó un laboratorio en su estudio para investigar sobre estos seres y tratar de entender su morfología desde la propia visión del cuerpo humano, disfrazándose de ellos para obtener una mirada diferente.

El tercero de los creadores convocados a este encuentro vegetal es Eduardo Navarro (Buenos Aires, 1979), cuya obra se propone como una suerte de tecnología emocional para crear un espacio de contemplación en el que cambiar la percepción acerca de lo no humano. A través de una serie de dibujos en pastel y carboncillo, realizados durante el periodo de cuarentena de la Covid-19 en sobres fabricados a mano por él en papel biodegradable y conteniendo semillas de árbol, el artista argentino propone una acción posexpositiva: al concluir la muestra, esas semillas se enterrarán para ser activadas y reconectarnos con el humus —que tiene la misma raíz de humano—. Resultan cruciales en esta piza las instrucciones performativas que Navarro facilita para su visita, animando a afrontarla como si fuéramos plantas, en un camino de «iluminación vegetal» que resulta en parte meditativo y en parte expansivo, y que en esencia nos conduce a estar atentos a lo que tenemos en el entorno. Colabora en esas instrucciones el filósofo medioambiental Michael Marder, muy influyente en sus teorías sobre las conexiones entre lo humano y lo vegetal en cuanto a nuestra fisiología, vida psíquica, modos de organizar sociedades y relacionarnos con el planeta. «Nuestra conciencia planetaria nos regala la capacidad de estar en un lugar que es asombrosamente similar a la relación de una planta con su lugar», sostiene Marder.

Un visitante recorre la muestra «Un encuentro vegetal» en La Casa Encendida. / Foto: LCE

Su obra es solo una de las ramificaciones hacia las que se extiende la exposición de La Casa Encendida, que se prolongará en Londres con la exposición Rooted Beings (Seres enraizados) que acogerá la Wellcome Collection el próximo año. Asimismo, el espacio madrileño ha programado una serie de actividades que también examinan nuestro vínculo con el mundo de las plantas desde disciplinas diversas como la literatura, la música, el cine, la fotografía o el arte sonoro.

Atracción vegetal (musical y cinematográfica)

Entre las propuestas programadas por La Casa Encendida en el marco de esa reflexión en torno a la relación, no siempre equitativa y del todo sana, entre ser humano y naturaleza, destaca el ciclo veraniego de conciertos y proyecciones audiovisuales titulado La Terraza Magnética.

La artista multidisciplinar Ana Arsuaga, alias Verde Prato.

Por un lado, explorará las conexiones con el mundo vegetal a través de la música de raigambre folk, tradicional, ancestral y casi chamánica, que se mueve hacia más allá de la humanidad: la guitarra ruidista de la artista experimental peruana Alejandra Cárdenas, alias Ale Hop (18/07); el diálogo entre la electrónica occidental y la música popular magrebí de Ikram Bouloum (25/07); el legado oral vasco que habla de viajes a mundos remotos de la joven artista multidisciplinar Ana Arsuaga, conocida como Verde Prato (01/08); el sonido del arpa, entre lo clásico y las exploraciones de la tecnología, de Angélica Salvi (08/08), música española afincada en Oporto; el lenguaje utópico de las bandas sonoras como crítica irónica del mito selvático del artista venezolano Molero (22/08); y la música de baile netamente lisboeta de DJ Nigga Fox (29/08).

En cuanto a la programación cinematográfica, una interesante variedad de títulos en géneros de lo más diverso —del fantástico al documental, pasando por el drama o la ciencia ficción—nos aproximarán a la fuerza inasible de la naturaleza salvaje y, en concreto, a la presencia de esos seres sin capacidad de movimiento y, no obstante, tan cruciales para la vida que se desarrolla a su alrededor. Así, entre las películas que se proyectarán en las próximas fechas se encuentran Taming the Garden (17/07), de la georgiana Salomé Jashi; Crystal Fairy y el cactus mágico (24/07), del chileno Sebastián Silva (La nana, Tyrel); Aguirre, la cólera de Dios (31/07), del legendario cineasta alemán Werner Herzog; Little Joe (07/08), de la austriaca Jessica Hausner (Amour fou, Lourdes); Tropical Malady (21/08), del tailandés Apichatpong Weerasethakul (Syndromes and a Century, Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas); y el clásico moderno Adaptation. El ladrón de orquídeas (28/08), de Spike Jonze (Cómo ser John Malkovich, Her).

Emily Beecham en un fotograma de «Little Joe» (2019), de Jessica Hausner. / © Coop99 Filmproduktion

Como complemento, el Torreón 1 de La Casa Encendida acogerá hasta finales del mes de agosto la instalación sonora multicanal Preta, compuesta por la compositora, productora y diseñadora de sonido colombiana Lucrecia Dalt, en la que convierte el sentido del oído en herramienta de exploración poética y especulativa de la tierra. Una obra basada en un texto suyo donde cuestiona el relato oficial de la historia y de la concepción del tiempo fabricado por el ser humano y lo sitúa frente a la capacidad de las plantas de observar el mundo de la forma más pura posible —es decir, sin interferir en ningún momento—. Dalt se pregunta si puede la parálisis transformar a una persona en objeto, para acabar expresando: «Lo he visto todo, he visto sus historias, la panspermia, cómo una molécula dijo sí a otra en tu borde». Comisariada por Pedro Portellano, esta instalación parece indagar en esa forma de estar-en-el-mundo de la que habla Coccia en relación a la actitud vegetal, de la que tanto podemos y debemos empezar a contagiarnos.


Un encuentro vegetal
Patricia Domínguez, Ingela Ihrman y Eduardo Navarro
Comisariada por Bárbara Rodríguez Muñoz
La Casa Encendida, Madrid
Hasta el 19 de septiembre

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